2008-04-17 23:56:54

A los universitarios católicos el Papa recuerda que todo llamamiento al principio de la libertad académica para justificar posiciones que contradicen la fe y las enseñanzas de la Iglesia, traiciona la identidad y la misión de la universidad, una misión que está en el corazón del munus docendi de la Iglesia


Viernes, 18 abr (RV).- La “caridad intelectual” y la “libertad académica”, han sido los temas entorno a los que ha girado el discurso que Benedicto XVI ha pronunciado a los estudiantes de la Universidad católica de Washington. Esta universidad la visitó el papa Juan Pablo II en 1979 en su Primer viaje a los EEUU y tuvo dos encuentros uno con los estudiantes y otro con los docentes. Tras el saludo del rector de la universidad, Mons. David M. O’Connell, el Santo Padre se ha dirigido al nutrido grupo de jóvenes con las palabras de Isaías citadas por san Pablo: “¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien!”, resaltando su labor como mensajeros de palabra.

Crónica del encuentro RealAudioMP3

Como profesor que fue, Benedicto XVI ha recordado que ante los conflictos personales, la confusión moral y la fragmentación de la conciencia, “la noble finalidad de la formación académica y de la educación, fundadas en la unidad de la verdad y en el servicio a la persona y a la comunidad, se transforman en un instrumento fuerte de esperanza”.


Asimismo el Pontífice ha evidenciado lo mucho que la comunidad católica ha hecho en Estados Unidos, convirtiéndose en una de sus prioridades, pero ha instado a que la educación le sea accesible a las personas de toda condición social y económica. “A ningún niño o niña le tiene que ser negado el derecho a una educación en la fe”, ha subrayado el Papa. En este sentido el Pontífice ha puesto de relieve que la escuela católica no tiene que ser una cuestión de número, sino que es una “cuestión de convicción”.


Sobre este argumento el Papa se ha preguntado hasta qué punto estamos convencidos. “La crisis de verdad contemporánea –ha explicado el Papa- está radicada en una crisis de fe. Sólo mediante la fe, nosotros podemos dar libremente nuestro consentimiento al testimonio de Dios y reconocerlo como el garante de la verdad que Él revela”. El Pontífice ha señalado en este sentido, que quizá, en la búsqueda de hacer ver a los jóvenes esta diligencia, “hemos abandonado su voluntad, y como consecuencia observamos como la noción de libertad se distorsiona”.


“La libertad –ha proseguido explicando el Papa- no es la facultad de desempeño de; sino que es la facultad de empeño por, es decir, una participación. Por lo tanto la libertad no se puede alcanzar alejándose de Dios. Una elección de este tipo –ha dicho el Pontífice- últimamente significaría abandonar la verdad genuina que necesitamos para entendernos a nosotros mismos. Por este motivo –ha instado el Santo Padre a los universitarios- es una responsabilidad para cada uno de vosotros, y para vuestros compañeros, suscitar entre los jóvenes el deseo de un acto de fe, animándoles a comprometerse en la vida eclesial que deriva de este acto de fe”. Benedicto XVI ha proseguido su amplio discurso a los universitarios recordando que la misión de la Iglesia es ayudar a la humanidad a alcanzar la verdad.


El Santo Padre ha expresado también su preocupación por la reducción “de la preciosa y delicada área de la educación sexual como riesgo, privo de cualquier referencia a la belleza del amor conyugal”. ¿Cómo pueden responder los educadores cristianos? Benedicto XVI ha respondido diciendo que a través de la “caridad intelectual”, porque la responsabilidad de llevar a los jóvenes hacia la verdad es un acto de amor que promueve “la verdadera perfección y la felicidad de aquellos que tienen que ser guiados”.


Por último el Pontífice ha hecho referencia a la libertad académica, que significa “buscar la verdad allí donde el atento análisis de la evidencia os conduce”. Y en este punto ha señalado que “todo llamamiento al principio de la libertad académica para justificar posiciones que contradicen la fe y las enseñanzas de la Iglesia, obstaculiza o incluso traiciona la identidad y la misión de la universidad, una misión que está en el corazón del munus docendi de la Iglesia y no es autónoma o independiente de esta”. Y al finalizar el Papa ha exclamado entre aplausos: “¡Sed testigos de la esperanza!”.

