El Papa advierte contra la libertad malentendida que puede conducir hacia un escenario
oscuro de manipulación, como lo fue el funesto régimen que vivió en su adolescencia
que se introdujo en todos los ambientes “antes de que pudiera percibirse claramente
que era un monstruo”
Sábado, 19 abr (RV).- A las cuatro y media de la tarde, hora de Nueva York, el Pontífice
se trasladó de la residencia papal al seminario de San José donde se encontró con
los jóvenes y seminaristas. Cerca del podio pusieron en exposición las imágenes de
seis personas, nacidas o que vivieron en esta ciudad, y fueron declaradas santas,
beatas o siervas de Dios. Pero antes del encuentro, el Pontífice se dirigió a la capilla
mayor de Seminario, donde se reunió con un grupo de niños discapacitados acompañados
por sus padres.
El Papa quiso compartir con ellos algunas reflexiones sobre
el ser discípulo de Jesucristo; siguiendo las huellas del Señor, les dijo, nuestra
vida se transforma en un viaje de esperanza.
Crónica del encuentro
En este
viaje que recorren los jóvenes y seminaristas, teniendo a Dios nuestro origen y nuestra
meta, y Jesús es el camino. El recorrido de este viaje pasa, añadió el Papa, como
el de nuestros santos, por los gozos y las pruebas de la vida ordinaria: en las familias,
en la escuela o el colegio, durante vuestras actividades recreativas y en las comunidades
parroquiales. Todos lugares marcados por la cultura en la que van creciendo. Son jóvenes
americanos llenos de posibilidades para el desarrollo personal, y educados con un
sentido de generosidad, servicio y rectitud. Pero con mayor razón tentados a las dificultades
existentes: comportamientos y modos de pensar que asfixian la esperanza, sendas que
parecen conducir a la felicidad y a la satisfacción, pero que sólo acaban en confusión
y angustia.
Y quiso compartir con ellos sus años de adolescente, que fueron
arruinados por un régimen funesto que pensaba tener todas las respuestas; entró y
creció en las escuelas y los organismos civiles, así como en la política e incluso
en la religión – antes de que pudiera percibirse claramente que era un monstruo, añadió
el Papa. Este régimen declaró proscrito a Dios, y así se hizo ciego a todo lo bueno
y verdadero. Muchos de los padres y abuelos de los jóvenes seminaristas vinieron
a América precisamente para escapar de este terror.
“Demos gracias a Dios,
porque hoy muchos de su generación pueden gozar de las libertades que surgieron gracias
a la expansión de la democracia y del respeto de los derechos humanos. Demos gracias
a Dios por todos los que lucharon para asegurar que puedan crecer en un ambiente que
cultiva lo bello, bueno y verdadero: sus padres y abuelos, sus profesores y sacerdotes,
las autoridades civiles que buscan lo que es recto y justo”.
Y este poder destructivo
aún permanece. Pero, como afirmó el Papa éste jamás triunfará; pues ha sido derrotado.
Ésta es la esencia de la esperanza que nos distingue como cristianos; la Iglesia lo
recuerda de modo muy dramático en el Triduo Pascual y lo celebra con gran gozo en
el Tiempo pascual. El que nos indica la vía tras la muerte es Aquel que nos muestra
cómo superar la destrucción y la angustia; Jesús es, pues, el verdadero maestro de
vida. En la liturgia de la Vigilia pascual, continuó el Santo Padre, clamamos a Dios
por nuestro mundo, no por desesperación o angustia, sino con una confianza colmada
de esperanza, y le pedimos que disipe las tinieblas del corazón y del espíritu.
Y
estas tinieblas son en primer lugar los sueños y los deseos que los jóvenes persiguen
y que se pueden romper y destruir muy fácilmente. Ejemplo de ello son los afectados
por el abuso de la droga y los estupefacientes, por la falta de casa o la pobreza,
por el racismo, la violencia o la degradación, en particular muchachas y mujeres.
Aunque las causas de estas situaciones problemáticas son complejas, todas tienen en
común una actitud mental envenenada que se manifiesta en tratar a las personas como
meros objetos: una insensibilidad del corazón, que primero ignora y después se burla
de la dignidad dada por Dios a toda persona humana. Seguidamente el Papa invitó a
los más débiles e inocentes, a unirse a los sacerdotes en el camino de la bondad y
de la esperanza.
En cambio las tinieblas que afectan al espíritu, a menudo
no se perciben, y por eso es particularmente nocivo. La manipulación de la verdad
distorsiona nuestra percepción de la realidad y enturbia nuestra imaginación y nuestras
aspiraciones. Y al respecto el Papa retomó el tema de la libertad, y su importancia
fundamental. Y dijo que no sorprende que muchas personas y grupos reivindiquen en
voz alta y públicamente su libertad.
“Pero la libertad es un valor delicado.
