Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008: el Papa exhorta a impulsar el desarme,
advierte del peligro de que aumenten los países con armas nucleares y tacha de intolerable
la violencia cometida dentro de la familia
Martes, 11 dic (RV).- Al comenzar un nuevo año, Benedicto XVI desea «hacer llegar
a los hombres y mujeres de todo el mundo sus fervientes deseos de paz, junto con un
caluroso mensaje de esperanza». Y lo hace proponiendo a la reflexión común un tema
que considera muy importante: «Familia humana, comunidad de paz». Es el Mensaje del
Papa para la Jornada Mundial de la Paz 2008, que el cardenal Martino, presidente del
Pontificio Consejo Justicia y Paz ha presentado esta mañana en la Oficina de Prensa
de la Santa Sede.
Exhortando a todos a tomar mayor conciencia sobre la común
pertenencia a la única familia humana y al compromiso en favor de la paz verdadera
y duradera, Benedicto XVI invita «también a los creyentes a implorar a Dios sin cesar
el gran don de la paz».
«Quien obstaculiza la institución familiar aunque sea
inconscientemente, hace que la paz de toda la comunidad nacional e internacional sea
frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal ‘agencia’ de paz», recuerda
el Papa, destacando que este punto merece «una reflexión especial». Pues «todo lo
que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una
mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida
responsable de una nueva vida y lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable
de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz».
En
su constante preocupación por la paz, Benedicto XVI exhorta apremiantemente a la superación
de los conflictos y a impulsar el desarme. Consciente de que al renovar este llamamiento
se hace intérprete del deseo de cuantos comparten la preocupación por el futuro de
la humanidad, el Papa lamenta las grandes divisiones, los fuertes conflictos, las
tensiones crecientes y el peligro de que aumenten los países con armas nucleares.
Tras citar al Continente africano, «en el que a pesar de que numerosos países
han progresado en el camino de la libertad y de la democracia, quedan todavía muchas
guerras civiles», el Papa recuerda que Oriente Medio «sigue siendo aún escenario de
conflictos y atentados, que influyen también en Naciones y regiones limítrofes, con
el riesgo de quedar atrapadas en la espiral de la violencia».
Notando con pesar
un aumento en la carrera de armamentos, incluso de Naciones en vías de desarrollo,
el Papa se refiere a las responsabilidades en este «funesto comercio». Cita a los
países del mundo industrialmente desarrollado y a las oligarquías dominantes en tantos
Países pobres. Señalando la urgencia de «acuerdos concretos con vistas a una eficaz
desmilitarización, sobre todo en el campo de las armas nucleares», Benedicto XVI escribe:
«en esta fase en la que el proceso de no proliferación nuclear está estancado, siento
el deber de exhortar a las autoridades a que reanuden las negociaciones con una determinación
más firme de cara al desmantelamiento progresivo y concordado de las armas nucleares
existentes».
En el papel de la familia en la sociedad y en la paz, Benedicto
XVI afirma también que «no ha de sorprender que se considere particularmente intolerable
la violencia cometida dentro de la familia».
Reiterando luego el deber de
educar a sus miembros y los derechos específicos, de la familia, el Papa recuerda
que la Declaración universal de los derechos humanos afirma que «la familia es el
núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la
sociedad y el Estado ».
El Santo Padre recuerda también que «la Santa Sede
ha querido reconocer una especial dignidad jurídica a la familia publicando la Carta
de los derechos de la familia, que enuncia los derechos que manifiestan y explicitan
la ley natural».
«La familia tiene necesidad de una casa, del trabajo y del
debido reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuelas para los
hijos, de asistencia sanitaria básica para todos», escribe Benedicto XVI, advirtiendo
que «cuando la sociedad y la política no se esfuerzan en ayudar a la familia en estos
campos, se privan de un recurso esencial para el servicio de la paz», sin olvidar
la responsabilidad de los medios de comunicación social en la promoción del respeto
que merece la institución familiar.
El Mensaje dedica un denso apartado también
al tema de la «Familia, comunidad humana y medio ambiente». Teniendo en cuenta los
derechos de las generaciones futuras y de los pobres - «excluidos en muchos casos
del destino universal de los bienes de la creación», el Papa señala que «hoy la humanidad
teme por el futuro equilibrio ecológico». Invitando a «la prudencia», en «diálogo»
y «sin apremios ideológicos».
