Benedicto XVI -Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia universal- manifiesta su amor
y cercanía a los católicos que están en China y propone una jornada de oración por
esta Iglesia, su comunión de fe en Jesús y su fidelidad al Papa, el 24 de mayo
Sábado, 30 jun (RV).- Con su “Carta a los Obispos, a los presbíteros, a las personas
consagradas y a los fieles laicos de la Iglesia católica en la República Popular China”,
que lleva la fecha de la solemnidad de Pentecostés 2007, Benedicto XVI - Sucesor
de Pedro y Pastor de la Iglesia universal - desea manifestar su amor y su cercanía
a los católicos que están en China.
Del texto resultan dos consideraciones
fundamentales: por una parte, un afecto profundo a toda la comunidad católica en China
y, por otra, una fidelidad apasionada a los grandes valores de la tradición católica
en el campo eclesiológico. Una pasión por la caridad y la verdad. El Papa recuerda
las grandes líneas eclesiológicas del Concilio Vaticano II y de la tradición católica,
pero, al mismo tiempo, considera aspectos particulares de la vida de la Iglesia en
China, encuadrándolos en una visión teológica amplia.
El Santo Padre evoca
la realidad de la Iglesia en China en los últimos 50 años. En los que la comunidad
católica ha afrontado un camino difícil y doloroso, que no sólo la ha marcado profundamente
sino que también la ha llevado a asumir rasgos peculiares que todavía la caracterizan
hoy en día.
La persecución en los años cincuenta; la creación de organismos
estatales como la Oficina para los Asuntos Religiosos y la Asociación Patriótica de
los Católicos Chinos, con el fin de guiar y “controlar” todas las actividades religiosas.
Las primeras ordenaciones episcopales sin el mandato papal, que hieren profundamente
la comunión eclesial. La Revolución Cultural, en el decenio 1966-1976.
Luego,
en los años ochenta, con las aperturas promovidas por Deng Xiaoping, un periodo de
tolerancia religiosa, posibilidades de movimiento y de diálogo. Reapertura de iglesias,
seminarios, casas religiosas y un nuevo inicio de la vida comunitaria. Sin embargo,
no faltaron reacciones diferenciadas en el seno de la comunidad católica.
Ante
algunos Pastores obligados a recibir la consagración “clandestinamente” para asegurar
un servicio pastoral a sus comunidades (n. 8), el Papa precisa que “la clandestinidad
no está contemplada en la normalidad de la vida de la Iglesia, y la historia enseña
que Pastores y fieles han recurrido a ella sólo con el doloroso deseo de mantener
íntegra la propia fe y de no aceptar injerencias de organismos estatales en lo que
atañe a la intimidad de la vida de la Iglesia” (Ibíd.).
Benedicto XVI recuerda
también a aquellos que “han solicitado que se les acoja en la comunión con el Sucesor
de Pedro y con los otros Hermanos en el episcopado” (Ibíd.). Y que ante la compleja
situación, anhelando favorecer el restablecimiento de una plena comunión, ha concedido
a muchos de ellos “el pleno y legítimo ejercicio de la jurisdicción episcopal”.
Benedicto
XVI analiza atentamente la situación de la Iglesia en China. La comunidad sufre en
su interior una situación de fuertes contrastes en los que están implicados fieles
y Pastores. Situación que no ha sido provocada por posiciones doctrinales. Es fruto
del “papel significativo que han desempeñado organismos que han sido impuestos como
responsables principales de la vida de la comunidad católica” (n. 7). Organismos cuyas
finalidades declaradas, y en concreto la de llevar a efecto los principios de independencia,
autogobierno y autogestión de la Iglesia, no son conciliables con la doctrina católica.
Esta interferencia ha dado lugar a situaciones verdaderamente preocupantes. Es más,
los Obispos y los sacerdotes se han visto muy controlados y coartados en el ejercicio
de su oficio pastoral.
En los años noventa, varios Obispos y sacerdotes se
han dirigido a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y a la Secretaría
de Estado para poder recibir de la Santa Sede indicaciones precisas sobre la conducta
a seguir en algunos problemas. Sobre qué actitud adoptar ante el Gobierno y los organismos
estatales puestos al frente de la vida de la Iglesia, sobre problemas sacramentales
y la desorientación de algunos sectores de la comunidad católica. Sin olvidar que
la ley sobre el registro de lugares de culto y la exigencia estatal del certificado
de pertenencia a la Asociación Patriótica han suscitado nuevas tensiones y ulteriores
interrogantes.
Benedicto XVI evoca los mensajes y llamamientos de Juan Pablo
II y la actividad de la Santa Sede. El Papa retoma algunos principios fundamentales
de la eclesiología católica para iluminar los problemas más importantes. Manifestando
viva alegría por la fidelidad que los católicos en China han mostrado en estos últimos
cincuenta años, Benedicto XVI vuelve a afirmar el valor inestimable de sus sufrimientos
y de la persecución sufrida a causa del Evangelio y dirige a todos un llamamiento
a la unidad y a la reconciliación. Reconciliación que “no podrá realizarse de un día
para otro”. Camino que “está apoyado por el ejemplo y la oración de muchos ‘testigos
de la fe’ que han sufrido y han perdonado, ofreciendo su vida por el futuro de la
Iglesia católica en China” (n. 6)
“Duc in altum”, Remad mar adentro, anima
Benedicto XVI con las palabras de Jesús, (Lc 5,4) que “nos invita a recordar con gratitud
el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro”. En
China, como en todo el mundo “la Iglesia está llamada a ser testigo de Cristo, a mirar
hacia adelante con esperanza y a tomar conciencia – en el anuncio del Evangelio –
de los nuevos desafíos que el Pueblo chino tiene que afrontar” (n. 3). “El anuncio
de Cristo crucificado y resucitado, será posible en la medida en que con fidelidad
al Evangelio, en comunión con el Sucesor del Apóstol Pedro y con la Iglesia universal,
sepáis poner en práctica los signos del amor y de la unidad” (Ibíd.).
Al afrontar
algunos problemas más urgentes que resultan de las peticiones que Obispos y sacerdotes
dirigen a la Santa Sede, Benedicto XVI ofrece indicaciones sobre el reconocimiento
de eclesiásticos de la comunidad clandestina por parte de las Autoridades gubernamentales
(cfr. n. 7) y subraya muy claramente el tema del Episcopado chino (cfr. n. 8), refiriéndose
en particular a lo que concierne al nombramiento de Obispos.
Un tema que toca
el corazón de la Iglesia, su unidad y la comunión jerárquica. La Carta reafirma el
principio de que el nombramiento de los Obispos corresponde al Papa y abre las posibilidades
de un entendimiento con el Gobierno para la elección de los candidatos, la publicación
de los nombramientos y el reconocimiento por parte de las autoridades civiles.
Tienen
un significado particular también las orientaciones pastorales que el Santo Padre
da a la comunidad, subrayando en primer lugar la figura y la misión del Obispo en
la comunidad diocesana: “nada sin el Obispo”. Ofrece además indicaciones para la concelebración
eucarística e invita a crear los organismos diocesanos previstos por las normas canónicas,
sin omitir indicaciones sobre la formación de los presbíteros y la vida de la familia.
