2008-03-07 16:04:37

Reflexiones en familia


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Viernes, 7 mar (RV).- Hoy les presentamos una breve reflexión sobre el tiempo, ese tiempo pasado que ya vivimos y que con frecuencia repensamos para crecer, para corregir, para cambiar.


Cada fragmento o pedacito de otro tiempo que siempre recordamos, es evocado o reinventado para ser sólo una falsa certeza porque, en más de una ocasión, nos atrapamos caminando con la conversación del día anterior. Vivimos con lo de ayer y lo de anteayer, haciendo una constante referencia a lo que ayer vivimos, lo que comimos, lo que dijimos, incluso nuestra mente mezcla esa cotidianidad con los aromas y las sensación de tiempo atrás, de nuestra infancia, como si al revolverlo todo nos volviéramos a inventar cada día.


Y así, vamos creyéndonos novedosos, sin observar si recordamos lo que somos o vamos siendo nuestros recuerdos. Suele ser cierto que recordamos lo que nos conviene y olvidamos lo que no. Incluso a veces, percibimos que hemos cambiado con nuestros recuerdos o que nuestra forma de añorarlos también se ha modificado con las calles, las personas o el sonido de los vientos. Observar el pasado personal puede ser, de a poquitos, revivir los dolores de otros momentos y volver a las ilusiones de un placer que ya pasó.


Recordar es crear, porque en el recuerdo el dolor no deja de doler, y la alegría no nos abandona, solo que cada uno de esos fragmentos en su justa medida, se transforman y siempre, siempre nos sirven de algo.


No vale la pena recordar por recordar; hacer memoria tiene sentido para comprender por qué, cuándo y cómo no volver a repetir o para repetir lo ya vivido con más ganas. No tiene mucho sentido el recuerdo para envenenar lo que somos o fatigar el cuerpo de memorias inservibles. Tampoco tiene sentido dejar que nos agarre la amargura de los antepasados o la tristeza de una noche reciente. Y tiene aún menos sentido cuando, al antojo, inventamos unas memorias para regodearnos de lo que no fuimos.


Recordar vale la pena para rasguñar la conciencia y para reírse de lo que nos hemos reído, pero vale aún más la pena, si recordamos para reírnos de aquello de lo que nos hemos reído con otros.


Ante las crisis de pareja por ejemplo, el recuerdo de sus mejores momentos compartidos, el recuerdo de aquellas cosas que los unió, que los hizo sentir enamorados es una de las mejores terapias para llegar al entendimiento, para renovar los lazos de amor y de amistad.


Indudablemente el tiempo es un aliado perfecto de la comprensión. Escuchar y recordar los relatos de nuestras travesuras infantiles nos permite comprender el carácter que desde niños ya presentábamos ante diversas situaciones, los gustos, las formas de relación. El tiempo es un fluir de la vida que cambia, que se renueva, se recrea en cada instante.


Y es allí donde encontramos siempre el motor para avanzar, la fuerza para sostenernos, las energías para avanzar. Estos tiempos de reflexión son justamente momentos para recordar y revivir en el compromiso del cambio, los instantes de nuestro pasado, de nuestro día a día como momentos de renovación.

Texto: Alma García
Locución: Alina Tufani







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