A los universitarios católicos el Papa recuerda que todo llamamiento al principio
de la libertad académica para justificar posiciones que contradicen la fe y las enseñanzas
de la Iglesia, traiciona la identidad y la misión de la universidad, una misión que
está en el corazón del munus docendi de la Iglesia
Viernes, 18 abr (RV).- La “caridad intelectual” y la “libertad académica”, han sido
los temas entorno a los que ha girado el discurso que Benedicto XVI ha pronunciado
a los estudiantes de la Universidad católica de Washington. Esta universidad la visitó
el papa Juan Pablo II en 1979 en su Primer viaje a los EEUU y tuvo dos encuentros
uno con los estudiantes y otro con los docentes. Tras el saludo del rector de la universidad,
Mons. David M. O’Connell, el Santo Padre se ha dirigido al nutrido grupo de jóvenes
con las palabras de Isaías citadas por san Pablo: “¡Cuán hermosos los pies de los
que anuncian el bien!”, resaltando su labor como mensajeros de palabra.
Crónica
del encuentro
Como
profesor que fue, Benedicto XVI ha recordado que ante los conflictos personales, la
confusión moral y la fragmentación de la conciencia, “la noble finalidad de la formación
académica y de la educación, fundadas en la unidad de la verdad y en el servicio a
la persona y a la comunidad, se transforman en un instrumento fuerte de esperanza”.
Asimismo el Pontífice ha evidenciado lo mucho que la comunidad católica
ha hecho en Estados Unidos, convirtiéndose en una de sus prioridades, pero ha instado
a que la educación le sea accesible a las personas de toda condición social y económica.
“A ningún niño o niña le tiene que ser negado el derecho a una educación en la fe”,
ha subrayado el Papa. En este sentido el Pontífice ha puesto de relieve que la escuela
católica no tiene que ser una cuestión de número, sino que es una “cuestión de convicción”.
Sobre
este argumento el Papa se ha preguntado hasta qué punto estamos convencidos. “La crisis
de verdad contemporánea –ha explicado el Papa- está radicada en una crisis de fe.
Sólo mediante la fe, nosotros podemos dar libremente nuestro consentimiento al testimonio
de Dios y reconocerlo como el garante de la verdad que Él revela”. El Pontífice ha
señalado en este sentido, que quizá, en la búsqueda de hacer ver a los jóvenes esta
diligencia, “hemos abandonado su voluntad, y como consecuencia observamos como la
noción de libertad se distorsiona”.
“La libertad –ha proseguido explicando
el Papa- no es la facultad de desempeño de; sino que es la facultad de empeño por,
es decir, una participación. Por lo tanto la libertad no se puede alcanzar alejándose
de Dios. Una elección de este tipo –ha dicho el Pontífice- últimamente significaría
abandonar la verdad genuina que necesitamos para entendernos a nosotros mismos. Por
este motivo –ha instado el Santo Padre a los universitarios- es una responsabilidad
para cada uno de vosotros, y para vuestros compañeros, suscitar entre los jóvenes
el deseo de un acto de fe, animándoles a comprometerse en la vida eclesial que deriva
de este acto de fe”. Benedicto XVI ha proseguido su amplio discurso a los universitarios
recordando que la misión de la Iglesia es ayudar a la humanidad a alcanzar la verdad.
El
Santo Padre ha expresado también su preocupación por la reducción “de la preciosa
y delicada área de la educación sexual como riesgo, privo de cualquier referencia
a la belleza del amor conyugal”. ¿Cómo pueden responder los educadores cristianos?
Benedicto XVI ha respondido diciendo que a través de la “caridad intelectual”, porque
la responsabilidad de llevar a los jóvenes hacia la verdad es un acto de amor que
promueve “la verdadera perfección y la felicidad de aquellos que tienen que ser guiados”.
