El Papa recuerda que la responsabilidad de los cristianos de trabajar por la paz y
la justicia y su compromiso irrevocable en impulsar el bien común de la humanidad
son inseparables de su misión de proclamar y testimoniar a Cristo
Sábado, 3 may (RV).- Reducir las desigualdades, ampliar oportunidades de educación,
fomentar el crecimiento y el desarrollo sostenibles y la protección del ambiente.
Para comprender y afrontar los imperativos que afronta la humanidad en el amanecer
el siglo XXI hay que impulsar el contacto vivo entre el Evangelio y las circunstancias
sociales concretas. Al recibir a los participantes en la XIV plenaria de la Pontificia
Academia de las Ciencias Sociales, Benedicto XVI ha asegurado su aprecio y aliento
por el generoso compromiso de esta institución en el «impulso de la investigación,
el diálogo y la enseñanza», con el anhelo de que «el Evangelio de Jesucristo pueda
seguir iluminando las situaciones complejas que se presentan en un mundo que cambia
rápidamente».
Destacando el tema elegido para esta plenaria - «Perseguir el
bien común. Cómo pueden obrar juntas la solidaridad y la subsidiariedad», el Papa
ha hecho hincapié en que precisamente la solidaridad y la subsidiariedad forman,
junto con la dignidad de la persona humana y el bien común, los cuatro principios
fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia Católica:
«Estas realidades,
que emergen del contacto vivo entre el Evangelio y las circunstancias sociales concretas,
ofrecen un marco para comprender y afrontar los imperativos a los que se enfrenta
la humanidad en el amanecer el siglo XXI. Como son los de reducir las desigualdades
en la distribución de los bienes, ampliar las oportunidades para la educación, fomentar
el crecimiento y el desarrollo sostenibles y la protección del ambiente».
Tras
reiterar que «la dignidad humana es un valor intrínseco de toda persona creada a imagen
y semejanza de Dios y redimida por Cristo» y que «la totalidad de las condiciones
sociales que se proponen que las personas alcancen su cumplimiento común e individual
es lo que se conoce como bien común», el Papa ha recordado que «la solidaridad se
refiere a la virtud que permite que la familia humana comparta plenamente el tesoro
de los bienes materiales y espirituales» y que «la subsidiariedad es la coordinación
de las actividades de la sociedad que permite sostener la vida interna en las comunidades
locales». El Santo Padre ha hecho hincapié en la dimensión espiritual de la solidaridad
y de la subsidiariedad cristianas:
«La responsabilidad de los cristianos de
trabajar por la paz y la justicia y su compromiso irrevocable en impulsar el bien
común, son inseparables de su misión de proclamar el don de la vida eterna, a la cual
Dios llama a cada hombre y mujer».
Cuando examinamos los principios de la
solidaridad y de la subsidiariedad a la luz del Evangelio nos damos cuenta de que
no son simplemente ‘horizontales’, sino que ambos tienen una especial dimensión ‘vertical’.
Jesús nos enseña a amar al prójimo, nos da el mandamiento del amor y del servicio
desinteresado y sin distinción. «Una sociedad que honra el principio de subsidiariedad
libera a las personas del sentido de impotencia y de desesperanza, aunando fuerzas
en favor del bien común y abarcando este impulso en lo que respecta a los sectores
del comercio, la política y la cultura».
Como en su encíclica Deus Caritas
est, en la que señala que «no hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo
el servicio del amor» (28), Benedicto XVI ha reiterado que Jesús nos enseñó a vivir
como hermanos y en comunión con el Padre y con el Espíritu, exhortando a promover
el bien común, contemplando y testimoniando la primacía del amor:
«Mientras
os esforzáis por articular las formas en que los hombres y las mujeres pueden promover
lo mejor posible el bien común, os animo a tener en cuenta ambas dimensiones - la
vertical y la horizontal - de la solidaridad y de la subsidiariedad. Así podréis proponer
maneras más eficaces de resolver los múltiples problemas que asedian a la humanidad
en el comienzo del Tercer milenio, y, al mismo tiempo, testimoniar la primacía del
amor, que trasciende y cumple la justicia, conduciendo a la humanidad a la verdadera
vida que nos ofrece Dios».