2008-10-09 18:33:38

«Lamentablemente, el debate histórico sobre la figura del Papa Pacelli no siempre es sereno». Homilía de Benedicto XVI, en el 50 aniversario de la muerte del Siervo de Dios Pío XII


Jueves, 9 oct (RV).- Esta mañana, Benedicto XVI ha presidido la celebración Eucarística del cincuenta aniversario de la muerte del siervo de Dios Pío XII, evocando la vida de este Pontífice y su largo servicio a la Iglesia. Tras destacar que los textos bíblicos del libro del Eclesiástico y del prólogo de la Primera carta de San Pedro, de la liturgia de hoy, ayudan a comprender cuál fue el manantial que brindó «valentía y paciencia» a su venerado predecesor, el Papa ha recordado los difíciles años en los que desarrolló su ministerio pontificio.

«En los años atormentados del segundo conflicto mundial y en el periodo siguiente, no menos complejo, de la reconstrucción y de las difíciles relaciones internacionales pasadas a la historia con el calificativo de ‘guerra fría’», ha recordado el Santo Padre, evocando también las palabras con las que Pío XII daba comienzo a su testamento espiritual: ‘Miserere mei Deus, secumdum magnam misericordiam tuam’».

«Entregarse en las manos de misericordiosas de Dios. Ésta fue la conducta que cultivó constantemente», el que fuera el último de los papas nacidos en Roma y perteneciente a una familia unida desde hacía muchos años a la Santa Sede», ha señalado Benedicto XVI, recordando luego que en Alemania, donde había sido Nuncio apostólico – primero en Munich de Baviera y después en Berlín hasta 1929 - «dejó una grata memoria, sobre todo por haber colaborado con Benedicto XV con la intención de detener “la inútil masacre” de la Gran Guerra, y por haber percibido, desde su nacimiento, el peligro que constituía la monstruosa ideología nacionalsocialista con su perniciosa raíz antisemita y anticatólica».

Creado cardenal en diciembre de 1929, fue nombrado poco después Secretario de Estado y durante nueve años fue un fiel colaborador de Pío XI, en una época marcada por los totalitarismos: el fascista, el nazi y el comunista soviético, condenados respectivamente por las Encíclicas Non tenemos necesidad, Mit Brennender Sorge y Divini Redemptoris.

Haciendo hincapié en que las palabras con las que Jesús asegura ‘Quien escucha mi palabra y cree... tiene la vida eterna’, nos hacen pensar en los «momentos más duros del pontificado de Pío XII cuando, advirtiendo que la seguridad humana estaba en peligro, sentía la necesidad, también por medio de un ascético esfuerzo constante, de adherirse a Cristo, única seguridad que no tiene ocaso», Benedicto XVI ha reiterado que la Palabra de Dios se convirtió «en luz en para su camino»: «Un camino en el cual el Papa Pacelli consoló a los desplazados y a los perseguidos, secando lagrimas de dolor y llorando las innumerables víctimas de la guerra. Solamente Cristo es la verdadera esperanza del hombre; solamente confiando en Él el corazón humano puede abrirse al amor que vence al odio. Esta certeza acompañó a Pío XII en su ministerio de Sucesor de Pedro, ministerio comenzado precisamente cuando se apiñaban sobre Europa y sobre el resto del mundo las nubes amenazadoras de un nuevo conflicto mundial, que él intentó evitar con todos los medios. ‘El peligro es inminente, pero todavía queda tiempo’ - clamó en el radiomensaje del 24 de agosto de 1939, añadiendo - ‘Nada se pierde con la paz. Todo se puede perder con la guerra’ ».

En este contexto, Benedicto XVI ha destacado el amor y la activa caridad del Papa Pacelli en favor de todos los perseguidos sin distinción: «La guerra puso en evidencia el amor que sentía por su ‘amada Roma’, amor testimoniado en la intensa obra de caridad que promovió en defensa de los perseguidos, sin ninguna distinción de religión, de etnia, de nacionalidad, de pertenencia política».

