2008-11-03 15:32:48

Misa de sufragio por los cardenales y obispos fallecidos este año: el Papa recuerda que la vida eterna comienza ya en este mundo, aun en la precariedad de las vivencias de la historia


Lunes, 3 nov (RV).- «La vida verdadera, la vida eterna comienza ya en este mundo». En la homilía de la misa de sufragio por los cardenales y obispos que han fallecido este año, el Papa ha hecho hincapié en que «como Jesucristo ha vencido la muerte con su resurrección - gracias a la potencia gloriosa del amor del Padre - el Señor nos asegura hoy que nuestros hermanos - por quienes lloramos y rezamos - habiendo elegido a Cristo y consagrándose al servicio de los hermanos, han pasado de la muerte a la vida.

En la Basílica de San Pedro, esta mañana, «al día siguiente de la Conmemoración litúrgica de todos los fieles difuntos, siguiendo una bella tradición» – como ha señalado él mismo en su homilía – el Papa ha celebrado, el Sacrificio eucarístico en sufragio de los hermanos cardenales y obispos que han dejado este mundo, durante el último año.

«Nuestra oración – ha reiterado Benedicto XVI - está animada y confortada por el misterio de la comunión de los santos, misterio que en días pasados hemos contemplado nuevamente, anhelando comprenderlo, acogerlo y vivirlo de forma cada vez más intensa»: «En esta comunión recordamos con gran afecto a los señores cardenales Stephen Fumio Hamao, Alfons Maria Stickler, Aloisio Lorscheider, Peter Porekuu Dery, Adolfo Antonio Suárez Rivera, Ernesto Corripio Ahumada, Alfonso López Trujillo, Bernardin Gantin, Antonio Innocenti y Antonio José Gonzáles Zumárraga. ...Nosotros creemos y sentimos que están vivos en el Dios de los vivos. Y con ellos recordamos también a cada uno de los arzobispos y obispos, que en los últimos doce meses han pasado de este mundo a la Casa del Padre. Por todos queremos rezar, dejándonos iluminar en la mente y en el corazón por la Palabra de Dios que acabamos de escuchar».

Precisamente haciendo hincapié en las lecturas de esta santa misa, el Pontífice ha recordado la importancia de la plenitud de la vida, evocando asimismo la predilección de Dios por los ‘pequeños’, más que por ‘los sabios’ de este mundo. La vida terrenal está marcada por la finitud, lo provisorio y la apariencia: «En realidad, la vida verdadera, la vida eterna comienza ya en este mundo, aun en la precariedad de las vivencias de la historia: la vida eterna comienza en la medida en que nos abrimos al misterio de Dios y lo acogemos en medio de nosotros. Es Dios el Señor de la vida y en Él ‘vivimos, nos movemos y existimos’ (Hch 17,28), como dijo san Pablo en el Areópago de Atenas. Dios es la verdadera sabiduría que no envejece, es la riqueza auténtica que no perece, es la felicidad que anhela profundamente el corazón de cada hombre».

«Verdad que encuentra su cumplimiento en la vida y en la enseñanza de Jesús», ha recordado asimismo el Santo Padre, añadiendo que en la perspectiva de la enseñanza evangélica, ante la muerte, pierde interés todo motivo de orgullo humano y emerge lo que vale de verdad.

Pues, «la muerte nos recuerda que estamos de paso. En una palabra, nadie de nosotros es Dios. Reconocer esta diferencia, es la primera condición para ‘estar con Él y en Él. Es condición, incluso, de volverse como Él, pero sólo acogiendo la gracia de su don libre’. Don que es el centro del anuncio cristiano: Dios dio su vida por nosotros».

Y si Dios nos ha amado gratuitamente, como señala san Juan, el discípulo amado - ha reiterado el Papa - también nosotros podemos hacer lo mismo, dejándonos implicar en ese movimiento de oblación, haciendo de nosotros mismos un don gratuito a los demás. De esta forma «conocemos a Dios como Él nos conoce. De esta forma moramos en Él, como Él ha querido morar en nosotros, y pasamos de la muerte a la vida. Como Jesucristo, que ha vencido la muerte con su resurrección, gracias a la potencia gloriosa del amor del Padre celestial: «Queridos hermanos y hermanas: esta Palabra de vida y de esperanza es para nosotros profundo consuelo ante el misterio de la muerte, en especial cuando afecta a nuestros seres más queridos. El Señor nos asegura hoy que nuestros hermanos por quienes lloramos, por quienes rezamos, en particular en esta santa Misa, han pasado de la muerte a la vida porque han elegido a Cristo, acogiendo su yugo suave (cfr Mt 11, 29) y se han consagrado al servicio de los hermanos».

«Por ello, aunque tengan que expiar su parte de pena debido a la humana fragilidad – que nos marca a todos, ayudándonos a mantenernos humildes – su fidelidad a Cristo les permite entrar en la libertad de los hijos de Dios», ha manifestado el Papa, poniendo de relieve que «si nos ha entristecido tener que separarnos de ellos, y nos sigue doliendo su falta, la fe nos llena de íntimo consuelo, al pensar que - como ha sido para el Señor Jesús, y siempre gracias a Él - la muerte ya no tiene poder sobre ellos». Pues «pasando, en esta vida, a través del Corazón misericordioso de Cristo, han entrado en un ‘lugar de descanso’ (Sab 4,7)»: «Y ahora pensamos entrañablemente que ellos están en compañía de los santos. Aliviados, finalmente, de las amarguras de esta vida. Y percibimos, también nosotros, el anhelo de podernos unir un día a tan feliz compañía».

«Sí, amamos esperar que el Buen Pastor ha acogido a estos hermanos nuestros, por quienes celebramos el Sacrificio divino, en el ocaso de su jornada terrenal y que los ha introducido en su intimidad bienaventurada», ha reafirmado Benedicto XVI, invitando a encomendar a estos nuestros amigos difuntos a la Misericordia divina, por intercesión de la Madre de Dios: «Queridos hermanos y hermanas, unamos nuestra oración común y elevémosla al Padre de toda bondad y misericordia para que, por intercesión de María Santísima, el encuentro con el fuego de su amor purifique pronto a estos nuestros amigos difuntos de toda imperfección y los transforme en alabanza de su gloria. Y recemos para que nosotros, peregrinos en la tierra, mantengamos siempre nuestra mirada y nuestro corazón dirigidos hacia la última meta que anhelamos. Es decir la casa del Padre, el Cielo ¡Así sea!»







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