Por
lo que se refiere a las relaciones de la comunidad católica con el Estado, Benedicto
XVI, con tono sereno y respetuoso, recuerda la doctrina católica, reiterada también
por el Concilio Vaticano II. El Papa desea que se avance en el diálogo entre la Santa
Sede y el Gobierno chino para poder llegar a un acuerdo sobre el pleno ejercicio de
la fe de los católicos mediante el respeto de una auténtica libertad religiosa, y
a la normalización de las relaciones entre la Santa Sede y el Gobierno de Pekín.
Por
último, el Papa revoca todas las facultades y las directrices de carácter pastoral,
pasadas y recientes, que han sido concedidas por la Santa Sede a la Iglesia en China.
Las nuevas circunstancias de la situación general de la Iglesia en China y las mayores
posibilidades de comunicación permiten ahora a los católicos seguir las normas canónicas
generales y, si es necesario, recurrir a la Sede Apostólica. En cualquier caso, los
principios doctrinales que inspiraban las mencionadas facultades y directrices tienen
ahora una nueva aplicación en las directrices contenidas en la presente Carta (cfr.
n. 18).
Benedicto XVI se dirige espiritual y pastoralmente a toda la Iglesia
que está en China. Con comprensión y claridad teológica, su intención no es crear
situaciones de áspera confrontación con personas o grupos particulares. Con respeto
y simpatía por la historia antigua y reciente del gran Pueblo chino, el Papa anima
al diálogo con las Autoridades chinas. Benedicto XVI, al igual que su predecesor,
Juan Pablo II, está firmemente convencido de que la normalización ofrecerá una contribución
sin par a la paz del mundo y la convivencia pacífica entre los pueblos.
Como
broche de oro, podríamos decir, Benedicto XVI propone una jornada de oración - que
en el futuro podría unir en la oración a los católicos de todo el mundo - por la Iglesia
en China, su comunión de fe en Jesús y su fidelidad al Papa. El 24 de mayo, día de
María Auxiliadora de los cristianos, venerada en el santuario de Sheshan en Shanghai.
DOCUMENTO COMPLETO CARTA
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS OBISPOS, PRESBÍTEROS PERSONAS CONSAGRADAS Y FIELES
LAICOS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA REPÚBLICA POPULAR CHINA LIBRERIA EDITRICE
VATICANA CIUDAD DEL VATICANO
A LOS OBISPOS, PRESBÍTEROS, PERSONAS CONSAGRADAS Y
FIELES LAICOS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA REPÚBLICA POPULAR CHINA
Saludo 1.
Venerables hermanos Obispos, queridos presbíteros, personas consagradas y fieles
laicos de la Iglesia católica en China: « En nuestras oraciones damos siempre gracias
por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de
vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todo el pueblo santo. Os anima
a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos [...]. Desde que
nos enteramos de vuestra conducta, no dejamos de rezar y de pedir que consigáis un
conocimiento perfecto de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual.
De esta manera vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis
en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de
su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad » (Col 1,3-5.9-11).
Estas
palabras del apóstol Pablo son muy apropiadas para expresar los sentimientos que tengo
hacia vosotros como Sucesor de Pedro y Pastor universal de la Iglesia. Sabéis bien
lo presentes que estáis en mi corazón y en mis oraciones cotidianas, y lo profunda
que es la relación de comunión que nos une espiritualmente.
Objetivo de
esta Carta 2. Deseo, pues, haceros llegar a todos vosotros las expresiones
de mi fraterna cercanía. Intensa es la alegría por vuestra fidelidad a Cristo Señor
y a la Iglesia, fidelidad que habéis manifestado « a veces también con graves sufrimientos
»,1 ya que Dios « os ha dado la gracia de creer en Jesucristo y aun de padecer por
él » (Flp 1,29). No obstante, existe preocupación por algunos aspectos importantes
de la vida eclesial en vuestro País.
Sin pretender tratar todos los detalles
de problemas complejos bien conocidos por vosotros, quisiera con esta Carta ofrecer
algunas orientaciones sobre la vida de la Iglesia y la obra de evangelización en China,
para ayudaros a descubrir lo que el Señor y Maestro, Jesucristo, « la clave, el centro
y el fin de toda la historia humana »,2 quiere de vosotros.
PRIMERA PARTE SITUACIÓN
DE LA IGLESIA ASPECTOS TEOLÓGICOS
Globalización, modernidad y ateísmo 3.
Dirigiendo una mirada atenta a vuestro pueblo, que se ha distinguido entre los demás
pueblos de Asia por el esplendor de su milenaria civilización, con toda su experiencia
sapiencial, filosófica, científica y artística, me complace poner de relieve cómo,
especialmente en los últimos tiempos, ha conseguido alcanzar también significativas
metas de progreso económico-social, atrayendo el interés del mundo entero.
Como
ya subrayaba mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, también « la Iglesia católica,
por su parte, observa con respeto este sorprendente impulso y esta clarividente proyección
de iniciativas, y brinda con discreción su propia contribución a la promoción y a
la defensa de la persona humana, de sus valores, su espiritualidad y su vocación trascendente.
La Iglesia se interesa particularmente por valores y objetivos que son de fundamental
importancia también para la China moderna: la solidaridad, la paz, la justicia social,
el gobierno inteligente del fenómeno de la globalización ».3
La tensión hacia
el deseado y necesario desarrollo económico y social, y la búsqueda de modernidad
coinciden con dos fenómenos diferentes y contrapuestos, pero que se han de valorar
igualmente con prudencia y con espíritu apostólico positivo. Por una parte se advierte,
especialmente entre los jóvenes, un creciente interés por la dimensión espiritual
y trascendente de la persona humana, con el consiguiente interés por la religión,
particularmente por el cristianismo. Por otra, también se ve en China la tendencia
al materialismo y al hedonismo, que desde las grandes ciudades se están difundiendo
dentro del País.4
En este contexto, en el que estáis llamados a actuar, deseo
recordaros lo que el Papa Juan Pablo II subrayó con voz potente y vigorosa: la nueva
evangelización exige el anuncio del Evangelio 5 al hombre moderno, con la conciencia
de que, igual que durante el primer milenio cristiano la Cruz fue plantada en Europa
y durante el segundo en América y en África, así durante el tercer milenio se recogerá
una gran mies de fe en el vasto y vital continente asiático.6
« ¡Duc in altum!
(Lc 5,4). Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con
gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro:
‘‘Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre'' (Hb 13,8) ».7 También en China la
Iglesia está llamada a ser testigo de Cristo, a mirar hacia adelante con esperanza
y a tomar conciencia —en el anuncio del Evangelio— de los nuevos desafíos que el pueblo
chino tiene que afrontar. La Palabra de Dios nos ayuda, una vez más, a descubrir
el sentido misterioso y profundo del camino de la Iglesia en el mundo. En efecto,
« una de las principales visiones del Apocalipsis tiene por objeto este Cordero en
el momento en que abre un libro, que antes estaba sellado con siete sellos, y que
nadie era capaz de soltar. San Juan se presenta incluso llorando, porque nadie era
digno de abrir el libro y de leerlo (cf. Ap 5,4). La historia es indescifrable, incomprensible.
