Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, una oportunidad para reconocer la aportación
de millones de migrantes al desarrollo y al bienestar
Sábado, 12 ene (RV).-El domingo, 13 de enero la Iglesia celebrará la Jornada Mundial
del Emigrante y el Refugiado. Y para hablarnos de la naturaleza y contenido de esta
Jornada hemos entrevistado al arzobispo Agostino Marchetto, secretario del Pontificio
Consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes. Dicha
celebración, de hecho, se repite cada año desde que fue instituida por el Papa Benedicto
XV, cuyo inicio de pontificado, en 1914, coincidió con el estallido de la Primera
Guerra Mundial. Sin embargo, por aquel entonces el ámbito de los destinatarios era
más restringido. Las calamidades de este conflicto desmesurado (la matanza inútil)
llevan consigo, entre otras plagas, la emigración de poblaciones enteras. El Papa,
que recibió sucesivamente el apelativo de “el Papa de la paz”, como respuesta, se
prodigó en asistir a las víctimas, nombró en Italia a un Obispo que asistiera a los
prófugos y quiso que se celebrara una “Jornada” del emigrante. Por tanto, la del próximo
13 enero, será la 94 Jornada, “mutatis mutandis”. El Santo Padre Benedicto XVI hizo
público su Mensaje para tal ocasión el pasado 28 noviembre, dedicando especial atención
a los “jóvenes migrantes”. Dicho mensaje fue presentado en la Sala de Prensa de la
Santa Sede por los Superiores de este Consejo Pontificio, y cada uno de los cuales
ilustró un sector de interés del Mensaje: migrantes económicos, refugiados y estudiantes
extranjeros.
Mons. Marchetto nos explicó también los puntos clave del
Mensaje.
El Santo
Padre invita a reflexionar, en concreto, sobre los jóvenes migrantes, a partir de
la constatación de que “el proceso de globalización del mundo lleva consigo una necesidad
de movilidad que impulsa también a muchos jóvenes a emigrar y a vivir lejos de sus
familias y de sus propios países. Como consecuencia de esto, la juventud dotada de
los mejores recursos intelectuales abandona a menudo los países de origen, mientras
en los países que reciben a los migrantes rigen normas que dificultan su efectiva
integración”. De ello, el Papa deduce que “con razón, las instituciones públicas,
las organizaciones humanitarias y también la Iglesia católica dedican muchos de sus
recursos para atender a estas personas en dificultad”. Los jóvenes migrantes son particularmente
sensibles – dice el Santo Padre – a la problemática constituida por la denominada
“dificultad de la doble pertenencia”. Entre ellos, señala Benedicto XVI, las jóvenes
son “más fácilmente víctimas de la explotación, de chantajes morales e incluso de
toda clase de abusos”, mientras que los adolescentes y los menores no acompañados
con frecuencia “terminan en la calle, abandonados a sí mismos y víctimas de explotadores
sin escrúpulos”. A continuación, se brinda particular atención a los jóvenes refugiados
y a los estudiantes internacionales. En lo que concierne a los primeros, por limitarme
a la muy importante cuestión educativa, el Santo Padre afirma que “habrá que preparar
programas adecuados, tanto en el ámbito escolar como en el del trabajo, con el objeto
de garantizarles una preparación, proporcionándoles las bases necesarias para una
correcta integración en el nuevo mundo social, cultural y profesional”. Para los estudiantes
internacionales, el Papa desea que puedan “abrirse al dinamismo de la dimensión intercultural,
enriqueciéndose al estar en contacto con otros estudiantes de culturas y religiones
distintas. Para los jóvenes cristianos, esta experiencia de estudio y de formación
puede ser un campo útil para madurar su fe, estimulada a abrirse a ese universalismo
que es elemento constitutivo de la Iglesia católica”.
Y ¿cómo afrontar,
a tal propósito, los dramas de los jovencísimos emigrantes?
Ciertamente,
éstos se hayan indefensos por partida triple, porque son menores, extranjeros y muchas
veces están solos. Estas tres expresiones de vulnerabilidad tienen que ayudarnos a
crear una nueva sensibilidad, para “contemplar” una infancia que a lo mejor se encuentra
en nuestras calles y de la que no se habla lo suficiente. Para ella, es urgente preparar
adecuados programas de acogida y de integración, también con la predisposición de
un sistema de protección de menores extranjeros no acompañados. En Italia, por ejemplo,
los menores no acompañados son 6.572. La mayoría de ellos proceden de Marruecos, de
Albania y de Palestina. El Santo Padre, en dicho contexto, ha dado una “sacudida”
– disculpe la expresión – a la conciencia internacional, planteando interrogantes
fundamentales, sobre todo para los niños en los campos de refugiados, por esto: “¿Cómo
no pensar que esos pequeños seres han llegado al mundo con las mismas, legítimas esperanzas
de felicidad que los otros? Y, al mismo tiempo, ¿cómo no recordar que la infancia
y la adolescencia son fases de fundamental importancia para el desarrollo del hombre
y de la mujer, y requieren estabilidad, serenidad y seguridad?”.
¿Cuál
es el deseo para la celebración católica de la Jornada Mundial del Emigrante y el
Refugiado?
La Jornada
es una oportunidad para reconocer la aportación que millones de migrantes, en su mayoría
jóvenes, dan al desarrollo, en sus varias formas, y por lo tanto al bienestar, sobre
todo económico, en muchos Países del mundo. Asimismo, es un llamamiento a terminar
con todas las formas de abuso y violencia cumplidas contra ellos y sus familias –
y pienso especialmente en los jóvenes y en los niños –. Un empeño concreto podría
ser la ratificación de la Convención de la ONU sobre la protección de los derechos
de todos los trabajadores migratorios y de sus familias, expresamente mencionada en
el Mensaje Pontificio del pasado año. Por su parte, la acreditada voz de Benedicto
XVI, en continuidad con el predecesor de quien lleva el nombre, Benedicto XV, recuerda
que los migrantes, los refugiados y los estudiantes internacionales son a menudo víctimas
de un mundo injusto. De hecho, aún hoy día, sobre todo el hambre y situaciones de
vida inhumanas, empujan especialmente a los jóvenes a correr graves riesgos en la
búsqueda de una vida mejor en el extranjero. La comunidad internacional no puede ignorar,
a este respecto, sus responsabilidades, y está llamada a proveer a una correcta integración
de los migrantes en los Países de llegada y a tutelar su dignidad.