Cuando, fue ocupada la ciudad, se le aconsejó muchas veces abandonar el Vaticano para salvarse. Su respuesta fue siempre la misma ‘No dejaré Roma y mi lugar, incluso si debo morir’. Sus familiares y otros testigos refirieron además de las privaciones de alimentos, calefacción, vestidos, comodidades, a los que se sometió voluntariamente para compartir la condición de la gente duramente probada por los bombardeos y las consecuencias de la guerra: «Y ¿cómo olvidar el radiomensaje navideño de diciembre de 1942? Con voz quebrada por la conmoción deploró la situación de los “cientos de miles de personas, las cuales, sin ninguna culpa propia - sólo por razones de nacionalidad o extirpe - fueron destinadas a la muerte o a un progresivo deterioro, con una clara referencia a la deportación y al exterminio perpetrado contra los judíos. Actuó muchas veces de forma secreta y silenciosa, precisamente, porque a la luz de las situaciones concretas de aquel complejo momento histórico, intuyó que sólo de este modo se podía evitar lo peor y salvar así al mayor numero posible de judíos».

Benedicto XVI ha subrayado que, por estas intervenciones, fueron numerosas las manifestaciones de gratitud después de la guerra, así como en el momento de su muerte, que se dirigieron a Pío XII: «De parte de las más altas autoridades del mundo judío. Como por ejemplo, el ministro de exteriores de Israel, Golda Meier, que escribió así: Cuando el martirio más espantoso afligió a nuestro pueblo, durante los diez años del terror nazi, la voz del Pontífice clamó en favor de las víctimas’, concluyendo con conmoción: Nosotros lloramos la pérdida de un gran servidor de la paz».

El del Papa Pacelli fue un pontificado iluminador y precursor en amplios sectores doctrinales, científicos, humanistas: «Lamentablemente, el debate histórico sobre la figura del Siervo de Dios Pío XII, no siempre sereno, ha dejado de evidenciar todos los aspectos de su poliédrico pontificado. Fueron tantos los discursos, alocuciones y mensajes que brindó a científicos, médicos, exponentes de las categorías trabajadoras más diversas. Algunos de los cuales conservan aún hoy una extraordinaria actualidad y siguen siendo un seguro punto de referencia. Pablo VI, fuel colaborador suyo durante muchos años, lo describió como un erudito, atento estudioso, abierto a los modernos caminos de la investigación y de la cultura, con siempre firme y coherente fidelidad tanto a los principios de la racionalidad humana, como al intocable depósito de las verdades de la fe. Lo consideraba como precursor del Concilio Vaticano II».

Benedicto XVI ha destacado también la importancia de la Evangelización, de las misiones, de la promoción del papel de los laicos en el pontificado de Pío XII y se ha referido a las oraciones por la causa de beatificación: «También por ello la Iglesia y el mundo se sienten agradecidos. Queridos hermanos y hermanas, mientras rezamos para que prosiga felizmente la causa de beatificación del Siervo de Dios Pío XII, es bello recordar que la santidad fue su ideal, un ideal que no dejó de proponer a todos. Por ello dio impulso a las causas de beatificación y canonización de personas pertenecientes a pueblos diversos, representantes de todos los estados de vida, funciones y profesiones, reservando amplio espacio a las mujeres.

Antes de terminar su homilía, Benedicto XVI ha evocado la proclamación del dogma de la Asunción, invocando el amparo de la Madre de Dios, tan necesario también en la actualidad: «Precisamente a María, la Mujer de la salvación, él la señaló a la humanidad como signo de segura esperanza proclamando el dogma de la Asunción durante el Año Santo de 1950. En este nuestro mundo que, como entonces, está asechado por preocupaciones y angustias por su futuro; en este mundo, donde, quizá más que entonces, el alejarse de muchos de la verdad y de la virtud deja entrever escenarios sin esperanza, Pío XII nos invita a dirigir la mirada hacia María asunta en la gloria celestial. Nos invita a invocarla con confianza, para que nos haga apreciar cada vez más el valor de la vida en la tierra y nos ayude a dirigir la mirada hacia la meta verdadera a la que estamos todos destinados: aquella vida eterna que, como asegura Jesús, posee ya el que escucha y sigue su palabra ¡Amén!».

Después de esta celebración, en la Basílica de San Pedro, Benedicto XVI se ha detenido en oración ante la tumba del Siervo de Dios Pío XII.







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