Jueves,
19 jun (RV).- Como corre la vida, pareciera que el tiempo pasa cada vez más rápido,
pero la verdad es que cada vez más vivimos todo, el trabajo, la vida cotidiana, las
relaciones, todo lo vivimos más aprisa, y a ello le agregamos la simultaneidad de
cosas que vivimos: hacemos varias cosas a la vez, estamos enterados de cantidades
de hechos y noticias sin importar las distancias y los tiempos, en fin son todos estos
elementos los que hacen que nuestra vida sea cada vez más agitada, más rápida y ello
invade obviamente nuestros hogares.
Sin duda, la rapidez con que se viven
las cosas afecta también nuestros hogares, porque la tranquilidad y sencillez que
se tenía en la cotidianidad de las familias hace 20 años hoy se ve marcada por la
ansiedad y la desconfianza frente al mundo externo y, más grave frente, a los hechos
que suceden en la misma familia, porque todo pasa muy rápido, no hay mucho tiempo
para socializar los eventos del día a día, ni mucho menos para reflexionarlos.
Podríamos
decir que 20 años atrás, las personas podían crecer y morir en ambientes similares,
había poca movilidad, todo se desarrollaba en ambientes relativamente cercanos, menos
tráfico, menos diversidad de actividades y mercados. La cotidianidad admitía hablar
sobre la vida. La sencillez del encuentro humano tenía un tiempo y un lugar, se contaba
con espacios propios para el encuentro familiar como las conversaciones después de
la comida, la lectura de un libro o la oración, que permitían entrar en la profundidad
del mundo interno o saber del otro.
Hoy los medios nos informan durante veinticuatro
horas lo que pasa en nuestro planeta, y ello genera en nosotros un estado de alerta
permanente para que las amenazas que vemos constantemente no nos tomen por sorpresa.
Y esto es común para todos, para quienes trabajan mucho y tienen el día ocupado segundo
a segundo, así como para los que no tienen tantas actividades pero igual tienen las
presiones constantes de diversos sectores.
Muchos de nosotros recordamos momentos
en los que compartimos calmadamente un café, una conversación tranquila, así como
detalles sencillos que compartimos con nuestras familias y amigos: cocinar juntos,
pasear, conversar y, a veces hasta discutir.
Esos espacios y tiempos hoy en
día han cambiado, pues también hay muchos deberes, actividades y responsabilidades.
Los hijos y la familia requieren de tiempo, el trabajo demanda siempre más tiempo
del necesario, las obligaciones de la casa, las facturas, etc. Cada día la vida es
más compleja y en el afán del día a día se ha perdido la alegría de compartir la sencillez
de cada momento.
No son pocas las personas ni las parejas que ven morir la
felicidad en manos del agitado mundo moderno, y la verdad son muchas las parejas y
personas que consideran que tanto el matrimonio como la vida misma pierden la “magia”
y se resignan tener una cotidianidad llena, repleta de actividades que se tienen que
hacer, que son obligaciones del día a día.
Sin embargo, si nos apropiamos del
sencillo mundo de la vida diaria y nos damos cuenta de que es precisamente allí donde
la calidad de vida tienen su asiento, tendremos la fuerza para rescatar el mundo privado
del vértigo de las violencias y los conflictos, de la aceleración permanente. Solo
así, encontraremos un espacio de paz independiente de los cambios permanentes.