El Papa reitera a los miembros del cuerpo diplomático ante la Santa Sede sus llamamientos
en favor de la paz, de la vida, de la familia, de la dignidad y los derechos humanos,
del diálogo intercultural e interreligioso, de la libertad religiosa y del desarrollo
integral de los pueblos
Lunes, 7 ene (RV).- «La Navidad nos recuerda cada año que con el Niño Dios nacido
en Belén la Esperanza ha venido a abitar en el mundo, en el corazón de la familia
humana. Esta certeza se vuelve hoy oración: ¡qué Dios abra el corazón de cuantos gobiernan
la familia de los pueblos a la Esperanza que nunca desilusiona!». Lo ha deseado esta
mañana Benedicto XVI en su tradicional discurso de comienzos de año a los miembros
del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede.
En su densísimo discurso,
dirigiendo su pensamiento también a los pueblos de las naciones que todavía no mantienen
relaciones con la Santa Sede - pero que ocupan igualmente un lugar en su corazón -
el Papa ha reiterado que la Iglesia está profundamente convencida de que la humanidad
constituye una familia, como ha querido subrayar en su Mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz 2008.
En un repaso de la situación en cada continente, Benedicto
XVI ha ido señalando esperanzas y preocupaciones, y ha renovado sus llamamientos en
favor de la paz, de la vida, de la familia- fundada en el matrimonio entre un hombre
y una mujer – de la dignidad y los derechos humanos, del diálogo intercultural e interreligioso
y del desarrollo integral de los pueblos en la justicia y en la seguridad.
«La
paz no puede ser una simple palabra o un anhelo ilusorio. La paz es un compromiso
y un modo de vivir que exige que se satisfagan las legítimas expectativas de todos,
como el acceso a los alimentos, al agua y a la energía, a la medicina y a la tecnología,
así como el control de los cambios climáticos. Sólo así se puede construir el provenir
de la humanidad. Sólo así se favorece el desarrollo integral para hoy y para mañana».
Empezando
por manifestar su cercanía y sus oraciones por las poblaciones asoladas por catástrofes
naturales, el Papa ha recordado las distintas tragedias ocurridas en México, América
Central, Perú, así como en África, Asia y Oceanía.
Tras recordar con afecto
su visita a Brasil y su encuentro con la gran familia de la Iglesia en América Latina
y el Caribe, con motivo de la V Conferencia General del CELAM, Benedicto XVI ha deseado
una cooperación creciente entre los pueblos latinoamericanos y el cese de tensiones
internas en cada uno de estos países, inspirados por el Evangelio. El Papa ha mencionado
a Cuba, que está por celebrar el X aniversario de la visita de Juan Pablo II, señalando
que el mensaje de esperanza de su predecesor no ha perdido su actualidad.
En
el contexto de la preocupación de la comunidad internacional por lo que ocurre en
Oriente Medio, el Santo Padre ha renovado también sus llamamientos en favor de la
paz entre israelíes y palestinos y ha recordado su cercanía al pueblo libanés, exhortando
asimismo a la reconciliación, tan urgente también en Irak:
«Prosiguen los atentados
terroristas, las amenazas y las violencias, en particular contra la comunidad cristiana
y las noticias que llegaron ayer confirman nuestra preocupación; es evidente que quedan
por resolver algunos problemas políticos. Una reforma constitucional apropiada deberá
salvaguardar los derechos de las minorías. Son necesarias ayudas humanitarias para
las poblaciones asoladas por la guerra. Pienso particularmente en los desplazados
y en los refugiados que han tenido que huir al exterior, entre los cuales hay numerosos
cristianos».
Benedicto XVI ha alentado también a impulsar el camino de la diplomacia
para resolver la cuestión del programa nuclear iraní, negociando en buena fe, adoptando
medidas destinadas a aumentar la transparencia y la confianza recíproca, teniendo
siempre en cuenta las auténticas necesidades de los pueblos y el bien común de la
familia humana. Ampliando luego su mirada hacia todo el continente asiático, el Papa
ha expresado su pesar por la violencia que ha sacudido Pakistán, Afganistán - donde
se añade el flagelo de la producción de droga - Sri Lanka y Myanmar.
