El Papa se despide de Australia afirmando que “la Jornada Mundial de la Juventud nos
ha enseñado que la Iglesia puede alegrarse con los jóvenes de hoy y estar llena de
esperanza por el mundo del mañana”
Lunes, 21 jul (RV).- Cuando en Roma eran algo más de la una y media de la madrugada,
las 9 y media de la mañana en Sydney, en el Aeropuerto Internacional de esta ciudad
ha comenzado la ceremonia de despedida del Santo Padre de Australia, a donde llegó
el pasado domingo para presidir la clausura de la XXIII Jornada Mundial de al Juventud.
Benedicto XVI ha pronunciado su último discurso en tierras australianas antes de subir
al avión que le ha trasladado al aeropuerto de Darwin para emprender el viaje de regreso
a Roma.
Al comienzo del discurso el Papa ha dado las gracias a las autoridades
civiles y a la comunidad empresarial por la amabilidad que han tenido con él y con
todos los participantes en la Jornada Mundial de la Juventud. “Un acontecimiento de
este género, ha dicho, requiere un inmenso trabajo de preparación y organización,
y estoy seguro de hablar en nombre de muchos miles de jóvenes al expresar mi aprecio
y gratitud a todo vosotros y, en particular, a las familias que en Australia y Nueva
Zelanda han hecho hueco en sus casas para acoger a los jóvenes. Habéis abierto vuestras
puertas y vuestros corazones a la juventud del mundo y, en nombre de estos jóvenes,
os lo agradezco”.
“En los días pasados, los actores principales en el escenario
han sido, obviamente, los jóvenes mismos. La Jornada Mundial de la Juventud les pertenece
a ellos. Ellos han sido los que han hecho de esta Jornada un acontecimiento eclesial
de carácter global, una gran celebración de la juventud, una gran celebración de lo
que significa ser Iglesia, el Pueblo de Dios en medio del mundo, unido en la fe y
en el amor, y que el Espíritu ha hecho capaz de llevar el testimonio de Cristo resucitado
hasta los confines de la tierra. Les doy las gracias por haber venido, les doy las
gracias por su participación, y ruego para que tengan un viaje seguro de regreso.
Sé que los jóvenes, sus familias y personas amigas, han hecho en muchos casos grandes
sacrificios para que pudieran llegar a Australia. Por todo eso, toda la Iglesia les
está reconocida”.
En este punto del discurso, Benedicto XVI ha recordado los
puntos más significativos vividos durante estos días afirmando que, “La Jornada Mundial
de la Juventud nos ha enseñado que la Iglesia puede alegrarse con los jóvenes de hoy
y estar llena de esperanza por el mundo del mañana”.
“Queridos amigos, mientras
me despido de Sydney, pido a Dios que dirija su mirada amorosa sobre esta ciudad,
sobre este país y sobre sus habitantes. Le ruego que muchos de ellos se inspiren en
el ejemplo de compasión y servicio de la Beata a Mary MacKillop. Y, a la vez que os
saludo, llevando en el corazón sentimientos de profunda gratitud, digo una vez más:
que Dios bendiga al pueblo de Australia”.
En la ceremonia de despedida, junto
con la gratitud y el gran aprecio del pueblo australiano hacia el Santo Padre, el
primer ministro Kevin Rudd ha anunciado que próximamente ya no será en Dublín la sede
del embajador de Australia ante la Sede, porque la nación australiana abrirá una representación
en Roma. El mandatario anunció también que el nuevo embajador ante la Sede apostólica
será el antiguo primer ministro Timothy Andrei Fischer.
