En su mensaje pascual el Papa dedica un pensamiento especial a regiones del mundo
como Dafur y Somalia, al martirizado Oriente Medio, especialmente Tierra Santa, Irak,
Líbano y Tíbet, alentando a la búsqueda de soluciones que salvaguarden el bien y la
paz
Domingo, 23 mar (RV).- Benedicto XVI ha querido hoy dedicar un pensamiento especial
a algunas regiones del mundo alentando a la búsqueda de soluciones que salvaguarden
el bien y la paz. En su mensaje pascual, hoy Domingo de Resurrección el Papa ha citado,
de modo particular, a algunas regiones africanas, como Dafur y Somalia, al martirizado
Oriente Medio, especialmente Tierra Santa, Irak, Líbano y, finalmente, Tíbet.
Esta
mañana, a pesar de la incesante lluvia, el Papa ha presidido la celebración de la
Misa de la Pascua de Resurrección en la plaza de san Pedro del Vaticano. Ante miles
de fieles aferrados a sus paraguas, ha tenido lugar la solemne ceremonia tras la cual
el Pontífice ha impartido su bendición Urbi et Orbi.
Desde el altar ante la
Basílica el Papa ha dirigido al mundo, antes de la bendición, su mensaje pascual.
En el mismo, el Santo Padre ha denunciado cómo demasiadas veces “las relaciones entre
personas, grupos y pueblos, están marcadas por el egoísmo, la injusticia, el odio,
la violencia, en vez de estarlo por el amor. Son las llagas de la humanidad, abiertas
y dolientes en todos los rincones del planeta, -ha proseguido- aunque a veces ignoradas
e intencionadamente escondidas; llagas que desgarran el alma y el cuerpo de innumerables
hermanos y hermanas nuestros”.
“Éstas esperan obtener alivio y ser curadas
por las llagas gloriosas del Señor resucitado (cf. 1 P 2, 24-25) y por la solidaridad
de cuantos, siguiendo sus huellas y en su nombre, realizan gestos de amor, se comprometen
activamente en favor de la justicia y difunden en su alrededor signos luminosos de
esperanza en los lugares ensangrentados por los conflictos y dondequiera que la dignidad
de la persona humana continúe siendo denigrada y vulnerada. El anhelo es que precisamente
allí se multipliquen los testimonios de benignidad y de perdón”.
El Pontífice
nos ha exhortado a fijar “la mirada del alma en las llagas gloriosas” del cuerpo transfigurado
de Cristo, y así “podemos entender el sentido y el valor del sufrimiento, podemos
aliviar las múltiples heridas que siguen ensangrentando a la humanidad, también en
nuestros días. En sus llagas gloriosas reconocemos los signos indelebles de la misericordia
infinita del Dios del que habla al profeta: Él es quien cura las heridas de los corazones
desgarrados, quien defiende a los débiles y proclama la libertad a los esclavos, quien
consuela a todos los afligidos y ofrece su aceite de alegría en lugar del vestido
de luto, un canto de alabanza en lugar de un corazón triste (cf. Is 61,1.2.3)”.
“Esta
solemnidad, que nos hace revivir la experiencia absoluta y única de la resurrección
de Jesús, es un llamamiento a convertirnos al Amor; una invitación a vivir rechazando
el odio y el egoísmo y a seguir dócilmente las huellas del Cordero inmolado por nuestra
salvación, a imitar al Redentor “manso y humilde de corazón”, que es descanso para
nuestras almas (cf. Mt 11,29)”.
El Santo Padre ha retomado además la solemne
vigilia de Pascua donde “las tinieblas se convierten en luz, la noche cede el paso
al día que no conoce ocaso”. “La muerte y resurrección del Verbo de Dios encarnado
–ha dicho el Papa- es un acontecimiento de amor insuperable, es la victoria del Amor
que nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. Ha cambiado el curso
de la historia, infundiendo un indeleble y renovado sentido y valor a la vida del
hombre”.
La afirmación dirigida hoy por Jesús resucitado al Padre, - “Estoy
aún y siempre contigo” - nos concierne también a nosotros, que somos hijos de Dios
y coherederos con Cristo, si realmente participamos en sus sufrimientos para participar
en su gloria (cf. Rm 8,17). Gracias a la muerte y resurrección de Cristo, también
nosotros resucitamos hoy a la vida nueva, y uniendo nuestra voz a la suya proclamamos
nuestro deseo de permanecer para siempre con Dios, nuestro Padre infinitamente bueno
y misericordioso.
