2008-06-01 00:20:01

Benedicto XVI exhorta a proseguir la bella tradición de rezar el Santo Rosario en las familias y en las parroquias no sólo durante el mes de mayo, «para que, siguiendo la escuela de María, la lámpara de la fe brille siempre en el corazón de los cristianos y en sus hogares»


Sábado, 31 may (RV).- Este año la conclusión del mes de María, presidida por Benedicto XVI - esta tarde en la Plaza de San Pedro - ha tenido un matiz especial. Como nos había explicado el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica Papal Vaticana y Vicario General de Su Santidad para el Estado de la Ciudad del Vaticano, la novedad que ha sido el lugar elegido - es decir la mencionada Plaza de San Pedro - se ha debido al deseo de salir al paso de los numerosos fieles que anhelaban rezar el Rosario con el Papa, escucharle y recibir su bendición.

En su alocución, Benedicto XVI ha exhortado a proseguir la bella tradición de rezar el Santo Rosario en las familias y en las parroquias no sólo durante el mes de mayo, «para que, siguiendo la escuela de María, la lámpara de la fe brille siempre en el corazón de los cristianos y en sus hogares».

Tras hacer hincapié en las festividades de hoy en las que conmemoramos la Visitación de la Bienaventurada Virgen y el Corazón Inmaculado de María, Benedicto XVI ha alentado a dirigir la mirada con confianza hacia la Madre de Dios. Debemos aprender continuamente de Ella, «cuya fe es sin sombras e inquebrantable».

Evocando el ‘Magnificat’ de la Virgen, el Santo Padre ha recordado que «María reconoce la grandeza de Dios». Siendo «éste el primer indispensable sentimiento de la fe. El sentimiento que da seguridad a la criatura humana y la libera del miedo, aun en medio de las tempestades de la historia». Pues, «yendo más allá de la superficie, María ‘ve’ con los ojos de la fe la obra de Dios en la historia». «Su ‘Magnificat’ - después de siglos y de milenios - permanece como la verdadera y profunda interpretación de la historia, al tiempo que las lecturas hechas por tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el curso de los siglos».

El Papa ha terminado sus palabras exhortando a volver a casa «con el ‘Magnificat’ en el corazón». Llevando en nosotros «los mismos sentimientos de alabanza y de gratitud de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su dócil entrega en las manos de la Providencia divina». Benedicto XVI ha alentado a imitar el ejemplo de María, su disponibilidad y su generosidad en el servicio a los hermanos. Pues «sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor». Finalmente, el Santo Padre ha deseado «que nos obtenga esta gracia la Virgen, que esta tarde nos invita a encontrar refugio en su Corazón Inmaculado».

Discurso completo

Queridos hermanos y hermanas:

Concluimos el mes de mayo con este sugestivo encuentro de oración mariana. Os saludo con afecto y os doy las gracias por vuestra participación. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Angelo Comastri; con él saludo a los demás Cardenales, Arzobispos, Obispos y sacerdotes que participan en esta celebración vespertina. Extiendo mi saludo a las personas consagradas y a todos vosotros, queridos fieles laicos, que con vuestra presencia habéis querido homenajear a la Virgen Santísima.

Celebramos hoy la fiesta de la Visitación de la Beata Virgen y la memoria del Corazón de María. Todo ello por lo tanto nos invita a dirigir la mirada con confianza a María. También a Ella esta tarde, nos hemos dirigido con la antigua y siempre actual práctica piadosa del Rosario. El Rosario, cuando no es mecánica repetición de formas tradicionales, es una meditación bíblica que nos hace recorrer los acontecimientos de la vida del Señor en compañía de la Beata Virgen, conservándolos, como Ella, en nuestro corazón. En tantas comunidades cristianas, durante el mes de mayo, existe la bella costumbre de recitar de manera solemne el santo Rosario en familia y en las parroquias. Ahora, que finaliza el mes, no debe cesar esta buena costumbre, es más debe proseguir todavía con mayor compromiso de manera que, en la escuela de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus casas.

En la fiesta de hoy de la Visitación la liturgia nos hace volver a escuchar el párrafo del Evangelio de Lucas, que cuenta el viaje de María de Nazaret a la casa de la anciana prima Isabel. Imaginemos el estado de ánimo de la Virgen. Después de la Anunciación, cuando el Ángel desapareció de su presencia. María se encontró con un gran misterio encerrado en el seno; sabía que algo extraordinariamente único había ocurrido; se daba cuenta que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo. Pero todo, junto a Ella, había permanecido como antes y, para el pueblo de Nazaret, todo lo que le había acontecido Ella, lo desconocía completamente.

Antes de preocuparse de ella misma, María piensa en la anciana Isabel, que ha sabido que estaba en cinta de manera avanzada y, empujada por el misterio de amor que apenas ha acogido en si misma, se pone en camino “aprisa” para ir a ofrecer su ayuda. ¡He aquí la grandeza sencilla y sublime de María! Cuando llega a la casa de Isabel, ocurre un hecho que ningún pintor podrá jamás retratar con la belleza y la profundidad de lo ocurrido. La Luz interior del Espíritu Santo envuelve a sus personas. E Isabel, iluminada de lo Alto, exclama: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy so para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, el niño saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá!

Estas palabras podrían parecer desproporcionadas respecto al contexto real. Isabel es una de las muchas ancianas de Israel y María es una desconocida muchacha de un pueblo perdido de Galilea. ¿Qué cosa puede ser y que cosa pueden hacer en un mundo en el que cuentan otras personas y pesan otros poderes? Sin embargo, María una vez más se admira, su corazón es límpido, totalmente abierto la luz de Dios; su alma es sin pecado, no está cargada por el orgullo y el egoísmo. Las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza, que es una autentica y profunda lectura “teológica” de la historia: una lectura que nosotros debemos aprender continuamente de Ella cuya fe está libre de sombras e inquebrantable. ”Proclama mi alma la grandeza del Señor”. María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de al fe, el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y la libera del miedo, incluso en medio de los avatares de la historia.

Caminando más allá de la superficie, María “ve” con los ojos de al fe la obra de dios en la historia. Por esto es beata, porque ha creído: por la fe, en efecto, ha acogido la Palabra del señor y ha concebido el Verbo encarnado. Su fe le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son todos provisionales, mientras el trono de dios es la única roca que no cambia y no cae. Su Magnificat, a distancia de siglos y milenios, permanece la más verdadera y profunda interpretación de la historia, mientras las lecturas hechas por tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el curso de los siglos.

¿Queridos hermanos y hermanas! Volvamos a casa con el Magnificat en el corazón. Llevemos con nosotros los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de Maria hacia el Señor, su fe y su esperanza. Su dócil abandono en las manos de al Providencia divina. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y generosidad sirviendo a los hermanos. En efecto, solamente, acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor. Que la Señora nos obtenga esta gracia, que esta noche nos invita a encontrar refugio en su Corazón Inmaculado. A todos os doy mi Bendición.







All the contents on this site are copyrighted ©.