Mensaje de Benedicto XVI al III Congreso misionero de Ecuador animando a anunciar
de manera clara y humilde a Jesús que vence las injusticias, las violencias, la corrupción
y la indiferencia en el mundo
Miércoles, 13 ago (RV).- “El servicio más importante que podemos brindar a nuestros
hermanos es el anuncio claro y humilde de Jesucristo, que vino a este mundo para que
tengamos vida y la tengamos en abundancia”. Lo ha subrayado Benedicto XVI en el mensaje
enviado a los participantes del III Congreso Americano Misionero, CAM-3 / COMLA-8
que fue inaugurado ayer en el curso de una ceremonia presidida por el cardenal Nicolás
de Jesús López Rodríguez, enviado especial del Papa, en el Coliseo Rumiñahui de Quito,
capital de Ecuador, y que concluirá el próximo domingo.
La finalidad del
Congreso es preparar la “Gran Misión Continental” decidida en la conclusión del Conferencia
de los Episcopados de América Latina y el Caribe en Aparecida. El Pontífice ha indicado
en su mensaje que durante estos días, el arzobispo de Santo Domingo hará presente
la cercanía espiritual del sucesor de Pedro y su particular gozo “al saberles unidos
en un mismo sentir y en un mismo pensar con miras a que las comunidades eclesiales
de América se renueven mediante la conversión al Señor Jesús”.
En el mensaje
dirigido al cardenal arzobispo emérito de Quito, Antonio José González Zumárraga,
presidente de la Comisión Central del III Congreso Americano Misionero, el Papa ha
definido el encuentro en el que participan 3.100 delegados de 24 conferencias episcopales
de aquel continente, una “oportunidad incomparable que el Espíritu Santo brinda para
profundizar en la importante experiencia que supuso la celebración de la V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida, así como en el
programa evangelizador que de allí emanó, dando de este modo un paso más en el impulso
del ardor misionero en América”.
El Papa ha expresado la certeza de que este
Congreso Americano Misionero, que lleva por lema “América con Cristo: escucha, aprende
y anuncia”, dará un solemne inicio a una “Misión continental”, en la que las distintas
Iglesias particulares en América Latina y el Caribe van a intensificar su quehacer,
para que el Señor sea cada día más conocido, amado, seguido y alabado en estas benditas
tierras.
A cuantos participan en el CAM-3 /COMLA-8, Su Santidad los ha invitado
“a encontrar en la oración perseverante, en la meditación ferviente de la Palabra
de Dios, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, en la digna celebración de
los Sacramentos y en el testimonio de la caridad fraterna, la fuerza necesaria para
identificarse con los sentimientos de Cristo y así ser discípulos suyos con coherencia
y generosidad”.
“Beban el agua vivificante que mana del costado del Salvador
y sacien de su frescura cristalina a todos los que están sedientos de justicia, paz
y verdad; a los que andan apesadumbrados por el dolor, a los que están sumidos en
la cerrazón del pecado, en la dureza del corazón, en la frialdad del indiferentismo,
en el flagelo de la corrupción, o en la oscuridad de la violencia”. Estos retos, ha
señalado el Papa, exigen “superar el individualismo y el aislamiento y reclaman robustecer
el sentido de pertenencia eclesial y la colaboración leal con los Pastores, con el
fin de formar comunidades cristianas orantes, concordes, fraternas y misioneras”. Escuchemos
seguidamente una pequeña reflexión del p. Guillermo Ortíz sobre este Congreso Misioneros
que está celebrándose en Quito:
Texto completo
del mensaje del Santo Padre:
Al Señor Cardenal Antonio José González Zumárraga, Arzobispo
emérito de Quito, Presidente de la Comisión Central del III Congreso Americano
Misionero.
El III Congreso Americano Misionero,
que se celebra en Quito, es una oportunidad incomparable que el Espíritu Santo brinda
para profundizar en la experiencia importante que supuso la celebración de la V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, así como en el
programa evangelizador que de allí emanó, dando de este modo un paso más en el impulso
del ardor misionero en América.
En estas jornadas, bajo el lema “América con
Cristo: escucha, aprende y anuncia”, el Señor ocupará el centro de sus plegarias y
de sus sesiones de estudio, reflexión y diálogo. Él, como el verdadero Maestro, los
iluminará para que, dando cabida en sus corazones a su mensaje de amor y redención,
vayan y den frutos de santidad copiosos y duraderos (cf. Jn 15,16).
Deseo
saludar con entrañable afecto y estima a Vuestra Eminencia, así como al Arzobispo
de Quito, Mons. Raúl Eduardo Vela Chiriboga, a los que han preparado con esmero este
encuentro continental y a los Señores Cardenales, Obispos, sacerdotes, religiosos,
religiosas y laicos que participan en él. “A ustedes que, consagrados por Cristo Jesús,
han sido llamados a ser pueblo de Dios en unión con todos los que invocan en cualquier
lugar el nombre de Jesucristo, que es Señor de ellos y de nosotros, gracia y paz de
parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor” (1 Co 1,2-3).
Mi
Enviado Especial, el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, Arzobispo de Santo
Domingo, les hará presente en estos intensos días mi cercanía espiritual y mi gozo
al saberles unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar con miras a que las comunidades
eclesiales de América se renueven mediante la conversión al Señor Jesús, que tuvo
siempre como alimento hacer la voluntad de Dios, su Padre (cf. Jn 4,32-34;
Hb 10,5-10).
