2008-05-03 17:53:15

El Papa recuerda que la responsabilidad de los cristianos de trabajar por la paz y la justicia y su compromiso irrevocable en impulsar el bien común de la humanidad son inseparables de su misión de proclamar y testimoniar a Cristo


Sábado, 3 may (RV).- Reducir las desigualdades, ampliar oportunidades de educación, fomentar el crecimiento y el desarrollo sostenibles y la protección del ambiente. Para comprender y afrontar los imperativos que afronta la humanidad en el amanecer el siglo XXI hay que impulsar el contacto vivo entre el Evangelio y las circunstancias sociales concretas. Al recibir a los participantes en la XIV plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, Benedicto XVI ha asegurado su aprecio y aliento por el generoso compromiso de esta institución en el «impulso de la investigación, el diálogo y la enseñanza», con el anhelo de que «el Evangelio de Jesucristo pueda seguir iluminando las situaciones complejas que se presentan en un mundo que cambia rápidamente».

Destacando el tema elegido para esta plenaria - «Perseguir el bien común. Cómo pueden obrar juntas la solidaridad y la subsidiariedad», el Papa ha hecho hincapié en que precisamente la solidaridad y la subsidiariedad forman, junto con la dignidad de la persona humana y el bien común, los cuatro principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia Católica:

«Estas realidades, que emergen del contacto vivo entre el Evangelio y las circunstancias sociales concretas, ofrecen un marco para comprender y afrontar los imperativos a los que se enfrenta la humanidad en el amanecer el siglo XXI. Como son los de reducir las desigualdades en la distribución de los bienes, ampliar las oportunidades para la educación, fomentar el crecimiento y el desarrollo sostenibles y la protección del ambiente».

Tras reiterar que «la dignidad humana es un valor intrínseco de toda persona creada a imagen y semejanza de Dios y redimida por Cristo» y que «la totalidad de las condiciones sociales que se proponen que las personas alcancen su cumplimiento común e individual es lo que se conoce como bien común», el Papa ha recordado que «la solidaridad se refiere a la virtud que permite que la familia humana comparta plenamente el tesoro de los bienes materiales y espirituales» y que «la subsidiariedad es la coordinación de las actividades de la sociedad que permite sostener la vida interna en las comunidades locales». El Santo Padre ha hecho hincapié en la dimensión espiritual de la solidaridad y de la subsidiariedad cristianas:

«La responsabilidad de los cristianos de trabajar por la paz y la justicia y su compromiso irrevocable en impulsar el bien común, son inseparables de su misión de proclamar el don de la vida eterna, a la cual Dios llama a cada hombre y mujer».

Cuando examinamos los principios de la solidaridad y de la subsidiariedad a la luz del Evangelio nos damos cuenta de que no son simplemente ‘horizontales’, sino que ambos tienen una especial dimensión ‘vertical’. Jesús nos enseña a amar al prójimo, nos da el mandamiento del amor y del servicio desinteresado y sin distinción. «Una sociedad que honra el principio de subsidiariedad libera a las personas del sentido de impotencia y de desesperanza, aunando fuerzas en favor del bien común y abarcando este impulso en lo que respecta a los sectores del comercio, la política y la cultura».

Como en su encíclica Deus Caritas est, en la que señala que «no hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor» (28), Benedicto XVI ha reiterado que Jesús nos enseñó a vivir como hermanos y en comunión con el Padre y con el Espíritu, exhortando a promover el bien común, contemplando y testimoniando la primacía del amor:

«Mientras os esforzáis por articular las formas en que los hombres y las mujeres pueden promover lo mejor posible el bien común, os animo a tener en cuenta ambas dimensiones - la vertical y la horizontal - de la solidaridad y de la subsidiariedad. Así podréis proponer maneras más eficaces de resolver los múltiples problemas que asedian a la humanidad en el comienzo del Tercer milenio, y, al mismo tiempo, testimoniar la primacía del amor, que trasciende y cumple la justicia, conduciendo a la humanidad a la verdadera vida que nos ofrece Dios».







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