El Papa recibe a la nueva embajadora de Filipinas y recuerda la importancia de reconocer
en los inmigrantes una fuente y no un obstáculo para el desarrollo, y pide que las
políticas nacionales e internacionales que regulan la inmigración, se basen en criterios
de justicia y equilibrio, con especial atención a la reunificación familiar
Lunes, 27 oct (RV).- En particular, por medio de su actividad diplomática, la Santa
Sede anhela impulsar en el mundo el compromiso del diálogo, para promover los valores
universales que manan de la dignidad humana, avanzando por el camino de comunión con
Dios y los unos con los otros». Lo ha reiterado Benedicto XVI, en su discurso de bienvenida
a la nueva embajadora de Filipinas, alentando a los católicos y «a todos los hombres
y mujeres de buena voluntad, de esta nación, a promover la paz y la armonía social,
con sus pueblos vecinos y con los de todo el mundo».
Como es tradicional, en
sus discursos con motivo de la presentación de Cartas credenciales, por parte de un
nuevo embajador ante la Santa Sede, el Papa ha abarcado - también esta mañana - importantes
temas, como la riqueza del mensaje social evangélico y la legítima autonomía y la
colaboración entre Iglesia y estado. En particular, Benedicto XVI ha alentado las
iniciativas de la sociedad filipina en favor de los más débiles – en especial de los
no nacidos, los enfermos y los ancianos –
Tras manifestar su gran aprecio
por la preocupación del gobierno de Manila por los trabajadores emigrantes filipinos,
el Santo Padre ha evocado, precisamente, el foro global celebrado en la capital de
este país y dedicado a la migración y el desarrollo.
Recordando la importancia
de reconocer en los inmigrantes una fuente y no un obstáculo para el desarrollo, Benedicto
XVI ha hecho hincapié en los numerosos desafíos que deben afrontar los líderes de
los gobiernos para garantizar la dignidad humana de los inmigrantes y su integración
en la sociedad.
«El justo cuidado de los inmigrantes y la construcción de una
solidaridad del trabajo requieren que los gobiernos, las agencias humanitarias, los
creyentes y todos los ciudadanos cooperen con prudencia y paciente determinación»,
(cfr. Encíclica de Juan Pablo II Laborem Exercens, 8) ha señalado el Papa. Destacando
luego que «las políticas nacionales e internacionales, que se proponen regular la
inmigración, se deben basar en criterios de justicia y equilibrio, con especial atención
a la reunificación de las familias. Y sin olvidar, al mismo tiempo - ha hecho hincapié
Benedicto XVI – que se «deben impulsar, en cuanto sea posible, las oportunidades de
trabajo en los países de origen» (cfr. Gaudium et Spes, 66).
En este contexto,
el Santo Padre se ha referido también a la reforma agraria en Filipinas, con el anhelo
de que «mejoren las condiciones de vida de los pobres». «Una reforma agraria planeada
cuidadosamente puede beneficiar a una sociedad - impulsando un sentido de común responsabilidad
y estimulando la iniciativa individual – de forma que una nación pueda, al mismo tiempo,
alimentar a su propio pueblo y ampliar su participación en los mercados internacionales,
para aumentar sus oportunidades de desarrollo en el proceso de la globalización».
Benedicto XVI ha asegurado sus oraciones para que «implementando las medidas
que fomentan la justa distribución de los bienes y el desarrollo sostenible de los
recursos naturales, los campesinos filipinos puedan lograr aumentos de producción
y garantizar las ganancias necesarias para su sustento y el de sus familias».
Animando
a la nación filipina a perseverar en su participación en los foros internacionales
para alentar la paz, la solidaridad humana y el diálogo interreligioso – metas íntimamente
ligadas con el desarrollo humano y social – Benedicto XVI ha recordado que «a la luz
del Evangelio, la Iglesia católica está convencida, desde siempre, de que para alcanzar
condiciones más humanas no hay que limitarse a impulsar las dimensiones meramente
económicas y tecnológicas. Sino que se trata de favorecer la cultura, el respeto de
la vida y de la dignidad de los demás, así como el reconocimiento por parte del hombre,
de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin». El Papa se
une en la oración a todos los filipinos, con el anhelo de que la paz de Dios reine
en los corazones y en los hogares de todos.