A continuación les ofrecemos el texto íntegro del discurso del Santo Padre:
Queridos Cardenales,
Queridos Hermanos Obispos,
Ilustres Profesores, Maestros y educadores:

¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien! Con estas palabras de Isaías, citadas por San Pablo, saludo calurosamente a cada uno de ustedes –portadores de sabiduría- y a través de ustedes a todo el personal, a los estudiantes y las familias de las muchas y variadas instituciones formativas que ustedes representan. Es un verdadero placer para mí encontrarlos y compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la naturaleza y la identidad de la educación católica hoy. Deseo en particular agradecer a P. Davide O’Connell, presidente y Rector de la Catholic University of America. He apreciado, querido Presidente, sus amables palabras de bienvenida. Le pido que haga extensiva mi cordial gratitud a la entera comunidad – facultades, personal y estudiantes – de esta universidad.

La tarea educativa es parte integrante de la misión que la Iglesia tiene de proclamar la Buena Nueva. En primer lugar y sobre todo cada institución educativa católica es un lugar dónde encontrar al Dios vivo, el cual, en Jesucristo, revela la fuerza transformadora de su amor y de su verdad. Esta relación suscita el deseo de crecer en el conocimiento y en la comprensión de Cristo y de su enseñanza. De este modo aquellos que lo encuentran son llevados por la potencia del Evangelio a conducir una nueva vida caracterizada por todo aquello que es bello, bueno y verdadero; una vida de testimonio cristiano nutrido y reforzado dentro de la comunidad de los discípulos de Nuestro Señor: la Iglesia.

La dinámica entre encuentro personal, conocimiento y testimonio cristiano, es parte integrante de la diakonia de la verdad que la Iglesia realiza en medio de de la humanidad. La revelación de Dios ofrece a cada generación la posibilidad de descubrir la verdad última sobre la propia vida y sobre el fin de la historia. Esta tarea nunca es fácil: involucra a la entera comunidad cristiana y motiva a cada generación de educadores cristianos a garantizar que el poder de la verdad de Dios cubre cada dimensión de las instituciones que ellos sirven. De este modo, la Buena Nueva de Cristo se coloca en condición de actuar guiando tanto a quien enseña como al estudiante hacia la verdad objetiva que, trascendiendo lo particular y lo subjetivo, remite a lo universal y a lo absoluto que nos hace aptos para proclamar confiadamente la esperanza que no falla (cfr rm 5,5). Contra los conflictos personales, la confusión moral y la fragmentación del conocimiento, los objetivos nobles de la formación académica y de la educación, fundados sobre la unidad de la verdad y sobre el servicio a la persona y a la comunidad, se transforman en un especial y potente instrumento de esperanza.

Queridos amigos, la historia de esta nación ofrece numerosos ejemplos del compromiso de la Iglesia al respecto. De hecho, la comunidad católica en este País ha hecho de la educación una de sus más importantes prioridades. Esta empresa no se realiza sin grandes sacrificios. Eminentes figuras como Santa Elizabeth Ann Seton y otros fundadores y fundadoras, con gran tenacidad y amplia visión han guiado la institución de aquello que hoy constituye una considerable red de escuelas parroquiales que contribuyen al bienestar de la Iglesia y de la Nación. Algunos como Santa Katharine Drexel, han dedicado la propia vida a la educación de aquellos que otros habían relegado –en su caso- Afro-americanos y Americanos Nativos. Innumerables hermanos y hermanas y sacerdotes de Congregaciones religiosas, junto con padres altruistas, han ayudado, mediante las Escuelas católicas, a generaciones de inmigrantes a alejarse de la miseria y tomar el propio sitio en la sociedad actual.

Este sacrificio prosigue también hoy. Es un excelente apostolado de la esperanza el buscar hacerse cargo de las necesidades materiales, intelectuales y espirituales de más de tres millones de jóvenes estudiantes. Esto ofrece también a la entera comunidad católica una oportunidad altamente encomiable de contribuir generosamente con las necesidades financieras de nuestras instituciones. Es necesario asegurarles una continuidad. En efecto, debe hacerse todo lo posible, en colaboración con la comunidad más vasta, para asegurar que los estudios sean accesibles a personas de cada nivel social y económico. A ningún niño o niña se le debe negar el derecho a una educación en la fe, que a su vez nutre el espíritu de la nación.

Algunos se cuestionan hoy el compromiso de la iglesia en la educación, preguntándose si los recursos no podrían ser mejor utilizados en otra parte. Cierto en una nación como ésta, el Estado ofrece amplias oportunidades para la educación y atrae mujeres y hombres dedicados y generosos hacia esta honorable profesión. Por lo tanto, es oportuno reflexionar sobre aquello que es específico de nuestras instituciones católicas: ¿cómo pueden ellas contribuir al bien de la sociedad a través de la misión primaria de la Iglesia que es aquella de evangelizar?

