150º aniversario de la apariciones de Lourdes: el Papa señala la Cruz como compendio
de nuestra fe, porque nos dice que, en el mundo, “el poder del amor es más fuerte
que el mal que nos amenaza”
Domingo, 14 sep (RV).- En la fiesta de hoy de la Exaltación de la Cruz, el Santo Padre
Benedicto XVI ha celebrado ante miles de fieles, la Santa Misa por el 150º Aniversario
de las Apariciones de Lourdes.
Recordando las palabras que la Virgen dijo
a Bernardette el 2 de marzo de 1858: “Id y decid a los sacerdotes que vengan en procesión
y que se construya aquí una capilla”, en Papa ha dado inicio a su homilía, explicando
después el significado de la festividad de este domingo.
La fiesta de la Exaltación
de la Santa Cruz recuerda que “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único
para salvar a los hombres” (Jn 3,1&).
“La señal de la Cruz es de alguna forma
el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que,
en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades
y pecados. El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza. Este misterio
de la universalidad del amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí,
en Lourdes”.
Precisamente siguiendo el recorrido jubilar tras las huellas de
Bernadette, se nos recuerda lo esencial del mensaje de Lourdes. María la eligió para
transmitir su mensaje de conversión, de oración y penitencia, en total sintonía con
la palabra de Jesús: “Porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos,
y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25). En este sentido el Papa ha
recordado que en su camino espiritual, “también los cristianos están llamados a desarrollar
la gracia de su Bautismo, a alimentarse de la Eucaristía, a sacar de la oración la
fuerza para el testimonio y la solidaridad con todos sus hermanos en la humanidad”.
“Dejémonos también nosotros instruir y guiar en el camino que conduce al Reino de
su Hijo”.
Benedicto XVI ha invitado a seguir a María a través de la oración,
que precisamente es la vocación primera del Santuario de Lourdes. Y este llamamiento
se lo ha dirigido principalmente a los jóvenes, porque a ellos, ha dicho el Papa,
va dirigida la mirada de Dios, “Él os mira con amor a cada uno de vosotros y os llama
a una vida dichosa y llena de sentido”. “No dejéis que las dificultades os descorazonen.
(…)Queridos jóvenes, por vuestra parte, no tengáis miedo de decir sí a las llamadas
del Señor, cuando Él os invite a seguirlo. Responded generosamente al Señor. Sólo
Él puede colmar los anhelos más profundos de vuestro corazón”.
Benedicto XVI
ha finalizado su homilía recordando que María transmite un mensaje de esperanza para
todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sean del país que sean, porque Ella
es la luz de la esperanza que nos ilumina y nos orienta en nuestro caminar.
HOMILÍA
COMPLETA
Señores Cardenales, Querido Mons.
Perrier, Queridos Hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio, Queridos
peregrinos, Hermanos y hermanas
“Id y decid
a los sacerdotes que vengan en procesión y que se construya aquí una capilla”. Éste
es el mensaje que Bernadette recibió de la “Hermosa Señora” en las apariciones del
2 de marzo de 1858. Desde hace ciento cincuenta años, los peregrinos nunca han dejado
de venir a la gruta de Massabielle para escuchar el mensaje de conversión y esperanza.
Y también nosotros, estamos aquí esta mañana a los pies de María, la Virgen Inmaculada,
para acudir a su escuela con la pequeña Bernadette. Agradezco muy especialmente
a Monseñor Jacques Perrier, Obispo de Tarbes y Lourdes, por la calurosa acogida que
me ha brindado y por las amables palabras que me ha dirigido. Saludo a los Cardenales,
a los Obispos, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y a las religiosas,
así como a todos vosotros, queridos peregrinos de Lourdes, especialmente a los enfermos.
Habéis venido aquí en gran número para realizar esta peregrinación jubilar conmigo
y encomendar a Nuestra Señora vuestras familias, vuestros parientes y amigos y todas
vuestras intenciones. Mi gratitud se dirige también a las Autoridades civiles y militares,
presentes en esta celebración eucarística.
“¡Qué
dicha tener la Cruz! Quien posee la Cruz posee un tesoro” (S. Andrés de Creta, Sermón
10, sobre la Exaltación de la Santa Cruz: PG 97,1020). En este día en el que la liturgia
de la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Evangelio que
acabamos de escuchar, nos recuerda el significado de este gran misterio: Tanto amó
Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para salvar a los hombres (cf. Jn 3,16).
El Hijo de Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de siervo, obediente hasta
la muerte y una muerte de cruz (cf. Fil 2,8). Por su Cruz hemos sido salvados. El
instrumento de suplicio que mostró, el Viernes Santo, el juicio de Dios sobre el mundo,
se ha transformado en fuente de vida, de perdón, de misericordia, signo de reconciliación
y de paz. “Para ser curados del pecado, miremos a Cristo crucificado”, decía san Agustín
(Tratado sobre el Evangelio de san Juan, XII, 11). Al levantar los ojos hacia el Crucificado,
adoramos a Aquel que vino para quitar el pecado del mundo y darnos la vida eterna.
