Escuchar el programa Viernes, 7 mar
(RV).- Hoy les presentamos una breve reflexión sobre el tiempo, ese tiempo pasado
que ya vivimos y que con frecuencia repensamos para crecer, para corregir, para cambiar.
Cada
fragmento o pedacito de otro tiempo que siempre recordamos, es evocado o reinventado
para ser sólo una falsa certeza porque, en más de una ocasión, nos atrapamos caminando
con la conversación del día anterior. Vivimos con lo de ayer y lo de anteayer, haciendo
una constante referencia a lo que ayer vivimos, lo que comimos, lo que dijimos, incluso
nuestra mente mezcla esa cotidianidad con los aromas y las sensación de tiempo atrás,
de nuestra infancia, como si al revolverlo todo nos volviéramos a inventar cada día.
Y
así, vamos creyéndonos novedosos, sin observar si recordamos lo que somos o vamos
siendo nuestros recuerdos. Suele ser cierto que recordamos lo que nos conviene y olvidamos
lo que no. Incluso a veces, percibimos que hemos cambiado con nuestros recuerdos o
que nuestra forma de añorarlos también se ha modificado con las calles, las personas
o el sonido de los vientos. Observar el pasado personal puede ser, de a poquitos,
revivir los dolores de otros momentos y volver a las ilusiones de un placer que ya
pasó.
Recordar es crear, porque en el recuerdo el dolor no deja de doler,
y la alegría no nos abandona, solo que cada uno de esos fragmentos en su justa medida,
se transforman y siempre, siempre nos sirven de algo.
No vale la pena
recordar por recordar; hacer memoria tiene sentido para comprender por qué, cuándo
y cómo no volver a repetir o para repetir lo ya vivido con más ganas. No tiene mucho
sentido el recuerdo para envenenar lo que somos o fatigar el cuerpo de memorias inservibles.
Tampoco tiene sentido dejar que nos agarre la amargura de los antepasados o la tristeza
de una noche reciente. Y tiene aún menos sentido cuando, al antojo, inventamos unas
memorias para regodearnos de lo que no fuimos.
Recordar vale la pena para
rasguñar la conciencia y para reírse de lo que nos hemos reído, pero vale aún más
la pena, si recordamos para reírnos de aquello de lo que nos hemos reído con otros.
Ante las crisis de pareja por ejemplo, el recuerdo de sus mejores momentos
compartidos, el recuerdo de aquellas cosas que los unió, que los hizo sentir enamorados
es una de las mejores terapias para llegar al entendimiento, para renovar los lazos
de amor y de amistad.
Indudablemente el tiempo es un aliado perfecto de
la comprensión. Escuchar y recordar los relatos de nuestras travesuras infantiles
nos permite comprender el carácter que desde niños ya presentábamos ante diversas
situaciones, los gustos, las formas de relación. El tiempo es un fluir de la vida
que cambia, que se renueva, se recrea en cada instante.
Y es allí donde
encontramos siempre el motor para avanzar, la fuerza para sostenernos, las energías
para avanzar. Estos tiempos de reflexión son justamente momentos para recordar y revivir
en el compromiso del cambio, los instantes de nuestro pasado, de nuestro día a día
como momentos de renovación.