Todas las actividades de la Iglesia se desprenden de su conciencia de ser portadora de un mensaje que tiene su origen en Dios mismo: en su bondad y sabiduría, Dios ha elegido revelarse a sí mismo y dar a conocer el propósito escondido de su voluntad. El deseo de Dios de darse a conocer y el innato deseo de cada ser humano por conocer la verdad proporcionan el contexto de la búsqueda humana sobre el significado de la vida. Este encuentro único es apoyado dentro de nuestra comunidad cristiana: quien busca la verdad se transforma en uno que vive de fe. Esto puede ser descrito como un movimiento del “yo” al “nosotros”, que conduce a la persona a formar parte del pueblo de Dios.

La misma dinámica de identidad comunitaria - “¿a quién pertenezco? – vivifica el “ethos” (la ética) de nuestras instituciones católicas. La identidad de una Universidad o de una Escuela católica no es simplemente una cuestión de número de estudiantes católicos. Es una cuestión de convicción – ¿Verdaderamente creemos que solo en el misterio del Verbo hecho carne nos queda claro el misterio del hombre? ¿Estamos verdaderamente preparados a confiar todo nuestro yo (intelecto y voluntad, mente y corazón) a Dios? ¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En nuestras universidades y escuelas la fe es “tangible”? ¿De ella se dan expresiones fervientes en la liturgia, en los sacramentos, mediante la oración, los actos de caridad, la preocupación por la justicia y el respeto por la creación de Dios? Solamente de este modo podemos verdaderamente dar testimonio sobre quiénes somos y aquello que nosotros sostenemos.

 Desde esta perspectiva se puede reconocer que la actual “crisis de verdad” tiene sus raíces en una “crisis de fe”. Solamente a través de la fe es que nosotros podemos, libremente, dar nuestro consentimiento al testimonio de Dios y reconocerlo como trascendente garante de aquella verdad que Él revela. Una vez más vemos por qué el promover la intimidad personal con Jesucristo y el testimonio comunitario en su verdad que es amor, resulta indispensable en las instituciones formativas católicas. De hecho todos nosotros percibimos, y observamos con preocupación, la dificultad o la duda que hoy muchas personas tienen para confiarse a Dios. Es un fenómeno complejo sobre el cual personalmente reflexiono en continuación: Mientras hemos estado buscado con esmero incidir en la inteligencia de nuestros jóvenes, tal vez, hemos dejado de lado su voluntad. En consecuencia, observamos con ansia que la noción de libertad aparece distorsionada. La libertad no es la facultad para ‘desvincularse de’ sino la facultad de ‘comprometerse por’ – una participación del mismo Ser. En consecuencia, la auténtica libertad nunca puede ser alcanzada mediante el alejamiento de Dios. Al final, una elección de este tipo significaría dejar de lado la genuina verdad de la cual tenemos necesidad para comprendernos a nosotros mismos. Por ello, para cada uno de ustedes, como para sus colegas, es una responsabilidad particular el suscitar entre los jóvenes el deseo de un acto de fe, alentándolos a comprometerse por la vida eclesial que brota de este acto de fe. Es aquí que la libertad alcanza la certeza de la verdad. En la elección de vivir según esta verdad, nosotros abrazamos la plenitud de la vida de fe que se nos da en la Iglesia.

Claramente la identidad católica no depende de las estadísticas. Tampoco puede ser simplemente comparada con la ortodoxia del contenido de los cursos. La identidad católica requiere e inspira mucho más: que cada aspecto de estas sus comunidades de estudio se nutra en la vida eclesial de fe. Solo en la fe la verdad puede encarnarse, y la razón puede ser verdaderamente humana, capaz de dirigir la voluntad a lo largo del sendero de la libertad. De este modo nuestras instituciones ofrecen una contribución vital para la misión de la Iglesia y sirven eficazmente a la sociedad. Estas instituciones se convierten en lugares donde la presencia activa de Dios en los asuntos humanos es reconocida y donde cada joven persona descubre la alegría de entrar en el “ser para los demás” de Cristo.