Puede ser malentendida y usada mal, de manera que no lleva a la felicidad que todos
esperamos, sino hacia un escenario oscuro de manipulación, en el que nuestra comprensión
de nosotros mismos y del mundo se hace confusa o se ve incluso distorsionada por quienes
ocultan sus propias intenciones”.
Con frecuencia, se reivindica la libertad
sin hacer jamás referencia a la verdad de la persona humana. Hay quien afirma hoy,
añadió Benedicto XVI que el respeto a la libertad del individuo hace que sea erróneo
buscar la verdad, incluida la verdad sobre lo que es el bien. En algunos ambientes,
hablar de la verdad se considera como una fuente de discusiones o de divisiones y,
por tanto, es mejor relegar este tema al ámbito privado. En lugar de la verdad o mejor,
de su ausencia, se ha incentivado el relativismo.
Y enfatizó cuantas veces
siguiendo esa libertad, e ignorando la verdad se ha perseguido valores falsos. Muchos
en nombre de la libertad se les ha tendido una mano para conducirles al consumo habitual
de estupefacientes, a la confusión moral o intelectual, a la violencia, a la pérdida
del respeto por sí mismos, a la desesperación incluso y, de este modo, trágicamente,
al suicidio.
La verdad no se impone. Tampoco es un mero conjunto de reglas.
Es el descubrimiento de Alguien que jamás nos traiciona; de Alguien del que siempre
podemos fiarnos. Buscando la verdad llegamos a vivir basados en la fe porque, en definitiva,
la verdad es una persona: Jesucristo. Ésta es la razón por la que la auténtica libertad
no es optar por “desentenderse de”. Es decidir “comprometerse con”; nada menos que
salir de sí mismos y ser incorporados en el “ser para los otros” de Cristo.
Tras
mencionar las imágenes de seis hombres y mujeres ordinarios que se superaron para
llevar una vida extraordinaria, y que la Iglesia les tributa el honor de Venerables,
Beatos o Santos: el Papa recordó sus carismas. Cada uno respondió a la llamada de
Dios y a una vida de caridad, y lo sirvió en las calles y callejas o en los suburbios
de Nueva York. Al Pontífice le impresionó la heterogeneidad de este grupo: pobres
y ricos, laicos y laicas –una era una pudiente esposa y madre–, sacerdotes y religiosas,
emigrantes venidos de lejos, la hija de un guerrero Mohawk y una madre Algonquin,
un esclavo haitiano y un intelectual cubano.
Santa Isabel Ana Seton, Santa
Francisca Javier Cabrina, San Juan Neumann, la beata Kateri Tekakwitha, el venerable
Pierre Toussaint y el Padre Félix Varela: cada uno de nosotros podría estar entre
ellos, dijo el Papa, pues en este grupo no hay un estereotipo, ningún modelo uniforme.
Pero mirando más de cerca se aprecian ciertos rasgos comunes. Inflamados por el amor
de Jesús, sus vidas se convirtieron en extraordinarios itinerarios de esperanza. Para
algunos, esto supuso dejar la Patria y embarcarse en una peregrinación de miles de
kilómetros. Para todos, un acto de abandono en Dios con la confianza de que él es
la meta final de todo peregrino.
Y cada uno de ellos ofrecían su “mano tendida”
de esperanza a cuantos encontraban en el camino, suscitando en ellos muchas veces
una vida de fe. Atendieron a los pobres, a los enfermos y a los marginados en hospicios,
escuelas y hospitales, y, mediante el testimonio convincente que proviene del caminar
humildemente tras las huellas de Jesús, estas seis personas abrieron el camino de
la fe, la esperanza y la caridad a muchas otras, incluyendo tal vez a sus propios
antepasados.
A los jóvenes y seminaristas el Papa recordó que para ayudar a
los demás en la búsqueda del camino de la libertad que lleva a la satisfacción plena
y a la felicidad duradera, tiene que tener presentes el testimonio de los santos,
ellos con su fe liberaron realmente a otros de las tinieblas del corazón y del espíritu.
La encarnación, el nacimiento de Jesús nos muestra que Dios, busca un sitio entre
nosotros. A pesar de que la posada está llena, él entra por el establo, y hay personas
que ven su luz.
La luz de Cristo les invita a ser estrellas-guía para los otros,
marchando por el camino de Cristo, que es camino de perdón, de reconciliación, de
humildad, de gozo y de paz. Sin embargo, a veces el ser humano tiende a encerrarse
en sí mismo, duda de la fuerza del esplendor de Cristo, de limitar el horizonte de
la esperanza. Una vez más animó a los jóvenes y seminaristas a dejarse guiar por el
modelo que representan cada santo. La diversidad de su experiencia de la presencia
de Dios nos sugiere descubrir nuevamente la anchura y la profundidad del cristianismo.
Un discipulado cristiano auténtico se caracteriza por el sentido de la admiración.