En el punto dedicado a «Familia, comunidad humana
y economía», el Papa recuerda que «es preciso comprometerse en emplear acertadamente
los recursos y en distribuir la riqueza con equidad. En particular, las ayudas que
se dan a los Países pobres han de responder a criterios de una sana lógica económica,
evitando derroches que, en definitiva, sirven sobre todo para el mantenimiento de
un costoso aparato burocrático. Se ha de tener también debidamente en cuenta la exigencia
moral de procurar que la organización económica no responda sólo a las leyes implacables
de los beneficios inmediatos, que pueden resultar inhumanas».
Destacando también
la importancia de la ley moral, que «impide el individualismo egoísta» en ámbito nacional
e internacional, el Papa señala que hay que proteger «al débil del abuso del más fuerte,
como no deja de reiterar la Iglesia». Ley moral común que, «por encima de las diferencias
culturales, permite que los seres humanos se entiendan entre ellos sobre los aspectos
más importantes del bien y del mal, de lo que es justo o injusto». Sin dejarnos desanimar
por los equívocos o las tergiversaciones.
La humanidad no está « sin ley ».
Sin embargo, «es urgente continuar el diálogo, favoreciendo también la convergencia
de las legislaciones de cada Estado hacia el reconocimiento de los derechos humanos
fundamentales. El crecimiento de la cultura jurídica en el mundo depende además del
esfuerzo por dar siempre consistencia a las normas internacionales con un contenido
profundamente humano, evitando rebajarlas a meros procedimientos que se pueden eludir
fácilmente por motivos egoístas o ideológicos».
Antes de concluir su mensaje,
Benedicto XVI recuerda que hace 60 años, la Organización de las Naciones Unidas hacía
pública la Declaración universal de los derechos humanos (1948-2008). Con la que la
familia humana reaccionaba ante los horrores de la Segunda Guerra Mundial, reconociendo
la propia unidad basada en la igual dignidad de todos los hombres y poniendo en el
centro de la convivencia humana el respeto de los derechos fundamentales de los individuos
y de los pueblos.
El Papa evoca a Pablo VI, por haber instituido con intuición
providencial la Jornada Mundial de la Paz, que en 2008 cumple 40 años y que fue retomada
con gran convicción por el amado Papa Juan Pablo II.
El Mensaje Pontificio
lleva la fecha del 8 de diciembre de este año, solemnidad de la Inmaculada Concepción
de la Virgen María, en cuya intercesión – recuerda Benedicto XVI - «los cristianos
saben que pueden confiar» pues siendo «la Madre del Hijo de Dios que se hizo carne
para la salvación de toda la humanidad, es Madre de todos».
MENSAJE
COMPLETO FAMILIA HUMANA, COMUNIDAD DE PAZ
1. AL COMENZAR
UN NUEVO AÑO deseo hacer llegar a los hombres y mujeres de todo el mundo mis fervientes
deseos de paz, junto con un caluroso mensaje de esperanza. Lo hago proponiendo a la
reflexión común el tema que he enunciado al principio de este mensaje, y que considero
muy importante: Familia humana, comunidad de paz. De hecho, la primera forma de comunión
entre las personas es la que el amor suscita entre un hombre y una mujer decididos
a unirse establemente para construir juntos una nueva familia. Pero también los pueblos
de la tierra están llamados a establecer entre sí relaciones de solidaridad y colaboración,
como corresponde a los miembros de la única familia humana: « Todos los pueblos —dice
el Concilio Vaticano II— forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto
que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra (cf.
Hch 17,26); también tienen un único fin último, Dios ».1
Familia, sociedad
y paz 2. La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada
en el matrimonio entre un hombre y una mujer,2 es el « lugar primario de ‘‘humanización''
de la persona y de la sociedad »,3 la « cuna de la vida y del amor ».4 Con razón,
pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, « una institución
divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social
».5
3. En efecto, en una vida familiar « sana » se experimentan algunos elementos
esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función
de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más
débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades
de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo.
Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz. No ha de sorprender,
pues, que se considere particularmente intolerable la violencia cometida dentro de
la familia. Por tanto, cuando se afirma que la familia es « la célula primera y vital
de la sociedad »,6 se dice algo esencial. La familia es también fundamento de la sociedad
porque permite tener experiencias determinantes de paz. Por consiguiente, la comunidad
humana no puede prescindir del servicio que presta la familia. El ser humano en formación,
¿dónde podría aprender a gustar mejor el « sabor » genuino de la paz sino en el «
nido » que le prepara la naturaleza? El lenguaje familiar es un lenguaje de paz; a
él es necesario recurrir siempre para no perder el uso del vocabulario de la paz.
En la inflación de lenguajes, la sociedad no puede perder la referencia a esa « gramática
» que todo niño aprende de los gestos y miradas de mamá y papá, antes incluso que
de sus palabras.
4. La familia, al tener el deber de educar a sus miembros,
es titular de unos derechos específicos. La misma Declaración universal de los derechos
humanos, que constituye una conquista de civilización jurídica de valor realmente
universal, afirma que « la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad
y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado ».7 Por su parte, la Santa
Sede ha querido reconocer una especial dignidad jurídica a la familia publicando la
Carta de los derechos de la familia. En el Preámbulo se dice: « Los derechos de la
persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen una dimensión fundamentalmente
social que halla su expresión innata y vital en la familia ».8 Los derechos enunciados
en la Carta manifiestan y explicitan la ley natural, inscrita en el corazón del ser
humano y que la razón le manifiesta. La negación o restricción de los derechos de
la familia, al oscurecer la verdad sobre el hombre, amenaza los fundamentos mismos
de la paz.
5. Por tanto, quien obstaculiza la institución familiar, aunque
sea inconscientemente, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional,
sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal « agencia » de paz.
Éste es un punto que merece una reflexión especial: todo lo que contribuye a debilitar
la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente
dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que
se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos,
es un impedimento objetivo para el camino de la paz. La familia tiene necesidad de
una casa, del trabajo y del debido reconocimiento de la actividad doméstica de los
padres; de escuela para los hijos, de asistencia sanitaria básica para todos. Cuando
la sociedad y la política no se esfuerzan en ayudar a la familia en estos campos,
se privan de un recurso esencial para el servicio de la paz. Concretamente, los medios
de comunicación social, por las potencialidades educativas de que disponen, tienen
una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar
sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza.
La humanidad es una
gran familia 6. La comunidad social, para vivir en paz, está llamada a inspirarse
también en los valores sobre los que se rige la comunidad familiar. Esto es válido
tanto para las comunidades locales como nacionales; más aún, es válido para la comunidad
misma de los pueblos, para la familia humana, que vive en esa casa común que es la
tierra. Sin embargo, en esta perspectiva no se ha de olvidar que la familia nace del
« sí » responsable y definitivo de un hombre y de una mujer, y vive del « sí » consciente
de los hijos que poco a poco van formando parte de ella. Para prosperar, la comunidad
familiar necesita el consenso generoso de todos sus miembros. Es preciso que esta
toma de conciencia llegue a ser también una convicción compartida por cuantos están
llamados a formar la común familia humana. Hay que saber decir el propio « sí » a
esta vocación que Dios ha inscrito en nuestra misma naturaleza. No vivimos unos al
lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres
y, por tanto, como hermanos y hermanas. Por eso es esencial que cada uno se esfuerce
en vivir la propia vida con una actitud responsable ante Dios, reconociendo en Él
la fuente de la propia existencia y la de los demás. Sobre la base de este principio
supremo se puede percibir el valor incondicionado de todo ser humano y, así, poner
las premisas para la construcción de una humanidad pacificada. Sin este fundamento
trascendente, la sociedad es sólo una agrupación de ciudadanos, y no una comunidad
de hermanos y hermanas, llamados a formar una gran familia.
Familia, comunidad
humana y medio ambiente 7. La familia necesita una casa a su medida, un ambiente
donde vivir sus propias relaciones. Para la familia humana, esta casa es la tierra,
el ambiente que Dios Creador nos ha dado para que lo habitemos con creatividad y responsabilidad.
