Llamamiento del Papa a la unidad de todos los cristianos, en un momento en el que
el mundo ha perdido su orientación y necesita testimonios comunes y convincentes del
poder salvador del Evangelio
Sábado, 19 abr (RV).- El Santo Padre ha hecho un llamamiento a todos los cristianos
a dar un testimonio fiel de Evangelio, a dar razón de su esperanza con claridad, porque
“con mucha frecuencia los no cristianos, al ver la fragmentación de las comunidades
cristianas, quedan confundidos con razón sobre el mensaje mismo del Evangelio”.
Benedicto
XVI ha celebrado en Nueva York un encuentro ecuménico en la Iglesia de san José donde
retomando al apóstol Pablo ha formulado una vehemente invitación a “mantener la unidad
del Espíritu con el vínculo de la paz”.
Crónica del encuentro ecuménico
“Hoy
la exhortación de Pablo resuena con mayor fuerza, ha dicho el Santo Padre. Sus palabras
nos infunden la certeza de que el Señor no nos abandonará jamás en la búsqueda de
la unidad. Nos invitan, además, a vivir de modo que podamos dar testimonio “pensando
y sintiendo lo mismo” (cf. Hch 4,32), que ha sido siempre la característica de la
koinonia cristiana (cf. Hch 2,42), y la fuerza que atrae a los que están fuera para
entrar a formar parte de la comunidad de los creyentes, y que también ellos puedan
compartir la “riqueza insondable que es Cristo” (Ef 3,8).
En este sentido Benedicto
XVI ha subrayado que “la globalización ha colocado a la humanidad entre dos extremos.
Por una parte, el sentido creciente de interrelación e interdependencia entre los
pueblos, incluso cuando, hablando en términos geográficos y culturales, están distantes
unos de otros. Esta nueva situación ofrece la posibilidad de mejorar el sentido de
la solidaridad global y compartir responsabilidades para el bien de la humanidad.
Por otra parte, no se puede negar que las rápidas mutaciones que suceden en el mundo
presentan también algunos signos desagradables de fragmentación y de repliegue en
el individualismo. El uso cada vez más extendido de la electrónica en el mundo de
las comunicaciones ha comportado paradójicamente un aumento del aislamiento. Muchos,
jóvenes incluidos, buscan por esta razón formas más auténticas de comunidad. También
es fuente de grave preocupación la difusión de la ideología secularista, que socava
e incluso rechaza la verdad trascendente. La misma posibilidad de una revelación divina,
y por tanto de la fe cristiana, se ha puesto a menudo en discusión por tendencias
de pensamiento muy difundidas en los ambientes universitarios, en los medios de comunicación
y en la opinión pública. Por estas razones, es necesario más que nunca un testimonio
fiel del Evangelio. Se pide a los cristianos que den razón de su esperanza con claridad
(cf. 1 Pe 3,15)”.
Precisamente “en el momento en el que el mundo ha perdido
su orientación y necesita testimonios comunes y convincentes del poder salvador del
Evangelio”, el Papa ha afirmado que “la fuerza del kerigma no ha perdido nada de su
dinamismo interior”.
“Sin embargo, debemos preguntarnos si no se ha atenuado
toda su fuerza por una aproximación relativista a la doctrina cristiana similar a
la que encontramos en las ideologías secularizadas, que, al sostener que solamente
la ciencia es “objetiva”, relegan completamente la religión a la esfera subjetiva
del sentimiento del individuo. Los descubrimientos científicos y sus realizaciones
a través del ingenio humano ofrecen a la humanidad sin duda nuevas posibilidades de
mejora. Esto no significa, sin embargo, que lo que “puede ser conocido” ha de limitarse
a lo que es verificable empíricamente, ni que la religión esté confinada al reino
cambiante de la “experiencia personal”.
“La aceptación de esta línea errónea
de pensamiento conduciría a los cristianos a la conclusión de que en la exposición
de la fe cristiana no es necesario subrayar la verdad objetiva, porque no hay más
que seguir la propia conciencia y escoger la comunidad que más concuerde con los propios
gustos personales. El resultado de esto se puede observar en la continua proliferación
de comunidades, que con frecuencia evitan estructuras institucionales y minimizan
la importancia de la vida cristiana en el contexto doctrinal. También en el movimiento
ecuménico, los cristianos se muestran reacios a afirmar el papel de la doctrina por
temor a que esto sirva sólo para exacerbar, más que para curar, las heridas de la
división. A pesar de esto, un testimonio claro y convincente de la salvación que Cristo
Jesús ha realizado en favor nuestro debe basarse en la noción de una enseñanza apostólica
normativa, esto es, una enseñanza que realmente subraye la palabra inspirada de Dios
y sustente la vida sacramental de los cristianos de hoy”.
“Solamente “manteniéndose
firmes” en la enseñanza segura (cf. 2 Ts 2,15) lograremos responder a los retos que
nos asaltan en un mundo cambiante. Sólo así daremos un testimonio firme de la verdad
del Evangelio y de su enseñanza moral. Éste es el mensaje que el mundo espera oír
de nosotros. Igual que los primeros cristianos, tenemos la responsabilidad de dar
un testimonio transparente de las “razones de nuestra esperanza”, de manera que los
ojos de todos los hombres de buena voluntad se abran para ver que Dios ha manifestado
su rostro (cf. 2 Co 3,12-18) y nos ha permitido acceder a su vida divina a través
de Jesucristo. Sólo Él es nuestra esperanza.