Estamos ante un Dios que conocemos y al que amamos como a un amigo, ante la inmensidad
de su creación y la belleza de nuestra fe cristiana.
El ejemplo de los santos
nos invita, también, a considerar cuatro aspectos esenciales del tesoro de nuestra
fe: oración personal y silencio, oración litúrgica, práctica de la caridad y vocaciones.
Los futuros sacerdotes tienen que aprender a desarrollar su relación personal con
Dios. Esta relación se manifiesta en la plegaria. La oración se transforma en esperanza
en acto. Cristo era el constante compañero de los santos, con quien conversaban en
cualquier momento de su camino de servicio a los demás.
Hay otro aspecto de
la oración que debemos recordar: la contemplación y el silencio. “Amigos, les dijo
el Papa, no tengan miedo del silencio y del sosiego, escuchen a Dios, adórenlo en
la Eucaristía. Permitan que su palabra modele su camino como crecimiento de la santidad.
En la liturgia encontramos a toda la Iglesia en plegaria. La palabra “liturgia” significa
la participación del pueblo de Dios en “la obra de Cristo Sacerdote y de su Cuerpo,
que es la Iglesia” y esta obra es la Pasión de Cristo, su muerte y resurrección y
su ascensión, lo que denominamos “Misterio pascual”.
Se refiere también a
la celebración misma de la liturgia. Los dos significados, de hecho, están vinculados
inseparablemente, ya que esta “obra de Jesús” es el verdadero contenido de la liturgia.
Mediante la liturgia, “la obra de Jesús” entra continuamente en contacto con la historia;
con nuestra vida, para modelarla. Su plegaria personal, sus tiempos de contemplación
silenciosa y su participación en la liturgia de la Iglesia les acerca más a Dios y
les prepara también para servir a los demás. Los santos que nos acompañan esta tarde
nos muestran que la vida de fe y de esperanza es también una vida de caridad. Contemplando
a Jesús en la cruz, vemos el amor en su forma más radical. Comencemos a imaginar el
camino del amor por el que debemos marchar. Las ocasiones para recorrer este camino
son muchas.
Tras preguntarles si están dispuestos a dar todo por la verdad
y la justicia, como hizo Jésus, el Papa recordó que muchos de los ejemplos de sufrimiento
a los que los santos respondieron con compasión, siguen produciéndose todavía en esta
ciudad y en sus alrededores. Y han surgido nuevas injusticias: algunas son complejas
y derivan de la explotación del corazón y de la manipulación del espíritu; también
nuestro ambiente de la vida ordinaria, la tierra misma, gime bajo el peso de la avidez
consumista y de la explotación irresponsable. Hemos de escuchar atentamente. Hemos
de responder con una acción social renovada que nazca del amor universal que no conoce
límites. De este modo estamos seguros de que nuestras obras de misericordia y justicia
se transforman en esperanza viva para los demás.
Por último el Papa pidió que
se honren las vocaciones al matrimonio y a la dignidad de la vida familiar. Deseamos
que se reconozca siempre que las familias son el lugar donde nacen las vocaciones.
“Saludo
a los seminaristas congregados en el Seminario de San José y animo también a todos
los seminaristas de América. Me alegra saber que están aumentando. El Pueblo de Dios
espera de ustedes que sean sacerdotes santos, caminando cotidianamente hacia la conversión,
inculcando en los demás el deseo de entrar más profundamente en la vida eclesial de
creyentes. Les exhorto a profundizar su amistad con Jesús, el Buen Pastor. Hablen
con Él de corazón a corazón. Rechacen toda tentación de ostentación, hacer carrera
o de vanidad. Tiendan hacia un estilo de vida caracterizado auténticamente por la
caridad, la castidad y la humildad, imitando a Cristo, el Sumo y Eterno Sacerdote,
del que deben llegar a ser imágenes vivas. Queridos seminaristas, rezo por ustedes
cada día. Recuerden que lo que cuenta ante el Señor es permanecer en su amor e irradiar
su amor por los demás”.
Las Religiosas, los Religiosos y los Sacerdotes de
las Congregaciones contribuyen generosamente a la misión de la Iglesia. Al respecto
llamó la atención sobre la renovación espiritual positiva que las Congregaciones están
llevando a cabo en relación con su carisma. La palabra “carisma” significa don ofrecido
libre y gratuitamente. Los carismas los concede el Espíritu Santo que inspira a los
fundadores y fundadoras y forma las Congregaciones con el consiguiente patrimonio
espiritual. El maravilloso conjunto de carismas propios de cada Instituto religioso
es un tesoro espiritual extraordinario.
Por último les dijo que hoy son ellos
los discípulos de Cristo. Irradien su luz en esta gran ciudad y en otras. Hablen con
los demás de la verdad que les hace libres. Con estos sentimientos de gran esperanza
en ellos, Benedicto XVI les saludó con un “hasta pronto”, hasta encontrarse de nuevo
con ellos en julio, para la Jornada Mundial de la Juventud en Sidney. También dirigió
unas palabras a los jóvenes y seminaristas de lengua española.
