Miércoles, 6 ago (RV).- Hoy se conmemora un triste aniversario, el lanzamiento en
1945, de la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Ante esta 63 conmemoración,
se ha celebrado un encuentro interreligioso de oración en el Parque de la Memoria
y de la Paz, seguido de la Santa Misa en la catedral diocesana, presidida por monseñor
Joseph Atsumi Misue.
La Iglesia ha recordado siempre este importante aniversario,
ápice de la barbarie humana. El Siervo de Dios Juan Pablo II quiso visitar esta tierra
en 1981, un peregrinaje durante el que dejó mensajes de paz, reconciliación y amor,
recordando que la guerra es obra del hombre, que destruye vidas humanas.
En
ningún lugar del mundo como en Hiroshima se imponen con tanto vigor estas afirmaciones.
“Dos ciudades –recordó Juan Pablo II durante su viaje a Japón ante el monumento por
la Paz- tendrán para siempre sus nombre unidos, dos ciudades japonesas, Hiroshima
y Nagasaki, como las únicas ciudades en el mundo que han sufrido la mala suerte de
ser el ejemplo de cómo el hombre es capaz de una destrucción increíble”.
Lo
acaecido hace 63 años no hay que olvidarlo, debe permanecer en la memoria de cada
persona, como recuerdo de la maldad humana, y como esperanza hacia un futuro en el
que la paz tiene que ser el objetivo de todos los pueblos.
Las bombas atómicas
lanzadas por Estados Unidos, el 6 y el 9 de agosto de 1945 respectivamente, sobre
Hiroshima y Nagaski, son las únicas lanzadas con uso militar no experimental. Ambos
artefactos devastaron en pocos segundos las dos ciudades japonesas, causando la muerte
a cientos de miles de personas, y radiaciones fatales para otros tantos.
En
2005, sesenta años después de la explosión, siguen existiendo personas con enfermedades
y problemas físicos causados por la bomba atómica. La ciudad de Hiroshima fue reconstruida
bajo el emblema de la paz, de tal modo que “Hiroshima y todo el pueblo japonés han
expresado –señaló Juan Pablo II en su visita a este país- su esperanza por un mundo
de paz y su convicción de que el hombre que hace la guerra, es también capaz de construir
con éxito la paz”.
Precisamente, el Siervo de Dios Juan Pablo II finalizaba
su discurso, exhortando a los Jefes de Estado, y a quienes tienen el poder político
y económico a “comprometerse en lograr la paz en la justicia; tomemos una solemne
decisión, ahora, que la guerra no sea tolerada nunca más y que no sea vista como un
medio para resolver las divergencias; trabajemos por el desarme y la abolición de
las armas nucleares, sustituyamos a la violencia y al odio con la confianza y el interés.
A cada hombre y cada mujer del mundo les digo: asumamos la responsabilidad para los
demás y para el futuro sin limitación de fronteras o distinciones sociales; instruyamos
a nosotros mismos y a los demás en el camino de la paz, nunca más la humanidad tiene
que ser víctima de luchas entre sistemas rivales; que nunca más haya una guerra”.
Un mensaje, el de Juan Pablo II, que sigue siendo de actualidad, sobre todo hoy en
el conmemoramos a la ciudad de Hiroshima.