El Card. Saraiva alienta en su homilía a ser cristianos coherentes en la sociedad,
tutelando la dignidad de la persona, la vida, la familia, el matrimonio entre un hombre
y una mujer y el derecho de los padres de educar a los hijos
Domingo, 28 oct (RV).- Por encargo y delegación del Papa Benedicto XVI, el Prefecto
de la Congregación para las Causas de los Santos, Card. José Saraiva Martins, ha tenido
la dicha –como él mismo ha afirmado en su homilía- de hacer público el documento mediante
el cual «el Santo Padre proclama beatos a 498 mártires que derramaron su sangre por
la fe durante la persecución religiosa en España, en los años 1934, 1936 y 1937. Entre
ellos hay obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, mujeres y hombres;
tres de ellos tenían dieciséis años y el mayor setenta y ocho»: Este grupo tan numeroso
de beatos manifestaron hasta el martirio su amor a Jesucristo, su fidelidad a la Iglesia
Católica y su intercesión ante Dios por todo el mundo. Antes de morir perdonaron a
quienes les perseguían –es más, rezaron por ellos–, como consta en los procesos de
beatificación.
Procesos –recordamos- instruidos en las
archidiócesis de Barcelona, Burgos, Madrid, Mérida-Badajoz, Oviedo, Sevilla y Toledo;
y en las diócesis de Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Gerona, Jaén, Málaga y Santander.
Entre los cerca de 40.000 peregrinos, en su mayoría españoles, que han acudido
a la Plaza de San Pedro, junto con más de 70 prelados llegados desde España y todos
los cardenales españoles presentes en esta solemne ceremonia, a la que también acudió
el ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, se recibieron con
especial emoción las palabras del Card. Saraiva Martins sobre el significado del martirio
y el lema elegido para esta ocasión, haciendo hincapié en «el Amor que se da y nunca
se extingue» y en la universalidad de los mártires. Entre los que hoy han sido elevados
al honor de los altares había también algunos que provenían de otras naciones, concretamente
de Francia, México y Cuba.
«Se ha elegido
como lema para esta beatificación unas palabras del Señor recogidas en el Evangelio
de San Mateo: «Vosotros sois la luz del mundo»(Mt 5, 14). Jesucristo es la
luz de las gentes que se refleja a lo largo de los siglos en el rostro de la Iglesia
y hoy, de manera especial, resplandece en los mártires cuya memoria estamos celebrando.
Jesucristo es la luz del mundo (Jn 1, 5-9), que alumbra nuestras inteligencias para
que, conociendo la verdad, vivamos de acuerdo con «nuestra dignidad de personas humanas
y de hijos de Dios y seamos también nosotros luz del mundo que alumbra a todos los
hombres». El Cardenal prefecto de la Congregación para las Causas de
los Santos ha insistido en la importancia del testimonio cristiano en el mundo actual:
«Los hombres de hoy
están cansados de tantas palabras que continuamente los bombardean. El lenguaje del
testimonio es el único que los convence realmente».
El Card. Saraiva Martins
ha destacado el mensaje que nos transmiten los mártires: «El mensaje de los
mártires es un mensaje de fe y de amor. Un mensaje que todos estamos llamados a vivir
con entusiasmo, con alegría, en nuestra actuación como personas insertadas en la historia,
como levadura que provoca el fermento justo. La fe, nos dice Benedicto XVI, contribuye
a purificar la razón, para que llegue a percibir la verdad».
Tras exhortar
al testimonio de una vida vivida en plena coherencia con la fe que profesamos, el
Card. Saraiva Martins ha enfatizado que no podemos contentarnos con celebrar la memoria
de los mártires, admirar su ejemplo y seguir adelante en nuestra vida con paso cansino,
recordando el deber de ser cristianos coherentes y responsables en la sociedad en
que vivimos. Palabras que han sido acogidas con un gran aplauso. «Ser cristianos
coherentes nos impone no inhibirnos ante el deber de contribuir al bien común y moldear
la sociedad siempre según justicia, defendiendo –en un diálogo informado por la caridad–
nuestras convicciones sobre la dignidad de la persona, sobre la vida desde la concepción
hasta la muerte natural, sobre la familia fundada en la unión matrimonial una e indisoluble
entre un hombre y una mujer, sobre el derecho y deber primario de los padres en lo
que se refiere a la educación de los hijos y sobre tantas otras cuestiones que surgen
en la experiencia diaria de la sociedad en que vivimos.Nosotros queremos establecer
un mundo mejor en todos los sentidos. Pues cada uno de nosotros es responsable de
que este mundo sea mejor - en la verdad en la justicia y en el amor – venga cuanto
antes». El Card. Saraiva Martins ha concluido su homilía alentando
a rezar en unión con «el Papa Benedicto XVI y la Iglesia universal, que vive en los
cinco Continentes, invocando la intercesión de los mártires beatificados hoy y acudiendo
confiadamente a Nuestra Señora Reina de los mártires para que inflamados por un vivo
deseo de santidad sigamos su ejemplo».