Queridos seminaristas,
queridos jóvenes: Es para mí una gran alegría poder encontrarme con todos ustedes
en este día de mi cumpleaños. Gracias por su acogida y por el cariño que me han demostrado.
Les
animo a abrirle al Señor su corazón para que Él lo llene por completo y con el fuego
de su amor lleven su Evangelio a todos los barrios de Nueva York.
La luz
de la fe les impulsará a responder al mal con el bien y la santidad de vida, como
lo hicieron los grandes testigos del Evangelio a lo largo de los siglos. Ustedes están
llamados a continuar esa cadena de amigos de Jesús, que encontraron en su amor el
gran tesoro de sus vidas. Cultiven esta amistad a través de la oración, tanto personal
como litúrgica, y por medio de las obras de caridad y del compromiso por ayudar a
los más necesitados. Si no lo han hecho, plantéense seriamente si el Señor les pide
seguirlo de un modo radical en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada. No
basta una relación esporádica con Cristo. Una amistad así no es tal. Cristo les quiere
amigos suyos íntimos, fieles y perseverantes.
A la vez que les renuevo mi
invitación a participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Sidney, les aseguro
mi recuerdo en la oración, en la que suplico a Dios que los haga auténticos discípulos
de Cristo Resucitado. Muchas gracias. DISCURSO COMPLETO
Eminencia, Queridos
Hermanos en el Episcopado, Queridos jóvenes amigos:
Proclamen
a Cristo Señor, “siempre prontos para dar razón de su esperanza a todo el que se la
pidiere” (1 Pe 3,15). Con estas palabras de la Primera carta de san Pedro, saludo
a cada uno de ustedes con cordial afecto. Agradezco al Señor Cardenal Egan sus amables
palabras de bienvenida y también doy las gracias a los representantes que han elegido
por sus manifestaciones de gozosa acogida. Dirijo un particular saludo y expreso mi
gratitud al Señor Obispo Walsh, Rector del Seminario de San José, al personal y a
los seminaristas.
Jóvenes amigos, me alegra tener
la ocasión de hablar con ustedes. Lleven, por favor, mis cordiales saludos a los miembros
de sus familias y a sus parientes, así como a sus profesores y al personal de las
diversas Escuelas, Colegios y Universidades a las que pertenecen. Me consta que muchos
han trabajado intensamente para garantizar la realización de este nuestro encuentro.
Les quedo muy reconocido. Gracias también por haberme cantado el “Happy Birthday”.
Gracias por este detalle conmovedor; a todos les doy un sobresaliente por la pronunciación
del alemán. Esta tarde quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el
ser discípulo de Jesucristo; siguiendo las huellas del Señor, nuestra vida se transforma
en un viaje de esperanza.
Tienen delante las imágenes
de seis hombres y mujeres ordinarios que se superaron para llevar una vida extraordinaria.
La Iglesia les tributa el honor de Venerables, Beatos o Santos: cada uno respondió
a la llamada de Dios y a una vida de caridad, y lo sirvió aquí en las calles y callejas
o en los suburbios de Nueva York. Me ha impresionado la heterogeneidad de este grupo:
pobres y ricos, laicos y laicas –una era una pudiente esposa y madre–, sacerdotes
y religiosas, emigrantes venidos de lejos, la hija de un guerrero Mohawk y una madre
Algonquin, un esclavo haitiano y un intelectual cubano.
Santa
Isabel Ana Seton, Santa Francisca Javier Cabrina, San Juan Neumann, la beata Kateri
Tekakwitha, el venerable Pierre Toussaint y el Padre Félix Varela: cada uno de nosotros
podría estar entre ellos, pues en este grupo no hay un estereotipo, ningún modelo
uniforme. Pero mirando más de cerca se aprecian ciertos rasgos comunes. Inflamados
por el amor de Jesús, sus vidas se convirtieron en extraordinarios itinerarios de
esperanza. Para algunos, esto supuso dejar la Patria y embarcarse en una peregrinación
de miles de kilómetros. Para todos, un acto de abandono en Dios con la confianza de
que él es la meta final de todo peregrino. Y cada uno de ellos ofrecían su “mano tendida”
de esperanza a cuantos encontraban en el camino, suscitando en ellos muchas veces
una vida de fe. Atendieron a los pobres, a los enfermos y a los marginados en hospicios,
escuelas y hospitales, y, mediante el testimonio convincente que proviene del caminar
humildemente tras las huellas de Jesús, estas seis personas abrieron el camino de
la fe, la esperanza y la caridad a muchas otras, incluyendo tal vez a sus propios
antepasados.