La Iglesia nos invita a levantar con orgullo la Cruz gloriosa para que el mundo vea
hasta dónde ha llegado el amor del Crucificado por los hombres. Nos invita a dar gracias
a Dios porque de un árbol portador de muerte, ha surgido de nuevo la vida. Sobre este
árbol, Jesús nos revela su majestad soberana, nos revela que Él es el exaltado en
la gloria. Sí, “venid a adorarlo”. En medio de nosotros se encuentra Quien nos ha
amado hasta dar su vida por nosotros, Quien invita a todo ser humano a acercarse a
Él con confianza.
Es el gran misterio que María nos
confía también esta mañana invitándonos a volvernos hacia su Hijo. En efecto, es significativo
que, en la primera aparición a Bernadette, María comience su encuentro con la señal
de la Cruz. Más que un simple signo, Bernadette recibe de María una iniciación a los
misterios de la fe. La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra
fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor
más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados. El poder
del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza. Este misterio de la universalidad
del amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí, en Lourdes. Ella invita
a todos los hombres de buena voluntad, a todos los que sufren en su corazón o en su
cuerpo, a levantar los ojos hacia la Cruz de Jesús para encontrar en ella la fuente
de la vida, la fuente de la salvación.
La Iglesia
ha recibido la misión de mostrar a todos el rostro amoroso de Dios, manifestado en
Jesucristo. ¿Sabremos comprender que en el Crucificado del Gólgota está nuestra dignidad
de hijos de Dios que, empañada por el pecado, nos fue devuelta? Volvamos nuestras
miradas hacia Cristo. Él nos hará libres para amar como Él nos ama y para construir
un mundo reconciliado. Porque, con esta Cruz, Jesús cargó el peso de todos los sufrimientos
e injusticias de nuestra humanidad. Él ha cargado las humillaciones y discriminaciones,
las torturas sufridas en numerosas regiones del mundo por muchos hermanos y hermanas
nuestros por amor a Cristo. Les encomendamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra,
presente al pie de la Cruz.
Para acoger en nuestras
vidas la Cruz gloriosa, la celebración del jubileo de las apariciones de Nuestra Señora
en Lourdes nos ha permitido entrar en una senda de fe y conversión. Hoy, María sale
a nuestro encuentro para indicarnos los caminos de la renovación de la vida de nuestras
comunidades y de cada uno de nosotros. Al acoger a su Hijo, que Ella nos muestra,
nos sumergimos en una fuente viva en la que la fe puede encontrar un renovado vigor,
en la que la Iglesia puede fortalecerse para proclamar cada vez con más audacia el
misterio de Cristo. Jesús, nacido de María, es el Hijo de Dios, el único Salvador
de todos los hombres, vivo y operante en su Iglesia y en el mundo. La Iglesia ha sido
enviada a todo el mundo para proclamar este único mensaje e invitar a los hombres
a acogerlo mediante una conversión auténtica del corazón. Esta misión, que fue confiada
por Jesús a sus discípulos, recibe aquí, con ocasión de este jubileo, un nuevo impulso.
Que siguiendo a los grandes evangelizadores de vuestro País, el espíritu misionero
que animó tantos hombres y mujeres de Francia a lo largo de los siglos, sea todavía
vuestro orgullo y compromiso.
Siguiendo el recorrido
jubilar tras las huellas de Bernadette, se nos recuerda lo esencial del mensaje de
Lourdes. Bernadette era la primogénita de una familia muy pobre, sin sabiduría ni
poder, de salud frágil. María la eligió para transmitir su mensaje de conversión,
de oración y penitencia, en total sintonía con la palabra de Jesús: “Porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla”
(Mt 11,25). En su camino espiritual, también los cristianos están llamados a desarrollar
la gracia de su Bautismo, a alimentarse de la Eucaristía, a sacar de la oración la
fuerza para el testimonio y la solidaridad con todos sus hermanos en la humanidad
(cf. Homenaje a la Inmaculada Concepción, Plaza de España, 8 diciembre 2007). Es,
pues, una auténtica catequesis la que también a nosotros se nos propone, bajo la mirada
de María. Dejémonos también nosotros instruir y guiar en el camino que conduce al
Reino de su Hijo.
Continuando su catequesis, la “Hermosa
Señora” revela su nombre a Bernadette: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. María le
desvela de este modo la gracia extraordinaria que Ella recibió de Dios, la de ser
concebida sin pecado, porque “ha mirado la humillación de su esclava” (cf. Lc 1,48).
María es la mujer de nuestra tierra que se entregó por completo a Dios y que recibió
de Él el privilegio de dar la vida humana a su eterno Hijo. “Aquí está la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Ella es la hermosura transfigurada,
la imagen de la nueva humanidad. De esta forma, al presentarse en una dependencia
total de Dios, María expresa en realidad una actitud de plena libertad, cimentada
en el completo reconocimiento de su genuina dignidad. Este privilegio nos concierne
también a nosotros, porque nos desvela nuestra propia dignidad de hombres y mujeres,
marcados ciertamente por el pecado, pero salvados en la esperanza, una esperanza que
nos permite afrontar nuestra vida cotidiana. Es el camino que María abre también al
hombre. Ponerse completamente en manos de Dios, es encontrar el camino de la verdadera
libertad. Porque, volviéndose hacia Dios, el hombre llega a ser él mismo. Encuentra
su vocación original de persona creada a su imagen y semejanza.