En sus
palabras dedicadas al continente africano, Benedicto XVI ha destacado su profundo
sufrimiento por la tragedia de Darfur, con el gran anhelo de que la operación conjunta
de la ONU y la Unión Africana lleve ayuda y consuelo a esas poblaciones tan probadas.
Con preocupación por las resistencias que en la región de los Grandes Lagos se oponen
al proceso de paz en la República Democrática del Congo, el Santo Padre ha renovado
sus apremiantes llamamientos también por la paz en Kenia:
«La Iglesia católica
no permanece indiferente ante los gemidos de dolor que se oyen en estas regiones.
La Iglesia hace propios los pedidos de ayuda de los refugiados y desplazados y se
compromete para impulsar la reconciliación, la justicia y la paz. Este año Etiopía
festeja su ingreso en el tercer mileno cristiano y estoy seguro de que estas celebraciones
contribuirán a recordar la obra inmensa, social y apostólica, cumplida por los cristianos
en África».
En lo que respecta a Europa, con satisfacción por los progresos
en diversos países de la región de los Balcanes, con el deseo de que el estatuto definitivo
de Kosovo aleje definitivamente el fantasma de la violencia, el Santo Padre ha recordado
Chipre y ha mencionado con alegría la visita del Arzobispo Crisóstomo II. Evocando
asimismo su visita apostólica a Austria, el Pontífice ha destacado la contribución
esencial que la Iglesia católica puede y quiere dar a la unificación de Europa. Sin
olvidar la importancia del Tratado de Lisboa, Benedicto XVI ha hecho hincapié en las
raíces cristianas del continente europeo.
En el marco del diálogo interreligioso,
el Papa ha señalado que le es grato recordar nuevamente la carta que le han dirigido
138 personalidades musulmanas, renovando su gratitud por los nobles sentimientos que
le han expresado.
«En todos los continentes la Iglesia católica se empeña
con el fin de que los derechos del hombre no sean sólo proclamados sino también aplicados»,
ha enfatizado Benedicto XVI recordando también los 60 años de la Declaración Universal
de los Derechos humanos
La Santa Sede, por su parte, no dejará de reafirmar
estos principios y estos derechos fundados sobre lo que es esencial y permanente en
la persona humana. Es un servicio que la Iglesia desea ofrecer a la verdadera dignidad
del hombre, creado a imagen de Dios. Partiendo precisamente de estas consideraciones,
no puedo dejar de deplorar, una vez más, los continuos ataques perpetrados, en todos
los continentes, contra la vida humana. Quisiera recordar, junto a tantos investigadores
y científicos, que las nuevas fronteras de la bioética no imponen una elección entre
la ciencia y la moral, sino que más bien exigen un uso moral de la ciencia.
Recordando
el llamamiento que hizo Juan Pablo II, el Papa ha deseado que la moratoria aprobada
en la ONU sobre la pena de muerte, estimule el debate público sobre el carácter sagrado
de la vida humana. Luego ha concluido su alocución con un nuevo llamamiento en favor
de la seguridad de las naciones:
«Quisiera exhortar a la comunidad internacional
a un compromiso global por la seguridad. Un esfuerzo conjunto por parte de los Estados
para aplicar todas las obligaciones contraídas, y para impedir el acceso de los terroristas
a las armas de destrucción masiva, reforzaría, sin ninguna duda, el régimen de no
proliferación nuclear y lo haría más eficaz. Celebro el acuerdo alcanzado para el
desmantelamiento del programa de armamento nuclear en Corea del Norte y animo a la
adopción de medidas apropiadas para la reducción de armas de tipo convencional y para
afrontar el problema humano planteado por las bombas de racimo».
A continuación
les ofrecemos el mensaje completo del Santo Padre: Excelencias. Señoras y Señores.
1.
