El Papa define el aborto y el divorcio como ofensas a Dios, que hieren la dignidad
humana, y subraya el deber de la Iglesia de acabar con la ‘conjura del silencio’ y
acercarse con amor a las víctimas de las injusticias y de los pecados
Sábado, 5 abr (RV).- Benedicto XVI ha reiterado, también este sábado que el divorcio
y el aborto procurado hieren la dignidad humana de la persona, implican injusticias
humanas y sociales y ofenden a Dios. Y ha recordado que la Iglesia anuncia la Misericordia
divina de Jesucristo a las víctimas de los pecados, invitando a quienes los han cometido
a buscar el perdón y la paz, sin perder la esperanza en el evangelio del amor, que
tanto necesita la humanidad.
En su discurso a los participantes en el Congreso
Internacional «’El aceite sobre las heridas’. Una respuesta a las llagas del aborto
y del divorcio» - promovido por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios
sobre Matrimonio y Familia, en colaboración con los Caballeros de Colón – el Papa
ha destacado la actualidad del tema elegido, inspirado en la parábola del buen samaritano:
«Sí, verdaderamente los hombres y las mujeres de nuestros días se encuentran algunas
veces despojados y heridos, a los márgenes de los caminos que recorremos. A menudo,
sin nadie que escuche su grito de dolor que pide socorro y que se acerque a su pena,
para aliviarla y curarla. En el debate – a menudo meramente ideológico – se crea
para con ellos una especie de ‘conjura del silencio’. Sólo en la conducta del amor
misericordioso, nos podemos acercar a ellos para socorrerlos y permitir a estas víctimas
que se puedan volver a levantar y que reanuden el camino de su existencia».
Lamentando
que «en un contexto cultural marcado por un creciente individualismo, por el hedonismo
y, demasiado a menudo, también por falta de solidaridad y de adecuado sostén social,
ante las dificultades de la vida, la libertad humana es llevada en su fragilidad a
decisiones que contrastan con la indisolubilidad del pacto conyugal o con el respeto
debido a la vida humana, recién concebida y custodiada aún en el seno materno», Benedicto
XVI ha señalado que divorcio y aborto son elecciones de naturaleza diferente, maduradas
algunas veces en circunstancias difíciles y dramáticas, que conllevan a menudo traumas
y que son fuente de profundos sufrimientos en quienes los cumplen. Sin olvidar que
afectan también a víctimas inocentes, como a los niños no nacidos y a los hijos implicados
en la ruptura de los lazos familiares:
«Dejan en todos heridas que marcan indeleblemente.
El juicio de la Iglesia en lo que respecta al divorcio y al aborto procurado es claro
y conocido por todos: se trata de culpas graves que - en medida diversa y quedando
a salvo la evaluación de las responsabilidades subjetivas - hieren la dignidad de
la persona humana, implican una profunda injusticia en las relaciones humanas y sociales
y ofenden a Dios mismo, garante del pacto conyugal y autor de la vida. Y, sin embargo,
la Iglesia – siguiendo el ejemplo de su Divino Maestro, tiene siempre ante sí a personas
concretas. Sobre todo a aquellas más débiles e inocentes, que son víctimas de las
injusticias y de los pecados, y a aquellos hombres y mujeres, que habiendo cumplido
semejantes actos se han manchado con culpas y llevando estas heridas interiores, buscan
la paz y la posibilidad de recobrarse. La Iglesia tiene el deber primario de acercarse
a estas personas con amor y delicadeza, con premura y atención materna, para anunciar
la cercanía misericordiosa de Dios en Jesucristo».
Evocando lo que dijo su
amado predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, inaugurando el Santuario de la
Divina Misericordia en Cracovia, el Papa ha hecho hincapié en que «a partir de esta
misericordia, la Iglesia cultiva una indomable confianza en el hombre y en su capacidad
de recobrarse. Sabe que con la ayuda de la gracia, la libertad humana es capaz del
don de sí definitivo y fiel, que hace posible el matrimonio entre un hombre y una
mujer como pacto indisoluble, que la libertad humana aun en las circunstancias más
difíciles es capaz de extraordinarios gestos de sacrificio y de solidaridad para acoger
la vida de un nuevo ser humano»:
«Así se puede ver que los ‘no’ que la Iglesia
pronuncia en sus indicaciones morales y sobre los cuales la atención de la opinión
pública se detiene, a veces, de forma unilateral, son en realidad grandes ‘sí’ a la
dignidad de la persona humana, a su vida y a su capacidad de amar. Son la expresión
de la confianza constante que, a pesar de sus debilidades, los seres humanos tienen
la capacidad de corresponder a la altísima vocación para la cual han sido creados:
la de amar. En aquella ocasión, Juan Pablo II añadía: Hay que transmitir al mundo
este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz».
Manifestando
su aprecio por la atención prestada a las víctimas de las heridas del divorcio y del
aborto, el Papa se ha detenido en los sufrimientos de los hijos de los divorciados,
alentando a impulsar una pastoral que acompañe a quienes padecen las consecuencias
de los conflictos entre los padres que se divorcian, favoreciendo las relaciones familiares
y sociales que son indispensables para un crecimiento psicológico y humano.
En
lo que respecta al drama del aborto procurado, que deja heridas profundas, marcando
algunas veces de forma indeleble a la mujer que lo cumple y a las personas que la
rodean, en la familia y en la sociedad, favoreciendo la mentalidad materialista del
desprecio de la vida, Benedicto XVI ha señalado que son numerosas las complicidades
egoístas, que a menudo están en la raíz de una decisión tan sufrida, y que tantas
mujeres han tenido que afrontar en la soledad, llevando en su alma una herida aún
no cicatrizada marginada. Una vez más, el Papa ha citado a Juan Pablo II:
«A
pesar de que lo cumplido siga siendo una grave injusticia y en sí no se pueda remediar,
hago mía la exhortación de la Encíclica ‘Evangelium vitae’, a las mujeres que han
recurrido al aborto: «no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza.
Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis
hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia
os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación.
Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro
hijo que ahora vive en el Señor». (n.99)
Benedicto XVI ha reafirmado su profundo
aprecio por todas aquellas iniciativas sociales y pastorales que están dirigidas a
la reconciliación y al cuidado de las personas heridas por el drama del aborto y del
divorcio:
«Éstas iniciativas son, junto con tantas otras formas de compromiso,
elementos esenciales para la construcción de aquella civilización del amor, de la
que, nunca como hoy, la humanidad tiene necesidad. Implorando del Señor Dios misericordioso
que os asimile cada vez más a Jesús, Buen Samaritano, para que su Espíritu os enseñe
a mirar con ojos nuevos la realidad de los hermanos que sufren, os ayude a pensar
con criterios nuevos y os impulse a actuar con generosidad en la perspectiva de una
auténtica civilización del amor y de la vida, a todos os imparto una especial Bendición
Apostólica.»