Hemos de cuidar el medio ambiente: éste ha sido confiado al hombre para que lo cuide
y lo cultive con libertad responsable, teniendo siempre como criterio orientador el
bien de todos. Obviamente, el valor del ser humano está por encima de toda la creación.
Respetar el medio ambiente no quiere decir que la naturaleza material o animal sea
más importante que el hombre. Quiere decir más bien que no se la considera de manera
egoísta, a plena disposición de los propios intereses, porque las generaciones futuras
tienen también el derecho a obtener beneficio de la creación, ejerciendo en ella la
misma libertad responsable que reivindicamos para nosotros. Y tampoco se ha de olvidar
a los pobres, excluidos en muchos casos del destino universal de los bienes de la
creación. Hoy la humanidad teme por el futuro equilibrio ecológico. Sería bueno que
las valoraciones a este respecto se hicieran con prudencia, en diálogo entre expertos
y entendidos, sin apremios ideológicos hacia conclusiones apresuradas y, sobre todo,
concordando juntos un modelo de desarrollo sostenible, que asegure el bienestar de
todos respetando el equilibrio ecológico. Si la tutela del medio ambiente tiene sus
costes, éstos han de ser distribuidos con justicia, teniendo en cuenta el desarrollo
de los diversos Países y la solidaridad con las futuras generaciones. Prudencia no
significa eximirse de las propias responsabilidades y posponer las decisiones; significa
más bien asumir el compromiso de decidir juntos después de haber ponderado responsablemente
la vía a seguir, con el objetivo de fortalecer esa alianza entre ser humano y medio
ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia
el cual caminamos.
8. A este respecto, es fundamental « sentir » la tierra
como « nuestra casa común » y, para ponerla al servicio de todos, adoptar la vía del
diálogo en vez de tomar decisiones unilaterales. Si fuera necesario, se pueden aumentar
los ámbitos institucionales en el plano internacional para afrontar juntos el gobierno
de esta « casa » nuestra; sin embargo, lo que más cuenta es lograr que madure en las
conciencias la convicción de que es necesario colaborar responsablemente. Los problemas
que aparecen en el horizonte son complejos y el tiempo apremia. Para hacer frente
a la situación de manera eficaz es preciso actuar de común acuerdo. Un ámbito en el
que sería particularmente necesario intensificar el diálogo entre las Naciones es
el de la gestión de los recursos energéticos del planeta. A este respecto, se plantea
una doble urgencia para los Países tecnológicamente avanzados: por un lado, hay que
revisar los elevados niveles de consumo debidos al modelo actual de desarrollo y,
por otro, predisponer inversiones adecuadas para diversificar las fuentes de energía
y mejorar la eficiencia energética. Los Países emergentes tienen hambre de energía,
pero a veces este hambre se sacia a costa de los Países pobres que, por la insuficiencia
de sus infraestructuras y tecnología, se ven obligados a malvender los recursos energéticos
que tienen. A veces, su misma libertad política queda en entredicho con formas de
protectorado o, en todo caso, de condicionamiento que se muestran claramente humillantes.
Familia,
comunidad humana y economía 9. Una condición esencial para la paz en cada familia
es que se apoye sobre el sólido fundamento de valores espirituales y éticos compartidos.
Pero se ha de añadir que se tiene una auténtica experiencia de paz en la familia cuando
a nadie le falta lo necesario, y el patrimonio familiar —fruto del trabajo de unos,
del ahorro de otros y de la colaboración activa de todos— se administra correctamente
con solidaridad, sin excesos ni despilfarro. Por tanto, para la paz familiar se necesita,
por una parte, la apertura a un patrimonio trascendente de valores, pero al mismo
tiempo no deja de tener su importancia un sabio cuidado tanto de los bienes materiales
como de las relaciones personales. Cuando falta este elemento se deteriora la confianza
mutua por las perspectivas inciertas que amenazan el futuro del núcleo familiar.
10.
Una consideración parecida puede hacerse respecto a esa otra gran familia que es la
humanidad en su conjunto. También la familia humana, hoy más unida por el fenómeno
de la globalización, necesita además un fundamento de valores compartidos, una economía
que responda realmente a las exigencias de un bien común de dimensiones planetarias.