Saludo cordialmente a vuestro decano, el Embajador Giovanni Galassi, y le agradezco
las amables palabras que me ha dirigido en nombre del Cuerpo diplomático acreditado.
Un saludo deferente va a cada uno de vosotros, y en particular a los que participan
por primera vez en este encuentro. A través de vosotros, elevo mis fervientes votos
a los pueblos y gobiernos que digna y competentemente representáis. Hace algunas semanas,
vuestra comunidad se ha vestido de luto: el embajador de Francia, señor Bernard Kessedjian,
culminó su peregrinación terrena; ¡que el Señor le conceda su paz! Al mismo tiempo,
dirijo un pensamiento especial a las naciones que no tienen todavía relaciones diplomáticas
con la Santa Sede: también ellas tienen un lugar en el corazón del Papa. Como he querido
señalar en el Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz de este
año, la Iglesia está profundamente convencida de que la humanidad constituye una familia.
2.
Las relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos se han establecido inspiradas
en un espíritu de familia, así como la visita a unos países muy queridos. La calurosa
acogida de los Brasileños permanece todavía vibrante en mi corazón. En este país,
tuve la alegría de encontrar a los representantes de la gran familia de la Iglesia
en América Latina y en el Caribe, reunidos en Aparecida para la Quinta Conferencia
General del CELAM. En el ámbito económico y social, pude apreciar tanto signos elocuentes
de esperanza para este continente como motivos de preocupación. ¿Cómo no desear una
cooperación creciente entre los pueblos de América Latina, así como el cese de tensiones
internas en cada uno de los países que la componen, para que puedan converger en los
grandes valores inspirados por el Evangelio? Deseo mencionar a Cuba, que se apresta
a celebrar el décimo aniversario de la visita de mi venerado Predecesor. El Papa Juan
Pablo II fue recibido con afecto por las Autoridades y por la población, animando
a todos los cubanos a colaborar para conseguir un futuro mejor. Permítaseme retomar
este mensaje de esperanza que no ha perdido nada de su actualidad. 3. Mi pensamiento
y mi oración se dirigen sobre todo hacia las poblaciones golpeadas por espantosas
catástrofes naturales. Me refiero a los huracanes e inundaciones que han devastado
ciertas regiones de México y de América Central, así como algunos países de África
y de Asia, en particular Bangladesh, y una parte de Oceanía; también habría que mencionar
los grandes incendios. El Cardenal Secretario de Estado, que, a finales de agosto
se acercó hasta el Perú, me ofreció un testimonio directo de la destrucción y la desolación
provocada por el terrible terremoto, pero también del ánimo y de la fe de las poblaciones
afectadas. Frente a los trágicos acontecimientos de este tipo, es necesario un compromiso
común y decidido. Como he escrito en la Encíclica sobre la Esperanza «la grandeza
de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento
y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad»
(Carta Enc. Spe salvi, n. 38).
4. La comunidad internacional mantiene viva
su preocupación por el Medio Oriente. Me alegra que la Conferencia de Annapolis haya
dado signos en la dirección de un abandono del recurso a soluciones parciales o unilaterales,
en beneficio de una visión global, respetuosa de los derechos e intereses de los pueblos
de la región. Una vez más, hago un llamamiento a los Israelíes y a los Palestinos,
para que concentren sus esfuerzos en poner en práctica los compromisos asumidos en
esta ocasión y no frenen el proceso felizmente iniciado. Invito además a la comunidad
internacional a sostener a estos dos pueblos con convicción y comprensión hacia los
sufrimientos y los miedos de cada uno de ellos. ¿Cómo no estar cerca del Líbano, en
las pruebas y las violencias que siguen afligiendo este querido país?. Deseo que los
libaneses puedan decidir libremente acerca de su futuro y pido al Señor que les ilumine,
empezando por los responsables de la vida pública, para que, dejando de lado los intereses
particulares, estén dispuestos a comprometerse por el camino del diálogo y de la reconciliación.