Por voluntad de Benedicto XVI la fiesta
de estos nuevos Beatos, se celebrará anualmente el 6 de noviembre. Durante el canto
de aclamación ha sido descubierta la gigantografía de estos nuevos beatos y el Cardenal
Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid, ha dado las gracias al Santo Padre:
«La Iglesia de Dios
que peregrina en España, da gracias al Sucesor del Apóstol Pedro, Su Santidad el Papa
Benedicto XVI, por la Beatificación de estos 498 Mártires que derramaron su sangre
en defensa de la fe».
A continuación les ofrecemos el texto íntegro de la
hominía: Eminentísimos Señores Cardenales, Excelentísimos Señores Obispos
y hermanos en el sacerdocio, Respetables autoridades, Hermanas y hermanos en
Cristo:
1. Por encargo y delegación del Papa Benedicto XVI, he tenido la dicha
de hacer público el documento mediante el cual el Santo Padre proclama beatos a cuatrocientos
noventa y ocho mártires que derramaron su sangre por la fe durante la persecución
religiosa en España, en los años mil novecientos treinta y cuatro, treinta y seis
y treinta y siete. Entre ellos hay obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles
laicos, mujeres y hombres; tres de ellos tenían dieciséis años y el mayor setenta
y ocho.
Este grupo tan numeroso de beatos manifestaron hasta el martirio su
amor a Jesucristo, su fidelidad a la Iglesia Católica y su intercesión ante Dios por
todo el mundo. Antes de morir perdonaron a quienes les perseguían –es más, rezaron
por ellos–, como consta en los procesos de beatificación instruidos en las archidiócesis
de Barcelona, Burgos, Madrid, Mérida-Badajoz, Oviedo, Sevilla y Toledo; y en las diócesis
de Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Gerona, Jaén, Málaga y Santander.
El Catecismo
de la Iglesia Católica afirma: El martirio es el supremo testimonio de la verdad de
la fe” (a 2473). En efecto, seguir a Jesús , significa seguirlo también en el dolor
y aceptar las persecuciones por amor del Evangelio (cf. Mt 24,9-14;Mc.13,9-13; Lc
21,12-19): “Y seréis odiados de todos por causad e mi nombre” (Mc 13,13; cf. Jn 15,21).
Cristo nos había anticipado que nuestras vidas estarían vinculadas a su destino.
2.
El logotipo de esta beatificación, de una importancia notable por el gran número de
nuevos beatos, tiene como elemento central una cruz de color rojo, símbolo del amor
llevado hasta derramar la sangre por Cristo. Acompaña a la cruz una palma estilizada,
que intencionalmente se asemeja a unas lenguas de fuego, en la que vemos representada
la victoria alcanzada por los mártires con su fe que vence al mundo (cfr. 1 Jn 1,
4), así como también el fuego del Espíritu Santo que se posa sobre los Apóstoles el
día de Pentecostés, y asimismo la zarza que arde y no se consuma con una llama, en
la que Dios se presenta a Moisés en el relato del Éxodo y es expresión de su mismo
ser: el Amor que se da y nunca se extingue.
Estos símbolos están enmarcados
por una leyenda circular, que recuerda un mapa del mundo: “Beatificación mártires
de España”. Dice «mártires de España» y no «mártires españoles», porque España es
el lugar donde fueron martirizados, y es también la Patria de gran parte de ellos,
pero hay también quienes provenían de otras naciones, concretamente de Francia, México
y Cuba. En cualquier caso, los mártires no son patrimonio exclusivo de una diócesis
o nación, sino que, por su especial participación en la Cruz de Cristo, Redentor del
universo, pertenecen al mundo entero, a la Iglesia universal.
Se ha elegido
como lema para esta beatificación unas palabras del Señor recogidas en el Evangelio
de San Mateo: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 14). Como declara el Concilio
Vaticano II al comienzo de su Constitución sobre la Iglesia, Jesucristo es la luz
de las gentes ; esa luz se refleja a lo largo de los siglos en el rostro de la Iglesia
y hoy, de manera especial, resplandece en los mártires cuya memoria estamos celebrando.
Jesucristo es la luz del mundo (Jn 1, 5-9), que alumbra nuestras inteligencias para
que, conociendo la verdad, vivamos de acuerdo con nuestra dignidad de personas humanas
y de hijos de Dios y seamos también nosotros luz del mundo que alumbra a todos los
hombres con el testimonio de una vida vivida en plena coherencia con la fe que profesamos.
3.
«He combatido bien mi batalla, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe» (2 Tim
4, 7). Así escribe San Pablo, ya al final de su vida, en el texto de la segunda lectura
de este domingo. Con su muerte, estos mártires hicieron realidad las mismas convicciones
de San Pablo.
Los mártires no consiguieron la gloria sólo para sí mismos.
Su sangre, que empapó la tierra, fue riego que produjo fecundidad y abundancia de
frutos. Así lo expresaba, invitándonos a conservar la memoria de los mártires, el
Santo Padre Juan Pablo II en uno de sus discursos: «Si se perdiera la memoria de los
cristianos que han entregado su vida por confesar la fe, el tiempo presente, con sus
proyectos y sus ideales, perdería una de sus características más valiosas, ya que
los grandes valores humanos y religiosos dejarían de estar corroborados por un testimonio
concreto inscrito en la historia» .