Desde este punto de vista, la referencia a la familia natural se revela también singularmente
sugestiva. Hay que fomentar relaciones correctas y sinceras entre los individuos y
entre los pueblos, que permitan a todos colaborar en plan de igualdad y justicia.
Al mismo tiempo, es preciso comprometerse en emplear acertadamente los recursos y
en distribuir la riqueza con equidad. En particular, las ayudas que se dan a los Países
pobres han de responder a criterios de una sana lógica económica, evitando derroches
que, en definitiva, sirven sobre todo para el mantenimiento de un costoso aparato
burocrático. Se ha de tener también debidamente en cuenta la exigencia moral de procurar
que la organización económica no responda sólo a las leyes implacables de los beneficios
inmediatos, que pueden resultar inhumanas.
Familia, comunidad humana y ley
moral 11. Una familia vive en paz cuando todos sus miembros se ajustan a una
norma común: esto es lo que impide el individualismo egoísta y lo que mantiene unidos
a todos, favoreciendo su coexistencia armoniosa y la laboriosidad orgánica. Este criterio,
de por sí obvio, vale también para las comunidades más amplias: desde las locales
a la nacionales, e incluso a la comunidad internacional. Para alcanzar la paz se necesita
una ley común, que ayude a la libertad a ser realmente ella misma, en lugar de ciega
arbitrariedad, y que proteja al débil del abuso del más fuerte. En la familia de los
pueblos se dan muchos comportamientos arbitrarios, tanto dentro de cada Estado como
en las relaciones de los Estados entre sí. Tampoco faltan tantas situaciones en las
que el débil tiene que doblegarse, no a las exigencias de la justicia, sino a la fuerza
bruta de quien tiene más recursos que él. Hay que reiterarlo: la fuerza ha de estar
moderada por la ley, y esto tiene que ocurrir también en las relaciones entre Estados
soberanos.
12. La Iglesia se ha pronunciado muchas veces sobre la naturaleza
y la función de la ley: la norma jurídica que regula las relaciones de las personas
entre sí, encauzando los comportamientos externos y previendo también sanciones para
los transgresores, tiene como criterio la norma moral basada en la naturaleza de las
cosas. Por lo demás, la razón humana es capaz de discernirla al menos en sus exigencias
fundamentales, llegando así hasta la Razón creadora de Dios que es el origen de todas
las cosas. Esta norma moral debe regular las opciones de la conciencia y guiar todo
el comportamiento del ser humano. ¿Existen normas jurídicas para las relaciones entre
las Naciones que componen la familia humana? Y si existen, ¿son eficaces? La respuesta
es sí; las normas existen, pero para lograr que sean verdaderamente eficaces es preciso
remontarse a la norma moral natural como base de la norma jurídica, de lo contrario
ésta queda a merced de consensos frágiles y provisionales.
13. El conocimiento
de la norma moral natural no es imposible para el hombre que entra en sí mismo y,
situándose frente a su propio destino, se interroga sobre la lógica interna de las
inclinaciones más profundas que hay en su ser. Aunque sea con perplejidades e incertidumbres,
puede llegar a descubrir, al menos en sus líneas esenciales, esta ley moral común
que, por encima de las diferencias culturales, permite que los seres humanos se entiendan
entre ellos sobre los aspectos más importantes del bien y del mal, de lo que es justo
o injusto. Es indispensable remontarse hasta esta ley fundamental empleando en esta
búsqueda nuestras mejores energías intelectuales, sin dejarnos desanimar por los equívocos
o las tergiversaciones. De hecho, los valores contenidos en la ley natural están presentes,
aunque de manera fragmentada y no siempre coherente, en los acuerdos internacionales,
en las formas de autoridad reconocidas universalmente, en los principios del derecho
humanitario recogido en las legislaciones de cada Estado o en los estatutos de los
Organismos internacionales. La humanidad no está « sin ley ». Sin embargo, es urgente
continuar el diálogo sobre estos temas, favoreciendo también la convergencia de las
legislaciones de cada Estado hacia el reconocimiento de los derechos humanos fundamentales.
El crecimiento de la cultura jurídica en el mundo depende además del esfuerzo por
dar siempre consistencia a las normas internacionales con un contenido profundamente
humano, evitando rebajarlas a meros procedimientos que se pueden eludir fácilmente
por motivos egoístas o ideológicos. Superación de los conflictos y desarme.