DISCURSO COMPLETO Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
Mi corazón rebosa de agradecimiento a Dios,
“Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo” (Ef 4,6),
por esta feliz oportunidad de encontrarme esta tarde rezando con ustedes. Agradezco
al Obispo Dennis Sullivan su cordial bienvenida, y saludo con afecto a todos los representantes
de las comunidades cristianas diseminadas por los Estados Unidos. La paz de nuestro
Señor y Salvador esté con todos ustedes.
Por medio de ustedes quisiera expresar
mi sincero aprecio por la obra inestimable de todos los que están implicados en el
ecumenismo: el National Council of Churches, el Christian Churches Together, el Catholic
Bishops’s Secretariat for Ecumenical and Interreligious Affairs, y otros muchos. La
aportación ofrecida al movimiento ecuménico por los cristianos de los Estados Unidos
es notoria en todo el mundo. Les aliento a todos a perseverar, confiando siempre en
la gracia de Cristo resucitado, al que nos esforzamos en servir para obtener “la obediencia
de la fe… para gloria de su nombre” (cf. Rm 1,5).
Acabamos de escuchar el
texto de la Escritura en el que Pablo, “el prisionero por Cristo”, formula una vehemente
invitación a los miembros de la comunidad cristiana de Éfeso: “Les ruego, escribe,
que anden como pide la vocación a la que han sido convocados… esforzándose en mantener
la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Ef 4,1-3). Por tanto, al final de
su apasionada invitación a la unidad, Pablo recuerda a sus lectores que Jesús, una
vez ascendido al cielo, ha derramado sobre los hombres todos los dones necesarios
para la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,11-13).
Hoy la exhortación
de Pablo resuena con mayor fuerza. Sus palabras nos infunden la certeza de que el
Señor no nos abandonará jamás en la búsqueda de la unidad. Nos invitan, además, a
vivir de modo que podamos dar testimonio “pensando y sintiendo lo mismo” (cf. Hch
4,32), que ha sido siempre la característica de la koinonia cristiana (cf. Hch 2,42),
y la fuerza que atrae a los que están fuera para entrar a formar parte de la comunidad
de los creyentes, y que también ellos puedan compartir la “riqueza insondable que
es Cristo” (Ef 3,8).
La globalización ha colocado a la humanidad entre dos
extremos. Por una parte, el sentido creciente de interrelación e interdependencia
entre los pueblos, incluso cuando, hablando en términos geográficos y culturales,
están distantes unos de otros. Esta nueva situación ofrece la posibilidad de mejorar
el sentido de la solidaridad global y compartir responsabilidades para el bien de
la humanidad. Por otra parte, no se puede negar que las rápidas mutaciones que suceden
en el mundo presentan también algunos signos desagradables de fragmentación y de repliegue
en el individualismo. El uso cada vez más extendido de la electrónica en el mundo
de las comunicaciones ha comportado paradójicamente un aumento del aislamiento. Muchos,
jóvenes incluidos, buscan por esta razón formas más auténticas de comunidad. También
es fuente de grave preocupación la difusión de la ideología secularista, que socava
e incluso rechaza la verdad trascendente. La misma posibilidad de una revelación divina,
y por tanto de la fe cristiana, se ha puesto a menudo en discusión por tendencias
de pensamiento muy difundidas en los ambientes universitarios, en los medios de comunicación
y en la opinión pública. Por estas razones, es necesario más que nunca un testimonio
fiel del Evangelio. Se pide a los cristianos que den razón de su esperanza con claridad
(cf. 1 Pe 3,15).
Con mucha frecuencia los no cristianos, al ver la fragmentación
de las comunidades cristianas, quedan confundidos con razón sobre el mensaje mismo
del Evangelio. A veces las creencias y comportamientos cristianos fundamentales son
modificados dentro de las comunidades por las así llamadas “acciones proféticas”,
basadas en una hermenéutica no siempre en consonancia con la Escritura y la Tradición.
Como consecuencia, las comunidades renuncian a actuar como un cuerpo unido, y prefieren
en cambio actuar según el principio de “las opciones locales”. En este proceso, se
pierde la necesidad de una koinonia diacrónica -la comunión con la Iglesia de todos
los tiempos- precisamente en el momento en el que el mundo ha perdido su orientación
y necesita testimonios comunes y convincentes del poder salvador del Evangelio (cf.
Rm 1,18-23).
Frente a estas dificultades, en primer lugar, debemos recordarnos
que la unidad de la Iglesia deriva de la perfecta unidad de la Trinidad. El Evangelio
de Juan nos dice que Jesús ha rogado al Padre para que sus discípulos sean uno, “como
tú… en mí y yo en ti” (cf. Jn 17,21). Este pasaje refleja la firme convicción de la
comunidad cristiana primitiva de que su unidad era fruto y reflejo de la unidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto, a su vez, muestra que la cohesión recíproca
de los creyentes se fundaba en la plena integridad de la confesión de su credo (cf.