No podemos contentarnos con celebrar la
memoria de los mártires, admirar su ejemplo y seguir adelante en nuestra vida con
paso cansino ¿Qué mensaje transmiten los mártires a cada uno de nosotros aquí presentes? Vivimos
en una época en la cual la verdadera identidad de los cristianos está constantemente
amenazada y esto significa que ellos o son mártires, es decir adhieren a su fe bautismal
en modo coherente, o tienen que adaptarse.
Ya que la vida cristiana es una
confesión personal cotidiana de la fe en el Hijo de Dios hecho hombre esta coherencia
puede llegar en algunos casos hasta la efusión de la sangre.
Pero como la vida
de un solo cristiano donada en defensa de la fe tiene el efecto de fortalecer toda
Iglesia, el hecho de proponer el ejemplo de los mártires significa recordar que la
santidad no consiste solamente en la reafirmación de valores comunes para todos sino
en la adhesión personal a Cristo Salvador del cosmos y de la historia. El martirio
es un paradigma de esta verdad desde el acontecimiento de Pentecostés.
La confesión
personal de la fe nos lleva a descubrir el fuerte vínculo entre la conciencia y el
martirio. “El sentido profundo del testimonio de los mártires- según escribía el
Cardenal Ratzinger esta en que -ellos testimonian la capacidad de la verdad sobre
el hombre como límite de todo poder y garantía de su semejanza con Dios. Es en este
sentido que los mártires son los grandes testimonios de la conciencia, de la capacidad
otorgada al hombre de percibir, más allá del poder, también el deber y por lo tanto
abrir el camino hacia el verdadero progreso, hacia la verdadera elevación humana”
(J.Ratzinger, Elogio della coscienza, Roma, Il Sabato 16 marzo 1991, p.89).
4.
Los mártires se comportaron como buenos cristianos y, llegado el momento, no dudaron
en ofrendar su vida de una vez, con el grito de «¡Viva Cristo Rey!» en los labios.
A los hombres y a las mujeres de hoy nos dicen en voz muy alta que todos estamos llamados
a la santidad, todos, sin excepción, como ha declarado solemnemente el Concilio Vaticano
II al dedicar un capítulo de su documento más importante –la Constitución Lumen gentium,
sobre la Iglesia– a la «llamada universal a la santidad». ¡Dios nos ha creado y redimido
para que seamos santos! No podemos contentarnos con un cristianismo vivido tibiamente. La
vida cristiana no se reduce a unos actos de piedad individuales y aislados, sino que
ha de abarcar cada instante de nuestros días sobre la tierra. Jesucristo ha de estar
presente en el cumplimiento fiel de los deberes de nuestra vida ordinaria, entretejida
de detalles aparentemente pequeños y sin importancia, pero que adquieren relieve y
grandeza sobrenatural cuando están realizados con amor de Dios. Los mártires alcanzaron
la cima de su heroísmo en la batalla en la que dieron su vida por Jesucristo. El heroísmo
al que Dios nos llama se esconde en las mil escaramuzas de nuestra vida de cada día.
Hemos de estar persuadidos de que nuestra santidad –esa santidad, no lo dudemos, a
la que Dios nos llama– consiste en alcanzar lo que Juan Pablo II ha llamado el «nivel
alto de la vida cristiana ordinaria» .
El mensaje de los mártires es un mensaje
de fe y de amor. Debemos examinarnos con valentía, y hacer propósitos concretos, para
descubrir si esa fe y ese amor se manifiestan heroicamente en nuestra vida. Heroísmo
también de la fe y del amor en nuestra actuación como personas insertas en la historia,
como levadura que provoca el fermento justo. La fe, nos dice Benedicto XVI, contribuye
a purificar la razón, para que llegue a percibir la verdad . Por eso, ser cristianos
coherentes nos impone no inhibirnos ante el deber de contribuir al bien común y moldear
la sociedad siempre según justicia, defendiendo –en un diálogo informado por la caridad–
nuestras convicciones sobre la dignidad de la persona, sobre la vida desde la concepción
hasta la muerte natural, sobre la familia fundada en la unión matrimonial una e indisoluble
entre un hombre y una mujer, sobre el derecho y deber primario de los padres en lo
que se refiere a la educación de los hijos y sobre tantas otras cuestiones que surgen
en la experiencia diaria de la sociedad en que vivimos. Concluimos, unidos al Papa
Benedicto XVI y a la Iglesia universal, que vive en los cinco Continentes, invocando
la intercesión de los mártires beatificados hoy y acudiendo confiadamente a Nuestra
Señora Reina de los mártires para que inflamados por un vivo deseo de santidad sigamos
su ejemplo.
Roma, 28 de octubre de 2007 José Card. SARAIVA MARTINS Prefecto
de la Congregación de las Cause de los Santos