2007-12-08 17:24:19

Ante la columna de la Inmaculada, Benedicto XVI recuerda que sin Dios o contra Él, nunca podremos encontrar el amor, ni derrotar el poder del odio y la violencia, ni construir una paz estable


Sábado, 8 dic (RV).- Benedicto XVI nos ha recordado esta tarde, ante la columna de la Inmaculada en la Plaza de España de Roma, que sin Dios o contra Él, nunca podremos encontrar el camino que conduce al amor, nunca podremos derrotar el poder del odio y de la violencia, nunca podremos construir una paz estable.

El Santo Padre ha dirigido este mensaje de luz y de esperanza a todos los hombres de cada nación como un don de María, Madre de toda la humanidad. Como cada año, también este el Papa se ha unido a los fieles de Roma para rezar con afecto y amor filiar a los pies de María, que desde hace 150 años cuida desde lo alto de la columna de la Plaza de España la ciudad de Roma. “Un gesto de fe y de devoción –ha dicho el Pontífice- que nuestra comunidad cristiana repite año tras año, subrayando el propio compromiso de fidelidad hacia aquella que, en todas las circunstancias de la vida cotidiana, nos asegura su ayuda y su maternal protección”.

Una manifestación religiosa que al mismo tiempo es una ocasión para ofrecer a quienes viven en Roma o transcurren algunos días en Roma como peregrinos o turistas, la oportunidad de sentirse, incluso en la variedad de culturas, una única familia que se reúne alrededor de una madre que ha compartido las fatigas cotidianas de cualquier mujer y madre de familia.

“Una madre, sin embargo – ha resaltado Benedicto XVI- muy singular, elegida por Dios para una misión única y misteriosa, la de generar el Verbo eterno del Padre, venido al mundo para la salvación de todos los hombres”. María ha asistido a la crucifixión de su hijo petrificada por el dolor, pero inquebrantable en la esperanza, que ha experimentado la alegría de la resurrección, al alba del tercer día, del nuevo día, cuando el Crucificado abandonó el sepulcro venciendo para siempre y de forma definitiva el poder del pecado y de la muerte.

En su alocución totalmente dedicada a María en esta solemnidad el Papa ha exhortado a conservar como un tesoro su maternal enseñanza que nos invita a huir del mal y a realizar el bien siguiendo dócilmente la ley divina inscrita en el corazón de cada cristiano; que nos invita a no desanimarnos cuando en sufrimiento y la muerte llaman a la puerta de nuestra casa; que nos exhorta a ser hermanos los unos de los otros, todos unidos por el compromiso común de construir juntos un mundo más justo, solidario y pacífico.

En esta vida, que es un camino que a menudo se vuelve oscuro, duro y fatigoso, María –ha recordado el Papa- es la estrella de la esperanza.







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