Por
último el Pontífice ha hecho referencia a la libertad académica, que significa “buscar
la verdad allí donde el atento análisis de la evidencia os conduce”. Y en este punto
ha señalado que “todo llamamiento al principio de la libertad académica para justificar
posiciones que contradicen la fe y las enseñanzas de la Iglesia, obstaculiza o incluso
traiciona la identidad y la misión de la universidad, una misión que está en el corazón
del munus docendi de la Iglesia y no es autónoma o independiente de esta”. Y al finalizar
el Papa ha exclamado entre aplausos: “¡Sed testigos de la esperanza!”.
A continuación
les ofrecemos el texto íntegro del discurso del Santo Padre: Queridos Cardenales,
Queridos Hermanos Obispos, Ilustres Profesores, Maestros y educadores:
¡Cuán
hermosos los pies de los que anuncian el bien! Con estas palabras de Isaías, citadas
por San Pablo, saludo calurosamente a cada uno de ustedes –portadores de sabiduría-
y a través de ustedes a todo el personal, a los estudiantes y las familias de las
muchas y variadas instituciones formativas que ustedes representan. Es un verdadero
placer para mí encontrarlos y compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la naturaleza
y la identidad de la educación católica hoy. Deseo en particular agradecer a P. Davide
O’Connell, presidente y Rector de la Catholic University of America.
He apreciado, querido Presidente, sus amables palabras de bienvenida. Le pido que
haga extensiva mi cordial gratitud a la entera comunidad – facultades, personal y
estudiantes – de esta universidad.
La tarea educativa es parte integrante de
la misión que la Iglesia tiene de proclamar la Buena Nueva. En primer lugar y sobre
todo cada institución educativa católica es un lugar dónde encontrar al Dios vivo,
el cual, en Jesucristo, revela la fuerza transformadora de su amor y de su verdad.
Esta relación suscita el deseo de crecer en el conocimiento y en la comprensión de
Cristo y de su enseñanza. De este modo aquellos que lo encuentran son llevados por
la potencia del Evangelio a conducir una nueva vida caracterizada por todo aquello
que es bello, bueno y verdadero; una vida de testimonio cristiano nutrido y reforzado
dentro de la comunidad de los discípulos de Nuestro Señor: la Iglesia.
La
dinámica entre encuentro personal, conocimiento y testimonio cristiano, es parte integrante
de la diakonia de la verdad que la Iglesia realiza en medio de de la
humanidad. La revelación de Dios ofrece a cada generación la posibilidad de descubrir
la verdad última sobre la propia vida y sobre el fin de la historia. Esta tarea nunca
es fácil: involucra a la entera comunidad cristiana y motiva a cada generación de
educadores cristianos a garantizar que el poder de la verdad de Dios cubre cada dimensión
de las instituciones que ellos sirven. De este modo, la Buena Nueva de Cristo se coloca
en condición de actuar guiando tanto a quien enseña como al estudiante hacia la verdad
objetiva que, trascendiendo lo particular y lo subjetivo, remite a lo universal y
a lo absoluto que nos hace aptos para proclamar confiadamente la esperanza que no
falla (cfr rm 5,5). Contra los conflictos personales, la confusión moral y la fragmentación
del conocimiento, los objetivos nobles de la formación académica y de la educación,
fundados sobre la unidad de la verdad y sobre el servicio a la persona y a la comunidad,
se transforman en un especial y potente instrumento de esperanza.
Queridos
amigos, la historia de esta nación ofrece numerosos ejemplos del compromiso de la
Iglesia al respecto. De hecho, la comunidad católica en este País ha hecho de la educación
una de sus más importantes prioridades. Esta empresa no se realiza sin grandes sacrificios.
