En el santuario de Mariazell, el Papa subraya que “si se pierde la referencia de Dios,
los conocimientos de la ciencia pueden convertirse en una terrible amenaza, que pueden
destruir al hombre y al mundo”
Sábado, 8 sep (RV).- Segunda jornada de Benedicto XVI en Austria, centrada esta mañana
en el santuario de Mariazell. A pesar de la lluvia y el frío, miles de fieles se han
reunido junto al Papa, que ha presidido la ceremonia eucarística en el 850 aniversario
de la fundación de este monasterio centro de peregrinación europeo. Esta era la crónica
de nuestra enviada especial, Cecilia de Malak.
En su homilía,
el Papa ha dicho que “con la peregrinación a Mariazell celebramos la fiesta patronal
de este Santuario”, la fiesta de la Natividad de María. Desde hace “850 años, acuden
para rezar personas de varios pueblos y naciones. Y así Mariazell se ha convertido
en un lugar de paz y de unidad reconciliada, porque aquí “las personas experimentan
la bondad consoladora de la Madre. Y hoy nos insertamos en esta gran peregrinación
de muchos siglos -ha añadido el Pontífice- para pedirle a la Madre del Señor que nos
muestre a Jesús. Aquel que es el camino y la meta: la verdad y la vida”.
Ir
en peregrinación, ha señalado el Santo Padre, “significa estar orientados en cierta
dirección, caminar hacia una meta. El impulso hacia la fe cristiana y el inicio de
la Iglesia de Jesucristo ha sido posible, porque existían en Israel personas con un
corazón en búsqueda”. “Y dado que sus corazones estaban a la espera, podían reconocer
en Jesucristo a Aquél que Dios había mandado y ser así el inicio de su familia universal”.
La Iglesia de las gentes fue posible, porque a donde llegaban los mensajeros de Jesucristo,
ha explicado el Papa, había personas a la espera, que no se conformaban con lo que
hacían y pensaban todos, sino que buscaban la estrella que podía indicarles el camino
hacia la Verdad misma, hacia el Dios vivo.
“De este corazón inquieto y abierto
tenemos necesidad también hoy” -ha afirmado Benedicto XVI. También hoy no es suficiente
ser y pensar en algún modo como todos los demás. “El proyecto de nuestra vida va más
allá. Nosotros tenemos necesidad de Dios, de aquel Dios que nos ha mostrado su rostro
y abierto su corazón: Jesucristo”.
“Sólo Él es el puente, que pone en contacto
inmediato a Dios y al hombre”, -ha proseguido diciendo el Santo Padre. “Si nosotros,
por lo tanto, lo llamamos el único Mediador de la salvación válido para todos, que
interesa a todos y del cual, en definitiva, todos tienen necesidad, esto no significa
de ninguna manera desprecio hacia las otras religiones”, sino únicamente el “haber
sido conquistados por Aquel que interiormente nos ha tocado y colmado de dones, para
que nosotros a la vez también podamos hacer don de ellos a los demás”.
De
hecho, “nuestra fe se opone decididamente a la resignación que considera al hombre
incapaz de la verdad, como si esta fuera demasiado grande para él”, ha explicado el
Papa. “Esta resignación frente a la verdad es el origen de la crisis de Occidente,
de Europa. Si se pierde la referencia de Dios, “si para el hombre no existe una verdad”,
no podrá ni siquiera distinguir entre el bien y el mal”. Y los grandes y maravillosos
conocimientos de la ciencia se harán ambiguos: podrá abrir perspectivas importantes
para el bien, para la salvación del hombre, pero también podrán convertirse en una
terrible amenaza, en la destrucción del hombre y del mundo”.
Nosotros tenemos
necesidad de la verdad. A causa de nuestra historia tenemos miedo de que la fe en
la verdad comporte intolerancia. Si este miedo, que tiene sus buenas razones históricas,
nos asalta, es tiempo -ha indicado el Papa- de mirar a Jesús como lo vemos aquí en
el santuario de Mariazell. La verdad no se afirma mediante un poder externo. La verdad
se demuestra a sí misma en el amor. Nunca es propiedad nuestra, como también el amor
no se puede producir, sino solamente recibir y transmitir como don.