14.
La humanidad sufre hoy, lamentablemente, grandes divisiones y fuertes conflictos que
arrojan densas nubes sobre su futuro. Vastas regiones del planeta están envueltas
en tensiones crecientes, mientras que el peligro de que aumenten los Países con armas
nucleares suscita en toda persona responsable una fundada preocupación. En el Continente
africano, a pesar de que numerosos Países han progresado en el camino de la libertad
y de la democracia, quedan todavía muchas guerras civiles. El Medio Oriente sigue
siendo aún escenario de conflictos y atentados, que influyen también en Naciones y
regiones limítrofes, con el riesgo de quedar atrapadas en la espiral de la violencia.
En un plano más general, se debe hacer notar, con pesar, un aumento del número de
Estados implicados en la carrera de armamentos: incluso Naciones en vías de desarrollo
destinan una parte importante de su escaso producto interior para comprar armas. Las
responsabilidades en este funesto comercio son muchas: están, por un lado, los Países
del mundo industrialmente desarrollado que obtienen importantes beneficios por la
venta de armas y, por otro, están también las oligarquías dominantes en tantos Países
pobres que quieren reforzar su situación mediante la compra de armas cada vez más
sofisticadas. En tiempos tan difíciles, es verdaderamente necesaria una movilización
de todas las personas de buena voluntad para llegar a acuerdos concretos con vistas
a una eficaz desmilitarización, sobre todo en el campo de las armas nucleares. En
esta fase en la que el proceso de no proliferación nuclear está estancado, siento
el deber de exhortar a las Autoridades a que reanuden las negociaciones con una determinación
más firme de cara al desmantelamiento progresivo y concordado de las armas nucleares
existentes. Soy consciente de que al renovar esta llamada me hago intérprete del deseo
de cuantos comparten la preocupación por el futuro de la humanidad.
15. Hace
ahora sesenta años, la Organización de las Naciones Unidas hacía pública de modo solemne
la Declaración universal de los derechos humanos (1948-2008). Con aquel documento
la familia humana reaccionaba ante los horrores de la Segunda Guerra Mundial, reconociendo
la propia unidad basada en la igual dignidad de todos los hombres y poniendo en el
centro de la convivencia humana el respeto de los derechos fundamentales de los individuos
y de los pueblos: fue un paso decisivo en el camino difícil y laborioso hacia la concordia
y la paz. Una mención especial merece también la celebración del 250 aniversario de
la adopción por parte de la Santa Sede de la Carta de los derechos de la familia (1983-2008),
así como el 400 aniversario de la celebración de la primera Jornada Mundial de la
Paz (1968-2008). La celebración de esta Jornada, fruto de una intuición providencial
del Papa Pablo VI, y retomada con gran convicción por mi amado y venerado predecesor,
el Papa Juan Pablo II, ha ofrecido a la Iglesia a lo largo de los años la oportunidad
de desarrollar, a través de los Mensajes publicados con ese motivo, una doctrina orientadora
en favor de este bien humano fundamental. Precisamente a la luz de estas significativas
efemérides, invito a todos los hombres y mujeres a que tomen una conciencia más clara
sobre la común pertenencia a la única familia humana y a comprometerse para que la
convivencia en la tierra refleje cada vez más esta convicción, de la cual depende
la instauración de una paz verdadera y duradera. Invito también a los creyentes a
implorar a Dios sin cesar el gran don de la paz. Los cristianos, por su parte, saben
que pueden confiar en la intercesión de la que, siendo la Madre del Hijo de Dios que
se hizo carne para la salvación de toda la humanidad, es Madre de todos.
Deseo
a todos un feliz Año nuevo. Vaticano, 8 de diciembre de 2007
1Decl. Nostra
aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 1. 2Cf.
Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
48. 3Juan Pablo II, Exhort. ap. Christifideles laici, 40: AAS 81 (1989) 469. 4Ibíd. 5Cons.
Pont. Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 211. 6Conc.
Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, 11. 7Art.
16/ 3. 8Cons. Pont. para la Familia, Carta de los derechos de la familia, 24 noviembre
1983, Preámbulo, A.