La misión primaria de la Iglesia, de evangelizar, en la cual las instituciones educativas juegan un papel crucial, está en consonancia con la aspiración fundamental de la nación que es desarrollar una sociedad verdaderamente digna de la dignidad de la persona humana. Sin embargo, a veces el valor de la contribución de la Iglesia al foro público es cuestionado. Por esto es importante recordar que la verdad de la fe y de la razón nunca se contradicen. De hecho, la misión de la Iglesia, la involucra en la lucha que la humanidad sostiene por alcanzar la verdad. Al expresar la verdad revelada, la Iglesia sirve a todos los miembros de la sociedad purificando la razón, asegurando que permanezca abierta a la consideración de las verdades últimas. Recurriendo a la divina sabiduría, la Iglesia arroja luz sobre los fundamentos de la moralidad y de la ética humana, y recuerda a todos los grupos en la sociedad que no es la praxis la que crea la verdad sino que es la verdad la que debe servir como base para la praxis. Lejos de amenazar la tolerancia de la legítima diversidad, esta contribución ilumina la misma verdad que hace posible el consenso, y ayuda a mantener razonable, honesto y confiable, el debate público. De la misma manera la Iglesia nunca se cansa de apoyar las esenciales categorías morales del justo y del injusto, sin las cuales la esperanza no pueda más que menguar, dando paso a fríos cálculos pragmáticos y utilitaristas que reducen a la persona a poco más que una ficha en el tablero.

Por lo que se refiere al forum educativo, la diakonia de la verdad asume un elevado significado en las sociedades en las cuales la ideología secularista coloca una cuña entre verdad y fe. Esta división ha llevado a la tendencia de igualar verdad y conocimiento y adoptar una mentalidad positivista que, rechazando la metafísica, niega los fundamentos de la fe y repudia la necesidad de una visión moral. Verdad significa mucho más que conocimiento: conocer la verdad nos conduce a descubrir el bien. La verdad habla al individuo en su totalidad, y nos invita a responder con todo nuestro ser. Esta visión optimista se funda en nuestra fe cristiana, porque en esta fe está donada la visión del Logos , la creadora Razón de Dios, que en la Encarnación se ha revelado a sí misma como Divinidad. Lejos del ser solo una comunicación de datos de hecho –“informativa”- la verdad amante del Evangelio es creativa y capaz de cambiar la vida –es transformadora. Con confianza los educadores cristianos pueden liberar a los jóvenes de los límites del positivismo y despertar su receptividad ante la verdad de Dios y de su bondad. De este modo los educadores ayudarán también en la formación de la conciencia que, enriquecida por la fe, abre un camino seguro hacia la paz interior y el respeto hacia los demás.

No es una sorpresa si no solo nuestras propias comunidades eclesiales sino también la sociedad en general, nutren intensas expectativas por parte de los educadores católicos. Esto deposita sobre ustedes una responsabilidad y les ofrece una oportunidad. Un número siempre mayor de personas -en particular de padres de familia- reconoce la necesidad de excelencia en la formación humana de sus hijos. Como Mater et Magistra, la Iglesia comparte su preocupación. Cuando nada más allá del individuo es reconocido como definitivo, el criterio último de juicio se convierte en el yo y la satisfacción de los deseos inmediatos del individuo. La objetividad y la prospectiva que derivan únicamente del reconocimiento de la esencial dimensión transcendente de la persona humana, pueden perderse. Al interno de semejante horizonte relativista, los fines de la educación se ven inevitablemente reducidos. Lentamente se afirma una disminución de los niveles. Hoy observamos una cierta timidez ante la categoría del bien y una inusual cacería en el desfile de novedades que desfilan como realización de la libertad. Somos testigos de la convicción de que cada experiencia tiene el mismo valor y de la inseguridad en el admitir imperfecciones y errores. Además es particularmente inquietante la reducción de la preciosa y delicada área de la educación sexual en la administración del “riesgo”, carente de cualquier referencia a la bellaza del amor conyugal.

¿Cómo pueden responder los educadores cristianos? Estos peligrosos desarrollos ponen en evidencia la urgencia de aquello que bien podríamos llamar “caridad intelectual”. Este aspecto de la caridad requiere del educador el reconocimiento de la profunda responsabilidad en la que conducir a los jóvenes a la verdad, es un acto de amor. En verdad, la dignidad de la educación reside en el promover la verdadera perfección y la alegría de aquellos que deben ser guiados. En práctica, la “caridad intelectual” sostiene la unidad esencial del conocimiento contra la fragmentación que consigue cuando la razón está separada de la búsqueda de la verdad. Esto guía a los jóvenes hacia la profunda satisfacción de ejercer la libertad en relación con la verdad, y esto empuja a formular la relación entre la fe y los varios aspectos de la vida familiar y civil. Una vez que la pasión por la plenitud y la unidad de la verdad ha sido despertada, los jóvenes, seguramente, podrán paladear el descubrimiento de que la cuestión sobre aquello que pueden conocer los abre a la vasta aventura de aquello que deberían hacer. Aquí ellos experimentan “en quien” y “en qué cosa” es posible esperar, sintiéndose inspirados para aportar la propia contribución a la sociedad generando esperanza en los demás.