Eminentes figuras como Santa Elizabeth Ann Seton y otros fundadores y fundadoras,
con gran tenacidad y amplia visión han guiado la institución de aquello que hoy constituye
una considerable red de escuelas parroquiales que contribuyen al bienestar de la Iglesia
y de la Nación. Algunos como Santa Katharine Drexel, han dedicado la propia
vida a la educación de aquellos que otros habían relegado –en su caso- Afro-americanos
y Americanos Nativos. Innumerables hermanos y hermanas y sacerdotes de Congregaciones
religiosas, junto con padres altruistas, han ayudado, mediante las Escuelas católicas,
a generaciones de inmigrantes a alejarse de la miseria y tomar el propio sitio en
la sociedad actual.
Este sacrificio prosigue también hoy. Es un excelente apostolado
de la esperanza el buscar hacerse cargo de las necesidades materiales, intelectuales
y espirituales de más de tres millones de jóvenes estudiantes. Esto ofrece también
a la entera comunidad católica una oportunidad altamente encomiable de contribuir
generosamente con las necesidades financieras de nuestras instituciones. Es necesario
asegurarles una continuidad. En efecto, debe hacerse todo lo posible, en colaboración
con la comunidad más vasta, para asegurar que los estudios sean accesibles a personas
de cada nivel social y económico. A ningún niño o niña se le debe negar el derecho
a una educación en la fe, que a su vez nutre el espíritu de la nación.
Algunos
se cuestionan hoy el compromiso de la iglesia en la educación, preguntándose si los
recursos no podrían ser mejor utilizados en otra parte. Cierto en una nación como
ésta, el Estado ofrece amplias oportunidades para la educación y atrae mujeres y hombres
dedicados y generosos hacia esta honorable profesión. Por lo tanto, es oportuno reflexionar
sobre aquello que es específico de nuestras instituciones católicas: ¿cómo pueden
ellas contribuir al bien de la sociedad a través de la misión primaria de la Iglesia
que es aquella de evangelizar?
Todas las actividades de la Iglesia se desprenden
de su conciencia de ser portadora de un mensaje que tiene su origen en Dios mismo:
en su bondad y sabiduría, Dios ha elegido revelarse a sí mismo y dar a conocer el
propósito escondido de su voluntad. El deseo de Dios de darse a conocer y el innato
deseo de cada ser humano por conocer la verdad proporcionan el contexto de la búsqueda
humana sobre el significado de la vida. Este encuentro único es apoyado dentro de
nuestra comunidad cristiana: quien busca la verdad se transforma en uno que vive
de fe. Esto puede ser descrito como un movimiento del “yo” al “nosotros”, que conduce
a la persona a formar parte del pueblo de Dios.
La misma dinámica de identidad
comunitaria - “¿a quién pertenezco? – vivifica el “ethos” (la ética) de nuestras
instituciones católicas. La identidad de una Universidad o de una Escuela católica
no es simplemente una cuestión de número de estudiantes católicos. Es una cuestión
de convicción – ¿Verdaderamente creemos que solo en el misterio del Verbo hecho carne
nos queda claro el misterio del hombre? ¿Estamos verdaderamente preparados a confiar
todo nuestro yo (intelecto y voluntad, mente y corazón) a Dios? ¿Aceptamos la verdad
que Cristo revela? En nuestras universidades y escuelas la fe es “tangible”? ¿De ella
se dan expresiones fervientes en la liturgia, en los sacramentos, mediante la oración,
los actos de caridad, la preocupación por la justicia y el respeto por la creación
de Dios? Solamente de este modo podemos verdaderamente dar testimonio sobre quiénes
somos y aquello que nosotros sostenemos.
Desde esta perspectiva se puede
reconocer que la actual “crisis de verdad” tiene sus raíces en una “crisis de fe”.