Hablando de la profundidad del misterio pascual, el Pontífice
ha explicado que “el acontecimiento sorprendente de la resurrección de Jesús es esencialmente
un acontecimiento de amor: amor del Padre que entrega al Hijo para la salvación del
mundo; amor del Hijo que se abandona en la voluntad del Padre por todos nosotros;
amor del Espíritu que resucita a Jesús de entre los muertos con su cuerpo transfigurado”.
Como
es tradicional, desde hace 23 años, la plaza de san Pedro del Vaticano, ha aparecido
inundada de flores procedentes de Holanda. Se trata de una tradición iniciada por
Juan Pablo II, quien durante su viaje a este país apreció las decoraciones florales
con las que le obsequiaron y de ahí nació la idea de donar, cada Domingo de Pascua,
las flores que decoraran la plaza.
Cada año los colores elegidos giran en torno
al blanco y al amarillo, representantes del Vaticano, pero año tras año, se les da
un matiz diferente. Hoy, Domingo de Pascua, ha prevalecido el color blanco. Unos veinte
arreglos florales con rosas blancas han adornado los alrededores del altar, mientras
que las escaleras han estado decoradas con flores de otros colores, aunque principalmente
han sido blancas.
El Papa ha finalizado su mensaje pascual como es tradicional
saludando en 63 idiomas. Oigamos a continuación las felicitaciones en español y latín.
Felicitación
en español Felicitación en
latín
“Os deseo
a todos una buena y feliz fiesta de Pascua, con la paz y la alegría, la esperanza
y el amor de Jesucristo Resucitado”. Resurrexi, et adhuc tecum sum. Alleluia!
A
continuación el Papa ha impartido la bendición Urbi et Orbi a todos los fieles presentes
y a quienes la reciban por medio de la radio y la televisión en las formas establecidas
por la Iglesia. Es decir: confesarse y comulgar ocho días antes o después de haber
recibido la Bendición “Urbi et Orbi” y rezar por las intenciones del Papa.
MENSAJE
COMPLETO
Resurrexi, et adhuc tecum sum. Alleluia! He resucitado,
estoy siempre contigo. ¡Aleluya! Queridos hermanos y hermanas, Jesús, crucificado
y resucitado, nos repite hoy este anuncio gozoso: es el anuncio pascual. Acojámoslo
con íntimo asombro y gratitud.
“Resurrexi et adhuc tecum sum”. “He resucitado
y aún y siempre estoy contigo”. Estas palabras, entresacadas de una antigua versión
del Salmo 138 (v.18b), resuenan al comienzo de la Santa Misa de hoy. En ellas, al
surgir el sol de la Pascua, la Iglesia reconoce la voz misma de Jesús que, resucitando
de la muerte, colmado de felicidad y amor, se dirige al Padre y exclama: Padre mío,
¡heme aquí! He resucitado, todavía estoy contigo y lo estaré siempre; tu Espíritu
no me ha abandonado nunca. Así también podemos comprender de modo nuevo otras expresiones
del Salmo: “Si escalo al cielo, allí estás tú, si me acuesto en el abismo, allí te
encuentro...Por que ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día;
para ti las tinieblas son como luz” (Sal 138, 8.12). Es verdad: en la solemne vigilia
de Pascua las tinieblas se convierten en luz, la noche cede el paso al día que no
conoce ocaso. La muerte y resurrección del Verbo de Dios encarnado es un acontecimiento
de amor insuperable, es la victoria del Amor que nos ha liberado de la esclavitud
del pecado y de la muerte. Ha cambiado el curso de la historia, infundiendo un indeleble
y renovado sentido y valor a la vida del hombre.
“He resucitado y estoy aún
y siempre contigo”. Estas palabras nos invitan a contemplar a Cristo resucitado, haciendo
resonar en nuestro corazón su voz. Con su sacrificio redentor Jesús de Nazaret nos
ha hecho hijos adoptivos de Dios, de modo que ahora podemos introducirnos también
nosotros en el diálogo misterioso entre Él y el Padre. Viene a la mente lo que un
día dijo a sus oyentes: “Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo
más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se
lo quiera revelar” (Mt 11,27). En esta perspectiva, advertimos que la afirmación dirigida
hoy por Jesús resucitado al Padre, - “Estoy aún y siempre contigo” - nos concierne
también a nosotros, que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo, si realmente
participamos en sus sufrimientos para participar en su gloria (cf. Rm 8,17). Gracias
a la muerte y resurrección de Cristo, también nosotros resucitamos hoy a la vida nueva,
y uniendo nuestra voz a la suya proclamamos nuestro deseo de permanecer para siempre
con Dios, nuestro Padre infinitamente bueno y misericordioso.