Solamente así el país podrá progresar en la estabilidad y ser de nuevo un ejemplo
de convivencia entre las comunidades. También en Iraq, la reconciliación es una urgencia.
Actualmente, los atentados terroristas, las amenazas y la violencia continúan, en
particular contra la comunidad cristiana, y las noticias que nos llegan de ayer confirman
nuestra preocupación; es evidente que todavía quedan por resolver aspectos esenciales
de ciertas cuestiones políticas. En este marco, una reforma constitucional apropiada
deberá salvaguardar los derechos de las minorías. Se necesitan importantes ayudas
humanitarias para las poblaciones afectadas por la guerra, y pienso en particular
en los desplazados dentro del país y en los refugiados en el extranjero, entre los
cuales se encuentran numerosos cristianos. Invito a la comunidad internacional a mostrarse
generosa con ellos y con los países donde ellos encuentran refugio, cuya capacidad
de acogida se ve sometida a dura prueba. Deseo también alentar a que se continúe sin
descanso por la vía de la diplomacia para resolver la cuestión del programa nuclear
iraniano, negociando con buena fe, adoptando medidas destinadas a aumentar la transparencia
y la confianza recíprocas, y teniendo siempre en cuenta las auténticas necesidades
de los pueblos y del bien común de la familia humana.
5. Ampliando nuestra
mirada al continente asiático, quisiera llamar vuestra atención sobre otras situaciones
críticas. En primer lugar, Pakistán, que en los últimos meses ha sido duramente golpeado
por la violencia. Deseo que todas las fuerzas políticas y sociales se comprometan
en la construcción de una sociedad pacífica que respete los derechos de todos. En
Afganistán, junto a la violencia se añaden otros graves problemas sociales, como la
producción de drogas; es necesario ofrecer más apoyo a los esfuerzos de desarrollo
y trabajar con más intensidad todavía en la construcción de un futuro sereno. En Sri
Lanka, no es posible aplazar para más tarde los esfuerzos decisivos para remediar
los inmensos sufrimientos causados por los conflictos vigentes. Pido al Señor que
en Myanmar, con el apoyo de la comunidad internacional, se abra una época de diálogo
entre el gobierno y la oposición, asegurando el verdadero respeto de todos los derechos
del hombre y de las libertades fundamentales.
6. Volviendo ahora a África,
quisiera en primer lugar volver a expresar mi profundo pesar al comprobar cómo la
esperanza parece casi derrotada por el siniestro cortejo de hambre y de muerte que
perdura en el Darfour. Deseo de todo corazón que la operación conjunta de las Naciones
Unidas y de la Unión Africana, cuya misión acaba de comenzar, lleve ayuda y consuelo
a las poblaciones que sufren. El proceso de paz en la República Democrática del Congo
tropieza con fuertes resistencias en la zona de los grandes lagos, sobre todo en las
regiones orientales, y Somalia, en particular Mogadiscio, sigue estando afligida por
la violencia y la pobreza. Hago un llamamiento a las partes en conflicto para que
cesen las operaciones militares, se facilite el paso de la ayuda humanitaria y los
civiles sean respetados. Kenia ha experimentado estos días una brusca erupción de
violencia. Uniéndome a la exhortación de los Obispos del 2 de enero, invito a todos
los habitantes, y en particular a los responsables políticos, a buscar a través del
diálogo una solución pacífica, fundada sobre la justicia y la fraternidad. La Iglesia
Católica no es indiferente a los gemidos de dolor que se elevan en esta región. Ella
hace suyas las peticiones de ayuda de los refugiados y de los desplazados y se compromete
para favorecer la reconciliación, la justicia y la paz. Este año, Etiopía inicia el
tercer milenio cristiano, y estoy seguro de que las celebraciones organizadas con
este motivo contribuirán también a recordar la inmensa obra, social y apostólica,
realizada por los Cristianos en África.