“Mirar
a Cristo” es el lema de este día” -ha recordado el Pontífice. Si hacemos esto caemos
en la cuenta de que el cristianismo es más y algo distinto de un sistema moral, de
una serie de preceptos y leyes. Es el don de una amistad que perdura en la vida y
en la muerte. Y justamente por que el cristianismo es el don de la amistad trae consigo
una gran fuerza moral de la cual nosotros, ante los desafíos de nuestro tiempo, tenemos
tanta necesidad.
Es sobretodo un “sí” a Dios, a un Dios que nos ama y nos guía,
que nos sostiene y que además nos deja nuestra libertad, es más, la transforma en
verdadera libertad (los primeros tres mandamientos). Es un “sí” a la familia (cuarto
mandamiento), un “sí” a la vida (quinto mandamiento), un “sí” a un amor responsable
(sexto mandamiento), un “sí” a la solidaridad, a la responsabilidad social y a la
justicia (séptimo mandamiento) un “sí” a la verdad (octavo mandamiento), y un “sí”
al respeto del prójimo y aquello que le pertenece (noveno y décimo mandamiento). En
virtud de la fuerza de nuestra amistad con el Dios viviente, nosotros vivimos este
múltiple “sí”, y al mismo tiempo lo llevamos como indicador del recorrido dentro de
nuestro mundo.
HOMILÍA COMPLETA
Queridos
hermanos y hermanas, Con nuestra gran peregrinación a Mariazell celebramos
la fiesta patronal de este Santuario, la fiesta de la Natividad de María. Hasta aquí,
desde hace 850 años, acuden personas de varios pueblos y naciones, personas que rezan
llevando consigo los deseos de sus corazones y de sus Países, las preocupaciones y
las esperanzas más íntimas. Así Mariazell se ha convertido para Austria, y mucho más
allá de sus fronteras, en un lugar de paz y de unidad reconciliada. Aquí las personas
experimentan la bondad consoladora de la Madre; aquí encuentran a Jesucristo, en el
cual Dios está con nosotros como afirma el pasaje evangélico de hoy - Jesús, de quien
la lectura del profeta Miqueas dice “y El será la Paz” (cfr 5,4). Hoy nos insertamos
en esta gran peregrinación de muchos siglos. Nos detenemos ante la Madre del Señor
y le pedimos Muéstranos a Jesús. Muestra a nosotros peregrinos Aquel que al mismo
tiempo es el camino y la meta: la verdad y la vida.
El
pasaje evangélico, que acabamos de escuchar, abre ulteriormente nuestra mirada. Este
presenta la historia de Israel a partir de Abraham como una peregrinación que, con
subidas y bajadas, por caminos breves y por caminos largos, al final conduce a Cristo.
La genealogía con sus figuras luminosas y oscuras, con sus éxitos y sus fracasos,
nos demuestra que Dios también escribe derecho sobre los renglones torcidos de nuestra
historia humana. Dios nos deja nuestra libertad y, sin embargo, sabe encontrar en
nuestro fracaso nuevos caminos para su amor. Dios no fracasa. Así esta genealogía
es una garantía de la fidelidad de Dios; una garantía de que Dios no nos deja caer,
es una invitación para orientar nuestra vida siempre nuevamente hacia El, para caminar
siempre de de nuevo hacia Cristo.
Ir en peregrinación
significa estar orientados en cierta dirección, caminar hacia una meta. Esto atribuye
también al camino y a su fatiga una belleza propia. Entre los peregrinos de la genealogía
de Jesús estaban algunos que se habían olvidado la meta y querían colocar a sí mismos
como meta. Pero siempre de nuevo el Señor había suscitado también personas que se
habían dejado impulsar por la nostalgia de la meta, orientándoles la propia vida.
