Escuchar el programa Jueves 28 ago
(RV).- Concluyeron los Juegos Olímpicos en Beijín, y luego de mirar allí todo ese
espíritu de competencia que encierran las diversas modalidades de juego, en cada una
de las competencias, terminamos preguntándonos acerca de la importancia de ese espíritu
competitivo importantísimo en el deporte y seguramente en otras instancias: el trabajo,
y tal vez la familia.
En toda competencia se producen dos sentimientos
bien claros: la euforia que acompaña ganar y la frustración que conlleva perder. En
estos escenarios esperamos que la conocida frase: “Que gane el mejor”, refleje la
honestidad de la contienda. Sólo si existe la confianza de que ganamos en franca lid
conservamos la dignidad; o si perdimos en justicia, podemos lidiar con la frustración.
Pues inevitablemente estos sentimientos son los que acompañan el espíritu competidor.
Sin embargo, cabe preguntar con María Antonieta Solorzano, escritora y
terapista familiar, si la competencia en las diversas instancias en las que hoy se
produce, si la competencia nos conduce a vivir en una sociedad pacífica y próspera.
Sin
duda, todos y cada uno de los participantes, por ejemplo, en los Juegos Olímpicos,
tienen méritos suficientes para estar allí y pertenecer al grupo de los mejores deportistas
del planeta. Qué paradójico resulta, entonces, que muchos de ellos tendrán en su espíritu
la sensación de ser perdedores, cuando de todas maneras son ganadores.
Solorsano
señala que la competencia, por donde se le mire, crea diferencias no siempre equitativas
o sanas y, en ocasiones, más bien ficticias entre ganadores y perdedores.
También
la escritora Marlo Morgan, hace referencia al tema, cuando en su reciente libro Las
voces del desierto, relata su experiencia de convivencia con una comunidad que habitaba
en el desierto. Allí, un grupo de seres humanos que no tienen en la competencia una
forma de vida normal y, en cambio, consideran la colaboración como el valor de mayor
significación.
De ahí que en el desierto, los habitantes de allí no entienden
cómo se pueden connaturalizar con situaciones en las que muchos experimentan el dolor
de perder o, más grave, de vivir en condiciones de pobreza, escasez o infelicidad.
Lo
claro, aunque a veces nos lo neguemos, es que al privilegiar la competencia sobre
otras maneras de convivir nos alejamos de la posibilidad de lograr un mundo con igualdad
de oportunidades, que es por lo que realmente hoy todos luchamos y buscamos encontrar.
Por
ejemplo, en el caso de la adjudicación de una beca, puede suceder que la obtenga quien
ha mostrado los mejores promedios y que, además, tuvo la oportunidad de dedicar el
tiempo necesario para su preparación; pero que la pierda quien más la necesita, porque
aun teniendo las mismas capacidades, precisamente por tener una situación económica
más difícil, no gozó de la libertad para dedicarle suficiente tiempo a su estudio.
Y
es que sucede en muchos campos de la vida diaria, aún en la competencia más sana los
privilegios que la historia personal o social ya ha otorgado, sin duda crean mejores
oportunidades para volver a clasificarse entre los victoriosos.
Si en
la vida diaria elegimos colaborar antes que competir, las generaciones siguientes
conocerán la paz, y tal vez como lo señala Angela Solorzano, las generaciones futuras
podrán gozar de la prosperidad espiritual y material de los ganadores, dados por la
solidaridad y la colaboración, y con seguridad podrán disfrutar a demás de mayores
niveles y relaciones de convivencia y felicidad.