El Papa exhorta a los obispos bolivianos a proseguir ayudando y acompañando a los
necesitados, con el único fin de mantener la esperanza, avivar la fe, fomentar la
unidad, exhortar a la reconciliación y salvaguardar la paz
Lunes, 10 nov (RV).- Benedicto XVI recibió esta mañana en audiencia a los obispos
de Bolivia al final de su visita ad limina apostolorum. El Papa en su discurso ha
alentado a los obispos a seguir “el generoso servicio que prestan a la gran tarea
de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios”, señalando que conoce “bien las
difíciles circunstancias que afectan a los fieles y ciudadanos de este país”. “Son
motivo de preocupación y de especial solicitud pastoral para la Iglesia, -ha dicho-
que ha sabido acompañar muy de cerca a todos los bolivianos en situaciones delicadas,
con el único fin de mantener la esperanza, avivar la fe, fomentar la unidad, exhortar
a la reconciliación y salvaguardar la paz”.
La fe plantada en la tierra boliviana
necesita siempre alimentarse y fortalecerse, especialmente cuando se perciben signos
de un cierto debilitamiento de la vida cristiana por factores de origen diverso, una
extendida incoherencia entre la fe profesada y las pautas de vida personal y social,
o una formación superficial que deja expuestos a los bautizados al influjo de promesas
deslumbrantes pero vacías.
Para afrontar estos retos, el Santo Padre ha explicado
que la “Iglesia en Bolivia cuenta con un medio poderoso, como es la devoción popular.
Es un don que ha de ser custodiado y promovido, pero que requiere un esfuerzo constante
para que el valor de los signos penetre en lo hondo del corazón, esté siempre iluminado
por la Palabra de Dios y se transforme en convicciones firmes de fe, consolidada por
los sacramentos y la fidelidad a los valores morales.
Para lograr esto se necesita
una catequesis sistemática, generalizada y penetrante, que enseñe clara e íntegramente
la fe católica. Una enseñanza parcial o incompleta del mensaje evangélico no se corresponde
con la misión propia de la Iglesia ni puede ser fecunda. También una educación general
de calidad, que comprenda la dimensión espiritual y religiosa de la persona, contribuye
poderosamente a poner cimientos firmes al crecimiento en la fe.
Benedicto XVI
ha señalado que se alegraba al constatar los esfuerzos que se realizan en Bolivia
para ofrecer a los seminaristas una sólida formación humana, espiritual, intelectual
y pastoral, proporcionando sacerdotes idóneos, tras un mesurado discernimiento vocacional
y de competencia.
Este criterio, siempre necesario, se hace más imperioso aún
en el momento actual, proclive a la dispersión en las informaciones y a la disipación
de la interioridad profunda, donde el ser humano tiene una ley escrita por Dios.
El
Pontífice ha afirmado que en “la reciente Asamblea del Sínodo de los Obispos se ha
subrayado precisamente que “la tarea prioritaria de la Iglesia, al inicio de este
nuevo milenio, consiste ante todo en alimentarse de la Palabra de Dios, para hacer
eficaz el compromiso de la nueva evangelización, el anuncio en nuestro tiempo”
Así,
pues, os encomiendo encarecidamente que en las homilías, catequesis y celebraciones
en las parroquias y en tantas pequeñas comunidades dispersas, pero con sus significativas
capillas, como se ven en vuestras tierras, la proclamación fiel, la escucha y la meditación
de la Escritura esté siempre en primer plano, pues en ello encuentra el Pueblo de
Dios su razón de ser, su vocación y su identidad.
DISCURSO COMPLETO
Señor
Cardenal, Queridos Hermanos en el Episcopado:
Tengo
el gozo de recibiros, obispos de Bolivia, que habéis venido a Roma en visita ad limina,
a orar ante los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo, y renovar los lazos de unidad,
amor y paz con el Sucesor de Pedro (cf. Lumen gentium, 22). Agradezco de corazón al
Señor Cardenal Julio Terrazas Sandoval, Arzobispo de Santa Cruz de la Sierra y Presidente
de la Conferencia Episcopal, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de
todos. Deseo, antes de nada, manifestaros mi aprecio y aseguraros mi aliento en el
generoso servicio que prestáis a la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del
pueblo de Dios.
Conozco bien las difíciles circunstancias
que afectan a los fieles y ciudadanos de vuestro País desde hace algún tiempo, y que
en estos momentos parecen agudizarse aún más. Son ciertamente motivo de preocupación
y de especial solicitud pastoral para la Iglesia, que ha sabido acompañar muy de cerca
a todos los bolivianos en situaciones delicadas, con el único fin de mantener la esperanza,
avivar la fe, fomentar la unidad, exhortar a la reconciliación y salvaguardar la paz.
Con sus esfuerzos en esta tarea, llevada a cabo de manera fraterna, unánime y coordinada,
los Pastores recuerdan la parábola evangélica del sembrador, que esparce la semilla
abundante e incansablemente, sin pensar en cálculos anticipados sobre el fruto que
podrá recabar para sí de su trabajo (cf. Lc 8,4ss). Tampoco
faltan otros desafíos en vuestro quehacer pastoral, pues la fe plantada en la tierra
boliviana necesita siempre alimentarse y fortalecerse, especialmente cuando se perciben
signos de un cierto debilitamiento de la vida cristiana por factores de origen diverso,
una extendida incoherencia entre la fe profesada y las pautas de vida personal y social,
o una formación superficial que deja expuestos a los bautizados al influjo de promesas
deslumbrantes pero vacías. Para afrontar estos retos, la Iglesia en Bolivia
cuenta con un medio poderoso, como es la devoción popular, ese precioso tesoro acumulado
durante siglos gracias a la labor de misioneros audaces y mantenido con entrañable
fidelidad por generaciones en las familias bolivianas. Es un don que ha de ser ciertamente
custodiado y promovido hoy, como sé que se está haciendo con esmero y dedicación,
pero que requiere un esfuerzo constante para que el valor de los signos penetre en
lo hondo del corazón, esté siempre iluminado por la Palabra de Dios y se transforme
en convicciones firmes de fe, consolidada por los sacramentos y la fidelidad a los
valores morales. En efecto, es necesario cultivar una fe madura y “una firme esperanza
para vivir de manera responsable y gozosa la fe e irradiarla así en el propio ambiente”
(Discurso en la sesión inaugural de los trabajos de la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13-5-2007).