DISCURSO
COMPLETO
Queridos amigos
Antes
de despedirme de vosotros, deseo decir a los que me han hospedado lo grata que ha
sido mi visita aquí y lo agradecido que estoy por la hospitalidad recibida. Quedo
muy agradecido al Señor Primer Ministro, Kevin Rudd, por la amabilidad que ha tenido
conmigo y con todos los participantes en la Jornada Mundial de la Juventud. Agradezco
también al Gobernador General, el General Mayor Michael Jeffery, su presencia aquí
y la gentileza de haberme acogido en el Almirantazgo General al comienzo de mis compromisos
públicos. El Gobierno Federal y el Gobierno del Estado de Nuevo Gales del Sur, y también
los habitantes y la comunidad empresarial de Sydney, han colaborado generosamente
en apoyo de la Jornada Mundial de la Juventud. Un acontecimiento de este género requiere
un inmenso trabajo de preparación y organización, y estoy seguro de hablar en nombre
de muchos miles de jóvenes al expresar mi aprecio y gratitud a todo vosotros. Habéis
ofrecido con el característico estilo australiano una calurosa bienvenida, a mí y
a innumerables jóvenes peregrinos que han confluido aquí desde todos los rincones
del mundo. Estoy muy agradecido, en particular, a las familias que en Australia y
Nueva Zelanda han hecho hueco en sus casas para acoger a los jóvenes. Habéis abierto
vuestras puertas y vuestros corazones a la juventud del mundo y, en nombre de estos
jóvenes, os lo agradezco.
En los días pasados, los
actores principales en el escenario han sido, obviamente, los jóvenes mismos. La Jornada
Mundial de la Juventud les pertenece a ellos. Ellos han sido los que han hecho de
esta Jornada un acontecimiento eclesial de carácter global, una gran celebración de
la juventud, una gran celebración de lo que significa ser Iglesia, el Pueblo de Dios
en medio del mundo, unido en la fe y en el amor, y que el Espíritu ha hecho capaz
de llevar el testimonio de Cristo resucitado hasta los confines de la tierra. Les
doy las gracias por haber venido, les doy las gracias por su participación, y ruego
para que tengan un viaje seguro de regreso. Sé que los jóvenes, sus familias y personas
amigas, han hecho en muchos casos grandes sacrificios para que pudieran llegar a Australia.
Por todo eso, toda la Iglesia les está reconocida.
Al
volver la vista atrás hacia estos días emocionantes, pienso en escenas significativas.
Me ha impactado mucho la visita a la tumba de Mary MacKillop, y agradezco a las Hermanas
de San José la oportunidad que he tenido de orar en el Santuario de su co-fundadora.
Las estaciones del Viacrucis por las calles de Sydney nos han recordado con vigor
que Cristo nos ha amado «hasta el extremo» y que ha compartido nuestros sufrimientos
para que nosotros pudiéramos compartir su gloria. El encuentro con los jóvenes en
Darlinghurst ha sido un momento de alegría y gran esperanza, un signo de que Cristo
puede levantarnos de las situaciones más difíciles, reponiendo nuestra dignidad y
permitiéndonos mirar adelante hacia un futuro mejor. El encuentro con los responsables
ecuménicos e interreligiosos ha estado marcado por un espíritu de auténtica hermandad
y de un deseo profundo de mayor colaboración en el compromiso de edificar un mundo
más justo y pacífico. Y, sin duda, los puntos culminantes de mi visita han sido los
encuentros de Barangaroo y la Cruz del Sur. Aquellas experiencias de oración, nuestra
jubilosa celebración de la Eucaristía, han sido un testimonio elocuente de la obra
vivificante del Espíritu Santo, presente y activo en el corazón de nuestros jóvenes.
La Jornada Mundial de la Juventud nos ha enseñado que la Iglesia puede alegrarse con
los jóvenes de hoy y estar llena de esperanza por el mundo del mañana.
Queridos
amigos, mientras me despido de Sydney, pido a Dios que dirija su mirada amorosa sobre
esta ciudad, sobre este País y sobre sus habitantes. Le ruego que muchos de ellos
se inspiren en el ejemplo de compasión y servicio de la Beata a Mary MacKillop. Y,
a la vez que os saludo, llevando en el corazón sentimientos de profunda gratitud,
digo una vez más: que Dios bendiga al pueblo de Australia.