Benedicto XVI reitera la apremiante urgencia de tutelar la dignidad de la vida humana
- por encima de ideologías y abusos - aprendiendo de las trágicas lecciones de la
historia
Lunes, 28 ene (RV).- Ante el seductor desarrollo de la ciencia, Benedicto XVI ha reiterado
la apremiante urgencia de impulsar la tutela de la dignidad de la vida humana, por
encima de las ideologías y manipulaciones arbitrarias, aprendiendo de las trágicas
lecciones de la historia de la humanidad, en particular de las del siglo pasado.
Al
recibir, esta mañana, a los participantes en el Encuentro empezado en la capital francesa
y acabado en Roma, sobre «La identidad cambiante del individuo», organizado por la
Academia de las Ciencias de París y por la Pontificia Academia de las Ciencias, con
la colaboración del Instituto Católico parisiense, el Santo Padre ha expresado su
alegría por esta primera colaboración ‘interacadémica’, con el anhelo de que se «abran
investigaciones multidisciplinares cada vez más fecundas».
Recordando que
«ninguna ciencia puede decir quién es el hombre, de dónde viene y dónde va», Benedicto
XVI ha evocado la advertencia de su amado predecesor en la encíclica Fides et ratio:
«Un gran reto que se nos presenta es el de saber realizar el paso - tan necesario
como urgente - del fenómeno al fundamento. No es posible detenerse en la sola experiencia;
incluso cuando ésta expresa y pone de manifiesto la interioridad del hombre y su espiritualidad,
es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta su naturaleza espiritual y
el fundamento en que se apoya (n. 83)».
«El hombre es mucho más de lo que se
percibe por la experiencia», ha enfatizado el Papa apremiando a respetar la dignidad
humana en cada momento de la vida: «Descuidar el cuestionamiento sobre el ser del
hombre conduce inevitablemente a rechazar la búsqueda de la verdad objetiva sobre
el ser en su integridad y, por lo tanto, a no ser capaz de reconocer el fundamento
sobre el cual se basa la dignidad del hombre, de todo hombre, desde el periodo embrionario
hasta su muerte natural. En el encuentro que habéis celebrado, habéis experimentado
que las ciencias, la filosofía y la teología pueden ayudar a percibir la identidad
del hombre que está todavía en devenir. A partir de una interrogación sobre el nuevo
ser resultante de la fusión celular, que es portador de un patrimonio genético nuevo
y específico, habéis evidenciado elementos esenciales del misterio del hombre, marcado
por la alteridad: ser creado por Dios, ser a imagen de Dios, ser amado hecho para
amar».
Evocando la maravillosa meditación del salmista sobre el ser humano
tejido en el vientre de su madre y al mismo tiempo amado y protegido por Dios, Benedicto
XVI ha hecho hincapié en que «el hombre no es fruto del azar, de un conjunto de convergencias,
de determinismos, ni de interacciones ‘psicoquímicas’». Es un ser que goza de una
libertad y la dignidad particular del ser humano es al mismo tiempo un don de Dios
y la promesa de un porvenir. El hombre lleva en sí una capacidad específica, la de
discernir lo bueno y el bien. «El hombre está llamado a desarrollar su conciencia
por medio de la formación y del ejercicio, para dirigir libremente su existencia,
afianzándose en las leyes esenciales que son la ley natural y la ley moral»: «En esta
época nuestra en la que el desarrollo de las ciencias atrae y seduce por las posibilidades
que se ofrecen, es más importante que nunca educar las conciencias de nuestros contemporáneos,
para que la ciencia no se vuelva el criterio del bien, que el hombre sea respetado
como centro de la creación y que nunca sea objeto de manipulaciones ideológicas, de
decisiones arbitrarias, ni de abusos de parte de los más fuertes sobre los más débiles.
Peligros que hemos podido conocer, en sus manifestaciones a lo largo de la historia
humana, y, en particular, durante el siglo XX».
Benedicto XVI ha recordado
que la ciencia, impulsada por el amor está llamada a ponerse al servicio de la humanidad,
como reitera en la primera encíclica de su Pontificado: «Todo ‘avance científico’
debe ser también un ‘avance de amor’, llamado a ponerse al servicio del hombre y de
la humanidad y a aportar su contribución a la construcción de la identidad de las
personas. En efecto, como subrayo en mi encíclica Deus caritas est, «El amor engloba
la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo... el
amor es « éxtasis », es decir camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí
mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia
el reencuentro consigo mismo (n. 6).
El amor hace salir de sí mismos para
descubrir y reconocer al prójimo, ha enfatizado el Papa, añadiendo que es la experiencia
que han vivido numerosos creyentes a lo largo de toda la Biblia y que «el modelo por
excelencia del amor es Cristo». Pues en el acto de entregar su vida por sus hermanos,
de entregarse totalmente, se manifiesta su identidad profunda». Ésta es la clave de
lectura que tenemos del misterio insondable de su ser y de su misión.