Nadie
puede leerla. Quizás este llanto de san Juan ante el misterio tan oscuro de la historia
expresa el desconcierto de las Iglesias asiáticas por el silencio de Dios ante las
persecuciones a las que estaban sometidas en aquel momento. Es un desconcierto en
el que puede reflejarse muy bien nuestra sorpresa ante las graves dificultades, incomprensiones
y hostilidades que también hoy sufre la Iglesia en varias partes del mundo. Son sufrimientos
que ciertamente la Iglesia no se merece, como tampoco Jesús se mereció el suplicio.
Ahora bien, revelan la maldad del hombre, cuando se deja llevar por las sugestiones
del mal, y la dirección superior de los acontecimientos por parte de Dios ».8
Hoy,
como ayer, anunciar el Evangelio significa anunciar y dar testimonio de Jesucristo
crucificado y resucitado, el Hombre nuevo, vencedor del pecado y de la muerte. Él
permite a los seres humanos entrar en un nueva dimensión donde la misericordia y el
amor, incluso para con el enemigo, dan fe de la victoria de la Cruz sobre toda debilidad
y miseria humana. También en vuestro País, el anuncio de Cristo crucificado y resucitado
será posible en la medida en que con fidelidad al Evangelio, en comunión con el Sucesor
del apóstol Pedro y con la Iglesia universal, sepáis poner en práctica los signos
del amor y de la unidad (« que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal
por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros [...].
Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado »: Jn 13,34-35; 17,21).
Disponibilidad
para un diálogo respetuoso y constructivo 4. Como Pastor universal de la Iglesia,
deseo manifestar viva gratitud al Señor por el sufrido testimonio de fidelidad que
ha dado la comunidad católica china en circunstancias realmente difíciles. Al mismo
tiempo, siento como mi deber íntimo e irrenunciable y como expresión de mi amor de
padre, la urgencia de confirmar en la fe a los católicos chinos y favorecer su unidad
con los medios que son propios de la Iglesia.
Sigo también con particular interés
los acontecimientos de todo el pueblo chino, hacia el cual manifiesto un vivo aprecio
y sentimientos de amistad, llegando a formular el deseo « de ver pronto establecidas
vías concretas de comunicación y colaboración entre la Santa Sede y la República Popular
China », ya que « la amistad se alimenta de contactos, de comunión de sentimientos
en las situaciones alegres y tristes, de solidaridad y de intercambio de ayuda ».9
Y en esta perspectiva mi venerado Predecesor añadía: « No es un misterio para nadie
que la Santa Sede, en nombre de toda la Iglesia católica y, según creo, en beneficio
de toda la humanidad, desea la apertura de un espacio de diálogo con las Autoridades
de la República Popular China, en el cual, superadas las incomprensiones del pasado,
puedan trabajar juntas por el bien del pueblo chino y por la paz en el mundo ».10
Soy
consciente de que la normalización de las relaciones con la República Popular China
requiere tiempo y presupone la buena voluntad de las dos partes. Por otro lado, la
Santa Sede está siempre abierta a las negociaciones que sean necesarias para superar
el difícil momento presente.
En efecto, esta penosa situación de malentendidos
e incomprensiones no favorece ni a las Autoridades chinas ni a la Iglesia católica
en China. Como declaraba el Papa Juan Pablo II recordando lo que el padre Matteo Ricci
escribió desde Pekín,11 « tampoco la Iglesia católica de hoy pide a China y a sus
Autoridades políticas ningún privilegio, sino únicamente poder reanudar el diálogo,
para llegar a una relación basada en el respeto recíproco y en el conocimiento profundo
».12 Que China lo sepa: la Iglesia católica tiene el vivo propósito de ofrecer, una
vez más, un servicio humilde y desinteresado, en lo que le compete, por el bien de
los católicos chinos y por el de todos los habitantes del País.
Además, por
lo que atañe a las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia en China, es
bueno recordar la luminosa enseñanza del Concilio Vaticano II que declara: « La Iglesia,
que en razón de su función y de su competencia no se confunde de ningún modo con la
comunidad política y no está ligada a ningún sistema político, es al mismo tiempo
signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana ». Y en este sentido
añade: « La comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas
en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio
de la vocación personal y social de los mismos hombres. Este servicio lo realizan
tanto más eficazmente en bien de todos cuanto procuren mejor una sana cooperación
entre ambas, teniendo en cuenta también las circunstancias de lugar y tiempo ».13
Por
tanto, la misión de la Iglesia católica en China no es la de cambiar la estructura
o la administración del Estado, sino la de anunciar a Cristo, Salvador del mundo,
a los hombres apoyándose —para el cumplimiento de su propio apostolado— en la potencia
de Dios. Como recordaba en mi Encíclica Deus caritas est, « La Iglesia no puede ni
debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa
posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse
al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación
racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que
siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa
no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera
trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las
exigencias del bien ».14
A la luz de estos principios irrenunciables, no puede
buscarse la solución de los problemas existentes a través de un conflicto permanente
con las Autoridades civiles legítimas; al mismo tiempo, sin embargo, no es aceptable
una docilidad a las mismas cuando interfieran indebidamente en materias que conciernen
a la fe y la disciplina de la Iglesia. Las Autoridades civiles son muy conscientes
de que la Iglesia, en su enseñanza, invita a los fieles a ser buenos ciudadanos, colaboradores
respetuosos y activos del bien común en su País, pero también está claro que ella
pide al Estado que garantice a los mismos ciudadanos católicos el pleno ejercicio
de su fe, en el respeto de una auténtica libertad religiosa.
Comunión entre
las Iglesias particulares en la Iglesia universal 5. Iglesia católica en China,
pequeña grey presente y operante en la vastedad de un inmenso Pueblo que camina en
la historia, ¡cómo resuenan alentadoras y provocadoras para ti las palabras de Jesús:
« No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino »
(Lc 12,32)! « Vosotros sois la sal de la tierra [...]. La luz del mundo ». Por tanto,
« alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den
gloria a vuestro a Padre que está en el cielo » (Mt 5,13.14.16).
En la Iglesia
católica en China se hace presente la Iglesia universal, la Iglesia de Cristo, que
en el Credo confesamos una, santa, católica y apostólica, es decir, la comunidad universal
de los discípulos del Señor.
