Marzo: Intención general para el Apostolado de la Oración
Lunes, 3 mar (RV).- «Para que se comprenda la importancia del perdón y de la reconciliación
entre las personas y los pueblos y la Iglesia mediante su testimonio difunda el amor
de Cristo, fuente de una humanidad nueva». Es la intención general que presenta Benedicto
XVI para este mes de marzo. Y para ayudarnos a reflexionar sobre esta exhortación
del Papa, el Apostolado de la Oración propone el Mensaje de Benedicto XVI para la
Jornada Mundial de la Paz 2006.
En este documento, que lleva la fecha
del 8 de diciembre – solemnidad de la Inmaculada Concepción - de 2005, el mismo Santo
Padre señala que es su primer de Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz.
«Ante
los riesgos que vive la humanidad en nuestra época», Benedicto XVI reitera que «es
tarea de todos los católicos intensificar en todas las partes del mundo el anuncio
y el testimonio del « Evangelio de la paz », proclamando que el reconocimiento de
la plena verdad de Dios es una condición previa e indispensable para la consolidación
de la verdad de la paz. Dios es Amor que salva, Padre amoroso que desea ver cómo sus
hijos se reconocen entre ellos como hermanos, responsablemente dispuestos a poner
los diversos talentos al servicio del bien común de la familia humana. Dios es fuente
inagotable de la esperanza que da sentido a la vida personal y colectiva. Dios, sólo
Dios, hace eficaz cada obra de bien y de paz».
Tras recordar que la historia
«ha demostrado con creces que luchar contra Dios para extirparlo del corazón de los
hombres lleva a la humanidad, temerosa y empobrecida, hacia opciones que no tienen
futuro», el Papa señala que esta triste lección «ha de impulsar a los creyentes en
Cristo a ser testigos convincentes de Dios, que es verdad y amor al mismo tiempo,
poniéndose al servicio de la paz, colaborando ampliamente en el ámbito ecuménico,
así como con las otras religiones y con todos los hombres de buena voluntad».
Sin
dejarnos llevar por «un optimismo ingenuo», pues no se puede olvidar que, por desgracia,
existen todavía sangrientas contiendas fratricidas y guerras desoladoras que siembran
lágrimas y muerte en vastas zonas de la tierra y que hay situaciones en las que conflictos
encubierto pueden estallar causando una destrucción de imprevisible magnitud, Benedicto
XVI lamenta que haya autoridades que, en lugar de hacer lo que está en sus manos para
promover eficazmente la paz, fomentan en los ciudadanos sentimientos de hostilidad
hacia otras naciones. Asumiendo así una gravísima responsabilidad: poner en peligro,
en zonas ya de riesgo, los delicados equilibrios alcanzados a costa de laboriosas
negociaciones y contribuyendo a hacer más inseguro y sombrío el futuro de la humanidad.
Preguntándose luego - ¿qué decir, además, de los gobiernos que se apoyan en
las armas nucleares para garantizar la seguridad de su país? – el Santo Padre destaca
que «junto con innumerables personas de buena voluntad, se puede afirmar que este
planteamiento, además de funesto, es totalmente falaz. En efecto, en una guerra nuclear
no habría vencedores, sino sólo víctimas. La verdad de la paz exige que todos —tanto
los gobiernos que de manera declarada u oculta poseen armas nucleares, como los que
quieren procurárselas— inviertan conjuntamente su orientación con opciones claras
y firmes, encaminándose hacia un desarme nuclear progresivo y concordado. Los recursos
ahorrados de este modo podrían emplearse en proyectos de desarrollo en favor de todos
los habitantes y, en primer lugar, de los más pobres».
Al concluir este mensaje,
Benedicto XVI se quiso dirigir «de modo particular a los creyentes en Cristo, para
renovarles la invitación a ser discípulos atentos y disponibles del Señor. Escuchando
el Evangelio, queridos hermanos y hermanas, aprendemos a fundamentar la paz en la
verdad de una existencia cotidiana inspirada en el mandamiento del amor. Es necesario
que cada comunidad se entregue a una labor intensa y capilar de educación y de testimonio,
que ayude a cada uno a tomar conciencia de que urge descubrir cada vez más a fondo
la verdad de la paz».
Pidiendo al mismo tiempo, «que se intensifique la oración,
porque la paz es ante todo don de Dios que se ha de suplicar continuamente» y recordando
que «gracias a la ayuda divina, resultará ciertamente más convincente e iluminador
el anuncio y el testimonio de la verdad de la paz», Benedicto XVI exhortaba a dirigirnos
«con confianza y filial abandono la mirada hacia María, la Madre del Príncipe de la
Paz». A pedirle «que ayude a todo el Pueblo de Dios a ser en toda situación agente
de paz, dejándose iluminar por la Verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Que por
su intercesión la humanidad incremente su aprecio por este bien fundamental y se comprometa
a consolidar su presencia en el mundo, para legar un futuro más sereno y más seguro
a las generaciones venideras».