El impulso hacia la fe cristiana y el inicio de la Iglesia de Jesucristo ha sido posible,
porque existían en Israel personas con un corazón en búsqueda – personas que no se
acomodaron a la costumbre, sino que escrutaron a lo lejos en búsqueda de algo más
grande: Zacarías, Isabel, Simeón, Ana, María y José, los Doce y muchos otros. Y dado
que sus corazones estaban a la espera, podían reconocer en Jesucristo a aquél que
Dios había mandado y ser así el inicio de su familia universal. La Iglesia de las
gentes fue posible, porque tanto en el área del Mediterráneo como en Asia, a donde
llegaban los mensajeros de Jesucristo, había personas a la espera que no se conformaban
con lo que hacían y pensaban todos, sino que buscaban la estrella que podía indicarles
el camino hacia la Verdad misma, hacia el Dios vivo.
De
este corazón inquieto y abierto tenemos necesidad. Es el núcleo de la peregrinación.
También hoy no es suficiente ser y pensar en algún modo como todos los demás. El proyecto
de nuestra vida va más allá. Nosotros tenemos necesidad de Dios, de aquel Dios que
nos ha mostrado su rostro y abierto su corazón: Jesucristo. Juan, con toda razón,
afirma que “El es el Hijo único, que está en el seno del Padre” (Jn 1,18); así sólo
El, desde lo íntimo de Dios mismo, podía revelarnos a Dios – revelarnos también quienes
somos nosotros, de donde venimos y hacia donde vamos. Cierto, existen numerosas grandes
personalidades en la historia que han hecho bellas y conmovedoras experiencias de
Dios. Permanecen, sin embargo, experiencias humanas con su límite humano. Sólo El
es Dios y por ello sólo El es el puente, que pone en contacto inmediato a Dios y al
hombre. Si nosotros, por lo tanto, lo llamamos el único Mediador de la salvación válido
para todos, que interesa a todos y del cual, en definitiva, todos tienen necesidad,
esto no significa de ninguna manera desprecio hacia las otras religiones ni absolutización
soberbia de nuestro pensamiento, sino únicamente el haber sido conquistados por Aquel
que interiormente nos ha tocado y colmado de dones, para que nosotros a la vez también
podamos hacer don de ellos a los demás. De hecho, nuestra fe se opone decididamente
a la resignación que considera al hombre incapaz de la verdad –como si esta fuera
demasiado grande para él. Esta resignación de frente a la verdad es el origen de la
crisis de Occidente, de Europa. Si para el hombre no existe una verdad, él, en fondo,
no puede ni siquiera distinguir entre el bien y el mal. Entonces los grandes y maravillosos
conocimientos de la ciencia se hacen ambiguos: pueden abrir perspectivas importantes
para el bien, para la salvación del hombre, pero también –lo vemos- pueden convertirse
en una terrible amenaza, en la destrucción del hombre y del mundo. Nosotros tenemos
necesidad de la verdad. Es cierto, a causa de nuestra historia tenemos miedo de que
la fe en la verdad comporte intolerancia. Si este miedo, que tiene sus buenas razones
históricas, nos asalta, es tiempo de mirar a Jesús como lo vemos aquí en el santuario
de Mariazell. Lo vemos en dos imágenes: como niño en brazos de su Madre y, sobre el
altar principal de la basílica, como crucificado. Estas dos imágenes de la basílica
nos dicen: la verdad no se afirma mediante un poder externo, porque es humilde y se
dona al hombre solamente mediante el poder interior de su ser verdadera. La verdad
se demuestra a sí misma en el amor. Nunca es propiedad nuestra, o un producto nuestro,
como también el amor no se puede producir, sino solamente recibir y transmitir como
don. Tenemos necesidad de esta fuerza interior de la verdad. De esta fuerza de la
verdad nosotros como cristianos tenemos confianza. De ella somos testigos. Debemos
transmitirla en don del mismo modo en el cual la hemos recibido.
“Mirar
a Cristo” es el lema de este día. Esta invitación, para el hombre que busca, se transforma
siempre en una espontánea petición, una propuesta dirigida en particular a María,
que nos ha dado a Cristo como Hijo suyo: “Muéstranos a Jesús. Rezamos hoy así con
todo el corazón; rezamos así también más allá de esta ahora, interiormente, en la
búsqueda del Rostro de Redentor. “Muéstranos a Jesús”. María responde, presentándonoslo
ante todo como niño. Dios se ha hecho pequeño por nosotros. Dios no viene con una
fuerza exterior, sino que viene en la impotencia de su amor, que es lo que constituye
su fuerza. Se nos da en nuestras manos. Pide nuestro amor. Nos invita a convertirnos
en pequeños, a descender de nuestros altos tronos y aprender a ser niños ante Dios.
