2008-09-30 13:41:03

Discurso del cardenal Martino a los jóvenes chilenos


Martes, 30 sep (RV).- En el marco de la visita que el cardenal Renato Raffaele Martino, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz realiza por Latinoamérica, ayer cumplió su primera etapa en Chile, donde permanecerá hasta el próximo miércoles 1 de octubre, para sucesivamente viajar a Guatemala del 2 al 4 del mismo mes. En esta primera cita, el cardenal Martino recorrió una feria de iniciativas juveniles solidarias en donde diversas organizaciones de voluntariado expusieron sus trabajos, y a los que llamó a “sentirse responsables y solidarios los unos de los otros… para hacerse cargo de las necesidades del prójimo, optando por el camino del compartir”. En su discurso a los jóvenes, agregó que ellos “deben saber romper esa coraza de indiferencia que amenaza de encerrarlos en su egoísmo y aislarlos, para hacerse cargo de las necesidades del prójimo, optando por el camino del compartir, que es una manifestación concreta de la solidaridad”.


También el cardenal Martino felicitó a los jóvenes comprometidos con la solidaridad y la justicia y les invitó a “a servir a la sociedad de la que forman parte, también en la política”. Señaló además, que “hoy es necesario fortalecer la percepción de la política como lugar donde ejercitar la caridad, el amor por el prójimo, y para ello hay que incrementar la fuerza moral y espiritual que la política necesita para afrontar los muchos y grandes desafíos que a nivel local e internacional se le presentan: la pobreza, la corrupción, las opciones en el ámbito de la vida, de la familia, de la vivienda, del empleo, de la investigación científica”.
 
Discurso completo extraído de la página web de la Conferencia Episcopal chilena:
«Jóvenes y Justicia Social. La vocación al servicio público»

Santiago de Chile, 29 de septiembre de 2008
Hace unos momentos he tenido la dicha de celebrar la Eucaristía en la tumba de San Alberto Hurtado, y ahora me encuentro con todos Ustedes, queridos jóvenes que se empeñan en seguir, como el Padre Hurtado, las huellas del Divino Maestro que pasó por la vida «haciendo el bien» (Hch 10,38). Me han informado de esa maravillosa obra en la que muchos de ustedes colaboran y que tiene como meta precisa que para el año 2010, Chile sea un país sin campamentos. Es ésta una experiencia digna de ser compartida más adelante con otros países, porque representa una iniciativa en la que, según me han informado, se han comprometido «todas las fuerzas vivas de la sociedad» (1).


El bien que Ustedes realizan colaborando en ésta y otras iniciativas emprendidas por los diversos movimientos apostólicos y de voluntariado social a los que pertenecen, son de mucho valor a los ojos de Dios y de los hombres, son una colaboración formidable en la misión evangelizadora de la Iglesia, porque están, o deben estarlo, impulsadas por la caridad cristiana, que no es una alternativa a la justicia, como a veces se acusa a la Iglesia queriendo menospreciar sus actividades en favor de los pobres. Juan Pablo II recuerda que en la asistencia a los necesitados, la caridad «no simpatiza con la injusticia, sino con la verdad» (2). La caridad estimula y complementa la misma justicia, se necesita siempre. Muchas situaciones urgentes y críticas no pueden encontrar respuesta y solución sino es en el amor cristiano «porque, si la justicia social nos hace respetar el bien común, la caridad social nos lo hace amar» (3). Es desde la perspectiva de la caridad que todas las obras e iniciativas que realizan adquieren sentido, porque quieren mirar a los demás con los ojos de Cristo y desde esa mirada, que no es posible sin Cristo, poder contemplar las situaciones en que se encuentran los hermanos y hermanas, que según el Evangelio son nuestros prójimos: «La mirada de Jesús, la escuela de los ojos de Jesús, nos lleva a una cercanía humana, a la solidaridad, a compartir nuestro tiempo, a compartir nuestras cualidades y también nuestros bienes materiales. Por eso, \"cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por el hecho de que no se limitan a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento —también esto es importante—, sino por su dedicación al otro con atenciones que brotan del corazón. (...) Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia\" (Deus caritas est, 31). Sí, \"tengo que llegar a ser una persona que ama, una persona de corazón abierto, que se conmueve ante la necesidad del otro. Entonces encontraré a mi prójimo, o mejor dicho, será él quien me encuentre\" (Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 238)» (4).
 