Como vosotros sabéis, la profunda unidad, que
vincula entre sí a las Iglesias particulares existentes en China y que las pone también
en íntima comunión con todas las demás Iglesias particulares esparcidas por el mundo,
se basa, además de en la misma fe y en el Bautismo común, sobre todo en la Eucaristía
y en el Episcopado.15 Y la unidad del Episcopado, del cual « el Romano Pontífice,
como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible »,16 continúa
a lo largo de los siglos a través de la sucesión apostólica y es también fundamento
de la identidad de la Iglesia de todo tiempo con la Iglesia edificada por Cristo sobre
Pedro y sobre los otros Apóstoles.17
La doctrina católica enseña que el Obispo
es principio y fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular, confiada
a su ministerio pastoral.18 Pero en cada Iglesia particular, para que ésta sea plenamente
Iglesia, tiene que estar presente la suprema autoridad de la Iglesia, es decir, el
Colegio episcopal junto con su Cabeza el Romano Pontífice, y nunca sin él. Por tanto,
el ministerio del Sucesor de Pedro pertenece a la esencia de cada Iglesia particular
« desde dentro ».19 Además, la comunión de todas las Iglesias particulares en la única
Iglesia católica y, por tanto, la comunión jerárquica ordenada de todos los Obispos,
sucesores de los Apóstoles, con el Sucesor de Pedro, son garantía de la unidad de
la fe y de la vida de todos los católicos. Para la unidad de la Iglesia en cada nación
es indispensable, pues, que cada Obispo esté en comunión con los otros Obispos, y
que todos estén en comunión visible y concreta con el Papa.
Nadie es extranjero
en la Iglesia, sino que todos son ciudadanos del mismo Pueblo, miembros del mismo
Cuerpo Místico de Cristo. La Eucaristía, garantizada por el ministerio de los Obispos
y de los presbíteros, es vínculo de comunión sacramental.20
Toda la Iglesia
en China está llamada a vivir y manifestar esta unidad en una espiritualidad de comunión
más rica que, teniendo en cuenta las complejas situaciones concretas en que se encuentra
la comunidad católica, crezca también en una armónica comunión jerárquica. Por tanto,
Pastores y fieles están llamados a defender y salvaguardar lo que pertenece a la doctrina
y a la tradición de la Iglesia.
Tensiones y divisiones dentro de la Iglesia:
perdón y reconciliación 6. Dirigiéndose a toda la Iglesia con la Carta apostólica
Novo millennio ineunte, mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, afirmaba que
un « aspecto importante en que será necesario poner un decidido empeño programático,
tanto en el ámbito de la Iglesia universal como de las Iglesias particulares, es el
de la comunión (koinonía), que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio
de la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo
del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús
nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de todos nosotros ‘‘un solo corazón y una sola alma''
(Hch 4,32). Realizando esta comunión de amor, la Iglesia se manifiesta como ‘‘sacramento'',
o sea, ‘‘signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género
humano''. Las palabras del Señor a este respecto son demasiado precisas como para
minimizar su alcance. Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la
Iglesia también en este nuevo siglo; pero si faltara la caridad (agapé), todo sería
inútil. Nos lo recuerda el apóstol Pablo en el himno a la caridad: aunque habláramos
las lenguas de los hombres y los ángeles, y tuviéramos una fe ‘‘que mueve las montañas'',
si faltamos a la caridad, todo sería ‘‘nada'' (cf. 1 Co 13,2). La caridad es verdaderamente
el ‘‘corazón'' de la Iglesia ».21
Estas indicaciones, que atañen a la naturaleza
misma de la Iglesia universal, tienen un significado particular para la Iglesia en
China. En efecto, vosotros no ignoráis los problemas que ella está afrontando para
superar —en su interior y en sus relaciones con la sociedad civil china— tensiones,
divisiones y recriminaciones.
A este respecto, ya el año pasado, hablando de
la Iglesia naciente, recordé que « la comunidad de los discípulos desde el inicio
experimenta no sólo la alegría del Espíritu Santo, la gracia de la verdad y del amor,
sino también la prueba, constituida sobre todo por los contrastes en lo que atañe
a las verdades de fe, con las consiguientes laceraciones de la comunión. Del mismo
modo que la comunión del amor existe ya desde el inicio y existirá hasta al final
(cf. 1 Jn 1,1ss), así por desgracia desde el inicio existe también la división. No
debe sorprendernos que exista la división también hoy [...]. Siempre existe el peligro
de perder la fe y, por tanto, también de perder el amor y la fraternidad. Por consiguiente,
quien cree en la Iglesia del amor y quiere vivir en ella tiene el deber preciso de
reconocer también este peligro ».22
La historia de la Iglesia nos enseña, además,
que no se manifiesta una auténtica comunión sin un fatigoso esfuerzo de reconciliación.23
En efecto, la purificación de la memoria, el perdón de quien ha obrado mal, el olvido
de los daños sufridos y la pacificación de los corazones en el amor, que se han de
realizar en el nombre de Jesús crucificado y resucitado, pueden exigir la superación
de actitudes o visiones personales, nacidas de experiencias dolorosas o difíciles,
pero son pasos urgentes que se han de dar para aumentar y manifestar los vínculos
de comunión entre los fieles y los Pastores de la Iglesia en China.
Por eso,
ya mi venerado Predecesor os había dirigido en varias ocasiones una apremiante invitación
al perdón y a la reconciliación. A este respecto, me gusta recordar un fragmento del
mensaje que él os mandó al aproximarse el Año Santo del 2000: « Al prepararos para
la celebración del gran jubileo, recordad que en la tradición bíblica este momento
ha implicado siempre la obligación de perdonarse las ofensas unos a otros, reparar
las injusticias cometidas y reconciliarse con los demás. También a vosotros se ha
anunciado la ‘‘gran alegría preparada para todos los pueblos'': el amor y la misericordia
del Padre, la redención realizada por Cristo. En la medida en que vosotros mismos
estéis dispuestos a aceptar este anuncio gozoso, podréis transmitirlo, con vuestra
vida, a todos los hombres y mujeres con quienes tenéis contacto. Deseo ardientemente
que secundéis las sugerencias interiores del Espíritu Santo, perdonándoos unos a otros
todo lo que debéis perdonaros, acercándoos y aceptándoos recíprocamente, y superando
las barreras para eliminar todo lo que pueda separaros. No olvidéis las palabras de
Jesús durante la última cena: ‘‘En esto conocerán todos que sois discípulos míos:
si os tenéis amor los unos a los otros'' (Jn 13,35). He sabido con alegría que queréis
ofrecer, como don muy valioso para la celebración del gran jubileo, la unidad entre
vosotros y con el Sucesor de Pedro. Este propósito es seguramente fruto del Espíritu,
que guía a su Iglesia por los difíciles caminos de la reconciliación y la unidad ».24
Todos
somos conscientes de que este camino no podrá realizarse de un día para otro, pero
estad seguros de que la Iglesia entera elevará una insistente oración por vosotros
con este objetivo.
Además, tened presente que vuestro camino de reconciliación
está apoyado por el ejemplo y la oración de muchos « testigos de la fe » que han sufrido
y han perdonado, ofreciendo su vida por el futuro de la Iglesia católica en China.
