MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI PARA LA CELEBRACIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL DE
LA PAZ - 1 ENERO 2008
FAMILIA HUMANA, COMUNIDAD DE PAZ 1. AL COMENZAR UN NUEVO AÑO deseo hacer
llegar a los hombres y mujeres de todo el mundo mis fervientes deseos de paz, junto
con un caluroso mensaje de esperanza. Lo hago proponiendo a la reflexión común el
tema que he enunciado al principio de este mensaje, y que considero muy importante:
Familia humana, comunidad de paz. De hecho, la primera forma de comunión entre
las personas es la que el amor suscita entre un hombre y una mujer decididos a unirse
establemente para construir juntos una nueva familia. Pero también los pueblos
de la tierra están llamados a establecer entre sí relaciones de solidaridad y colaboración,
como corresponde a los miembros de la única familia humana: « Todos los pueblos
—dice el Concilio Vaticano II— forman una única comunidad y tienen un mismo origen,
puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra
(cf. Hch 17,26); también tienen un único fin último, Dios ».1 Familia,
sociedad y paz 2. La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor,
fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer,2 es el « lugar
primario de ‘‘humanización'' de la persona y de la sociedad »,3 la
« cuna de la vida y del amor ».4 Con razón, pues, se ha calificado
a la familia como la primera sociedad natural, « una institución divina, fundamento
de la vida de las personas y prototipo de toda organización social ».5 3.
En efecto, en una vida familiar « sana » se experimentan algunos elementos esenciales
de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad
manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque
son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida,
la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por
eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz. No ha de
sorprender, pues, que se considere particularmente intolerable la violencia cometida
dentro de la familia. Por tanto, cuando se afirma que la familia es « la célula primera
y vital de la sociedad »,6 se dice algo esencial. La familia es también
fundamento de la sociedad porque permite tener experiencias determinantes de paz.
Por consiguiente, la comunidad humana no puede prescindir del servicio que presta
la familia. El ser humano en formación, ¿dónde podría aprender a gustar mejor el «
sabor » genuino de la paz sino en el « nido » que le prepara la naturaleza? El
lenguaje familiar es un lenguaje de paz; a él es necesario recurrir siempre para
no perder el uso del vocabulario de la paz. En la inflación de lenguajes, la
sociedad no puede perder la referencia a esa « gramática » que todo niño aprende de
los gestos y miradas de mamá y papá, antes incluso que de sus palabras. 4. La
familia, al tener el deber de educar a sus miembros, es titular de unos derechos
específicos. La misma Declaración universal de los derechos humanos, que
constituye una conquista de civilización jurídica de valor realmente universal,
afirma que « la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene
derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado ».7 Por su parte, la
Santa Sede ha querido reconocer una especial dignidad jurídica a la familia
publicando la Carta de los derechos de la familia. En el Preámbulo se dice:
« Los derechos de la persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen
una dimensión fundamentalmente social que halla su expresión innata y vital en la
familia ».8 Los derechos enunciados en la Carta manifiestan y explicitan
la ley natural, inscrita en el corazón del ser humano y que la razón le manifiesta.
La negación o restricción de los derechos de la familia, al oscurecer la verdad sobre
el hombre, amenaza los fundamentos mismos de la paz. 5. Por tanto, quien
obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente, hace que la paz
de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que,
de hecho, es la principal « agencia » de paz. Éste es un punto que merece una
reflexión especial: todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio
de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad
para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser
la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para
el camino de la paz. La familia tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido
reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuela para los hijos,
de asistencia sanitaria básica para todos. Cuando la sociedad y la política no se
esfuerzan en ayudar a la familia en estos campos, se privan de un recurso esencial
para el servicio de la paz. Concretamente, los medios de comunicación social, por
las potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial
en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos,
en resaltar su belleza. La humanidad es una gran familia 6. La comunidad
social, para vivir en paz, está llamada a inspirarse también en los valores sobre
los que se rige la comunidad familiar. Esto es válido tanto para las comunidades locales
como nacionales; más aún, es válido para la comunidad misma de los pueblos, para la
familia humana, que vive en esa casa común que es la tierra. Sin embargo, en
esta perspectiva no se ha de olvidar que la familia nace del « sí » responsable y
definitivo de un hombre y de una mujer, y vive del « sí » consciente de los hijos
que poco a poco van formando parte de ella. Para prosperar, la comunidad familiar
necesita el consenso generoso de todos sus miembros. Es preciso que esta toma de conciencia
llegue a ser también una convicción compartida por cuantos están llamados a formar
la común familia humana. Hay que saber decir el propio « sí » a esta vocación
que Dios ha inscrito en nuestra misma naturaleza. No vivimos unos al lado de otros
por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto,
como hermanos y hermanas. Por eso es esencial que cada uno se esfuerce en vivir
la propia vida con una actitud responsable ante Dios, reconociendo en Él la fuente
de la propia existencia y la de los demás. Sobre la base de este principio supremo
se puede percibir el valor incondicionado de todo ser humano y, así, poner las premisas
para la construcción de una humanidad pacificada. Sin este fundamento trascendente,
la sociedad es sólo una agrupación de ciudadanos, y no una comunidad de hermanos y
hermanas, llamados a formar una gran familia. Familia, comunidad humana y medio
ambiente 7. La familia necesita una casa a su medida, un ambiente donde vivir
sus propias relaciones. Para la familia humana, esta casa es la tierra, el
ambiente que Dios Creador nos ha dado para que lo habitemos con creatividad y responsabilidad.
