Escuchar el programa Viernes, 22 feb
(RV).- Hoy reflexionaremos sobre el afán de cada día, de todos los días que nos envuelve
de tal manera que nos impide vivir realmente, sanamente, tranquilamente, amorosamente.
A pesar de que vivimos en la era del jet, el celular, el microondas, los cajeros automáticos,
la Internet, etc., es decir, rodeados de miles de innovaciones para ahorrar tiempo,
una gran mayoría de personas andan a la carrera y agobiadas porque no les alcanza
el tiempo para nada. Parece que estar constantemente de prisa se convirtió en un "modus
vivendi", a tal punto que muchas personas se sienten culpables cuando se toman unos
minutos para descansar aunque estén exhaustas.
Pero, qué nos ha llevado a montarnos
en esta especie de avión ultra sónico en el que todos viajamos incómodos pero nadie
se puede bajar? Que hace que todos sintamos que el tiempo pasa cada vez más aprisa,
llevándose parte importante de nuestro tiempo y de nuestra calidad de vida.
Toda
esta aceleración en nuestra vida nos ha llevado a un inmediatismo al que nos han
acostumbrado las soluciones instantáneas que nos ofrece la publicidad y las historias
del cine o la TV; la creencia de que "el tiempo es oro" nos ha convencido de que cada
minuto del día debe ser productivo; la idea de que tener mucho equivale a ser más
felices que pregona la cultura consumista y nos empuja a producir y gastar sin descansar.
Lo triste en esta loca carrera es que finalmente logramos estirar el tiempo para hacerlo
todo menos vivir, si por vivir entendemos compartir, reír, pasear, conversar, jugar,
gozar o soñar.
El impacto que esta forma de vida tiene en la familia es funesto.
Al andar a la carrera vivimos concentrados en todo lo urgente por hacer, pero desconectados
de lo que somos y sentimos. Y al no estar conectados con nuestros sentimientos es
imposible establecer sólidos vínculos afectivos con nuestros seres queridos. Así,
nuestras relaciones familiares se limitan a contactos superficiales, carentes de calidez,
que por su trivialidad se desbaratan con cualquier tormenta.
El tiempo no puede
seguir siendo nuestro enemigo. Lo necesitamos para formar la familia que soñamos tener.
Hace falta tiempo para establecer lazos profundos con nuestro cónyuge porque éstos
se tejen en los momentos compartidos sin más propósito que estar juntos; tiempo para
ganarnos la confianza de nuestros hijos porque saben que sí estaremos a su lado cuando
nos necesiten; tiempo para cultivar una buena comunicación porque estamos allí para
que nos cuenten sus pesares cuando desean compartirlos; tiempo para formar su conciencia
porque estamos tan presentes que nuestro proceder les muestra qué está bien y qué
está mal; tiempo para alimentarles una fe sólida porque pueden ver cómo confiamos
en Dios y así ellos también confiar en sus designios.
Vivir la vida a la carrera
atropella las relaciones. La impaciencia, producto del afán por ganarle la carrera
al reloj, impide que tratemos a nuestros hijos con el afecto que merecen. Hacer muchas
cosas alimenta el ego pero deja morir de hambre el corazón.
Si el tiempo es
oro no lo desperdiciemos haciendo muchas cosas para comprar el amor de nuestra familia,
el cual obtendremos gratis si dedicamos más tiempo a disfrutar de los hijos y ocupar
el primer lugar en su corazón. El tiempo es un aliado perfecto de las familias, de
las parejas, del amor, la comunicación y la fraternidad. Texto: Alma García
Locución: Alina Tufani