Su misma existencia representa una bendición permanente para vosotros ante el Padre
celestial y su memoria producirá abundantes frutos. Comunidades eclesiales y organismos
estatales: relaciones que se han de vivir en la verdad y en la caridad
7. Un
análisis atento de la situación dolorosa con fuertes contrastes ya mencionada (cf.
n. 6), que afecta a fieles laicos y Pastores, pone de relieve, entre las diversas
causas, el papel significativo que han desempeñado organismos que han sido impuestos
como responsables principales de la vida de la comunidad católica. En efecto, todavía
hoy el reconocimiento por parte de dichos organismos es el criterio para declarar
como legales, y por tanto « oficiales », una comunidad, una persona o un lugar religioso.
Todo esto ha causado divisiones, tanto entre el clero como entre los fieles. Es una
situación que depende sobre todo de factores externos a la Iglesia, pero que ha condicionado
seriamente su camino, dando también lugar a sospechas, acusa- ciones recíprocas
y denuncias, y que sigue siendo para ella una de sus preocupantes debilidades.
Por
lo que concierne a la delicada cuestión de las relaciones que se han de tener con
los organismos del Estado, es particularmente iluminadora la invitación del Concilio
Vaticano II a seguir la palabra y el modo de actuar de Jesucristo. En efecto, Él,
« negándose a ser un Mesías político y dominador por la fuerza,25 prefirió decir que
él era el Hijo del hombre, que ha venido ‘‘a servir y dar su vida para redención de
muchos'' (Mc 10,45). Se ofreció como el Siervo perfecto de Dios,26 que ‘‘no rompe
la caña cascada y no extingue la mecha humeante'' (Mt 12,20).
Reconoció los
derechos del poder civil al ordenar dar el tributo al César, pero advirtió con claridad
que deben respetarse los derechos superiores de Dios: ‘‘Dad al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios'' (Mt 22,21). Finalmente, completando en la cruz
la obra de redención, con la que adquirió la salvación y la verdadera libertad para
los hombres, concluyó su revelación. Dio testimonio de la verdad,27 pero no quiso
imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su Reino no se defiende a
golpes,28 sino que se establece dando testimonio de la verdad y oyéndola, y crece
por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él (cf.
Jn 12,32) ».29
Verdad y amor son las dos columnas basilares de la vida de la
comunidad cristiana. Por este motivo recordaba que « la Iglesia del amor es también
la Iglesia de la verdad, entendida ante todo como fidelidad al Evangelio encomendado
por el Señor Jesús a los suyos [...]. Pero la familia de los hijos de Dios, para vivir
en la unidad y en la paz, necesita alguien que la conserve en la verdad y la guíe
con discernimiento sabio y autorizado: es lo que está llamado a hacer el ministerio
de los Apóstoles. Aquí llegamos a un punto importante. La Iglesia es totalmente del
Espíritu, pero tiene una estructura, la sucesión apostólica, a la que compete la responsabilidad
de garantizar la permanencia de la Iglesia en la verdad donada por Cristo, de la que
deriva también la capacidad del amor [...]. Los Apóstoles y sus sucesores son, por
consiguiente, los custodios y los testigos autorizados del depósito de la verdad entregada
a la Iglesia, como son también los ministros de la caridad; estos dos aspectos van
juntos [...]. La verdad y el amor son dos caras del mismo don que viene de Dios y,
gracias al ministerio apostólico, es custodiado en la Iglesia y llega a nosotros hasta
la actualidad ».30
Por tanto, el Concilio Vaticano II subraya que « nuestro
respeto y amor deben extenderse también a aquellos que en materia social, política
e incluso religiosa sienten y actúan de modo diferente al nuestro; y cuanto más íntimamente
comprendamos con humanidad y amor su manera de pensar, más fácilmente podremos dialogar
con ellos ». Pero, nos advierte el mismo Concilio, « este amor y esta benignidad no
deben de ninguna manera hacernos indiferentes ante la verdad y el bien ».31
Considerando
« el plan originario de Jesús »,32 resulta evidente que la pretensión de algunos organismos,
que el Estado ha querido y que son ajenos a la estructura de la Iglesia, de ponerse
por encima de los Obispos mismos y de dirigir la vida de la comunidad eclesial, no
está de acuerdo con la doctrina católica, según la cual la Iglesia es « apostólica
», como ha reiterado también el Concilio Vaticano II. La Iglesia es apostólica « por
su origen, ya que fue construida sobre el ‘‘fundamento de los Apóstoles'' (Ef 2,20);
por su enseñanza, que es la misma de los Apóstoles; por su estructura, en cuanto es
instruida, santificada y gobernada, hasta la vuelta de Cristo, por los Apóstoles,
gracias a sus sucesores, los Obispos, en comunión con el sucesor de Pedro ».33 Por
lo cual, en cada Iglesia particular, sólo « el Obispo diocesano apacienta en nombre
del Señor el rebaño a él confiado como Pastor propio, ordinario e inmediato » 34 y,
a nivel nacional, solamente una Conferencia Episcopal legítima puede formular orientaciones
pastorales, válidas para toda la comunidad católica del País interesado.35
La
finalidad declarada de los mencionados organismos de poner en práctica « los principios
de independencia y autonomía, autogestión y administración democrática de la Iglesia
»,36 es también inconciliable con la doctrina católica que, desde los antiguos Símbolos
de fe, profesa que la Iglesia es « una, santa, católica y apostólica ».
A la
luz de los principios antedichos, los Pastores y los fieles laicos recordarán que
la predicación del Evangelio, la catequesis y las obras caritativas, la acción litúrgica
y cultual, así como todas las opciones pastorales competen únicamente a los Obispos
junto con sus sacerdotes en la continuidad permanente de la fe, transmitida por los
Apóstoles en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, y por tanto no pueden estar
sometidas a ninguna interferencia externa.
Teniendo en cuenta esta situación
difícil, muchos miembros de la comunidad católica se preguntan si el reconocimiento
por parte de las Autoridades civiles —necesario para actuar públicamente— compromete
de algún modo la comunión con la Iglesia universal. Sé bien que esta problemática
preocupa dolorosamente el corazón de los Pastores y fieles. A este respecto considero,
en primer lugar, que la obligada y valiente salvaguardia del depósito de la fe y de
la comunión sacramental y jerárquica no se oponga, de por sí, al diálogo con las Autoridades
sobre aquellos aspectos de la vida de la comunidad eclesial que pertenecen al ámbito
civil. Además, no se ven dificultades particulares para la aceptación del reconocimiento
concedido por las Autoridades civiles, a menos que ello comporte la negación de principios
irrenunciables de la fe y de la comunión eclesiástica. En cambio, en bastantes casos
concretos, si no en casi todos, en el proceso de reconocimiento intervienen organismos
que obligan a las personas implicadas a asumir actitudes, a realizar gestos y a adquirir
compromisos que son contrarios a los dictámenes de su conciencia como católicos. Comprendo,
pues, lo difícil que resulta determinar en estas diversas condiciones y circunstancias
la opción correcta para actuar. Por este motivo la Santa Sede, después de reafirmar
los principios, deja la decisión a cada Obispo que, después de escuchar a su presbiterio,
está en condiciones de conocer mejor la situación local, sopesar las posibilidades
concretas de opción y valorar las eventuales consecuencias dentro de la comunidad
diocesana. Podría suceder que la decisión final no encuentre el consenso de todos
los sacerdotes y fieles. Espero, sin embargo, que esta decisión sea acogida, aunque
fuera con sufrimiento, y que se mantenga la unidad de la comunidad diocesana con el
propio Pastor. Será conveniente, además, que Obispos y presbíteros, con verdadero
corazón de pastores, procuren de todos modos que no se dé lugar a situaciones escandalosas,
aprovechando los ocasiones que se presenten para formar la conciencia de los fieles,
con particular atención a los más débiles: todo se ha de vivir en la comunión y comprensión
fraterna, evitando juicios y condenas recíprocas. Se debe tener también presente que
en este caso para valorar la moralidad de un acto, especialmente cuando falta un verdadero
espacio de libertad, hay que poner especial cuidado en conocer las intenciones reales
de la persona interesada, más allá de su falta objetiva. Cada caso tendrá que ser,
pues, examinado singularmente, teniendo en cuenta las circunstancias.