Sine Dominico non possumus! ¡No podemos vivir sin la celebración de la Eucaristía! Al inicio de mi reflexión expresé mi alegría por haber celebrado la Eucaristía en la tumba del Padre Hurtado, un gran santo social chileno, lo hice porque quiero recordarles la necesidad y la importancia de la oración y del encuentro con Jesús en la Eucaristía para sostener y hacer fructificar todos sus esfuerzos. Sin recurrir a ellas, sin referencia a la Trascendencia es fácil cansarse, caer en la tentación de convertir el compromiso social en una mera filantropía, que corre el riesgo de ponerse al servicio de alguna ideología o de intereses particulares, perdiendo su identidad de servicio cristiano. La oración y la Eucaristía nos salvan de la ideología y nos sacan de la indiferencia y de la resignación. Participar en la Eucaristía es también la fuente de donde brotan las exigencias de trabajar por la construcción del auténtico bien común, es decir, del «bien de todos los hombres y de todo el hombre» (5). De todos los hombres, porque todos tienen responsabilidades para con él, y todos tienen derecho a gozar de él, nadie debe sentirse exento, ninguno debe ser excluido; de todo el hombre, porque a la luz de la fe cristiana el bien común no sería tal si no se vincula con el Bien Absoluto, con el fin último de la persona y de la humanidad, más aún de toda la creación. Sin su esencial dimensión trascendente, el bien común perdería todo sentido, su más profunda razón de ser (6).


Las exigencias de trabajar por la construcción del bien común nos tocan a todos. La Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis nos ofrece una amplia y densa reflexión sobre la relación existente entre la Eucaristía y nuestra vida cotidiana, entre el culto eucarístico y nuestro compromiso en el mundo (7). El culto cristiano, que tiene su cima en el culto eucarístico, abarca todos los aspectos de la vida. Cada acción humana, cada opción del cristiano debe estar dirigida a darle gloria a Dios, y la gloria de Dios es el hombre viviente. El culto a Dios es verdadero cuando se promueve la vida del hombre. La Eucaristía es fuente de fortaleza y de inspiración para que todo cristiano no decaiga en su entusiasmo por cumplir con las responsabilidades de su vida presente. Juan Pablo II también nos recordaba en la encíclica social conmemorativa de la Populorum Progressio, que la Eucaristía es banquete de comunión fraterna que compromete a realizar esta comunión no sólo en torno al altar, sino en toda la vida, amando y sirviendo a los hermanos. El Señor, mediante la Eucaristía –sacramento y sacrificio– nos une a Él y nos une a los demás con un vínculo más fuerte que cualquier otra unión natural, y unidos nos envía al mundo entero para dar testimonio, con la fe y con las obras, del amor de Dios, preparando la venida de su Reino y anticipándolo en medio de las sombras del mundo presente: «Quienes participamos de la Eucaristía estamos llamados a descubrir, mediante este Sacramento, el sentido profundo de nuestra acción en el mundo en favor del desarrollo y de la paz; y a recibir de él las energías para empeñarnos en ello cada vez más generosamente, a ejemplo de Cristo que en este Sacramento da la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13). Como la de Cristo y en cuanto unida a ella, nuestra entrega personal no será inútil sino ciertamente fecunda» (8).


El sacrificio salvífico de Cristo, que tiene en la Eucaristía su signo indeleble, hace nacer en quien participa en su celebración una respuesta viva de amor y compromiso. Esta respuesta, a ejemplo del amor de Cristo, está destinada a proyectarse en el servicio concreto a todos aquellos que encontramos por el camino de la vida, especialmente a los más necesitados. La exigencia de evangelizar y dar testimonio de nuestra fe encuentra en la Eucaristía no sólo «la fuerza interior para dicha misión, sino también, en cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura» (9). A la luz de la Eucaristía podemos enunciar algunas de las actitudes que proyectan el modo de ser aprendido por el cristiano que ha asistido y asiste a la escuela de la Eucaristía:


- La solidaridad. «A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuestos al sacrificio, incluso extremo: “dar la vida por los hermanos”» (10). Siendo miembros de un mismo cuerpo, que es la Iglesia, los cristianos no pueden prescindir de esta pertenencia común. Todos deben sentirse responsables y solidarios los unos de los otros. Deben saber romper esa coraza de indiferencia que amenaza de encerrarlos en su egoísmo y aislarlos, para hacerse cargo de las necesidades del prójimo, optando por el camino del compartir, que es una manifestación concreta de la solidaridad. en efecto, compartir significa entrar en relación con los demás para ofrecerles, bajo el signo de la gratuidad, el propio tiempo libre, las propias competencias profesionales, los propios dones de mente y de corazón, con el fin de ayudarles a superar las situaciones de dificultad. Compartir también los bienes materiales. Aquí se toca el problema de lo superfluo y de lo necesario. Cuanto más vivo es el amor que lo cristianos nutren por sus hermanos más necesitados, tanto más se dan cuenta que lo superfluo debe ponerse a disposición de aquellos que están privados de lo necesario. El amor verdadero no tolera las desigualdades ni las injusticias. Es conocido el principio de la doctrina social de la Iglesia: «los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava una hipoteca social, es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes» (11).


- la permanente disponibilidad para el servicio. La diaconía es una dimensión esencial de la vida cristiana y tiene su apoyo principal en la práctica de la caridad. Una comunidad para ser verdaderamente eclesial debe vivir bajo el signo del servicio, dedicada a los pobres y a cuantos viven en necesidad. Esto se vuelve la prueba para medir el éxito o el fracaso de la vida humana:: «Venid, benditos de mi Padre; [...]Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis...»; «Apartaos de mí, malditos; [...]Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis … » (Mt 25,34-35; 41-42).