Y ¿qué ocurre hoy? ¿Quién da testimonio
de la Buena Noticia de Jesús en las calles de Nueva York, en los suburbios agitados
en la periferia de las grandes ciudades, en las zonas donde se reúnen los jóvenes
buscando a alguien en quien confiar? Dios es nuestro origen y nuestra meta, y Jesús
es el camino. El recorrido de este viaje pasa, como el de nuestros santos, por los
gozos y las pruebas de la vida ordinaria: en vuestras familias, en la escuela o el
colegio, durante vuestras actividades recreativas y en vuestras comunidades parroquiales.
Todos estos lugares están marcados por la cultura en la que estáis creciendo. Como
jóvenes americanos se les ofrecen muchas posibilidades para el desarrollo personal
y están siendo educados con un sentido de generosidad, servicio y rectitud. Pero no
necesitan que les diga que también hay dificultades: comportamientos y modos de pensar
que asfixian la esperanza, sendas que parecen conducir a la felicidad y a la satisfacción,
pero que sólo acaban en confusión y angustia.
Mis
años de teenager fueron arruinados por un régimen funesto que pensaba tener todas
las respuestas; su influjo creció –filtrándose en las escuelas y los organismos civiles,
así como en la política e incluso en la religión– antes de que pudiera percibirse
claramente que era un monstruo. Declaró proscrito a Dios, y así se hizo ciego a todo
lo bueno y verdadero. Muchos de los padres y abuelos de ustedes les habrán contado
el horror de la destrucción que siguió después. Algunos de ellos, de hecho, vinieron
a América precisamente para escapar de este terror.
Demos
gracias a Dios, porque hoy muchos de su generación pueden gozar de las libertades
que surgieron gracias a la expansión de la democracia y del respeto de los derechos
humanos. Demos gracias a Dios por todos los que lucharon para asegurar que puedan
crecer en un ambiente que cultiva lo bello, bueno y verdadero: sus padres y abuelos,
sus profesores y sacerdotes, las autoridades civiles que buscan lo que es recto y
justo.
Sin embargo, el poder destructivo permanece.
Decir lo contrario sería engañarse a sí mismos. Pero éste jamás triunfará; ha sido
derrotado. Ésta es la esencia de la esperanza que nos distingue como cristianos; la
Iglesia lo recuerda de modo muy dramático en el Triduo Pascual y lo celebra con gran
gozo en el Tiempo pascual. El que nos indica la vía tras la muerte es Aquel que nos
muestra cómo superar la destrucción y la angustia; Jesús es, pues, el verdadero maestro
de vida (cf. Spe salvi, 6). Su muerte y resurrección significa que podemos decir al
Padre celestial: “Tú has renovado el mundo” (Viernes Santo, Oración después de la
comunión). De este modo, hace pocas semanas, en la bellísima liturgia de la Vigilia
pascual, no por desesperación o angustia, sino con una confianza colmada de esperanza,
clamamos a Dios por nuestro mundo: “Disipa las tinieblas del corazón. Disipa las tinieblas
del espíritu” (cf. Oración al encender el cirio pascual).
¿Qué
pueden ser estas tinieblas? ¿Qué sucede cuando las personas, sobre todo las más vulnerables,
encuentran el puño cerrado de la represión o de la manipulación en vez de la mano
tendida de la esperanza? El primer grupo de ejemplos pertenece al corazón. Aquí, los
sueños y los deseos que los jóvenes persiguen se pueden romper y destruir muy fácilmente.
Pienso en los afectados por el abuso de la droga y los estupefacientes, por la falta
de casa o la pobreza, por el racismo, la violencia o la degradación, en particular
muchachas y mujeres. Aunque las causas de estas situaciones problemáticas son complejas,
todas tienen en común una actitud mental envenenada que se manifiesta en tratar a
las personas como meros objetos: una insensibilidad del corazón, que primero ignora
y después se burla de la dignidad dada por Dios a toda persona humana. Tragedias similares
muestran también que lo podría haber sido y lo que puede ser ahora, si otras manos,
vuestras manos, hubieran estado tendidas o se tendiesen hacia ellos. Les animo a invitar
a otros, sobre todo a los débiles e inocentes, a unirse a ustedes en el camino de
la bondad y de la esperanza.
El segundo grupo de
tinieblas –las que afectan al espíritu– a menudo no se percibe, y por eso es particularmente
nocivo. La manipulación de la verdad distorsiona nuestra percepción de la realidad
y enturbia nuestra imaginación y nuestras aspiraciones. Ya he mencionado las muchas
libertades que afortunadamente pueden gozar ustedes. Hay que salvaguardar rigurosamente
la importancia fundamental de la libertad. No sorprende, pues, que muchas personas
y grupos reivindiquen en voz alta y públicamente su libertad. Pero la libertad es
un valor delicado. Puede ser malentendida y usada mal, de manera que no lleva a la
felicidad que todos esperamos, sino hacia un escenario oscuro de manipulación, en
el que nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo se hace confusa o se ve
incluso distorsionada por quienes ocultan sus propias intenciones.
