Martes, 9 oct (RV).- «Muchos de nosotros llevamos, quizá, las heridas de nuestros
pueblos, las de guerras, enfermedades, condiciones materiales difíciles, que llegan
incluso a la persecución. No estamos aquí para olvidar o para huir de condiciones
complicadas, sino para prepararnos a volver a nuestros países y a las situaciones
de donde provenimos como misioneros, hombres y mujeres cultos y santos, que no viven
para sí mismos, sino para el Señor que murió y resucitó por nosotros». Con estas palabras
se dirigió el cardenal Ivan Dias, prefecto de la Congregación para la Evangelización
de los Pueblos, a la comunidad universitaria de la Pontificia Universidad Urbaniana,
en la Santa Misa que presidió, ayer por la tarde, para la inauguración del año académico
2007-2008
«Venimos de tantos países que representan mundos y culturas diversas
y sin embargo, pertenecemos a una única familia sin confines, en la cual lo que nos
podría separar se compone en la comunión con el Señor y en la escucha fiel de su palabra»,
señaló el purpurado, reflexionando luego sobre la página del Evangelio en la que Jesús
nos habla del Buen Samaritano.
Aquella en la que los Padres de la Iglesia
vieron «al mismo Señor que se inclina ante las heridas de la humanidad, como sanador
y como salvador», enfatizó el cardenal Dias, enfatizando que «el Evangelio nos interpela
en un mundo en el que la distancia con los pobres se ha vuelto un abismo, en el que
el miedo lleva al fastidio, al desprecio e incluso a la violencia con respecto a los
mismos pobres».
Ante este mundo, recordó también el prefecto de la Congregación
para la Evangelización de los Pueblos «la compasión es la característica del cristiano.
Es la que acerca y enseña a cumplir aquellos gestos sencillos y concretos de solidaridad.
La compasión es el camino al amor hacia el prójimo, que, como vemos en la parábola
que nos presenta Jesús, pasa a través del cuidado y de la atención al pobre».
A
los queridos amigos profesores y alumnos universitarios el cardenal Dias les recordó
que «sin el amor al prójimo, en particular a los pobres, toda ciencia es inútil».
Evocando al Apóstol Pablo, sobre el sentido y novedad de la salvación en Cristo, exhortando
a una vida en la caridad e invitando a no dejarse vencer por el mal, sino a vencer
el mal con el bien, el purpurado recordó que «estamos en un mundo en el que todo parece
provisorio, en el que el hombre se siente dueño absoluto de la vida y de la muerte»,
por lo que alentó a permanecer anclados al Señor, fortaleciendo nuestro conocimiento
sobre Él, amándolo como Él nos amó y amándonos todos los unos a los otros sin distinción,
para ser anunciadores infatigables del Evangelio. Para ser misioneros del amor de
Dios, hombres y mujeres sabios y santos al servicio de Dios y de la humanidad».