El
Episcopado chino 8. En la Iglesia, Pueblo de Dios, ejercer el oficio de « enseñar,
santificar y gobernar » corresponde sólo a los ministros sagrados, ordenados debidamente
después de una adecuada instrucción y formación. Los fieles laicos pueden, con la
misión canónica por parte del Obispo, desempeñar un ministerio eclesial útil de transmisión
de la fe.
En años recientes, por varias causas, vosotros, Hermanos en el episcopado,
habéis encontrado dificultades, ya que personas no « ordenadas », y a veces incluso
no bautizadas, controlan y toman decisiones sobre importantes cuestiones eclesiales
en nombre de varios organismos estatales, incluida la del nombramiento de los Obispos.
Como consecuencia, se ha producido un menoscabo de los ministerios petrino y episcopal
debido a una visión de la Iglesia según la cual el Sumo Pontífice, los Obispos y los
sacerdotes, corren el riesgo de convertirse de hecho en personas sin oficio y sin
poder. En cambio, como se decía, los ministerios petrino y episcopal son elementos
esenciales e integrales de la doctrina católica sobre la estructura sacramental de
la Iglesia. Esta naturaleza de la Iglesia es un don del Señor Jesús, porque « él ha
constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros,
pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los fieles, en función de su ministerio,
y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad
en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de
Cristo en su plenitud'' (Ef 4,11-13).
La comunión y la unidad —me sea permitido
repetirlo (cf. n. 5)— son elementos esenciales e integrales de la Iglesia católica:
por tanto, el proyecto de una Iglesia « independiente » de la Santa Sede, en ámbito
religioso, es incompatible con la doctrina católica.
Soy consciente de las
graves dificultades que tenéis que afrontar en dicha situación para manteneros fieles
a Cristo, a su Iglesia y al Sucesor de Pedro. Recordándoos —como ya afirmaba san Pablo
(cf. Rm 8,35-39)— que ninguna dificultad puede separarnos del amor de Cristo, espero
que sabréis hacer todo lo posible, confiando en la gracia del Señor, para salvaguardar
la unidad y la comunión eclesial incluso a costa de grandes sacrificios.
Muchos
miembros del Episcopado chino, que han regido la Iglesia en estas últimas décadas,
han ofrecido y ofrecen a las propias comunidades y a la Iglesia universal un testimonio
luminoso. Una vez más, brota del corazón un himno de alabanza y agradecimiento al
« supremo Pastor » del rebaño (1 P 5,4). En efecto, no se puede olvidar que muchos
de ellos han padecido persecución y han sido impedidos en el ejercicio de su ministerio,
y algunos de ellos han hecho fecunda la Iglesia con la efusión de su propia sangre.
Los nuevos tiempos y el consiguiente desafío de la nueva evangelización ponen de relieve
la función del ministerio episcopal. Como decía Juan Pablo II a los Pastores de todo
el mundo, congregados en Roma para la celebración del Jubileo, « el pastor es el primer
responsable y animador de la comunidad eclesial, tanto en la exigencia de comunión
como en la proyección misionera. Frente al relativismo y al subjetivismo que contaminan
gran parte de la cultura contemporánea, los obispos están llamados a defender y promover
la unidad doctrinal de sus fieles. Solícitos por las situaciones en las que se pierde
o ignora la fe, trabajan con todas sus fuerzas en favor de la evangelización, preparando
para ello a sacerdotes, religiosos y laicos y poniendo a su disposición los recursos
necesarios ».37
En la misma ocasión mi venerado Predecesor recordaba que «
para el Obispo, sucesor de los Apóstoles, Cristo lo es todo. Puede repetir a diario
con Pablo: ‘‘Para mí la vida es Cristo'' (Flp 1,21). Esto es lo que él debe testimoniar
con toda su conducta. El Concilio Vaticano II enseña: ‘‘Los Obispos han de prestar
atención a su misión apostólica como testigos de Cristo ante todos los hombres'' (Christus
Dominus, 11) ».38
Respecto al servicio episcopal, aprovecho la ocasión para
recordar lo que dije recientemente: « Los Obispos tienen la primera responsabilidad
de edificar la Iglesia como familia de Dios y como lugar de ayuda recíproca y de disponibilidad.
Para poder cumplir esta misión habéis recibido, con la consagración episcopal, tres
oficios peculiares: el munus docendi, el munus sanctificandi y el munus regendi, que
en conjunto constituyen el munus pascendi. En particular, el munus regendi tiene como
finalidad el crecimiento en la comunión eclesial, es decir, la construcción de una
comunidad concorde en la escucha de la enseñanza de los Apóstoles, en la fracción
del pan, en la oración y en la unión fraterna. Íntimamente unido a los oficios de
enseñar y santificar, el de gobernar —es decir, el munus regendi— constituye para
el Obispo un auténtico acto de amor a Dios y al prójimo, que se manifiesta en la caridad
pastoral ».39
Como ocurre en el resto del mundo, también en China la Iglesia
es gobernada por Obispos que, por medio de la ordenación episcopal recibida de manos
de por otros Obispos ordenados válidamente, han recibido, junto con el oficio de santificar,
también los oficios de enseñar y de gobernar el pueblo que se les ha confiado en las
respectivas Iglesias particulares, con una potestad que es otorgada por Dios mediante
la gracia del sacramento del Orden. Los oficios de enseñar y de gobernar sin embargo,
« por su propia naturaleza, no pueden ejercerse sino en comunión jerárquica con la
Cabeza y con los miembros del Colegio » de los Obispos.40 En efecto —precisa el mismo
Concilio Vaticano II— « uno queda constituido miembro del Colegio episcopal en virtud
de la consagración episcopal y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los
miembros del Colegio ».41
Actualmente, todos los Obispos de la Iglesia católica
en China son hijos del Pueblo chino. No obstante las muchas y graves dificultades,
la Iglesia católica en China, por una particular gracia del Espíritu Santo, nunca
ha estado privada del ministerio de legítimos Pastores que han conservado intacta
la sucesión apostólica. Debemos dar gracias al Señor por esta presencia constante
y sufrida de Obispos, que han recibido la ordenación episcopal de acuerdo con la tradición
católica, es decir, en comunión con el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y de manos
de Obispos, ordenados válida y legítimamente, observando el rito de la Iglesia católica. Algunos
de ellos, no queriendo someterse a un control indebido ejercido sobre la vida de la
Iglesia, y deseosos de mantener su plena fidelidad al Sucesor de Pedro y a la doctrina
católica, se han visto obligados a recibir la consagración clandestinamente. La clandestinidad
no está contemplada en la normalidad de la vida de la Iglesia, y la historia enseña
que Pastores y fieles han recurrido a ella sólo con el doloroso deseo de mantener
íntegra la propia fe y de no aceptar injerencias de organismos estatales en lo que
atañe a la intimidad de la vida de la Iglesia. Por este motivo, la Santa Sede desea
que estos legítimos Pastores puedan ser reconocidos como tales por las Autoridades
gubernativas, incluso para los efectos civiles —en la medida en que sean necesarios—
y que todos los fieles puedan expresar libremente la propia fe en el contexto social
en el que viven.