A ese Congreso, como a un cenáculo continental, llega la fuerza
potente del Espíritu Santo, que con sus dones y carismas continúa impulsando a la
Iglesia a pregonar la Buena Noticia de la salvación a cada persona, en particular
a las que desconocen a Cristo o, tal vez, lo han olvidado, llegando hasta los extremos
confines de la tierra.
El Congreso será también el marco en el que se dará
un solemne inicio a una “Misión continental”, en la que, armonizando esfuerzos pastorales
e iniciativas evangelizadoras, las distintas Iglesias particulares en América Latina
y el Caribe van a intensificar su quehacer, para que el Señor sea cada día más conocido,
amado, seguido y alabado en esas benditas tierras. Él ha vencido el pecado y la muerte,
nos otorga cotidianamente su perdón, nos enseña a perdonar y nos llama a vivir una
vida alejada del egoísmo que nos esclaviza y colmada del amor que nos engrandece y
dignifica.
La hora presente es una ocasión providencial para que, con sencillez,
limpieza de corazón y fidelidad, volvamos a escuchar cómo Cristo nos recuerda que
no somos siervos, sino sus amigos. Él nos instruye para que permanezcamos en su amor
sin amoldarnos a los dictados de este mundo. No seamos sordos a su Palabra. Aprendamos
de Él. Imitemos su estilo de vida. Seamos sembradores de su Palabra (cf. Mc
3,15; Jn 8, 33-36; 15,1-8; 17,14-17). De este modo, con toda nuestra vida,
con el gozo de sabernos amados por Jesús, a quien podemos llamar hermano, seremos
instrumentos válidos para que Él siga atrayendo a todos con la misericordia que brota
de su Cruz.
Queridos hermanos y hermanas, con mansedumbre y fortaleza, con
la caridad que el Espíritu Santo ha derramado en nuestro interior, les animo a compartir
con otros este tesoro, pues no hay riqueza mayor que gozar de la amistad de Cristo
y caminar a su lado. Merece la pena consagrar a esta hermosa labor nuestras mejores
energías, sabiendo que la gracia divina nos precede, sostiene y acompaña en su realización.
Encuentren, pues, en la oración perseverante, en la meditación ferviente de la Palabra
de Dios, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, en la digna celebración de
los Sacramentos y en el testimonio de la caridad fraterna la fuerza necesaria para
identificarse con los sentimientos de Cristo y así ser discípulos suyos con coherencia
y generosidad, proclamando con el propio ejemplo que Cristo es el Hijo de Dios, el
Redentor del hombre y la roca firme donde cimentar nuestra existencia. Beban el agua
vivificante que mana del costado del Salvador y sacien de su frescura cristalina a
todos los que están sedientos de justicia, paz y verdad; a los que están sumidos en
la cerrazón del pecado, en el ofuscamiento del relativismo, en la dureza del corazón
o en la oscuridad de la violencia. Sientan el consuelo de Cristo y ofrezcan el bálsamo
de su amor a los atribulados, a los que andan apesadumbrados por el dolor o han quedado
heridos por la frialdad del indiferentismo o el flagelo de la corrupción. Estos retos
exigen superar el individualismo y el aislamiento y reclaman robustecer el sentido
de pertenencia eclesial y la colaboración leal con los Pastores, con el fin de formar
comunidades cristianas orantes, concordes, fraternas y misioneras.
El servicio
más importante que podemos brindar a nuestros hermanos es el anuncio claro y humilde
de Jesucristo, que vino a este mundo para que tengamos vida y la tengamos en abundancia
(cf. Jn 10,10). De nosotros, por tanto, que sin mérito alguno de nuestra parte
somos discípulos suyos, se espera “un testimonio muy creíble de santidad y compromiso.
Deseando y procurando esta santidad no vivimos menos, sino mejor, porque cuando Dios
pide más es porque está ofreciendo mucho más” (Documento Conclusivo de la V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, n. 352).
Ante las
dificultades de un ambiente a veces hostil, de la escasez de resultados inmediatos
y espectaculares o frente a la insuficiencia de medios humanos, los invito a no dejarse
vencer por el miedo, abatir por el desánimo o arrastrar por la inercia. Recuerden
las palabras de Jesús, el Buen Pastor: “Ustedes encontrarán la persecución en el mundo.
Pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
En esta circunstancia,
he querido ofrecer a cada uno de los Presidentes de las Conferencias Episcopales de
Latinoamérica y el Caribe un tríptico en el que aparece Cristo glorioso que, con sus
brazos abiertos, acoge a todos. Él nos precede en el camino de la vida y nos ayudará
a aspirar a la santidad, de modo que se despierte en cada bautizado el misionero que
lleva dentro de sí y se venza la vacilación o la mediocridad que a menudo nos asalta.
En
la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, podremos siempre encontrar
el modelo de perfecta entrega a su divino Hijo. Como hizo en Caná de Galilea, Ella
nos sigue exhortando a hacer lo que Jesús nos diga (cf. Jn 2,5). A su lado,
y confiando en que su tierno amor no nos abandona, queremos asistir cada día a la
escuela de Jesús, donde volvemos a escuchar de sus labios: “Vayan y hagan discípulos
a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo” (Mt 28,19). A Ella suplico su maternal protección, a la vez que imparto
a los participantes en ese Congreso la implorada Bendición Apostólica, que complacido
extiendo a todos los hijos e hijas de América.