Ante la columna de la Inmaculada, Benedicto XVI recuerda que sin Dios o contra Él,
nunca podremos encontrar el amor, ni derrotar el poder del odio y la violencia, ni
construir una paz estable
Sábado, 8 dic (RV).- Benedicto XVI nos ha recordado esta tarde, ante la columna de
la Inmaculada en la Plaza de España de Roma, que sin Dios o contra Él, nunca podremos
encontrar el camino que conduce al amor, nunca podremos derrotar el poder del odio
y de la violencia, nunca podremos construir una paz estable.
El Santo Padre
ha dirigido este mensaje de luz y de esperanza a todos los hombres de cada nación
como un don de María, Madre de toda la humanidad. Como cada año, también este el Papa
se ha unido a los fieles de Roma para rezar con afecto y amor filiar a los pies de
María, que desde hace 150 años cuida desde lo alto de la columna de la Plaza de España
la ciudad de Roma. “Un gesto de fe y de devoción –ha dicho el Pontífice- que nuestra
comunidad cristiana repite año tras año, subrayando el propio compromiso de fidelidad
hacia aquella que, en todas las circunstancias de la vida cotidiana, nos asegura su
ayuda y su maternal protección”.
Una manifestación religiosa que al mismo tiempo
es una ocasión para ofrecer a quienes viven en Roma o transcurren algunos días en
Roma como peregrinos o turistas, la oportunidad de sentirse, incluso en la variedad
de culturas, una única familia que se reúne alrededor de una madre que ha compartido
las fatigas cotidianas de cualquier mujer y madre de familia.
“Una madre, sin
embargo – ha resaltado Benedicto XVI- muy singular, elegida por Dios para una misión
única y misteriosa, la de generar el Verbo eterno del Padre, venido al mundo para
la salvación de todos los hombres”. María ha asistido a la crucifixión de su hijo
petrificada por el dolor, pero inquebrantable en la esperanza, que ha experimentado
la alegría de la resurrección, al alba del tercer día, del nuevo día, cuando el Crucificado
abandonó el sepulcro venciendo para siempre y de forma definitiva el poder del pecado
y de la muerte.
En su alocución totalmente dedicada a María en esta solemnidad
el Papa ha exhortado a conservar como un tesoro su maternal enseñanza que nos invita
a huir del mal y a realizar el bien siguiendo dócilmente la ley divina inscrita en
el corazón de cada cristiano; que nos invita a no desanimarnos cuando en sufrimiento
y la muerte llaman a la puerta de nuestra casa; que nos exhorta a ser hermanos los
unos de los otros, todos unidos por el compromiso común de construir juntos un mundo
más justo, solidario y pacífico.
En esta vida, que es un camino que a menudo
se vuelve oscuro, duro y fatigoso, María –ha recordado el Papa- es la estrella de
la esperanza.