2008-11-25 16:50:59

El crucifijo solo ofende a quienes quieren que el Estado se convierta en un nuevo dios, con poder absoluto sobre las almas


Martes, 25 nov (RV).- La noticia, en España, sobre la sentencia con la cual un juez de Valladolid solicitaba la retirada de los crucifijos de las aulas de una escuela pública, aduciendo que viola “el derecho fundamental de la libertad religiosa y de culto”, es el tema de un artículo que l’Osservatore Romano publica hoy firmado Juan Manuel De Prada. El joven escritor y articulista español señala que “a nadie escapa que el signo de la cruz no viola ningún derecho fundamental”. Y que en cambio, “la invocación de este derecho de libertad se está transformando en España en un pretexto jurídico que enmascara un sentimiento de odio antirreligioso”, o de “cristofóbia” como lo ha definido el cardenal Cañizares; sentimiento que las autoridades tendrían que perseguir en lugar de conceder cobertura política.

“La visión de un crucifijo, señala Juan Manuel De Prada, no puede ofender a nadie”. Ni a los que han sido educados fuera del cristianismo, ni a los que, educados en el cristianismo, no profesan la fe católica”. Nada tiene de ofensivo el crucifijo. “Puede ofender sólo a cuantos -y en esto consiste el laicismo cuando se esconde detrás de coartadas jurídicas- a cuantos quieren que el Estado se convierta en un nuevo dios, con poder absoluto sobre las almas”. Que se llegue a considerar “ofensivo en Occidente el crucifijo se puede solamente interpretar como un síntoma alarmante de amnesia o necrosis cultural; o, como ha dicho Benedicto XVI de “pérdida de identidad”.

“Desde hace un tiempo -observa el escritor español- un impulso autodestructivo se está apoderando de Europa. Se quiere cancelar de nuestra memoria el legado moral y cultural del cristianismo”; y “en España este impulso autodestructivo asume presiones violentas”. Como los escorpiones que agonizan víctimas de su propio aguijón, se diría que los europeos han decidido aniquilarse, marginando y olvidando la herencia histórica que nos constituye” y que nos es propia. Se confunde “la sana laicidad del Estado, con una beligerancia antirreligiosa que intenta negar al hombre su vínculo con la trascendencia. Europa parece haber olvidado que la patria del hombre, como decía Maritain, es el Absoluto”.

En cambio, en aquella simple Cruz, escribe De Prada en el Osservatore, “se resume la historia del género humano”, con todas sus debilidades y todas sus grandezas; en aquella simple Cruz vienen denunciadas todas las barbaries del hombre, se plasma el fecundo anhelo de rebelarnos contra la muerte. En aquella simple Cruz vienen resumidas las dos vocaciones más nobles del ser humano: “la piedad y la trascendencia”.

Durante veinte siglos, termina diciendo el escritor español, “el misterio de la Cruz ha servido también de gloriosa inspiración” a magnificas obras y creaciones de arte, y el columnista aduce a los ejemplos de Velázquez y Unamuno. Veinte siglos de cultura occidental se resumen en dos maderos que son el equilibrio humano de los dos mandamientos, en los que está resumido todo los que somos, todo lo que anhelamos, y todo de lo que nos avergonzamos haber sido. A aquella Cruz está renunciando Europa; y esta sentencia del tribunal español consagra jurídicamente la renuncia de una Europa desorientada, irracionalmente presa de un impulso de autodestrucción.







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