Hemos de cuidar el medio ambiente: éste ha sido confiado al hombre para que lo
cuide y lo cultive con libertad responsable, teniendo siempre como criterio orientador
el bien de todos. Obviamente, el valor del ser humano está por encima de toda la creación.
Respetar el medio ambiente no quiere decir que la naturaleza material o animal sea
más importante que el hombre. Quiere decir más bien que no se la considera de manera
egoísta, a plena disposición de los propios intereses, porque las generaciones futuras
tienen también el derecho a obtener beneficio de la creación, ejerciendo en ella la
misma libertad responsable que reivindicamos para nosotros. Y tampoco se ha de olvidar
a los pobres, excluidos en muchos casos del destino universal de los bienes de la
creación. Hoy la humanidad teme por el futuro equilibrio ecológico. Sería bueno que
las valoraciones a este respecto se hicieran con prudencia, en diálogo entre expertos
y entendidos, sin apremios ideológicos hacia conclusiones apresuradas y, sobre todo,
concordando juntos un modelo de desarrollo sostenible, que asegure el bienestar de
todos respetando el equilibrio ecológico. Si la tutela del medio ambiente tiene sus
costes, éstos han de ser distribuidos con justicia, teniendo en cuenta el desarrollo
de los diversos Países y la solidaridad con las futuras generaciones. Prudencia no
significa eximirse de las propias responsabilidades y posponer las decisiones; significa
más bien asumir el compromiso de decidir juntos después de haber ponderado responsablemente
la vía a seguir, con el objetivo de fortalecer esa alianza entre ser humano y medio
ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia
el cual caminamos. 8. A este respecto, es fundamental « sentir » la tierra como
« nuestra casa común » y, para ponerla al servicio de todos, adoptar la vía del diálogo
en vez de tomar decisiones unilaterales. Si fuera necesario, se pueden aumentar los
ámbitos institucionales en el plano internacional para afrontar juntos el gobierno
de esta « casa » nuestra; sin embargo, lo que más cuenta es lograr que madure en las
conciencias la convicción de que es necesario colaborar responsablemente. Los problemas
que aparecen en el horizonte son complejos y el tiempo apremia. Para hacer frente
a la situación de manera eficaz es preciso actuar de común acuerdo. Un ámbito en el
que sería particularmente necesario intensificar el diálogo entre las Naciones es
el de la gestión de los recursos energéticos del planeta. A este respecto,
se plantea una doble urgencia para los Países tecnológicamente avanzados: por un lado,
hay que revisar los elevados niveles de consumo debidos al modelo actual de desarrollo
y, por otro, predisponer inversiones adecuadas para diversificar las fuentes de energía
y mejorar la eficiencia energética. Los Países emergentes tienen hambre de energía,
pero a veces este hambre se sacia a costa de los Países pobres que, por la insuficiencia
de sus infraestructuras y tecnología, se ven obligados a malvender los recursos energéticos
que tienen. A veces, su misma libertad política queda en entredicho con formas de
protectorado o, en todo caso, de condicionamiento que se muestran claramente humillantes. Familia,
comunidad humana y economía 9. Una condición esencial para la paz en cada familia
es que se apoye sobre el sólido fundamento de valores espirituales y éticos compartidos.