El nos ofrece el Tú. Nos pide que nos fiemos de El y aprendamos así a estar en la
verdad y en el amor. El niño Jesús nos recuerda también a todos los niños del mundo,
a través de los cuales quiere venir a nuestro encuentro. Los niños que viven en la
pobreza; que son explotados como soldados; que no han podido experimentar nunca el
amor de sus padres; los niños enfermos y los que sufren, pero también en aquellos
alegres y sanos. Europa se ha convertido en pobre de niños: nosotros queremos todo
para nosotros mismos, y tal vez no nos fiamos demasiado del futuro. Pero la tierra
se verá privada de futuro sólo cuando se apaguen las fuerzas del corazón humano y
de la razón iluminada por el corazón –cuando el rostro de Dios no luzca ya sobre la
tierra. Donde está Dios, allí hay futuro.
“Mirar
a Cristo”: lancemos todavía brevemente una mirada al Crucificado sobre el altar mayor.
Dios ha redimido el mundo no con la espada, sino con la Cruz. Muriendo, Jesús extiende
los brazos. Este es ante todo el gesto de la Pasión, en la que El se deja clavar por
nosotros, para darnos su vida. Pero los brazos extendidos son al mismo tiempo la actitud
del orante, una posición que el sacerdote asume cuando, en la oración, extiende los
brazos: Jesús ha transformado la pasión –su sufrimiento y su muerte- en oración, en
un acto de amor a Dios y a los hombres. Por eso los brazos extendidos son también
un gesto de abrazo, con él cual El quiere atraernos hacia sí, encerrarnos en las manos
de su amor. Así El es imagen del Dios vivo, es Dios mismo, a El podemos confiarnos.
“Mirar
a Cristo”. Si hacemos esto caemos en la cuenta de que el cristianismo es más y algo
distinto de un sistema moral, de una serie de preceptos y leyes. Es el don de una
amistad que perdura en la vida y en la muerte: “No os llamo siervos sino amigos” (Jn
15,15) dice el Señor a los suyos. Nos confiamos a esta amistad. Justamente por que
el cristianismo es más que una moral, es el don de la amistad, justamente por esto
trae consigo una gran fuerza moral de la cual nosotros, ante los desafíos de nuestro
tiempo, tenemos tanta necesidad. Si con Jesucristo y con su Iglesia releemos siempre
de manera nueva el Decálogo del Sinaí, penetrando en sus profundidades, entonces éste
se nos revela como una gran enseñanza. Es sobretodo un “sí” a Dios, a un Dios que
nos ama y nos guía, que nos sostiene y que además nos deja nuestra libertad, es más,
la transforma en verdadera libertad (los primeros tres mandamientos). Es un “sí” a
la familia (cuarto mandamiento), un “sí” a la vida (quinto mandamiento), un “sí” a
un amor responsable (sexto mandamiento), un “sí” a la solidaridad, a la responsabilidad
social y a la justicia (séptimo mandamiento) un “sí” a la verdad (octavo mandamiento),
y un “sí” al respeto del prójimo y aquello que le pertenece (noveno y décimo mandamiento).
En virtud de la fuerza de nuestra amistad con el Dios viviente, nosotros vivimos este
múltiple “sí”, y al mismo tiempo lo llevamos como indicador del recorrido dentro de
nuestro mundo.
“¡Muéstranos a Jesús!” con esta petición
a la Madre del Señor nos hemos puesto en camino hacia este lugar. Esta misma petición
nos acompañará en nuestra vida cotidiana. Y sabemos que María escucha nuestra oración:
sí, en cualquier momento, cuando miramos a María, ella nos muestra a Jesús. Así podemos
encontrar el camino justo, seguirlo paso a paso, plenos de la gozosa confianza en
que ese camino conduce en la luz - en el gozo del amor eterno. Amén.