Centenario de la Conferencia Episcopal de Colombia: en un videomensaje el Papa pide
a Dios que “cese la violencia, el secuestro y la extorsión que padecen muchos de los
hijos de esa amada tierra” y que acaben cuanto antes situaciones, que tanto dolor
han causado, y reine una paz estable y justa, en un clima de esperanza y prosperidad
Martes, 1 jul (RV).- En Colombia, el pasado 29 de junio con una peregrinación al santuario
de la virgen del Rosario de Chiquinquirá inició la LXXXV Asamblea Plenaria de la Conferencia
Episcopal Colombiana, sobre el tema “La memoria histórica de la Conferencia Episcopal
de Colombia en la celebración de su primer centenario”. Mediante un vídeo-mensaje
proyectado este martes, Benedicto XVI ha expresado su participación a la conmemoración
del centenario. Los trabajos de la Plenaria concluirán el próximo 5 de julio con
una solemne Eucaristía en la Catedral primacial.
La celebración del primer
centenario de la creación de la Conferencia constituye el argumento central de esta
Plenaria, en el curso de la cual se elegirán el presidente, el vicepresidente y el
secretario general para el próximo trienio. Toman parte de los trabajos 90 obispos
y arzobispos en representación de 6 jurisdicciones eclesiásticas del país, junto a
otras personalidades, entre las que se encuentra el cardenal Giovanni Battista Re,
Prefecto de la Congregación para los Obispos. Mañana, 2 de julio, el Episcopado entrega
el premio “Inter Mirifica” a un grupo de periodistas e instituciones que trabajan
al servicio de la promoción de valores y principios humanos y cristianos en la sociedad.
MENSAJE COMPLETO
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Señores
Cardenales, Señor Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia Queridos
Hermanos en el Episcopado:
Con entrañable afecto les saludo fraternamente
con las mismas palabras de San Pablo: “Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre
y de Jesucristo, el Señor’ (Flp 1,2). Con él les digo también que “siempre que me
acuerdo de ustedes, doy gracias a mi Dios. Cuando ruego por ustedes, lo hago siempre
con alegría, porque han colaborado en el anuncio del Evangelio” (Flp 1, 3-5).
Está
ustedes congregados en la octogésima quinta Asamblea Plenaria de esa Conferencia Episcopal
y celebrando con gratitud al Señor los cien años de esa venerable institución, que
fomenta el afecto colegial y les ayuda a ejercer de manera concorde y bien coordinada
algunas funciones pastorales, alentando así armónicamente la vida cristiana en todo
el País.
Me uno de corazón a esta significativa conmemoración, sabiendo que
la Conferencia Episcopal de Colombia, nacida en 1908 por disposición del Primer Concilio
Plenario de América Latina, ha impulsado constantemente la misión evangelizadora de
la Iglesia en esa querida Nación, buscando vías y métodos adecuados para fortalecer
la vida eclesial en esas tierras y animar a los bautizados a responder con generosidad
a la vocación a la santidad que les es propia.
Es justo recordar y dar gracias
a Dios en estos momentos por los insignes Pastores que han formado parte de esa Conferencia
en este siglo de andadura. Ellos son para todos un testimonio elocuente de celo apostólico
y preclaras virtudes, que invitan a continuar respondiendo con solícita entrega, fe
firme y renovado ardor a los retos que hoy se presentan a la Iglesia en su Patria.
Queridos hermanos en el Episcopado, la hora presente es una ocasión providencial
para tomar el testigo de los que nos precedieron y ayudar a nuestros hermanos para
que afiancen la amistad con Jesucristo, acojan su Palabra con limpieza de corazón,
celebren con gozo los sacramentos y sirvan con entusiasmo a todos, en particular a
los más desfavorecidos, llevándoles un mensaje de paz, justicia y reconciliación.
Nosotros, como Pastores de la Iglesia, hemos de ir por delante guiando por el recto
camino al Pueblo de Dios, que necesita vernos como auténticos hombres de Dios y saber
que cada día rezamos por sus preocupaciones, sufrimientos, desvelos e inquietudes.
Como discípulos, escuchamos, aprendemos y seguimos al Maestro y, como apóstoles y
misioneros, ayudamos a los que nos rodean, y también a los alejados, a encontrar en
Cristo la plenitud de vida que tanto ansían.
Quiero decirles que en este quehacer
no se encuentran solos. Los acompaño con mi plegaria y cercanía espiritual en los
esfuerzos que están realizando para que el Evangelio resuene en todos los lugares
de esa tierra colombiana a través de las iniciativas emprendidas en el campo de la
pastoral educativa y universitaria, en el cuidado que otorgan a los presos, a los
enfermos, a los ancianos, a los indígenas, a los trabajadores, a los desplazados,
a los jóvenes y a las familias.
Con la certeza de que está poniendo bases
sólidas para un futuro prometedor, y para el bien de toda la Iglesia, los animo igualmente
a redoblar la atención que prestan a los sacerdotes, seminaristas, misioneros, religiosos
y religiosas, y a dar nuevo impulso a los diversos programas de formación de catequistas,
seglares y agentes de pastoral.
No puedo olvidar tampoco el esmero que ponen
en ser hombres de concordia, ni sus continuas exhortaciones para que cese la violencia,
el secuestro y la extorsión que padecen muchos de los hijos de esa amada tierra. Pido
ardientemente a Dios que acaben cuanto antes estas situaciones, que tanto dolor han
causado, y que en Colombia reine una paz estable y justa, en un clima de esperanza
y prosperidad.
Déjenme tener un especial recuerdo para los Obispos eméritos,
a los que ruego les lleven mi estima y reconocimiento, sentimientos que también extiendo
complacido a los sacerdotes, religiosos y laicos que colaboran con ustedes de diversas
maneras en los trabajos de esa Conferencia.
Pongo bajo el amparo maternal
de Nuestra Señora de Chiquinquirá las diversas actividades que han preparado este
año para dar realce a esta efeméride, sobre todo el IV Congreso Nacional de Reconciliación
y la Expocatólica, que tendrán lugar en el próximo mes de agosto. A su Inmaculado
Corazón encomiendo también las intenciones de todos ustedes, así como las de sus comunidades
diocesanas y las de todo el amado pueblo colombiano. Con estos sentimientos y deseos,
y como prenda de abundantes favores celestiales, imparto a todos una especial Bendición
Apostólica.