Solamente a través de la fe es que nosotros podemos, libremente, dar nuestro consentimiento
al testimonio de Dios y reconocerlo como trascendente garante de aquella verdad que
Él revela. Una vez más vemos por qué el promover la intimidad personal con Jesucristo
y el testimonio comunitario en su verdad que es amor, resulta indispensable en las
instituciones formativas católicas. De hecho todos nosotros percibimos, y observamos
con preocupación, la dificultad o la duda que hoy muchas personas tienen para confiarse
a Dios. Es un fenómeno complejo sobre el cual personalmente reflexiono en continuación:
Mientras hemos estado buscado con esmero incidir en la inteligencia de nuestros jóvenes,
tal vez, hemos dejado de lado su voluntad. En consecuencia, observamos con ansia que
la noción de libertad aparece distorsionada. La libertad no es la facultad para
‘desvincularse de’ sino la facultad de ‘comprometerse por’ – una participación del
mismo Ser. En consecuencia, la auténtica libertad nunca puede ser alcanzada mediante
el alejamiento de Dios. Al final, una elección de este tipo significaría dejar de
lado la genuina verdad de la cual tenemos necesidad para comprendernos a nosotros
mismos. Por ello, para cada uno de ustedes, como para sus colegas, es una responsabilidad
particular el suscitar entre los jóvenes el deseo de un acto de fe, alentándolos
a comprometerse por la vida eclesial que brota de este acto de fe. Es aquí que la
libertad alcanza la certeza de la verdad. En la elección de vivir según esta verdad,
nosotros abrazamos la plenitud de la vida de fe que se nos da en la Iglesia.
Claramente
la identidad católica no depende de las estadísticas. Tampoco puede ser simplemente
comparada con la ortodoxia del contenido de los cursos. La identidad católica requiere
e inspira mucho más: que cada aspecto de estas sus comunidades de estudio se nutra
en la vida eclesial de fe. Solo en la fe la verdad puede encarnarse, y la razón puede
ser verdaderamente humana, capaz de dirigir la voluntad a lo largo del sendero de
la libertad. De este modo nuestras instituciones ofrecen una contribución vital para
la misión de la Iglesia y sirven eficazmente a la sociedad. Estas instituciones se
convierten en lugares donde la presencia activa de Dios en los asuntos humanos es
reconocida y donde cada joven persona descubre la alegría de entrar en el “ser para
los demás” de Cristo.
La misión primaria de la Iglesia, de evangelizar, en
la cual las instituciones educativas juegan un papel crucial, está en consonancia
con la aspiración fundamental de la nación que es desarrollar una sociedad verdaderamente
digna de la dignidad de la persona humana. Sin embargo, a veces el valor de la contribución
de la Iglesia al foro público es cuestionado. Por esto es importante recordar que
la verdad de la fe y de la razón nunca se contradicen. De hecho, la misión de la
Iglesia, la involucra en la lucha que la humanidad sostiene por alcanzar la verdad.
Al expresar la verdad revelada, la Iglesia sirve a todos los miembros de la sociedad
purificando la razón, asegurando que permanezca abierta a la consideración de las
verdades últimas. Recurriendo a la divina sabiduría, la Iglesia arroja luz sobre los
fundamentos de la moralidad y de la ética humana, y recuerda a todos los grupos en
la sociedad que no es la praxis la que crea la verdad sino que es la verdad la que
debe servir como base para la praxis. Lejos de amenazar la tolerancia de la legítima
diversidad, esta contribución ilumina la misma verdad que hace posible el consenso,
y ayuda a mantener razonable, honesto y confiable, el debate público. De la misma
manera la Iglesia nunca se cansa de apoyar las esenciales categorías morales del
justo y del injusto, sin las cuales la esperanza no pueda más que menguar, dando
paso a fríos cálculos pragmáticos y utilitaristas que reducen a la persona a poco
más que una ficha en el tablero.