1 Tm 1,3-11). En todo el Nuevo Testamento vemos cómo los Apóstoles fueron llamados
reiteradamente a dar razón de su fe, tanto ante los gentiles (cf. Hch 17,16-34) como
ante los judíos (cf. Hch 4,5-22; 5,27-42). El núcleo central de su argumentación fue
siempre el hecho histórico de la resurrección corporal del Señor de la tumba (Hch
2,24-32; 3,15; 4,10; 5,30; 10,40; 13,30). La eficacia última de su predicación no
dependía de “palabras rebuscadas” o de “sabiduría humana” (1 Co 2,13), sino más bien
de la acción del Espíritu (Ef 3,5), que confirmaba el testimonio autorizado de los
Apóstoles (cf. 1 Co 15,1-11). El núcleo de la predicación de Pablo y de la Iglesia
de los orígenes no fue otro que Jesucristo, y “éste, crucificado” (1 Co 2,2). Y esta
proclamación debía de ser garantizada por la pureza de la doctrina normativa expresada
en las fórmulas de fe, los símbolos, que articulaban la esencia de la fe cristiana
y constituían el fundamento de la unidad de los bautizados (cf. 1 Co 15,3-5; Ga 1,6-9;
Unitatis redintegratio, 2).
Mis queridos amigos, la fuerza del kerigma no
ha perdido nada de su dinamismo interior. Sin embargo, debemos preguntarnos si no
se ha atenuado toda su fuerza por una aproximación relativista a la doctrina cristiana
similar a la que encontramos en las ideologías secularizadas, que, al sostener que
solamente la ciencia es “objetiva”, relegan completamente la religión a la esfera
subjetiva del sentimiento del individuo. Los descubrimientos científicos y sus realizaciones
a través del ingenio humano ofrecen a la humanidad sin duda nuevas posibilidades de
mejora. Esto no significa, sin embargo, que lo que “puede ser conocido” ha de limitarse
a lo que es verificable empíricamente, ni que la religión esté confinada al reino
cambiante de la “experiencia personal”.
La aceptación de esta línea errónea
de pensamiento conduciría a los cristianos a la conclusión de que en la exposición
de la fe cristiana no es necesario subrayar la verdad objetiva, porque no hay más
que seguir la propia conciencia y escoger la comunidad que más concuerde con los propios
gustos personales. El resultado de esto se puede observar en la continua proliferación
de comunidades, que con frecuencia evitan estructuras institucionales y minimizan
la importancia de la vida cristiana en el contexto doctrinal.
También en el
movimiento ecuménico, los cristianos se muestran reacios a afirmar el papel de la
doctrina por temor a que esto sirva sólo para exacerbar, más que para curar, las heridas
de la división. A pesar de esto, un testimonio claro y convincente de la salvación
que Cristo Jesús ha realizado en favor nuestro debe basarse en la noción de una enseñanza
apostólica normativa, esto es, una enseñanza que realmente subraye la palabra inspirada
de Dios y sustente la vida sacramental de los cristianos de hoy.
Solamente
“manteniéndose firmes” en la enseñanza segura (cf. 2 Ts 2,15) lograremos responder
a los retos que nos asaltan en un mundo cambiante. Sólo así daremos un testimonio
firme de la verdad del Evangelio y de su enseñanza moral. Éste es el mensaje que el
mundo espera oír de nosotros. Igual que los primeros cristianos, tenemos la responsabilidad
de dar un testimonio transparente de las “razones de nuestra esperanza”, de manera
que los ojos de todos los hombres de buena voluntad se abran para ver que Dios ha
manifestado su rostro (cf. 2 Co 3,12-18) y nos ha permitido acceder a su vida divina
a través de Jesucristo. Sólo Él es nuestra esperanza. Dios ha revelado su amor a todos
los pueblos mediante el misterio de la pasión y muerte de su Hijo, y nos ha llamado
a proclamar que ha resucitado verdaderamente, que está sentado a la diestra del Padre
y que “de nuevo vendrá en la gloria a juzgar a vivos y muertos” (Credo niceno).
Que
la palabra de Dios que hemos escuchado esta tarde inflame de esperanza nuestros corazones
en el camino de la unidad (cf. Lc 24,32). Que este encuentro de oración sea un ejemplo
de la centralidad de la plegaria en el movimiento ecuménico (cf. Unitatis redintegratio,
8); pues, sin plegaria, las estructuras, las instituciones y los programas ecuménicos
quedarían despojados de su corazón y de su alma. Demos gracias a Dios por los progresos
realizados por la acción del Espíritu, y reconozcamos con gratitud los sacrificios
espirituales ofrecidos por tantos como están presentes y por cuantos nos han precedido.
Caminando
tras sus huellas y poniendo la confianza sólo en Dios, espero que -haciendo mías las
palabras del Padre Paul Wattson- alcanzaremos la “unidad de esperanza, de fe y de
amor”, la única que puede convencer al mundo de que Jesucristo es el enviado del Padre
para la salvación de todos.