¿Han
notado ustedes que, con frecuencia, se reivindica la libertad sin hacer jamás referencia
a la verdad de la persona humana? Hay quien afirma hoy que el respeto a la libertad
del individuo hace que sea erróneo buscar la verdad, incluida la verdad sobre lo que
es el bien. En algunos ambientes, hablar de la verdad se considera como una fuente
de discusiones o de divisiones y, por tanto, es mejor relegar este tema al ámbito
privado. En lugar de la verdad –o mejor, de su ausencia– se ha difundido la idea de
que, dando un valor indiscriminado a todo, se asegura la libertad y se libera la conciencia.
A esto llamamos relativismo. Pero, ¿qué objeto tiene una “libertad” que, ignorando
la verdad, persigue lo que es falso o injusto? ¿A cuántos jóvenes se les ha tendido
una mano que, en nombre de la libertad o de una experiencia, los ha llevado al consumo
habitual de estupefacientes, a la confusión moral o intelectual, a la violencia, a
la pérdida del respeto por sí mismos, a la desesperación incluso y, de este modo,
trágicamente, al suicidio? Queridos amigos, la verdad no es una imposición. Tampoco
es un mero conjunto de reglas. Es el descubrimiento de Alguien que jamás nos traiciona;
de Alguien del que siempre podemos fiarnos. Buscando la verdad llegamos a vivir basados
en la fe porque, en definitiva, la verdad es una persona: Jesucristo. Ésta es la razón
por la que la auténtica libertad no es optar por “desentenderse de”. Es decidir “comprometerse
con”; nada menos que salir de sí mismos y ser incorporados en el “ser para los otros”
de Cristo (cf. Spe salvi, 28). Como creyentes, ¿cómo podemos ayudar
a los otros a caminar por el camino de la libertad que lleva a la satisfacción plena
y a la felicidad duradera? Volvamos una vez más a los santos. ¿De qué modo su testimonio
ha liberado realmente a otros de las tinieblas del corazón y del espíritu? La respuesta
se encuentra en la médula de su fe, de nuestra fe. La encarnación, el nacimiento de
Jesús nos muestra que Dios, de hecho, busca un sitio entre nosotros. A pesar de que
la posada está llena, él entra por el establo, y hay personas que ven su luz. Se dan
cuenta de lo que es el mundo oscuro y hermético de Herodes y siguen, en cambio, el
brillo de la estrella que los guía en la noche. ¿Y qué irradia? A este respecto pueden
recordar la oración recitada en la noche santa de Pascua: “¡Oh Dios!, que por medio
de tu Hijo, luz del mundo, nos has dado la luz de tu gloria, enciende en nosotros
la llama viva de tu esperanza” (cf. Bendición del fuego). De este modo, en la procesión
solemne con las velas encendidas, nos pasamos de uno a otro la luz de Cristo. Es la
luz que “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”
(Exsultet). Ésta es la luz de Cristo en acción. Éste es el camino de los santos. Ésta
es la visión magnífica de la esperanza. La luz de Cristo les invita a ser estrellas-guía
para los otros, marchando por el camino de Cristo, que es camino de perdón, de reconciliación,
de humildad, de gozo y de paz.
Sin embargo, a veces
tenemos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, de dudar de la fuerza del
esplendor de Cristo, de limitar el horizonte de la esperanza. ¡Ánimo! Miren a nuestros
santos. La diversidad de su experiencia de la presencia de Dios nos sugiere descubrir
nuevamente la anchura y la profundidad del cristianismo. Dejen que su fantasía se
explaye libremente por el ilimitado horizonte del discipulado de Cristo. A veces nos
consideran únicamente como personas que hablan sólo de prohibiciones. Nada más lejos
de la verdad. Un discipulado cristiano auténtico se caracteriza por el sentido de
la admiración. Estamos ante un Dios que conocemos y al que amamos como a un amigo,
ante la inmensidad de su creación y la belleza de nuestra fe cristiana.
Queridos
amigos, el ejemplo de los santos nos invita, también, a considerar cuatro aspectos
esenciales del tesoro de nuestra fe: oración personal y silencio, oración litúrgica,
práctica de la caridad y vocaciones.
Lo más importante
es que ustedes desarrollen su relación personal con Dios. Esta relación se manifiesta
en la plegaria. Dios, por virtud de su propia naturaleza, habla, escucha y responde.
En efecto, San Pablo nos recuerda que podemos y debemos “ser constantes en orar” (cf.
1 Ts 5,17). En vez de replegarnos sobre nosotros mismos o de alejarnos de los vaivenes
de la vida, en la oración nos dirigimos hacia Dios y, por medio de Él, nos volvemos
unos a otros, incluyendo a los marginados y a cuantos siguen vías distintas a las
de Dios (cf. Spe salvi, 33). Como admirablemente nos enseñan los santos, la oración
se transforma en esperanza en acto. Cristo era su constante compañero, con quien conversaban
en cualquier momento de su camino de servicio a los demás.