Por lo que se refiere al forum educativo,
la diakonia de la verdad asume un elevado significado en las sociedades
en las cuales la ideología secularista coloca una cuña entre verdad y fe. Esta división
ha llevado a la tendencia de igualar verdad y conocimiento y adoptar una mentalidad
positivista que, rechazando la metafísica, niega los fundamentos de la fe y repudia
la necesidad de una visión moral. Verdad significa mucho más que conocimiento: conocer
la verdad nos conduce a descubrir el bien. La verdad habla al individuo en su totalidad,
y nos invita a responder con todo nuestro ser. Esta visión optimista se funda en nuestra
fe cristiana, porque en esta fe está donada la visión del Logos , la
creadora Razón de Dios, que en la Encarnación se ha revelado a sí misma como Divinidad.
Lejos del ser solo una comunicación de datos de hecho –“informativa”- la verdad amante
del Evangelio es creativa y capaz de cambiar la vida –es transformadora. Con confianza
los educadores cristianos pueden liberar a los jóvenes de los límites del positivismo
y despertar su receptividad ante la verdad de Dios y de su bondad. De este modo los
educadores ayudarán también en la formación de la conciencia que, enriquecida por
la fe, abre un camino seguro hacia la paz interior y el respeto hacia los demás.
No
es una sorpresa si no solo nuestras propias comunidades eclesiales sino también la
sociedad en general, nutren intensas expectativas por parte de los educadores católicos.
Esto deposita sobre ustedes una responsabilidad y les ofrece una oportunidad. Un número
siempre mayor de personas -en particular de padres de familia- reconoce la necesidad
de excelencia en la formación humana de sus hijos. Como Mater et Magistra,
la Iglesia comparte su preocupación. Cuando nada más allá del individuo es reconocido
como definitivo, el criterio último de juicio se convierte en el yo y la satisfacción
de los deseos inmediatos del individuo. La objetividad y la prospectiva que derivan
únicamente del reconocimiento de la esencial dimensión transcendente de la persona
humana, pueden perderse. Al interno de semejante horizonte relativista, los fines
de la educación se ven inevitablemente reducidos. Lentamente se afirma una disminución
de los niveles. Hoy observamos una cierta timidez ante la categoría del bien y una
inusual cacería en el desfile de novedades que desfilan como realización de la libertad.
Somos testigos de la convicción de que cada experiencia tiene el mismo valor y de
la inseguridad en el admitir imperfecciones y errores. Además es particularmente inquietante
la reducción de la preciosa y delicada área de la educación sexual en la administración
del “riesgo”, carente de cualquier referencia a la bellaza del amor conyugal.
¿Cómo
pueden responder los educadores cristianos? Estos peligrosos desarrollos ponen en
evidencia la urgencia de aquello que bien podríamos llamar “caridad intelectual”.
Este aspecto de la caridad requiere del educador el reconocimiento de la profunda
responsabilidad en la que conducir a los jóvenes a la verdad, es un acto de amor.
En verdad, la dignidad de la educación reside en el promover la verdadera perfección
y la alegría de aquellos que deben ser guiados. En práctica, la “caridad intelectual”
sostiene la unidad esencial del conocimiento contra la fragmentación que consigue
cuando la razón está separada de la búsqueda de la verdad. Esto guía a los jóvenes
hacia la profunda satisfacción de ejercer la libertad en relación con la verdad, y
esto empuja a formular la relación entre la fe y los varios aspectos de la vida familiar
y civil. Una vez que la pasión por la plenitud y la unidad de la verdad ha sido despertada,
los jóvenes, seguramente, podrán paladear el descubrimiento de que la cuestión sobre
aquello que pueden conocer los abre a la vasta aventura de aquello que deberían hacer.
Aquí ellos experimentan “en quien” y “en qué cosa” es posible esperar, sintiéndose
inspirados para aportar la propia contribución a la sociedad generando esperanza en
los demás.
Queridos amigos, deseo concluir llamando la atención específicamente
sobre la importancia que tiene la competencia y el testimonio de todos ustedes, al
interno de nuestras Universidades y Escuelas católicas. Antes que nada, les pido me
consientan agradecer a todos ustedes por la dedicación y la generosidad que demuestran.
