Martes, 28 ago (RV).- Les ofrecemos unas palabras del agustino Pedro Langa sobre la
figura de santa Mónica, cuya memoria litúrgica celebró ayer la Iglesia Celebramos un año
más la memoria de santa Mónica, piadosa madre de san Agustín, ejemplo de mujer
fuerte, de la mujer fuerte de los Proverbios, de la piadosa viuda de Naín, de la
solícita Marta del Evangelio sirviendo al Señor y a sus discípulos, de la contemplativa
María hermana de Lázaro, siendo paradigma, también, de contemplativos.
Un
año más se nos allega corazón adentro esta excepcional mujer, y lo hace, diría
yo, como acabado paradigma de abundantes lágrimas derramadas y hechas oración,
de maternal solicitud hacia el hijo perdido, de estrecha compañía con el ser querido,
eso que tanto se echa de menos ahora, en estos tiempos confusos, y, en fin, de
piedad en la oración, y de fe en el más allá.
Santa Mónica sigue siendo
en el mundo de hoy el camino a seguir por tantas y tantas madres en apuros con
sus hijos, en estos momentos tan difíciles para la educación, para la pedagogía.
Y ejemplo también de tantos contertulios en el difícil arte de dialogar, eso que
tanto necesitamos: saber dialogar, Y, en fin, de tantas mujeres en el duro trance
de soportar infidelidades matrimoniales. De seguir el ejemplo de santa Mónica,
muchos matrimonios hoy rotos no lo estarían.
Mónica, la africana, la
santa, la esposa, la madre junto a su hijo Agustín de Hipona, se sigue enseñando
al mundo de este siglo XXI, siglo de la posmodernidad, se sigue enseñando, digo,
desde su fe y sus costumbres, dechado de virtudes y modelo de perfecta alabanza
al nombre de Dios.
Asimismo el Padre Langa nos explica así la figura de San
Agustín, cuya memoria litúrgica la Iglesia recuerda hoy San Agustín. Saludable
y luminoso magisterio el de san Agustín. Lo dijo el Concilio Vaticano II. Lo recordó
muchas veces aquel agustinólogo que fue Pablo VI. Y lo sigue proclamando a menudo
su gran discípulo y admirador el Papa Benedicto XVI. Todavía resuenan los ecos
de su discurso durante la visita a la tumba del Santo en Pavía. La fecha del 28
de agosto, pleno corazón del verano, es buena para recordar al autor de una Regla
monástica que abrazan actualmente en la Iglesia más de 400 familias religiosas.
Un documento, éste, breve, sencillo, lleno de unción y de armonía, rico de sabias
normas y antiguo el que más entre las reglas monásticas de Occidente. La Regla
de san Agustín revela a un autor amigo de Dios, al nauta del corazón humano hecho
a tantas navegaciones y a tantas borrascas en la vida, y, en fin, al trovador de
la razón y de la fe, actualísimo teniendo en cuenta la encíclica del siervo de
Dios Juan Pablo II, Fides et Ratio.
Dice san Agustín en la Ciudad de Dios
que la Iglesia «peregrina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de
Dios» (ciu. Dei XVIII, 51, 2). Un principio, éste, que hizo suyo el Concilio Vaticano
II en la LG 8. Su apasionado amor a la Iglesia, lo mismo de joven monje, que de
presbítero y de obispo, hizo de él su más grande teólogo y su más inspirado cantor.
El ecumenismo actual, por eso, encuentra en su disputa con los donatistas una fuente
de cristalinas aguas para el diálogo, para el íntimo fervor por Cristo y para el
camino hacia la unidad en la verdad.
Otro filón que hace a san Agustín
muy actual es el de la búsqueda. San Agustín planteó su vida como búsqueda. Sin
esta clave no podría entenderse su conversión. Por eso es el santo de la perfección
perfectible: el santo que, una vez convertido, siguió convirtiéndose. Por eso también
es el santo tan entrañable que tanto enseña hoy para también nosotros seguir en
este proceso diario de conversión. Estudió y entendió la vida espiritual como un proceso
de búsqueda, pues, para él encontrar luego, también un motivo de sosiego y de revelación,
de búsqueda para el encuentro, y de encuentro para la búsqueda, para seguir buscando.
Hay
por ahí, acaba de salir, un libro publicado por la Conferencia Episcopal, titulado
Quiénes son y de dónde vienen. 498 mártires del siglo XX en España, en cuya contraportada
aparece una frase, lamentablemente omitidos su autor y su fuente. La frase es noverim
me, noverim, que en español quiere decir: «conózcame a mí, conózcate a ti». Esta
frase no es ni más ni menos que la frase de san Agustín esculpida en el libro II
de los Soliloquios, capítulo 1, número 1, y guarda estrecha relación con su principio
de la interioridad, el cual, a su vez, lo hace con el fundamento de la búsqueda divina.
Genial san Agustín en esa búsqueda de Dios; búsqueda de la verdad y búsqueda asimismo
compartida. Su biografía, por eso, podría resumirse en un proceso de incesante
búsqueda de Dios y de continuada e ininterrumpida búsqueda del hombre por Dios
y para Dios.