Queridos amigos, deseo concluir llamando la atención específicamente sobre la importancia que tiene la competencia y el testimonio de todos ustedes, al interno de nuestras Universidades y Escuelas católicas. Antes que nada, les pido me consientan agradecer a todos ustedes por la dedicación y la generosidad que demuestran. Conozco desde los tiempos en que era profesor, y luego escuchando a sus Obispos y Oficiales de la congregación para la Educación Católica, que la reputación de las Instituciones educativas en este País se debe en gran medida a ustedes y a sus predecesores. La desinteresada contribución de todos – desde la investigación externa hasta la dedicación por parte de aquellos que trabajan al interno de los Institutos escolásticos – es de utilidad tanto para el País como para la Iglesia. Por esto les expreso mi más profunda gratitud.

A propósito de los miembros de las Facultades en los Colegios universitarios católicos, deseo afirmar nuevamente el gran valor que tiene la libertad académica. En virtud de esta libertad ustedes están llamados a buscar la verdad en cualquier parte a donde el análisis atento de la evidencia los conduzca. Sin embargo es necesario recordar también que cada llamamiento al principio de la libertad académica para justificar posiciones que contradicen la fe y la enseñanza de la iglesia obstaculizarían o inclusive traicionarían la identidad y la misión de la Universidad, una misión que está en el corazón del munus docendi, actividad de la docencia de la Iglesia que no es de ningún modo autónoma o independiente de ella.

Los Docentes y administradores, tanto en las Universidades como en las Escuelas, tienen el deber y el privilegio de asegurar que los estudiantes reciban instrucción en la doctrina y en la práctica católica. Esto requiere que el testimonio público a la manera de ser de Cristo, como resulta del Evangelio y es propuesto por el Magisterio de la Iglesia, modele cada aspecto de la vida institucional tanto al interno como al externo de las aulas escolásticas. Tomar la distancia de esta visión debilita la identidad católica y, lejos del hacer avanzar la libertad, inevitablemente, conduce a la confusión moral intelectual y espiritual.

Deseo también expresar de modo particular palabras de aliento a los docentes de catequesis tanto laicos como religiosos, los cuales trabajan por asegurar que los jóvenes puedan ser cotidianamente más capaces de apreciar el don de la fe. La educación religiosa es un apostolado estimulante y existen muchos signos de un deseo entre los jóvenes de conocer mejor la fe y de practicarla con determinación. Si se quiere que este despertar crezca, es necesario que quienes enseñan tengan una clara y precisa comprensión de la específica naturaleza y el papel de la educación católica. Además ellos deben estar preparados a guiar el compromiso que les plantea la entera comunidad escolástica en el asistir a nuestros jóvenes y sus familias y experimentar la armonía entre fe, vida y cultura.

Aquí deseo dirigir un especial llamamiento a los religiosos, a las religiosas y a los sacerdotes: no abandonen el apostolado educativo; es más, renueven la propia dedicación a las escuelas, especialmente a aquellas que se encuentran en las áreas más pobres. En los lugares donde son muchas las falsas promesas que atraen a los jóvenes alejándolos del camino de la verdad y de la genuina libertad, el testimonio de los consejos evangélicos hechos por la persona consagrada es un don insustituible. Aliento a los religiosos presentes a poner renovado entusiasmo en la promoción de las vocaciones. Sepan que, ustedes, con su testimonio en favor del ideal de la consagración y de la misión entre los jóvenes son fuente de gran inspiración en la fe tanto de ellos como de sus familias.

A todos ustedes les digo: ¡sean testigos de esperanza¡ Alimenten el propio testimonio con la oración. Den cuenta de la esperanza que caracteriza sus vidas viviendo la verdad que ustedes proponen a sus estudiantes. Ayúdenlos a conocer y amar aquel “Uno” que han encontrado, cuya verdad y bondad ustedes han conocido con gozo. Con San Agustín decimos “Nosotros que hablamos y ustedes que escuchan reconozcámonos como fieles discípulos de un único Maestro”. Con estos sentimientos de comunión les imparto a todos ustedes, a sus colegas y estudiantes, así como a sus familias, la Bendición Apostólica.







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