Conozco desde los tiempos en que era profesor, y luego escuchando a sus Obispos y
Oficiales de la congregación para la Educación Católica, que la reputación de las
Instituciones educativas en este País se debe en gran medida a ustedes y a sus predecesores.
La desinteresada contribución de todos – desde la investigación externa hasta la dedicación
por parte de aquellos que trabajan al interno de los Institutos escolásticos – es
de utilidad tanto para el País como para la Iglesia. Por esto les expreso mi más profunda
gratitud.
A propósito de los miembros de las Facultades en los Colegios universitarios
católicos, deseo afirmar nuevamente el gran valor que tiene la libertad académica.
En virtud de esta libertad ustedes están llamados a buscar la verdad en cualquier
parte a donde el análisis atento de la evidencia los conduzca. Sin embargo es necesario
recordar también que cada llamamiento al principio de la libertad académica para justificar
posiciones que contradicen la fe y la enseñanza de la iglesia obstaculizarían o inclusive
traicionarían la identidad y la misión de la Universidad, una misión que está en el
corazón del munus docendi, actividad de la docencia de la Iglesia que no es
de ningún modo autónoma o independiente de ella.
Los Docentes y administradores,
tanto en las Universidades como en las Escuelas, tienen el deber y el privilegio de
asegurar que los estudiantes reciban instrucción en la doctrina y en la práctica católica.
Esto requiere que el testimonio público a la manera de ser de Cristo, como resulta
del Evangelio y es propuesto por el Magisterio de la Iglesia, modele cada aspecto
de la vida institucional tanto al interno como al externo de las aulas escolásticas.
Tomar la distancia de esta visión debilita la identidad católica y, lejos del hacer
avanzar la libertad, inevitablemente, conduce a la confusión moral intelectual y espiritual.
Deseo
también expresar de modo particular palabras de aliento a los docentes de catequesis
tanto laicos como religiosos, los cuales trabajan por asegurar que los jóvenes puedan
ser cotidianamente más capaces de apreciar el don de la fe. La educación religiosa
es un apostolado estimulante y existen muchos signos de un deseo entre los jóvenes
de conocer mejor la fe y de practicarla con determinación. Si se quiere que este despertar
crezca, es necesario que quienes enseñan tengan una clara y precisa comprensión de
la específica naturaleza y el papel de la educación católica. Además ellos deben estar
preparados a guiar el compromiso que les plantea la entera comunidad escolástica en
el asistir a nuestros jóvenes y sus familias y experimentar la armonía entre fe, vida
y cultura.
Aquí deseo dirigir un especial llamamiento a los religiosos, a
las religiosas y a los sacerdotes: no abandonen el apostolado educativo; es más, renueven
la propia dedicación a las escuelas, especialmente a aquellas que se encuentran en
las áreas más pobres. En los lugares donde son muchas las falsas promesas que atraen
a los jóvenes alejándolos del camino de la verdad y de la genuina libertad, el testimonio
de los consejos evangélicos hechos por la persona consagrada es un don insustituible.
Aliento a los religiosos presentes a poner renovado entusiasmo en la promoción de
las vocaciones. Sepan que, ustedes, con su testimonio en favor del ideal de la consagración
y de la misión entre los jóvenes son fuente de gran inspiración en la fe tanto de
ellos como de sus familias.
A todos ustedes les digo: ¡sean testigos de esperanza¡
Alimenten el propio testimonio con la oración. Den cuenta de la esperanza que caracteriza
sus vidas viviendo la verdad que ustedes proponen a sus estudiantes. Ayúdenlos a conocer
y amar aquel “Uno” que han encontrado, cuya verdad y bondad ustedes han conocido con
gozo. Con San Agustín decimos “Nosotros que hablamos y ustedes que escuchan reconozcámonos
como fieles discípulos de un único Maestro”. Con estos sentimientos de comunión les
imparto a todos ustedes, a sus colegas y estudiantes, así como a sus familias, la
Bendición Apostólica.