Entramos así
en la profundidad del misterio pascual. El acontecimiento sorprendente de la resurrección
de Jesús es esencialmente un acontecimiento de amor: amor del Padre que entrega al
Hijo para la salvación del mundo; amor del Hijo que se abandona en la voluntad del
Padre por todos nosotros; amor del Espíritu que resucita a Jesús de entre los muertos
con su cuerpo transfigurado. Y todavía más: amor del Padre que “vuelve a abrazar”
al Hijo envolviéndolo en su gloria; amor del Hijo que con la fuerza del Espíritu vuelve
al Padre revestido de nuestra humanidad transfigurada. Esta solemnidad, que nos hace
revivir la experiencia absoluta y única de la resurrección de Jesús, es un llamamiento
a convertirnos al Amor; una invitación a vivir rechazando el odio y el egoísmo y a
seguir dócilmente las huellas del Cordero inmolado por nuestra salvación, a imitar
al Redentor “manso y humilde de corazón”, que es descanso para nuestras almas (cf.
Mt 11,29).
Hermanas y hermanos cristianos de todos los rincones del mundo,
hombres y mujeres de espíritu sinceramente abierto a la verdad: que nadie cierre el
corazón a la omnipotencia de este amor redentor. Jesucristo ha muerto y resucitado
por todos: ¡Él es nuestra esperanza! Esperanza verdadera para cada ser humano. Hoy,
como hizo en Galilea con sus discípulos antes de volver al Padre, Jesús resucitado
nos envía también a todas partes como testigos de su esperanza y nos garantiza: Yo
estoy siempre con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20).
Fijando la mirada del alma en las llagas gloriosas de su cuerpo transfigurado, podemos
entender el sentido y el valor del sufrimiento, podemos aliviar las múltiples heridas
que siguen ensangrentando a la humanidad, también en nuestros días. En sus llagas
gloriosas reconocemos los signos indelebles de la misericordia infinita del Dios del
que habla al profeta: Él es quien cura las heridas de los corazones desgarrados, quien
defiende a los débiles y proclama la libertad a los esclavos, quien consuela a todos
los afligidos y ofrece su aceite de alegría en lugar del vestido de luto, un canto
de alabanza en lugar de un corazón triste (cf. Is 61,1.2.3). Si nos acercamos a Él
con humilde confianza, encontraremos en su mirada la respuesta al anhelo más profundo
de nuestro corazón: conocer a Dios y entablar con Él una relación vital en una auténtica
comunión de amor, que colme de su mismo amor nuestra existencia y nuestras relaciones
interpersonales y sociales. Para esto la humanidad necesita a Cristo: en Él, nuestra
esperanza, “fuimos salvados” (cf. Rm 8,24)
Cuántas veces las relaciones entre
personas, grupos y pueblos, están marcadas por el egoísmo, la injusticia, el odio,
la violencia, en vez de estarlo por el amor. Son las llagas de la humanidad, abiertas
y dolientes en todos los rincones del planeta, aunque a veces ignoradas e intencionadamente
escondidas; llagas que desgarran el alma y el cuerpo de innumerables hermanos y hermanas
nuestros. Éstas esperan obtener alivio y ser curadas por las llagas gloriosas del
Señor resucitado (cf. 1 P 2, 24-25) y por la solidaridad de cuantos, siguiendo sus
huellas y en su nombre, realizan gestos de amor, se comprometen activamente en favor
de la justicia y difunden en su alrededor signos luminosos de esperanza en los lugares
ensangrentados por los conflictos y dondequiera que la dignidad de la persona humana
continúe siendo denigrada y vulnerada. El anhelo es que precisamente allí se multipliquen
los testimonios de benignidad y de perdón.
Queridos hermanos y hermanas, dejémonos
iluminar por la luz deslumbrante de este Día solemne; abrámonos con sincera confianza
a Cristo resucitado, para que la fuerza renovadora del Misterio pascual se manifieste
en cada uno de nosotros, en nuestras familias y nuestros Países. Se manifieste en
todas las partes del mundo. No podemos dejar de pensar en este momento, de modo particular,
en algunas regiones africanas, como Dafur y Somalia, en el martirizado Oriente Medio,
especialmente en Tierra Santa, en Irak, en Líbano y, finalmente, en Tíbet, regiones
para las cuales aliento la búsqueda de soluciones que salvaguarden el bien y la paz.
Invoquemos la plenitud de los dones pascuales por intercesión de María que, tras haber
compartido los sufrimientos de la Pasión y crucifixión de su Hijo inocente, ha experimentado
también la alegría inefable de su resurrección. Que, al estar asociada a la gloria
de Cristo, sea Ella quien nos proteja y nos guíe por el camino de la solidaridad fraterna
y de la paz. Éstos son mis anhelos pascuales, que transmito a los que estáis aquí
presentes y a los hombres y mujeres de cada nación y continente unidos con nosotros
a través de la radio y de la televisión.