En la Capilla Sixtina el Papa bautiza a trece recién nacidos y recuerda que Dios nos
salva de las tinieblas con el Bautismo
Domingo, 13 ene (RV).- En el domingo que la liturgia recuerda el Bautismo de Jesús
en el río Jordán, Benedicto XVI ha administrado esta mañana por tercera vez en su
Pontificado, el primer sacramento de la vida de los cristianos a trece recién nacidos.
El Santo Padre ha presidido la celebración del bautismo en el curso de la santa Misa
que ha celebrado en el espléndido marco de la Capilla Sixtina.
Los trece pequeños
son todos hijos de empleados y funcionarios que trabajan en la Ciudad del Vaticano,
y han estado acompañados por sus padres, padrinos y madrinas, y un pequeño grupo de
familiares. Algunos de ellos han participado de manera activa en la liturgia eucarística
proclamando las lecturas, invocando las oraciones de los fieles o llevando al altar
los dones durante el ofertorio. El Pontífice, como es ya habitual, ha vertido el agua
sobre la cabeza de los niños utilizando una concha dorada. El gesto tiene un rico
significado desde el punto de vista litúrgico, ya que la concha recuerda la peregrinación
y simboliza el nuevo camino que los bautizados inician entrando a formar parte de
la comunidad de creyentes.
“Administrar el sacramento del Bautismo en el día
del Bautismo del Señor -ha dicho el Papa en su homilía- es siempre un motivo de alegría
especial y uno de los momentos más expresivos de nuestra fe, en el que podemos casi
ver a través de los signos de la liturgia, el misterio de la vida”. Por un lado, “la
vida humana”, representada aquí en particular por estos trece niños que son el fruto
del amor de sus padres, y por otro, “el misterio de la vida divina”, que hoy Dios
da a estos pequeños “mediante el renacer, a través del agua y del Espíritu Santo”.
“Dios es vida”.
“En el Bautismo, el pequeño ser humano recibe una vida nueva,
la vida de la gracia, que lo hace idóneo para entrar en relación personal con el Creador.
Y esto es para siempre, para toda la eternidad –ha recordado el Papa, señalando después
que a veces- el hombre, desgraciadamente, es capaz de apagar esta nueva vida con su
pecado, reduciéndose a una situación que la Sagrada Escritura llama ‘la segunda muerte’”.
“Mientras
en las otras criaturas que no están llamadas a la eternidad, la muerte significa solamente
el fin de la existencia en la tierra -ha explicado el Santo Padre- en nosotros el
pecado crea un abismo que puede engullirnos para siempre si el Padre que está en los
cielos no nos tiende su mano”. El misterio del Bautismo es éste, ha indicado el Papa:
“Dios ha querido salvarnos yendo Él mismo hasta el fondo del abismo de la muerte,
para que cada hombre, incluso los que han caído en lo más profundo y no ven el cielo,
puedan encontrar la mano de Dios a la que aferrarse y remontar las tinieblas para
volver a ver la luz”.
“Todos sentimos, todos percibimos interiormente que nuestra
existencia es un deseo de vida que invoca una plenitud, una salvación. Esta plenitud
de vida nos la da el Bautismo”. El Bautismo que Jesús recibió en el Jordán, ha subrayado
Benedicto XVI, fue el primer acto público. “Desde aquel momento, Jesús fue revelado
como Aquel que ha venido a bautizar a la humanidad en el Espíritu Santo: ha venido
a traer a los hombres la vida en abundancia, la vida eterna, que resucita al ser humano
y lo sana enteramente, de cuerpo y de espíritu, devolviéndolo al proyecto originario
para el cual ha sido creado. “La finalidad de la existencia de Cristo
ha sido, pues, el donar a la humanidad la vida de Dios, su Espíritu de amor, para
que cada hombre pueda beber de este manantial inagotable de salvación”. El Santo Padre
ha finalizado su homilía recordando que en el rito del Bautismo hay un signo elocuente
que expresa precisamente la transmisión de la fe, y es la entrega, a cada uno de los
bautizados, de un cirio encendido de la llama pascual: es la luz de Cristo resucitado
“que vosotros -ha dicho el Papa a los padres y padrinos de los bautizados- os comprometéis
a transmitir a vuestros hijos”. “Alimentad siempre, queridos hermanos y hermanas,
la llama de la fe con la escucha y la mediación de la Palabra de Dios y la asidua
comunión con Jesús Eucaristía”.
El Papa ha concelebrado la misa con dos obispos
que le han ayudado en el rito bautismal: el vicecamarlengo, Mons. Paolo Sardi y el
limosnero pontificio, Mons. Félix del Blando Prieto. Este año no ha sido instalada
en la capilla Sixtina la peana de madera sobre la se apoyaba un altar provisional
para la ocasión. El Papa ha querido que se utilizara el mismo altar de la capilla
Sixtina. Se ha retenido oportuno celebrar la misa en el antiguo altar para que de
esta manera no se alterara la belleza y la armonía de esta joya arquitectónica y pictórica,
preservando así su estructura desde el punto de la celebración y usando una posibilidad
que contempla la normativa litúrgica.
Por esto en algunos momentos de la misa,
el Papa ha tenido que celebrarla de espaldas a los fieles y con la mirada dirigida
a la Cruz, orientando de esta manera la disposición de toda la Asamblea. Por el resto
la celebración eucarística ha tenido un desarrollo normal, y durante la cual se ha
utilizado el Misal ordinario. Benedicto XVI vestía algunos paramentos sacros que pertenecieron
a Juan Pablo II.