Benedicto XVI señala la necesidad de que se reconozcan derechos laborales específicos
de los trabajadores en el momento de la enfermedad terminal de un ser querido
Lunes, 25 feb (RV).- Destacando la responsabilidad de la comunidad cristiana y de
toda la sociedad en la legítima asistencia sanitaria y en el acompañamiento de los
enfermos graves y de los moribundos - en el respeto de la dignidad de la vida humana
- Benedicto XVI ha señalado la necesidad de reglamentos laborales que reconozcan el
derecho de los familiares a estar al lado de sus seres queridos, con especial atención
a las familias más necesitadas.
Al recibir a los participantes en el Congreso
internacional «Junto al enfermo incurable y al moribundo: orientaciones éticas y operativas»,
promovido por la Pontificia Academia para la Vida en el Vaticano, con ocasión su XIV
Asamblea General, el Papa ha pronunciado un denso discurso, poniendo de relieve los
urgentes desafíos que se plantean en la actualidad, en este contexto, en nuestro mundo
secularizado.
Tras evocar a la Madre Teresa de Calcuta que dedicaba un cuidado
lleno de amor a los pobres para que, en particular en el momento de la muerte pudieran
experimentar, en el abrazo de las hermanas y hermanos, el calor del Padre, Benedicto
XVI ha reiterado que «no sólo la comunidad cristiana - que por sus particulares vínculos
de comunión sobrenatural - está comprometida en acompañar y celebrar en sus miembros
el misterio del dolor y de la muerte y el alba de la nueva vida», sino que toda la
sociedad civil está llamada a «la solidaridad del amor»: «En realidad, toda la sociedad
mediante sus instituciones sanitarias y civiles, está llamada a respetar la vida y
la dignidad del enfermo grave y del moribundo. Aun con la conciencia de que ‘no es
la ciencia la que redime a los hombres’ (Spe salvi, 26), la sociedad entera y, en
particular, los sectores ligados a la ciencia médica deben expresar la solidaridad
del amor, la salvaguarda y el respeto de la vida humana en todo momento de su desarrollo
terrenal, sobre todo cuando está padeciendo una condición de enfermedad o está en
su fase terminal. Concretamente, se trata de asegurar a toda persona que lo necesite
el sostén necesario por medio de terapias e intervenciones médicas adecuadas».
Recordando
luego el deber moral de suministrar, por parte de los médicos, y de acoger, por parte
del paciente, aquellos medios ordinarios de preservación de la vida, el Papa se ha
referido a las terapias ‘extraordinarias’, que presentan significativos riesgos: «Recurrir
a ellas, se debe considerar moralmente lícito pero facultativo. Además, hay que asegurar
siempre a toda persona los cuidados necesarios y debidos, así como el sostén a las
familias más probadas por la enfermedad de uno de sus miembros, sobre todo si es grave
y prolongada. También en lo que respecta a los reglamentos laborales. Así como se
suelen reconocer los derechos específicos a los familiares en el momento de un nacimiento,
de manera análoga, y especialmente en ciertas circunstancias, se debería reconocer
derechos semejantes a los parientes cercanos, en el momento de la enfermedad terminal
de un ser querido».
Es decir - ha enfatizado Benedicto XVI - se trata de una
solidaridad concreta, humanitaria y urgente: «Una sociedad solidaria y humanitaria,
no puede no tener en cuenta las difíciles condiciones de las familias que, a veces
durante tiempos prolongados, tienen que llevar el peso de la gestión domiciliar de
enfermos graves no autosuficientes. Un mayor respeto de la vida humana individual
pasa inevitablemente a través de la solidaridad concreta de todos y de cada uno, constituyendo
uno de los desafíos más urgentes de nuestro tiempo».
Una vez más, el Santo
Padre - recordando la condena ética de la eutanasia - ha subrayado que la grandeza
de «la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento
y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad.
Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante
la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente,
es una sociedad cruel e inhumana»: «En una sociedad compleja, fuertemente influenciada
por las dinámicas de la productividad y por las exigencias de la economía, las personas
frágiles y las familias más pobres corren el riesgo, en los momentos de dificultad
económica y de enfermedad, de quedar atrapadas en el sufrimiento. Cada vez más se
encuentran en las grandes ciudades, personas ancianas y solas, también en los momentos
de enfermedad grave y en proximidad de la muerte. En tales situaciones, los impulsos
que promueven la eutanasia se vuelven apremiantes, sobre todo cuando se insinúa una
visión utilitarista de la persona. A este propósito, aprovecho esta oportunidad para
reiterar, nuevamente, la firme y constante condena ética de toda forma de eutanasia
directa, según el plurisecular magisterio de la Iglesia».
La Iglesia y la sociedad
civil deben aunar esfuerzos para lograr que todos, no sólo puedan vivir digna y responsablemente
sino también atravesar el momento de la prueba y de la muerte en la mejor condición
de fraternidad y de solidaridad, también allí donde la muerte llega en una familia
pobre o una cama de un hospital, ha insistido el Santo Padre, haciendo hincapié en
que la misma Iglesia, «con sus instituciones ya en marcha y con nuevas iniciativas,
está llamada a ofrecer el testimonio de la caridad activa». En especial hacia las
personas no autosuficientes, los que no tienen familia, los enfermos graves que necesitan
terapias paliativas, así como apropiada asistencia religiosa.
La Iglesia con
las parroquias, las diócesis y la creación o cualificación de estructuras puede ayudar
a sensibilizar a la sociedad para que «al hombre que sufre y en particular al que
se acerca al momento de la muerte se le ofrezca y testimonie la solidaridad y la caridad».
Por su parte, la sociedad no puede dejar de asegurar el debido apoyo a las familias
que desean asistir en el hogar a los parientes que padecen enfermedades degenerativas
o tumorales. Benedicto XVI exhorta a aunar esfuerzos: «Se requiere el concurso de
todas las fuerzas vivas y responsables de la sociedad para aquellas instituciones
de asistencia específica con personal numeroso y especializado y equipos de coste
particular. Es sobre todo en estos campos en los cuales la sinergia entre la Iglesia
y las instituciones puede revelarse singularmente preciosa para asegurar la ayuda
necesaria a la vida humana en el momento de su fragilidad».
El Papa ha concluido
sus palabras con el anhelo de que en este Congreso internacional, que coincide con
el Jubileo de las apariciones de Lourdes, se puedan encontrar nuevas propuestas para
aliviar la situación de quienes afrontan las formas terminales de la enfermedad, exhortando
a perseverar en el servicio a la vida en cada una de sus fases.