Pero se ha de añadir que se tiene una auténtica experiencia de paz en la familia cuando
a nadie le falta lo necesario, y el patrimonio familiar —fruto del trabajo de unos,
del ahorro de otros y de la colaboración activa de todos— se administra correctamente
con solidaridad, sin excesos ni despilfarro. Por tanto, para la paz familiar se necesita,
por una parte, la apertura a un patrimonio trascendente de valores, pero al
mismo tiempo no deja de tener su importancia un sabio cuidado tanto de los bienes
materiales como de las relaciones personales. Cuando falta este elemento se deteriora
la confianza mutua por las perspectivas inciertas que amenazan el futuro del núcleo
familiar. 10. Una consideración parecida puede hacerse respecto a esa otra gran
familia que es la humanidad en su conjunto. También la familia humana, hoy más unida
por el fenómeno de la globalización, necesita además un fundamento de valores compartidos,
una economía que responda realmente a las exigencias de un bien común de dimensiones
planetarias. Desde este punto de vista, la referencia a la familia natural se revela
también singularmente sugestiva. Hay que fomentar relaciones correctas y sinceras
entre los individuos y entre los pueblos, que permitan a todos colaborar en plan de
igualdad y justicia. Al mismo tiempo, es preciso comprometerse en emplear acertadamente
los recursos y en distribuir la riqueza con equidad. En particular, las
ayudas que se dan a los Países pobres han de responder a criterios de una sana lógica
económica, evitando derroches que, en definitiva, sirven sobre todo para el mantenimiento
de un costoso aparato burocrático. Se ha de tener también debidamente en cuenta la
exigencia moral de procurar que la organización económica no responda sólo a las leyes
implacables de los beneficios inmediatos, que pueden resultar inhumanas. Familia,
comunidad humana y ley moral 11. Una familia vive en paz cuando todos sus miembros
se ajustan a una norma común: esto es lo que impide el individualismo egoísta
y lo que mantiene unidos a todos, favoreciendo su coexistencia armoniosa y la laboriosidad
orgánica. Este criterio, de por sí obvio, vale también para las comunidades más
amplias: desde las locales a la nacionales, e incluso a la comunidad internacional.
Para alcanzar la paz se necesita una ley común, que ayude a la libertad a ser realmente
ella misma, en lugar de ciega arbitrariedad, y que proteja al débil del abuso del
más fuerte. En la familia de los pueblos se dan muchos comportamientos arbitrarios,
tanto dentro de cada Estado como en las relaciones de los Estados entre sí. Tampoco
faltan tantas situaciones en las que el débil tiene que doblegarse, no a las exigencias
de la justicia, sino a la fuerza bruta de quien tiene más recursos que él. Hay que
reiterarlo: la fuerza ha de estar moderada por la ley, y esto tiene que ocurrir también
en las relaciones entre Estados soberanos. 12. La Iglesia se ha pronunciado muchas
veces sobre la naturaleza y la función de la ley: la norma jurídica que regula
las relaciones de las personas entre sí, encauzando los comportamientos externos y
previendo también sanciones para los transgresores, tiene como criterio la norma
moral basada en la naturaleza de las cosas. Por lo demás, la razón humana es capaz
de discernirla al menos en sus exigencias fundamentales, llegando así hasta la Razón
creadora de Dios que es el origen de todas las cosas. Esta norma moral debe regular
las opciones de la conciencia y guiar todo el comportamiento del ser humano. ¿Existen
normas jurídicas para las relaciones entre las Naciones que componen la familia humana?
Y si existen, ¿son eficaces? La respuesta es sí; las normas existen, pero para lograr
que sean verdaderamente eficaces es preciso remontarse a la norma moral natural
como base de la norma jurídica, de lo contrario ésta queda a merced de consensos
frágiles y provisionales. 13. El conocimiento de la norma moral natural no es imposible
para el hombre que entra en sí mismo y, situándose frente a su propio destino, se
interroga sobre la lógica interna de las inclinaciones más profundas que hay en su
ser. Aunque sea con perplejidades e incertidumbres, puede llegar a descubrir, al menos
en sus líneas esenciales, esta ley moral común que, por encima de las diferencias
culturales, permite que los seres humanos se entiendan entre ellos sobre los aspectos
más importantes del bien y del mal, de lo que es justo o injusto. Es indispensable
remontarse hasta esta ley fundamental empleando en esta búsqueda nuestras mejores
energías intelectuales, sin dejarnos desanimar por los equívocos o las tergiversaciones.
De hecho, los valores contenidos en la ley natural están presentes, aunque de manera
fragmentada y no siempre coherente, en los acuerdos internacionales, en las formas
de autoridad reconocidas universalmente, en los principios del derecho humanitario
recogido en las legislaciones de cada Estado o en los estatutos de los Organismos
internacionales. La humanidad no está « sin ley ». Sin embargo, es urgente
continuar el diálogo sobre estos temas, favoreciendo también la convergencia de las
legislaciones de cada Estado hacia el reconocimiento de los derechos humanos fundamentales.