Otros Pastores, en cambio, impulsados por circunstancias particulares
han consentido en recibir la ordenación episcopal sin el mandato pontificio, pero
después han solicitado que se les acoja en la comunión con el Sucesor de Pedro y con
los otros Hermanos en el episcopado. El Papa, considerando la sinceridad de sus sentimientos
y la complejidad de la situación, y teniendo presente el parecer de los Obispos más
cercanos, en virtud de la propia responsabilidad de Pastor universal de la Iglesia,
les ha concedido el pleno y legítimo ejercicio de la jurisdicción episcopal. Esta
iniciativa del Papa nació del conocimiento de las circunstancias particulares de su
ordenación, así como de su profunda preocupación pastoral por favorecer el restablecimiento
de una comunión plena. Por desgracia, en la mayoría de los casos, los sacerdotes y
los fieles no han sido informados adecuadamente de la legitimación concedida a su
Obispo, y eso ha dado lugar a no pocos y graves problemas de conciencia. Más aún,
algunos Obispos legitimados no han manifestado gestos que comprobaran claramente el
hecho de su legitimación. Por este motivo es indispensable que, para el bien espiritual
de las comunidades diocesanas correspondientes, esta legitimación se haga de dominio
público en breve tiempo y que estos Prelados legitimados expresen cada vez más gestos
inequívocos de plena comunión con el Sucesor de Pedro.
Finalmente, no faltan
algunos Obispos —en número muy reducido— que han sido ordenados sin el mandato pontificio
y no han pedido, o no la han conseguido todavía, la legitimación necesaria. Según
la doctrina de la Iglesia católica éstos han de considerarse ilegítimos, pero ordenados
válidamente, cuando exista la certeza de que han recibido la ordenación de Obispos
ordenados válidamente y que han respetado el rito católico de la ordenación episcopal.
Ellos, por tanto, aunque no estén en comunión con el Papa, ejercen válidamente su
ministerio en la administración de los sacramentos, si bien de modo ilegítimo. ¡Qué
gran riqueza espiritual sería para la Iglesia en China si, dándose las condiciones
necesarias, estos Pastores llegaran también a la comunión con el Sucesor de Pedro
y con todo el Episcopado católico! No sólo sería legitimado su ministerio episcopal,
sino también sería más rica su comunión con los sacerdotes y con los fieles que consideran
a la Iglesia en China parte de la Iglesia católica, unida con el Obispo de Roma y
con todas las otras Iglesias particulares esparcidas por el mundo.
En cada
nación todos los Obispos legítimos constituyen una Conferencia Episcopal, regida por
un estatuto propio que, según el Derecho Canónico, debe ser aprobado por la Sede Apostólica.
La Conferencia Episcopal expresa la comunión fraterna de todos los Obispos de una
nación y trata las cuestiones doctrinales y pastorales que son importantes para toda
la comunidad católica en su País, pero sin interferir en el ejercicio de la potestad
ordinaria e inmediata de cada Obispo en su propia diócesis. Además, cada Conferencia
Episcopal mantiene oportunos y útiles contactos con las Autoridades civiles del lugar,
para favorecer también la colaboración entre la Iglesia y el Estado. Pero es obvio
que una Conferencia Episcopal no puede estar sometida a ninguna Autoridad civil en
las cuestiones de fe y de vida según la fe (fides et mores, vida sacramental), que
son competencia exclusiva de la Iglesia.
A la luz de los principios antes expuestos,
el actual Colegio de los Obispos Católicos de China 42 no puede ser reconocido como
Conferencia Episcopal por la Sede Apostólica: no forman parte de ella los Obispos
‘‘clandestinos'', es decir, no reconocidos por el Gobierno, y que están en comunión
con el Papa; incluye Prelados que son todavía ilegítimos y está regida por Estatutos
que contienen elementos inconciliables con la doctrina católica.
Nombramiento
de los Obispos 9. Como todos sabéis, uno de los problemas más delicados en
las relaciones de la Santa Sede con las Autoridades de vuestro País es la cuestión
de los nombramientos episcopales. Por un lado, se puede comprender que las Autoridades
gubernativas estén atentas a la selección de los que desempeñarán el importante papel
de guías y pastores de las comunidades católicas locales, dadas las repercusiones
sociales que —tanto en China como en el resto del mundo— dicha función tiene también
en el campo civil. Por otro lado, la Santa Sede sigue con suma atención el nombramiento
de los Obispos, puesto que esto afecta al corazón mismo de la vida de la Iglesia,
ya que el nombramiento de los Obispos por parte del Papa es garantía de la unidad
de la Iglesia y de la comunión jerárquica. Por este motivo el Código de Derecho Canónico
(cf. canon 1382) establece graves sanciones tanto para el Obispo que confiere libremente
la ordenación sin mandato apostólico como para quien la recibe; en efecto, dicha ordenación
representa una dolorosa herida para la comunión eclesial y una grave violación de
la disciplina canónica. El Papa, cuando concede el mandato apostólico para la ordenación
de un Obispo, ejerce su autoridad espiritual suprema: autoridad e intervención que
quedan en el ámbito estrictamente religioso. No se trata por tanto de una autoridad
política que se entromete indebidamente en los asuntos interiores de un Estado y vulnera
su soberanía.
El nombramiento de Pastores para una determinada comunidad religiosa
está previsto también en documentos internacionales como un elemento constitutivo
del pleno ejercicio del derecho a la libertad religiosa.43 La Santa Sede desearía
ser completamente libre en el nombramiento de los Obispos; 44 por tanto, considerando
el reciente y peculiar camino de la Iglesia en China, deseo que se llegue a un acuerdo
con el Gobierno para solucionar algunas cuestiones referentes tanto a la selección
de los candidatos al episcopado como a la publicación del nombramiento de los Obispos
y el reconocimiento —en lo que sea necesario a efectos civiles— del nuevo Obispo por
parte de las Autoridades civiles.
