El Santo Padre invoca a Cristo, en la parroquia romana de San Lorenzo extramuros,
para que nos ilumine con su paz y misericordia, para vencer la violencia en nuestro
tiempo y en todo el mundo
Domingo, 30 nov (RV).- Rogando a Cristo que nos «ilumine con su paz y misericordia,
para vencer la violencia en nuestro tiempo y en todo el mundo», Benedicto XVI ha visitado
este domingo la parroquia romana de San Lorenzo extramuros. La misma donde acudió
de inmediato su venerado predecesor Pío XII, a raíz de un bombardeo que en la segunda
guerra mundial había causado miles de muertos y destrucción en este barrio romano.
En este domingo, entrando en las cuatro semanas que nos preparan a la fiesta
de la Navidad, memoria de la encarnación de Cristo en la historia, el Papa ha reiterado
la profundidad del mensaje espiritual del Adviento: ‘llegada’, ‘venida’, ‘presencia’
misteriosa del Hijo de Dios, que percibimos en la asamblea litúrgica. Misterio que
nos ayuda a «ver el mundo con ojos distintos, a interpretar los eventos de la vida
y de la historia como palabras que Dios nos dirige, como signos de su amor, que nos
aseguran su cercanía en cada situación».
«Celebrando la Eucaristía, proclamamos,
en efecto, que Cristo no se ha retirado del mundo y no nos ha dejado solos. Que ‘está’
con nosotros, ‘entre’ nosotros. Aún más ‘en’ nosotros». El Adviento es para todos
los cristianos expectación y esperanza, escucha y reflexión, con tal de que nos dejemos
guiar por la liturgia que nos invita a salir al encuentro del Señor que viene: «¡Ven
Señor Jesús! Esta ardiente invocación de la comunidad cristiana de los comienzos debe
ser, queridos amigos, también nuestro anhelo constante. El de la Iglesia de todo tiempo,
que anhela y se prepara al encuentro con su Señor: ¡Ven hoy Señor, ayúdanos, ilumínanos,
danos la paz, ayúdanos a vencer la violencia, ven Señor, rezamos justo en estas semanas!».
Tras
hacer hincapié en que el «Rostro de nuestro Salvador es el de un padre tierno y misericordioso,
que nos cuida en toda circunstancia porque somos obra de sus manos», Benedicto XVI
ha recordado que «nuestro Dios es un padre dispuesto a perdonar a los pecadores arrepentidos
y a acoger a cuantos confían en su misericordia». «Nos habíamos alejado de Él por
el pecado, cayendo bajo el dominio de la muerte. Pero Él tuvo piedad de nosotros y
por su misma iniciativa, sin ningún mérito de parte nuestra, decidió venir a nuestro
encuentro, enviando a su único Hijo, como Redentor nuestro»: «Ante tan grande misterio
de amor, surge espontánea nuestra acción de gracias y, sobre todo, se vuelve más confiada
nuestra invocación: ¡‘Muéstranos, Señor, hoy en nuestro tiempo y en todo el mundo,
tu misericordia, déjanos percibir tu presencia y dónanos la salvación!».
«Este
año se conmemora el 50 aniversario de la muerte del Siervo de Dios, Papa Pío XII,
y ello evoca un evento particularmente dramático en la historia plurisecular de esta
Basílica», ha recordado Benedicto XVI, refiriéndose a cuando, durante el segundo conflicto
mundial, un violento bombardeo infligió daños gravísimos en esta basílica y en todo
el barrio, sembrando muerte y destrucción: «Nunca se podrá borrar de la memoria de
la historia el gesto generoso que cumplió en aquella ocasión mi venerado Predecesor,
que acudió de inmediato a socorrer y consolar a la población duramente asolada, entre
los destrozos y la humareda».
Benedicto XVI ha recordado, en este contexto,
que esta basílica de San Lorenzo acoge también los restos mortales del beato Papa
Pío IX y que, en el atrio de la misma, se encuentra la tumba del estadista italiano,
Alcide De Gasperi, «guía sabio y equilibrado para Italia en los difíciles años de
la reconstrucción posbélica y, al mismo tiempo, estadista capaz de mirar a Europa
con una amplia visión cristiana».
En esta visita pastoral, que se enmarca en
el Año Jubilar de los 1750 del martirio de san Lorenzo, el Papa ha subrayado la actualidad
de su mensaje: «Él nos repite que la santidad, es decir que el salir al encuentro
de Cristo que viene continuamente a visitarnos, no pasa de moda. Aún más con el pasar
del tiempo, resplandece de forma luminosa y manifiesta la perenne tensión del hombre
hacia Dios».