Escuchar el programa Viernes, 10 ago
(RV).- Nuestro tema de hoy tiene que ver justamente con nuestra personalidad y la
manera como nos relacionamos con las otras personas, a veces no de manera muy adecuadas.
Un dicho popular reza: Quien juzga, destruye. Juzgar a otros resulta relativamente
fácil porque casi siempre construimos juicios de valor respecto a los que otros hacen,
dicen u omite, pero ser juzgados es realmente una situación que pocas personas toleran,
pero sobre todo cuando se añaden a las opiniones negativas juicios de valor que nos
demerita o discrimina.
Generalmente una persona madura sabe que las opiniones
negativas que otros tienen sobre ella no la definen, y en muchos casos no son determinantes,
claro está que en la vida cotidiana estos comentarios sí afectan, porque golpean la
vida social y el prestigio, y en algunos casos afectan un poquito el ego. Lo más grave
cuando se juzga es la posición que asume la persona que emite esos juicios, pues realmente
se siente con derecho a establecer, según su parecer y buen entender, quién está bien,
quién mal, quién merece esto o aquello, quién vale y quién no.
Este supuesto
poder que muchos ejercen para lanzar sus juicios de valor, por lo general desencadena
en nuestro medio múltiples reacciones, desde el rechazo total hacia la otra persona,
hasta el simple gesto de desaprobación e indiferencia. Pero todo ello tiene que ver
directamente con nuestra tolerancia, pero sobre todo los niveles de reconocimiento
que cada uno de nosotros tenemos frente a la diferencia, frente a la diversidad de
los otros. ¿Será que algún día seremos capaces de ver al que es diferente con el respeto
que se merece, sin juzgarlo ni hacerle daño?
Cada vez que juzgamos a otro,
buscamos por un lado afirmar nuestro predominio y, por el otro, paradójicamente, evidenciamos
su superioridad. Aunque esto luzca contradictorio, la lógica es esta: sentir miedo
es una respuesta normal frente a un peligro que se nos antoja inmanejable y, desde
luego, sólo atacamos cuando tenemos alguna posibilidad de destruirlo. Al hacer un
juicio de valor sobre otra persona, intentamos destruir a quien nos parece peligroso,
a quien se nos parece extraño, diferente e incluso frente a quien nos hace sentir
inferiores y amenazados.
Reconocer que somos diferentes, en esencia, en
géneros, en formas culturales, en maneras de expresarnos, sentir y ver nuestro entorno
es reconocer en principio que esas diferencias son una riqueza potencial, porque es
partir de la multiplicidad de posibilidades frente a una misma situación, y desde
allí reconocer que cada persona es única e irrepetible.
De ahí que las
diferencias no son necesariamente una amenaza, y menos un artificio de poder para
juzgar y validad un comportamiento u otro, una persona u otra. Y este es el principio
de toda convivencia, reconocer en las diferencias de grupo, de seres, de situaciones
un potencial que nos complementa, nos enriquece, nos abre el horizonte de posibilidades.
De ahí que la mejor actitud que podemos asumir frente a las posiciones
negativas, a los juicios destructivos es reconocer que todas estas agresiones vienen
de personas que ante las diferencias reaccionan con ataques y juicios con los que
buscan protegerse de los desconocido. Texto: Alma García Locución: Alina Tufani
Díaz