7. Terminando por Europa, me alegro
de los progresos alcanzados en los diferentes países de la región de los Balcanes
y expreso una vez más el deseo que el estatuto definitivo de Kosovo tenga en cuenta
las legítimas reivindicaciones de las partes implicadas y garantice, a todos los que
habitan en esta tierra, seguridad y respeto a sus derechos para que definitivamente
se aleje el fantasma de los enfrentamientos violentos y se refuerce la estabilidad
europea. Quisiera citar igualmente a Chipre recordando con alegría la visita, el mes
de junio pasado, de Su Beatitud el Arzobispo Chrysostomos II. Deseo que, en el contexto
de la Unión Europea, no se escatime ningún esfuerzo para encontrar solución a una
crisis que dura demasiado tiempo. En el mes de septiembre pasado, realicé una visita
a Austria, que quiso también subrayar la contribución esencial que la Iglesia católica
puede y quiere dar a la unificación de Europa. A propósito de Europa, quisiera aseguraros
que sigo con atención el período que se ha abierto con la firma del «Tratado de Lisboa».
Esta etapa impulsa el proceso de construcción de la «casa Europea», que «será para
todos un buen lugar para vivir si se construye sobre un sólido fundamento cultural
y moral de valores comunes tomados de nuestra historia y de nuestras tradiciones»
(Encuentro con las Autoridades y el Cuerpo diplomático, Viena, 7 septiembre 2007)
y si ella no reniega de sus raíces cristianas.
8. De este rápido repaso general,
aparece con claridad la fragilidad de la seguridad y la estabilidad en el mundo. Los
factores de preocupación son diferentes; sin embargo, todos testimonian que la libertad
humana no es absoluta, sino que se trata de un bien compartido, cuya responsabilidad
incumbe a todos. En consecuencia, el orden y el derecho son elementos que la garantizan.
El derecho sólo podrá ser una fuerza eficaz de paz si sus fundamentos permanecen sólidamente
anclados en el derecho natural, dado por el Creador. Es por eso también que no se
puede nunca excluir a Dios del horizonte del hombre y de la historia. El nombre de
Dios es un nombre de justicia, representa una llamada urgente a la paz.
9.
Esta toma de conciencia podría ayudar, entre otras cosas, a orientar las iniciativas
de diálogo intercultural e interreligioso. Estas iniciativas son cada vez más numerosas
y pueden estimular la colaboración en temas de interés mutuo, como la dignidad de
la persona humana, la búsqueda del bien común, la construcción de la paz y el desarrollo.
A este respecto, la Santa Sede ha querido dar un relieve particular a su participación
en el diálogo de alto nivel sobre el entendimiento entre las religiones y las culturas
y la cooperación para la paz, en el marco de la 62ª Asamblea General de las Naciones
Unidas (4-5 octubre 2007), Este diálogo, para ser auténtico, debe ser claro, evitando
relativismos y sincretismos, pero animado de un respeto sincero por los otros y de
un espíritu de reconciliación y de fraternidad. La Iglesia Católica está profundamente
comprometida en ello y me es grato recordar de nuevo la carta que, el 13 de octubre
pasado, me dirigieron ciento treinta y ocho personalidades musulmanas, renovando mi
gratitud por los nobles sentimientos que allí se expresan.
10. Nuestra sociedad
ha incluido justamente la grandeza y la dignidad de la persona humana en las diversas
declaraciones de derechos, que han sido formuladas a partir de la Declaración Universal
de los Derechos del Hombre, adoptada hace sesenta años. Este acto solemne fue, según
la expresión del Papa Pablo VI, uno de los más grandes títulos de gloria de las Naciones
Unidas. En todos los continentes, la Iglesia Católica, se compromete para que los
derechos del hombre sean no solamente proclamados, sino aplicados. Es de desear que
los organismos creados para la defensa y promoción de los derechos del hombre consagren
todas sus energías a este cometido, y en particular, que el Consejo de los Derechos
del Hombre sepa responder a las expectativas suscitadas tras su creación.
11.
