El Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU pide la tutela de los derechos
humanos, por el bien común de la humanidad y para luchar contra los conflictos, la
degradación ambiental y las injusticias sociales y económicas
Miércoles, 31 oct (RV).- El Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU intervino
ayer en la sesión plenaria de la 62 Asamblea General sobre la cultura y la paz. Recordando
que la Organización de las Naciones Unidas «nació de las cenizas de la Segunda Guerra
Mundial y de los indecibles ultrajes que se cometieron contra la dignidad humana»,
el Arzobispo Celestino Migliore hizo hincapié en «los inseparables lazos que existen
entre la paz y los derechos humanos fundamentales».
Derechos inalienables y
universales que presuponen una verdad trascendente sobre el hombre, sobre todo hombre
sin distinción de raza, cultura y religión, reiteró el prelado, poniendo de relieve
que los derechos humanos se deben tutelar en su totalidad, por el bien común de la
humanidad. Pues «en el olvidar o aceptar parcial y selectivamente sólo una parte de
ellos, está el origen de los conflictos, de la degradación ambiental y de las injusticias
sociales y económicas».
«El respeto del derecho a la vida en todas sus etapas
– desde la concepción hasta la muerte natural – establece firmemente el principio
que afirma que nadie puede disponer de la vida de ningún ser humano», recordó Mons.
Migliore, señalando luego también el derecho a la libertad religiosa. Pues «cuando
un estado impone una sola religión y prohíbe otras o cuando un sistema impone el laicismo,
denigrando las creencias religiosas y negando el espacio público a la religión, se
está violando un derecho humano fundamental».
Destacando la importancia de
tutelar el respeto de la libertad religiosa y la responsabilidad de las religiones
de trabajar sin cesar para promover la paz y la reconciliación entre los pueblos,
Mons. Migliore recordó una vez más que «ante un mundo lacerado por los conflictos,
las religiones nunca deben ser un vehículo de odio y nunca pueden justificar el mal
y la violencia, invocando el nombre de Dios».
El Observador Permanente de
la Santa Sede ante la ONU terminó su intervención recordando, también, la tarea de
esta misma Organización de las Naciones Unidas en lo que respecta a la promoción y
tutela de los derechos humanos, que manan de la inalienable dignidad humana de cada
persona.