Al recibir a los participantes en la plenaria de la Congregación para la doctrina
de la fe, el Papa recuerda que la Iglesia anima el progreso de las ciencias biomédicas
siempre que se respete la dignidad de la persona creada a imagen de Dios
Jueves, 31 ene (RV).- Hoy a mediodía, en la sala Clementina del Palacio Apostólico,
el Pontífice celebró un encuentro con los 64 participantes en la sesión Plenaria de
la Congregación para la Doctrina de la fe. En el discurso que les dirigió, Benedicto
XVI, al saludar a sus hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, así como a los
amados y fieles colaboradores, les manifestó su alegría por este encuentro con ocasión
de su sesión plenaria. “Puesto que de este modo, les dijo, puedo haceros partícipe
de los sentimientos de profundo reconocimiento y del cordial aprecio que siento por
el trabajo que vuestro dicasterio desarrolla al servicio del ministerio de unidad,
encomendado de modo especial al Romano Pontífice”.
Al respecto, el Papa dijo
que se trata de un ministerio que se expresa principalmente en función de la unidad
de la fe, que se apoya en el “sacro deposito”, del que el Sucesor de Pedro es el primer
custodio y defensor (cf. Constitución apostólica Pastor Bonus, 11). Benedicto XVI
agradeció en primer lugar al cardenal William Levada los sentimientos que le expresó
en nombre de todos, así como el detalle de los temas que han sido objeto de algunos
documentos de esta Congregación en estos últimos años y de las temáticas que todavía
está examinando este dicasterio.
El Papa recordó en particular que la Congregación
para la doctrina de la fe ha publicado el año pasado dos documentos importantes, que
han ofrecido algunas aclaraciones doctrinales sobre aspectos esenciales de la doctrina
sobre la Iglesia y sobre la evangelización. “Son aclaraciones necesarias –dijo Benedicto
XVI– para el desarrollo correcto del diálogo ecuménico y del diálogo con las religiones
y las culturas del mundo”.
De ahí que el Papa haya invitado a estos amados
colaboradores a seguir con particular atención diversos problemas complejos y difíciles
como, por ejemplo, el de la bioética. Puesto que como dijo el Obispo de Roma, “las
nuevas tecnologías biomédicas, en efecto, interesan no sólo a algunos médicos e investigadores
especializados, sino que son divulgadas a través de los modernos medios de comunicación
social, provocando expectativas e interrogantes en sectores cada vez más vastos de
la sociedad.
Y si bien, como dijo el Pontífice, el Magisterio de la Iglesia
ciertamente no puede ni debe intervenir sobre cada novedad de la ciencia, tiene sin
embargo el deber de reafirmar los grandes valores que están en juego y proponer a
los fieles y a todos los hombres de buena voluntad los principios y las orientaciones
ético-morales para las nuevas cuestiones importantes. Y añadió que los dos criterios
fundamentales para el discernimiento moral en este campo son primero; el respeto incondicionado
del ser humano como persona, desde su concepción hasta su muerte natural; y el respeto
de la originalidad de la transmisión de la vida humana a través de los actos propios
de los cónyuges.
Benedicto XVI también recordó que después de la publicación,
en 1987, de la Instrucción titulada “Donum vitae”, que había enunciado tales criterios,
muchos han criticado el Magisterio de la Iglesia, denunciándolo como si fuera un obstáculo
a la ciencia y al verdadero progreso de la humanidad. Pero los nuevos problemas relacionados,
por ejemplo, con el congelamiento de los embriones humanos –agregó el Papa–, con la
reducción embrionaria, con el diagnóstico de pre-implantación, con las investigaciones
sobre las células estaminales embrionarias y con los intentos de clonación humana,
muestran claramente que, con la fecundación artificial extra-corpórea, se ha infringido
la barrera puesta como tutela de la dignidad humana.
Y añadió que cuando los
seres humanos –en el estadio más débil e indefenso de su existencia– son seleccionados,
abandonados, matados o utilizados como puro “material biológico”, cómo se puede negar
–se preguntó el Papa- que ellos han sido tratados ya no como “alguien”, sino como
“algo”, cuestionando así el mismo concepto de dignidad del hombre. De ahí que –como
dijo Benedicto XVI– la Iglesia aprecia y anima el progreso de las ciencias biomédicas
que abren perspectivas terapéuticas aún desconocidas, mediante, por ejemplo, el uso
de las células estaminales somáticas o mediante las terapias tendentes a la restitución
de la fertilidad o a la cura de las enfermedades genéticas. Pero, al mismo tiempo
–dijo el Papa– ella siente el deber de iluminar las conciencias de todos, a fin de
que el progreso científico sea verdaderamente respetuoso de cada ser humano, al que
debe reconocérsele la dignidad de persona, siendo creado a imagen de Dios.