Hay
otro aspecto de la oración que debemos recordar: la contemplación y el silencio. San
Juan, por ejemplo, nos dice que para acoger la revelación de Dios es necesario escuchar
y después responder anunciando lo que hemos oído y visto (cf. 1 Jn 1,2-3; Dei Verbum,
1). ¿Hemos perdido quizás algo del arte de escuchar? ¿Dejan ustedes algún espacio
para escuchar el susurro de Dios que les llama a caminar hacia la bondad? Amigos,
no tengan miedo del silencio y del sosiego, escuchen a Dios, adórenlo en la Eucaristía.
Permitan que su palabra modele su camino como crecimiento de la santidad.
En
la liturgia encontramos a toda la Iglesia en plegaria. La palabra “liturgia” significa
la participación del pueblo de Dios en “la obra de Cristo Sacerdote y de su Cuerpo,
que es la Iglesia” (Sacrosanctum concilium, 7). ¿En qué consiste esta obra? Ante todo
se refiere a la Pasión de Cristo, a su muerte y resurrección y a su ascensión, lo
que denominamos “Misterio pascual”. Se refiere también a la celebración misma de la
liturgia. Los dos significados, de hecho, están vinculados inseparablemente, ya que
esta “obra de Jesús” es el verdadero contenido de la liturgia. Mediante la liturgia,
“la obra de Jesús” entra continuamente en contacto con la historia; con nuestra vida,
para modelarla. Aquí percibimos otra idea de la grandeza de nuestra fe cristiana.
Cada vez que se reúnen para la Santa Misa, cuando van a confesarse, cada vez que celebran
uno de los Sacramentos, Jesús está actuando. Por el Espíritu Santo los atrae hacia
sí, dentro de su amor sacrificial por el Padre, que se transforma en amor hacia todos.
De este modo vemos que la liturgia de la Iglesia es un ministerio de esperanza para
la humanidad. Vuestra participación colmada de fe es una esperanza activa que ayuda
a que el mundo -tanto santos como pecadores- esté abierto a Dios; ésta es la verdadera
esperanza humana que ofrecemos a cada uno (cf. Spe salvi, 34).
Su
plegaria personal, sus tiempos de contemplación silenciosa y su participación en la
liturgia de la Iglesia les acerca más a Dios y les prepara también para servir a los
demás. Los santos que nos acompañan esta tarde nos muestran que la vida de fe y de
esperanza es también una vida de caridad. Contemplando a Jesús en la cruz, vemos el
amor en su forma más radical. Comencemos a imaginar el camino del amor por el que
debemos marchar (cf. Deus caritas est, 12). Las ocasiones para recorrer este camino
son muchas. Miren a su alrededor con los ojos de Cristo, escuchen con sus oídos, intuyan
y piensen con su corazón y su espíritu. ¿Están ustedes dispuestos a dar todo por la
verdad y la justicia, como hizo Él? Muchos de los ejemplos de sufrimiento a los que
nuestros santos respondieron con compasión, siguen produciéndose todavía en esta ciudad
y en sus alrededores. Y han surgido nuevas injusticias: algunas son complejas y derivan
de la explotación del corazón y de la manipulación del espíritu; también nuestro ambiente
de la vida ordinaria, la tierra misma, gime bajo el peso de la avidez consumista y
de la explotación irresponsable. Hemos de escuchar atentamente. Hemos de responder
con una acción social renovada que nazca del amor universal que no conoce límites.
De este modo estamos seguros de que nuestras obras de misericordia y justicia se transforman
en esperanza viva para los demás.
Queridos jóvenes,
quisiera añadir por último una palabra sobre las vocaciones. Pienso, ante todo, en
sus padres, abuelos y padrinos. Ellos han sido sus primeros educadores en la fe. Al
presentarlos para el bautismo, les dieron la posibilidad de recibir el don más grande
de su vida. Aquel día ustedes entraron en la santidad de Dios mismo. Llegaron a ser
hijos e hijas adoptivos del Padre. Fueron incorporados a Cristo. Se convirtieron en
morada de su Espíritu. Recemos por las madres y los padres en todo el mundo, en particular
por los que de alguna manera están lejos, social, material, espiritualmente. Honremos
las vocaciones al matrimonio y a la dignidad de la vida familiar. Deseamos que se
reconozca siempre que las familias son el lugar donde nacen las vocaciones.