El crecimiento de la cultura jurídica en el mundo depende además del esfuerzo por
dar siempre consistencia a las normas internacionales con un contenido profundamente
humano, evitando rebajarlas a meros procedimientos que se pueden eludir fácilmente
por motivos egoístas o ideológicos. Superación de los conflictos y desarme. 14.
La humanidad sufre hoy, lamentablemente, grandes divisiones y fuertes conflictos
que arrojan densas nubes sobre su futuro. Vastas regiones del planeta están envueltas
en tensiones crecientes, mientras que el peligro de que aumenten los Países con armas
nucleares suscita en toda persona responsable una fundada preocupación. En el Continente
africano, a pesar de que numerosos Países han progresado en el camino de la libertad
y de la democracia, quedan todavía muchas guerras civiles. El Medio Oriente sigue
siendo aún escenario de conflictos y atentados, que influyen también en Naciones y
regiones limítrofes, con el riesgo de quedar atrapadas en la espiral de la violencia.
En un plano más general, se debe hacer notar, con pesar, un aumento del número de
Estados implicados en la carrera de armamentos: incluso Naciones en vías de desarrollo
destinan una parte importante de su escaso producto interior para comprar armas. Las
responsabilidades en este funesto comercio son muchas: están, por un lado, los Países
del mundo industrialmente desarrollado que obtienen importantes beneficios por la
venta de armas y, por otro, están también las oligarquías dominantes en tantos Países
pobres que quieren reforzar su situación mediante la compra de armas cada vez más
sofisticadas. En tiempos tan difíciles, es verdaderamente necesaria una movilización
de todas las personas de buena voluntad para llegar a acuerdos concretos con vistas
a una eficaz desmilitarización, sobre todo en el campo de las armas nucleares.
En esta fase en la que el proceso de no proliferación nuclear está estancado, siento
el deber de exhortar a las Autoridades a que reanuden las negociaciones con una determinación
más firme de cara al desmantelamiento progresivo y concordado de las armas nucleares
existentes. Soy consciente de que al renovar esta llamada me hago intérprete del
deseo de cuantos comparten la preocupación por el futuro de la humanidad. 15. Hace
ahora sesenta años, la Organización de las Naciones Unidas hacía pública de modo solemne
la Declaración universal de los derechos humanos (1948-2008). Con aquel documento
la familia humana reaccionaba ante los horrores de la Segunda Guerra Mundial, reconociendo
la propia unidad basada en la igual dignidad de todos los hombres y poniendo en el
centro de la convivencia humana el respeto de los derechos fundamentales de los individuos
y de los pueblos: fue un paso decisivo en el camino difícil y laborioso hacia la concordia
y la paz. Una mención especial merece también la celebración del 250
aniversario de la adopción por parte de la Santa Sede de la Carta de los derechos
de la familia (1983-2008), así como el 400 aniversario
de la celebración de la primera Jornada Mundial de la Paz (1968-2008). La celebración
de esta Jornada, fruto de una intuición providencial del Papa Pablo VI, y retomada
con gran convicción por mi amado y venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, ha
ofrecido a la Iglesia a lo largo de los años la oportunidad de desarrollar, a través
de los Mensajes publicados con ese motivo, una doctrina orientadora en favor de este
bien humano fundamental. Precisamente a la luz de estas significativas efemérides,
invito a todos los hombres y mujeres a que tomen una conciencia más clara sobre la
común pertenencia a la única familia humana y a comprometerse para que la convivencia
en la tierra refleje cada vez más esta convicción, de la cual depende la instauración
de una paz verdadera y duradera. Invito también a los creyentes a implorar a Dios
sin cesar el gran don de la paz. Los cristianos, por su parte, saben que pueden confiar
en la intercesión de la que, siendo la Madre del Hijo de Dios que se hizo carne para
la salvación de toda la humanidad, es Madre de todos. Deseo a todos un feliz Año
nuevo. Vaticano, 8 de diciembre de 2007
1Decl. Nostra aetate,
sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 1. 2Cf.
Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
48. 3Juan Pablo II, Exhort. ap. Christifideles laici, 40: AAS
81 (1989) 469. 4Ibíd. 5Cons. Pont. Justicia
y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 211. 6Conc.
Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos,
11. 7Art. 16/ 3.8Cons. Pont. para la Familia, Carta de
los derechos de la familia, 24 noviembre 1983, Preámbulo, A.