«Batalla decisiva entre el egoísmo y el amor». Reflexión dedicada a san Ignacio de
Loyola por el sacerdote jesuita argentino Guillermo Ortiz, responsable de la Oficina
de Promoción de América Latina de Radio Vaticano
Jueves, 31 jul (RV).- Veintiséis años y…
¿una tragedia? Herido: La bala fulminante del cañón le dio un giro completo a su
vida. Por la herida entró la Vida de Jesús en su corazón, y lo hizo capaz de luchar
y vencer la batalla realmente decisiva de la existencia: esa entre el egoísmo y el
amor.
Héroes y Evangelio: Convaleciente piensa y siente cosas distintas
y contrarias. Es la ‘diversidad de espíritus’ que pretenden moverlo en sentidos opuestos.
Como le pasa a cualquiera, porque todos tenemos que elegir; decidir entre distintas
alternativas o caminos contrapuestos, antagónicos, disímiles.
Siente llamados
distintos: Las luchas interiores son a veces más angustiantes y fragorosas que
las guerras externas; más que la conmoción de un misil o la convulsión de un hongo
atómico.
Del tiempo en que se imaginaba protagonista de hazañas como las de
los héroes -ahora de dibujos y películas, que en su tiempo eran novelas de caballería-,
se entusiasmaba mucho, pero después quedaba interiormente seco y vacío. Del tiempo
que se dedicaba a contemplar la vida de Cristo pobre y humilde, y a imaginarse viviendo
como hizo san Francisco de Asís o Santo Domingo, le quedaba una alegría profunda que
le duraba. Así empezó a entender que Dios mismo inspira dentro; llama al Amor generoso,
oblativo, total.
Quiero “conocimiento interno de Cristo, para amarlo y seguirlo”,
“Quiero y deseo y es mi determinación deliberada… imitar a Jesús”. Y el herido
de una batalla en Pamplona, España: Ignacio de Loyola, se transforma en ‘el peregrino’
que en todo quiere ‘amar y servir’, bajo el estandarte de la cruz y bajo el romano
pontífice.
Como ‘un fuego que enciende otros fuegos’ su amor y su servicio
se consolidan en un grupo de compañeros y ‘amigos en el Señor’ que se ofrecen al Papa
para que los envíe donde más haga falta en las fronteras, para la ‘defensa y propagación
de la fe’. Es la mínima Compañía de Jesús.