Saludo
a los seminaristas congregados en el Seminario de San José y animo también a todos
los seminaristas de América. Me alegra saber que están aumentando. El Pueblo de Dios
espera de ustedes que sean sacerdotes santos, caminando cotidianamente hacia la conversión,
inculcando en los demás el deseo de entrar más profundamente en la vida eclesial de
creyentes. Les exhorto a profundizar su amistad con Jesús, el Buen Pastor. Hablen
con Él de corazón a corazón. Rechacen toda tentación de ostentación, hacer carrera
o de vanidad. Tiendan hacia un estilo de vida caracterizado auténticamente por la
caridad, la castidad y la humildad, imitando a Cristo, el Sumo y Eterno Sacerdote,
del que deben llegar a ser imágenes vivas (cf. Pastores dabo vobis, 33). Queridos
seminaristas, rezo por ustedes cada día. Recuerden que lo que cuenta ante el Señor
es permanecer en su amor e irradiar su amor por los demás.
Las
Religiosas, los Religiosos y los Sacerdotes de las Congregaciones contribuyen generosamente
a la misión de la Iglesia. Su testimonio profético se caracteriza por una convicción
profunda de la primacía del Evangelio para plasmar la vida cristiana y transformar
la sociedad. Quisiera hoy llamar su atención sobre la renovación espiritual positiva
que las Congregaciones están llevando a cabo en relación con su carisma. La palabra
“carisma” significa don ofrecido libre y gratuitamente. Los carismas los concede el
Espíritu Santo que inspira a los fundadores y fundadoras y forma las Congregaciones
con el consiguiente patrimonio espiritual. El maravilloso conjunto de carismas propios
de cada Instituto religioso es un tesoro espiritual extraordinario. En efecto, la
historia de la Iglesia se muestra tal vez del modo más bello a través de la historia
de sus escuelas de espiritualidad, la mayor parte de las cuales se remontan a la vida
de los santos fundadores y fundadoras. Estoy seguro que, descubriendo los carismas
que producen esta riqueza de sabiduría espiritual, algunos de ustedes, jóvenes, se
sentirán atraídos por una vida de servicio apostólico o contemplativo. No sean tímidos
para hablar con hermanas, hermanos o sacerdotes religiosos sobre su carisma y la espiritualidad
de su Congregación. No existe ninguna comunidad perfecta, pero es el discernimiento
de la fidelidad al carisma fundador, no a una persona en particular, lo que el Señor
les está pidiendo. Ánimo. También ustedes pueden hacer de su vida una autodonación
por amor al Señor Jesús y, en Él, a todos los miembros de la familia humana (cf. Vita
consecrata, 3).
Amigos, de nuevo les pregunto, ¿qué
decir de la hora presente? ¿Qué están buscando? ¿Qué les está sugiriendo Dios? Cristo
es la esperanza que jamás defrauda. Los santos nos muestran el amor desinteresado
por su camino. Como discípulos de Cristo, sus caminos extraordinarios se desplegaron
en aquella comunidad de esperanza que es la Iglesia. Y también ustedes encontrarán
dentro de la Iglesia el aliento y el apoyo para marchar por el camino del Señor. Alimentados
por la plegaria personal, preparados en el silencio, modelados por la liturgia de
la Iglesia, descubrirán la vocación particular a la que el Señor les llama. Acójanla
con gozo. Hoy son ustedes los discípulos de Cristo. Irradien su luz en esta gran ciudad
y en otras. Den razón de su esperanza al mundo. Hablen con los demás de la verdad
que les hace libres. Con estos sentimientos de gran esperanza en ustedes, les saludo
con un “hasta pronto”, hasta encontrarme de nuevo con ustedes en julio, para la Jornada
Mundial de la Juventud en Sidney. Y, como signo de mi afecto por ustedes y sus familias,
les imparto con alegría la Bendición Apostólica.
Palabras
del Santo Padre a los jóvenes y seminaristas de lengua española
Queridos
seminaristas, queridos jóvenes:
Es para mí una
gran alegría poder encontrarme con todos ustedes en este día de mi cumpleaños. Gracias
por su acogida y por el cariño que me han demostrado.
Les
animo a abrirle al Señor su corazón para que Él lo llene por completo y con el fuego
de su amor lleven su Evangelio a todos los barrios de Nueva York.
La
luz de la fe les impulsará a responder al mal con el bien y la santidad de vida, como
lo hicieron los grandes testigos del Evangelio a lo largo de los siglos. Ustedes están
llamados a continuar esa cadena de amigos de Jesús, que encontraron en su amor el
gran tesoro de sus vidas. Cultiven esta amistad a través de la oración, tanto personal
como litúrgica, y por medio de las obras de caridad y del compromiso por ayudar a
los más necesitados. Si no lo han hecho, plantéense seriamente si el Señor les pide
seguirlo de un modo radical en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada. No
basta una relación esporádica con Cristo. Una amistad así no es tal. Cristo les quiere
amigos suyos íntimos, fieles y perseverantes.
A
la vez que les renuevo mi invitación a participar en la Jornada Mundial de la Juventud
en Sidney, les aseguro mi recuerdo en la oración, en la que suplico a Dios que los
haga auténticos discípulos de Cristo Resucitado. Muchas gracias.