- el compromiso activo a favor de la justicia social. No basta hablar de justicia social, es necesario vivir y actuar para hacerla realidad. La Iglesia sabe que no debe intervenir en las cuestiones particulares, cuyas soluciones deben estudiarse y proponerse por los cristianos laicos, pero no renuncia a su función profética, crítica y educadora, dirigida a iluminar las diversas situaciones con la luz del Evangelio y los principios de la doctrina social, e indicar a los cristianos una opción de campo a favor de los pobres y oprimidos, en el respeto de un legítimo pluralismo con respecto a las opciones sociales y políticas, que no estén en contraste con los principios de la fe cristiana. Educar en el sentido de la justicia significa comprometerse en la defensa y promoción de la dignidad y de los legítimos derechos de cada persona humana.


Muchas comunidades cristianas, muchos católicos, como Ustedes queridos jóvenes, se encuentran a nivel social fuertemente comprometidos a favor de la solidaridad y de la justicia, y les expreso mi vivo reconocimiento y felicitación por ello, pero les invito a que su empeño se extienda cada vez más al ámbito político. Hoy es necesario fortalecer la percepción de la política como lugar donde ejercitar la caridad, el amor por el prójimo, y para ello hay que incrementar la fuerza moral y espiritual que la política necesita para afrontar los muchos y grandes desafíos que a nivel local e internacional se le presentan: la pobreza, la corrupción, las opciones en el ámbito de la vida, de la familia, de la vivienda, del empleo, de la investigación científica … la política no puede afrontar tantos desafíos recurriendo sólo a motivaciones estrictamente políticas, de poder u organizativas. Al respecto podemos preguntarnos ¿la sociedad y la política son autosuficientes? ¿la justicia logra ser tal sin la caridad?¿la razón logra ser plenamente razón sin la fe? ¿la realidad material logra comprenderse verdaderamente sin la trascendencia? Este es el punto: existe una laicidad que responde que sí y relega, por lo tanto, la fe al ámbito del mito. Existe también una laicidad que sabe que no es así, que la sociedad necesita un suplemento que le permita mantenerse en pie, y asigna a la fe una función necesaria, no por motivos religiosos sino racionales. La Iglesia y el cristianismo reconocen la legítima autonomía de la política, pero también su no autosuficiencia y entienden la laicidad no como separación sino como apertura recíproca entre política y fe, en modo que el cristianismo pueda ofrecer la luz necesaria para construir la casa común, sin la cual, como dice el salmo 127 «en vano se afanan los constructores».


La política debe aumentar el diálogo con la moral personal y comunitaria y con las exigencias del espíritu. Para acrecentar su vigor moral, la política no debe dejar de “mirar hacia arriba”, hacia lo alto; la política tiene una necesidad cada vez mayor de personas nuevas, capaces de empresas nuevas, personas con auténtica vocación para el servicio. Por eso, queridos jóvenes cristianos, Ustedes deben sentirse llamados a servir a la sociedad de la que forman parte, también en la política, viviendo en ese difícil ámbito lo que Benedicto XVI ha denominado la coherencia eucarística (12). Una coherencia que les hará capaces de promover y defender los principios y valores fundamentales que no deben traicionarse, comenzando por la centralidad de la persona humana, a cuyo servicio deben estar todas las estructuras sociales, económicas y políticas, y no al revés.


Para ser conscientes de este compromiso deben seguir formándose en la «escuela de la Eucaristía» y conociendo cada vez mejor la doctrina social de la Iglesia, ese «precioso patrimonio, procedente de la más antigua tradición eclesial, [en el que podrán encontrar] los elementos que orientan con profunda sabiduría el comportamiento de los cristianos ante las cuestiones sociales candentes. Esta doctrina, madurada durante toda la historia de la Iglesia, se caracteriza por el realismo y el equilibrio, ayudando así a evitar compromisos equívocos o utopías ilusorias» (13). La Iglesia con esta doctrina social no dicta leyes a los poderes públicos, ni se declara políticamente a favor de una parte o de otra, su intención es más bien salvar la persona del hombre, renovar la sociedad humana (14). Antes de terminar quiero recomendarles encarecidamente el estudio y reflexión de un valioso documento que les puede ayudar a conocer, comprender y aplicar la doctrina de la que habla el Papa Benedicto XVI en la cita antes mencionada, me refiero al Compendio de la doctrina social de la Iglesia, porque este libro, afirma también el Papa, «facilita un conocimiento más profundo y sistemático de las orientaciones eclesiales que particularmente los laicos han de asumir en el campo político, social y económico, favoreciendo igualmente su correcta aplicación en las circunstancias concretas» (15).


Muchas gracias.
RENATO RAFFAELE CARD. MARTINO
Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz» y del Pontificio Consejo para los Emigrantes e Itinerantes







All the contents on this site are copyrighted ©.