Queridos
hermanos y hermanas, la vocación primera del santuario de Lourdes es ser un lugar
de encuentro con Dios en la oración, y un lugar de servicio fraterno, especialmente
por la acogida a los enfermos, a los pobres y a todos los que sufren. En este lugar,
María sale a nuestro encuentro como la Madre, siempre disponible a las necesidades
de sus hijos. Mediante la luz que brota de su rostro, se trasparenta la misericordia
de Dios. Dejemos que su mirada nos acaricie y nos diga que Dios nos ama y nunca nos
abandona. María nos recuerda aquí que la oración, intensa y humilde, confiada y perseverante
debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana. La oración es indispensable
para acoger la fuerza de Cristo. “Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo
haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción” (Deus
caritas est, n. 36). Dejarse absorber por las actividades entraña el riesgo de quitar
de la plegaria su especificad cristiana y su verdadera eficacia. En el Rosario, tan
querido para Bernadette y los peregrinos en Lourdes, se concentra la profundidad del
mensaje evangélico. Nos introduce en la contemplación del rostro de Cristo. De esta
oración de los humildes podemos sacar copiosas gracias.
La
presencia de los jóvenes en Lourdes es también una realidad importante. Queridos amigos
aquí presentes esta mañana alrededor de la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud,
cuando María recibió la visita del ángel, era una jovencita en Nazaret, que llevaba
la vida sencilla y animosa de las mujeres de su pueblo. Y si la mirada de Dios se
posó especialmente en Ella, fiándose, María quiere deciros también que nadie es indiferente
para Dios. Él os mira con amor a cada uno de vosotros y os llama a una vida dichosa
y llena de sentido. No dejéis que las dificultades os descorazonen. María se turbó
cuando el ángel le anunció que sería la Madre del Salvador. Ella conocía cuánta era
su debilidad ante la omnipotencia de Dios. Sin embargo, dijo “sí” sin vacilar. Y gracias
a su sí, la salvación entró en el mundo, cambiando así la historia de la humanidad.
Queridos jóvenes, por vuestra parte, no tengáis miedo de decir sí a las llamadas del
Señor, cuando Él os invite a seguirlo. Responded generosamente al Señor. Sólo Él puede
colmar los anhelos más profundos de vuestro corazón. Sois muchos los que venís a Lourdes
para servir esmerada y generosamente a los enfermos o a otros peregrinos, imitando
así a Cristo servidor. El servicio a los hermanos y a las hermanas ensancha el corazón
y lo hace disponible. En el silencio de la oración, que María sea vuestra confidente,
Ella que supo hablar a Bernadette con respeto y confianza. Que María ayude a los llamados
al matrimonio a descubrir la belleza de un amor auténtico y profundo, vivido como
don recíproco y fiel. A aquellos, entre vosotros, que Él llama a seguirlo en la vocación
sacerdotal o religiosa, quisiera decirles la felicidad que existe en entregar la propia
vida al servicio de Dios y de los hombres. Que las familias y las comunidades cristianas
sean lugares donde puedan nacer y crecer sólidas vocaciones al servicio de la Iglesia
y del mundo.
El mensaje de María es un mensaje de
esperanza para todos los hombres y para todas las mujeres de nuestro tiempo, sean
del país que sean. Me gusta invocar a María como “Estrella de la esperanza” (Spe salvi,
n. 50). En el camino de nuestras vidas, a menudo oscuro, Ella es una luz de esperanza,
que nos ilumina y nos orienta en nuestro caminar. Por su sí, por el don generoso de
sí misma, Ella abrió a Dios las puertas de nuestro mundo y nuestra historia. Nos invita
a vivir como Ella en una esperanza inquebrantable, rechazando escuchar a los que pretenden
que nos encerremos en el fatalismo. Nos acompaña con su presencia maternal en medio
de las vicisitudes personales, familiares y nacionales. Dichosos los hombres y las
mujeres que ponen su confianza en Aquel que, en el momento de ofrecer su vida por
nuestra salvación, nos dio a su Madre para que fuera nuestra Madre.
Queridos
hermanos y hermanas, en Francia, la Madre del Señor es venerada en innumerables santuarios,
que manifiestan así la fe transmitida de generación en generación. Celebrada en su
Asunción, Ella es la amada patrona de vuestro país. Que Ella sea siempre venerada
con fervor en cada una de vuestras familias, de vuestras comunidades religiosas y
parroquiales. Que María vele sobre todos los habitantes de vuestro hermoso País y
sobre todos los numerosos peregrinos que han venido de otros países a celebrar este
jubileo. Que Ella sea para todos la Madre que acompaña a sus hijos tanto en sus gozos
como en sus pruebas. Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a creer,
a esperar y a amar contigo. Muéstranos el camino hacia el Reino de tu Hijo Jesús.
Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino (cf. Spe salvi,
n. 50). Amén.