Para
lograr esto se necesita una catequesis sistemática, generalizada y penetrante, que
enseñe clara e íntegramente la fe católica. Este año paulino que estamos celebrando
es una ocasión privilegiada para imitar el vigor apostólico y misionero de este gran
Apóstol, que nunca se acobardó a la hora de anunciar en toda su integridad el designio
de Dios, como dice a los Pastores de Mileto (cf. Hch 20,27). En efecto, una enseñanza
parcial o incompleta del mensaje evangélico no se corresponde con la misión propia
de la Iglesia ni puede ser fecunda.
También una
educación general de calidad, que comprenda la dimensión espiritual y religiosa de
la persona, contribuye poderosamente a poner cimientos firmes al crecimiento en la
fe. La Iglesia en Bolivia tiene numerosas instituciones educativas, algunas de gran
prestigio, que han de seguir contando con la atención de sus Pastores para que mantengan
y sean respetadas en su propia identidad. En todo caso, no se ha de olvidar que “todos
los cristianos, puesto que mediante la regeneración por el agua y el Espíritu se han
convertido en una criatura nueva y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a
la educación cristiana” (Gravissimum educationis, 2).
Me
alegra constatar vuestros esfuerzos para ofrecer a los seminaristas una sólida formación
humana, espiritual, intelectual y pastoral, proporcionándoles sacerdotes idóneos para
acompañarlos en su discernimiento vocacional y cuidar de su segura idoneidad y competencia.
Este criterio, siempre necesario, se hace más imperioso aún en el momento actual,
proclive a la dispersión en las informaciones y a la disipación de la interioridad
profunda, donde el ser humano tiene una ley escrita por Dios (cf. Gaudium et spes,
16). Por ello es necesario también un seguimiento posterior para garantizar la formación
permanente del clero, así como de los demás agentes de pastoral, que alimente constantemente
su vida espiritual e impida que su labor caiga en la rutina o la superficialidad.
Ellos están llamados a mostrar a los fieles, desde su propia experiencia, que las
palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6,63), “de lo contrario, ¿cómo van a
anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo?” (Discurso en la
sesión inaugural, Aparecida).
En la reciente Asamblea
del Sínodo de los Obispos se ha subrayado precisamente que “la tarea prioritaria de
la Iglesia, al inicio de este nuevo milenio, consiste ante todo en alimentarse de
la Palabra de Dios, para hacer eficaz el compromiso de la nueva evangelización, el
anuncio en nuestro tiempo” (Homilía en la Misa conclusiva, 26-10-2008). Así, pues,
os encomiendo encarecidamente que en las homilías, catequesis y celebraciones en las
parroquias y en tantas pequeñas comunidades dispersas, pero con sus significativas
capillas, como se ven en vuestras tierras, la proclamación fiel, la escucha y la meditación
de la Escritura esté siempre en primer plano, pues en ello encuentra el Pueblo de
Dios su razón de ser, su vocación y su identidad.
De
la escucha dócil de la Palabra divina nace el amor al prójimo y, con él, el servicio
desinteresado a los hermanos (cf. ibíd.), un aspecto que ocupa un puesto muy relevante
en la acción pastoral en Bolivia, ante la situación de pobreza, marginación o desamparo
de buena parte de la población. La comunidad eclesial ha dado muestra de tener, como
el buen Samaritano, un gran “corazón que ve” al hermano en dificultad y, a través
de innumerables obras y proyectos, acude solícitamente en su ayuda. Sabe que “el amor,
en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en que creemos y que nos
impulsa a amar” (Deus caritas est, 31, c). En este sentido, por decirlo así, es también
un “corazón que habla”, que lleva en sí mismo la Palabra que anida muy dentro de su
ser y a la que no puede renunciar aunque a veces deba permanecer en silencio. De este
modo, si la fraternidad con los hermanos más necesitados nos hace discípulos aventajados
del Maestro, la especial entrega y preocupación por ellos nos convierte en misioneros
del Amor.
Al terminar este encuentro, deseo reiterar
mi aliento en la misión que desempeñáis como guías de la Iglesia en Bolivia, así como
en el espíritu de comunión y concordia entre vosotros. Una comunión enriquecida con
los especiales vínculos de estrecha fraternidad con otras Iglesias particulares, algunas
en tierras lejanas, pero que desean compartir con vosotros los gozos y esperanzas
de la evangelización en ese País. Llevad mi saludo y gratitud a los obispos eméritos,
a los sacerdotes y seminaristas, a los numerosos religiosos y religiosas que enriquecen
y avivan vuestras comunidades cristianas, a los catequistas y demás colaboradores
en la tarea de llevar la luz del Evangelio a los bolivianos.
Encomiendo
vuestras intenciones a la Santísima Virgen María, tan venerada por el pueblo boliviano
en numerosos santuarios marianos, y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.