La Santa Sede, por su parte, no dejará de reafirmar estos principios y estos derechos
fundados sobre lo que es esencial y permanente en la persona humana. Es un servicio
que la Iglesia desea ofrecer a la verdadera dignidad del hombre, creado a imagen de
Dios. Partiendo precisamente de estas consideraciones, no puedo dejar de deplorar,
una vez más, los continuos ataques perpetrados, en todos los continentes, contra la
vida humana. Quisiera recordar, junto a tantos investigadores y científicos, que las
nuevas fronteras de la bioética no imponen una elección entre la ciencia y la moral,
sino que más bien exigen un uso moral de la ciencia. Por otra parte, recordando el
llamamiento hecho por el Papa Juan Pablo II con ocasión del gran Jubileo del Año 2000,
me alegra que, el 18 de diciembre pasado, la Asamblea General de las Naciones Unidas
adoptara una resolución por la que se llama a los Estados a instituir una moratoria
en la aplicación de la pena de muerte, y deseo que esta iniciativa estimule el debate
público sobre el carácter sagrado de la vida humana. Deploro, una vez más, los ataques
preocupantes contra la integridad de la familia, fundada sobre el matrimonio entre
un hombre y una mujer. Los responsables de la política, de la orientación que sean,
deben defender esta institución fundamental, célula básica de la sociedad. ¡Qué más
se puede decir! Hasta la libertad religiosa, «exigencia ineludible de la dignidad
de cada hombre y piedra angular del edificio de los derechos humanos» (Mensaje para
la Jornada Mundial de la Paz 1988, preámbulo), está frecuentemente amenazada. Existen,
en efecto, lugares donde no se puede ejercer plenamente. La Santa Sede, la defiende
y pide su respeto para todos. Ella esta preocupada por las discriminaciones contra
los cristianos y contra los fieles de otras religiones.
12. La paz no puede
ser sólo una simple palabra o una aspiración ilusoria. La paz es un compromiso y un
modo de vida que exige que se satisfagan las expectativas legítimas de todos como
el acceso a la alimentación, al agua y a la energía, a la medicina y a la tecnología,
o bien el control de los cambios climáticos. Solamente así se puede construir el futuro
de la humanidad; solamente así se favorece el desarrollo integral para hoy y para
mañana. Hace cuarenta años, el Papa Pablo VI, acuñando una expresión particularmente
feliz, señaló en la Encíclica Populorum progressio que «el desarrollo es el nuevo
nombre de la paz». Por eso, para consolidar la paz, es necesario que los positivos
resultados macroeconómicos, obtenidos en 2007 por numerosos países en vías de desarrollo,
sean sostenidos por políticas sociales eficaces y por la puesta en práctica de compromisos
de asistencia por parte de los países ricos. 13. Por último, quisiera exhortar
a la comunidad internacional a un compromiso global por la seguridad. Un esfuerzo
conjunto por parte de los Estados para aplicar todas las obligaciones contraídas,
y para impedir el acceso de los terroristas a las armas de destrucción masiva, reforzaría,
sin ninguna duda, el régimen de no proliferación nuclear y lo haría más eficaz. Celebro
el acuerdo alcanzado para el desmantelamiento del programa de armamento nuclear en
Corea del Norte y animo a la adopción de medidas apropiadas para la reducción de armas
de tipo convencional y para afrontar el problema humanitario planteado por las bombas
de racimo.
Señoras y señores Embajadores. 14. La diplomacia es, en cierta
manera, el arte de la esperanza. Ella vive de la esperanza e intenta discernir incluso
sus signos más tenues. La diplomacia debe dar esperanza. Cada año, la celebración
de la Navidad nos recuerda que, cuando Dios se hizo niño pequeño, la Esperanza vino
a habitar en el mundo, en el corazón de la familia humana. Esta certeza se hace hoy
oración: que Dios abra a la Esperanza, que no defrauda nunca, el corazón de aquellos
que gobiernan la familia de los pueblos. Movido por estos sentimientos, dirijo a cada
uno de vosotros mis mejores votos, para que vosotros, vuestros colaboradores y los
pueblos que representáis seáis iluminados por la Gracia y la Paz que nos llegan del
Niño de Belén.