Mensaje 95ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado: en la era de la globalización,
el Papa subraya que la misión de la Iglesia y de todos los bautizados se dirige también
al variado universo de los emigrantes, incluyendo las víctimas de las esclavitudes
modernas
Miércoles, 8 oct (RV).- Esta mañana a las 12 y media ha tenido lugar en el Aula Juan
Pablo II de la Oficina de prensa de la Santa Sede una conferencia de prensa de presentación
del mensaje del Santo Padre para la 95ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado,
que se celebrará, Dios mediante, el 18 de enero de 2009, sobre el tema: “San Pablo
migrante, Apóstol de los pueblos”, y que toma como punto de partida la feliz coincidencia
del Año Jubilar que el Papa ha convocado en honor del Apóstol con ocasión del bimilenario
de su nacimiento. El documento ha sido presentado por el cardenal Renato Martino presidente
del Pontificio Consejo para los Migrantes e Itinerantes y por el arzobispo Agostino
Marchetto, secretario del mismo dicasterio.
El mensaje del Papa recuerda
que la predicación y la obra de mediación entre las diversas culturas y el Evangelio,
que realizó san Pablo «emigrante por vocación», constituyen un punto de referencia
significativo también para quienes se encuentran implicados actualmente en el movimiento
migratorio contemporáneo. En efecto, Saulo, provenía de una familia de judíos que
habían emigrado de Tarso de Cilicia, y que fue educado en la lengua y en la cultura
judía y helenística, valorando el contexto cultural romano.
Después de su
encuentro con Cristo, y sin renegar de sus «tradiciones» y albergando estima y gratitud
hacia el judaísmo y hacia la Ley, escribe Benedicto XVI, “Pablo se dedicó a la nueva
misión con valentía y entusiasmo, dócil al mandato del Señor. Su existencia cambió
radicalmente: para él Jesús se convirtió en la razón de ser y el motivo inspirador
de su compromiso apostólico al servicio del Evangelio. De perseguidor de los cristianos
se transformó en apóstol de Cristo.
Guiado por el Espíritu Santo, Pablo se
prodigó sin reservas para que se anunciara a todos, sin distinción de nacionalidad
ni de cultura, el Evangelio, que es “fuerza de Dios para la salvación de todo el que
cree: del judío primeramente y también del griego”. “Su vida y su predicación estuvieron
totalmente orientadas a hacer que Jesús fuera conocido y amado por todos, porque en
él todos los pueblos están llamados a convertirse en un solo pueblo”.
“También
en la actualidad, en la era de la globalización -escribe el Papa-, esta es la misión
de la Iglesia y de todos los bautizados, una misión que con atenta solicitud pastoral
se dirige también al variado universo de los emigrantes, incluyendo los que son víctimas
de las esclavitudes modernas, como por ejemplo en la trata de seres humanos. También
hoy es preciso proponer el mensaje de la salvación con la misma actitud del Apóstol
de los gentiles, teniendo en cuenta las diversas situaciones sociales y culturales,
y las dificultades de cada uno como consecuencia de su condición de emigrante e itinerante,
y recordando la promesa del Señor: «Yo os acogeré y seré para vosotros padre, y vosotros
seréis para mí hijos e hijas».
Si somos conscientes de esto, acaba diciendo
Benedicto XVI ¿cómo no hacernos cargo de las personas que se encuentran en penurias
o en condiciones difíciles, especialmente entre los refugiados y los prófugos? ¿Cómo
no salir al encuentro de las necesidades de quienes, de hecho, son más débiles e indefensos,
marcados por precariedad e inseguridad, marginados, a menudo excluidos de la sociedad?
El Pontífice exhorta en su mensaje para que la próxima Jornada Mundial del Emigrante
y del Refugiado, sea para todos un estímulo a vivir en plenitud el amor fraterno sin
distinciones de ningún tipo y sin discriminaciones, con la convicción de que nuestro
prójimo es cualquiera que tiene necesidad de nosotros y a quien podemos ayudar. Que
la enseñanza y el ejemplo de san Pablo, humilde y gran Apóstol y emigrante, evangelizador
de pueblos y culturas, nos impulse a comprender que el ejercicio de la caridad constituye
el culmen y la síntesis de toda la vida cristiana.