En fin, por lo que concierne a la selección
de los candidatos al episcopado, aun conociendo vuestras dificultades al respecto,
deseo recordar la necesidad de que los candidatos sean sacerdotes dignos, respetados
y queridos por los fieles, modelos de vida en la fe y que tengan cierta experiencia
en el ministerio pastoral, de modo que sean más idóneos para afrontar la pesada responsabilidad
de Pastor de la Iglesia.45 En el caso en que en una diócesis fuera imposible encontrar
candidatos aptos para la provisión de la sede episcopal, la colaboración con los Obispos
de las diócesis colindantes puede ayudar a encontrar candidatos idóneos.
SEGUNDA
PARTE ORIENTACIONES DE VIDA PASTORAL
Sacramentos, gobierno de las diócesis,
parroquias 10. En los últimos tiempos han surgido dificultades relacionadas
con iniciativas individuales de Pastores, sacerdotes y fieles laicos que, movidos
por un generoso celo pastoral, no siempre han respetado los cometidos o la responsabilidad
de otros. A este propósito, el Concilio Vaticano II nos recuerda que, si por un
lado el Obispo, « como miembro del Colegio episcopal y legítimo sucesor de los Apóstoles,
cada uno tiene el deber, por voluntad y mandato de Cristo, de preocuparse de toda
la Iglesia », por otro, cada Obispo « ejerce su gobierno pastoral sobre la porción
del Pueblo de Dios que le ha sido confiada, no sobre otras Iglesias ni sobre la Iglesia
universal ».46
Además, ante ciertos problemas surgidos en varias comunidades
diocesanas durante los últimos años, me parece preciso recordar la norma canónica
según la cual todo clérigo debe estar incardinado en una Iglesia particular o en un
Instituto de vida consagrada, y debe ejercer el propio ministerio en comunión con
el Obispo diocesano. Un clérigo puede ejercer el ministerio en otra diócesis sólo
por justos motivos, pero siempre con el acuerdo previo de los dos Obispos diocesanos,
es decir, el de la Iglesia particular en que está incardinado y el de la Iglesia particular
a cuyo servicio se le destina.47
Además, en bastantes ocasiones os habéis planteado
el problema de la concelebración de la Eucaristía. A este respecto, recuerdo que ésta
presupone, como condición, la profesión de la misma fe y la comunión jerárquica con
el Papa y con la Iglesia universal. Por tanto, es lícito concelebrar con Obispos y
con sacerdotes que están en comunión con el Papa, aunque sean reconocidos por las
Autoridades civiles y mantengan una relación con organismos que el Estado ha querido
y que son ajenos a la estructura de la Iglesia, a condición —como se ha dicho antes
(cf. n. 7, párr. 8o)— de que tal reconocimiento y relación no comporten la negación
de principios irrenunciables de la fe y de la comunión eclesiástica.
Los fieles
laicos que están animados por un amor sincero a Cristo y a la Iglesia tampoco tienen
por qué dudar en participar en la Eucaristía celebrada por Obispos y sacerdotes que
están en plena comunión con el Sucesor de Pedro y son reconocidos por las Autoridades
civiles. Lo mismo vale para todos los demás sacramentos.
De igual modo, los
problemas que surgen con aquellos Obispos que han sido consagrados sin el mandato
pontificio, aunque se haya respetado el rito católico de la ordenación episcopal,
han de ser resueltos a la luz de los principios de la doctrina católica. Su ordenación
—como ya he dicho (cf. n. 8, párr. 12o)— es ilegítima pero válida, como son válidas
las ordenaciones sacerdotales conferidas por ellos y son también válidos los sacramentos
administrados por dichos Obispos y sacerdotes. Los fieles, por tanto, teniendo presente
esto, han de buscar en la medida de lo posible Obispos y sacerdotes que estén en comunión
con el Papa para la celebración eucarística y los demás sacramentos; no obstante,
cuando esto no es factible sin una grave dificultad, pueden dirigirse también, por
exigencia de su bien espiritual, a los que no están en comunión con el Papa.
Estimo
por fin oportuno llamar vuestra atención sobre lo que la legislación canónica prevé
para ayudar a los Obispos diocesanos a desempeñar su propia función pastoral. Se invita
a cada Obispo Diocesano a servirse de los instrumentos indispensables de comunión
y colaboración dentro de la comunidad católica diocesana: la curia diocesana, el consejo
presbiteral, el colegio de los consultores, el consejo pastoral diocesano y el consejo
diocesano para los asuntos económicos. Estos organismos expresan la comunión, favorecen
la participación en las responsabilidades comunes y son una gran ayuda para los Pastores,
que pueden contar de este modo con la colaboración fraterna de sacerdotes, de personas
consagradas y de fieles laicos. Lo mismo vale para los diversos consejos que el
Derecho Canónico prevé para las parroquias: el consejo pastoral parroquial y el consejo
parroquial para los asuntos económicos.
Tanto en las diócesis como en las parroquias
se debe poner especial atención en lo que se refiere a los bienes temporales de la
Iglesia, muebles e inmuebles, que deben ser registrados legalmente en él ámbito civil
a nombre de la diócesis o de la parroquia y nunca a nombre de personas individuales
(es decir, Obispo, párroco o grupo de fieles). Al mismo tiempo, mantiene toda su validez
la tradicional orientación pastoral y misionera, que se resume en el principio: «
nihil sine Episcopo ».
Del análisis de los problemas mencionados se desprende
claramente que la raíz de su verdadera solución se encuentra en la promoción de la
comunión, que, como de un manantial, recibe su vigor e impulso de Cristo, icono del
amor del Padre. La caridad, que siempre está por encima de todo (cf. 1 Co 13,1-12),
será la fuerza y el criterio en el trabajo pastoral para la construcción de una comunidad
eclesial que haga presente a Cristo resucitado al hombre de hoy.
Provincias
eclesiásticas 11. Durante los últimos cincuenta años se han producido numerosos
cambios administrativos en campo civil. Esto ha afectado también a muchas circunscripciones
eclesiásticas, que han sido eliminadas o reagrupadas, o bien modificadas en su configuración
territorial tomando como base las circunscripciones administrativas civiles. A este
respecto, deseo confirmar que la Santa Sede está disponible para afrontar toda esta
cuestión de las circunscripciones y provincias eclesiásticas en un diálogo abierto
y constructivo con el Episcopado chino y —en lo que sea útil y oportuno— con las Autoridades
gubernativas.
Comunidades católicas 12. Sé bien que las comunidades
diocesanas y parroquiales, diseminadas en el vasto territorio chino, manifiestan una
particular vivacidad de vida cristiana, de testimonio de fe y de iniciativas pastorales.
Me consuela comprobar que, no obstante las dificultades pasadas y presentes, los Obispos,
los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles laicos han mantenido una profunda
conciencia de ser miembros vivos de la Iglesia universal, en comunión de fe y vida
con todas las comunidades católicas esparcidas por el mundo. En su corazón, ellos
saben qué quiere decir ser católicos. Y es precisamente de este corazón católico del
que tiene que nacer también el compromiso de hacer efectivo y manifiesto, tanto dentro
de cada comunidad como en las relaciones entre las diversas comunidades, ese espíritu
de comunión, comprensión y perdón que —como se ha dicho antes (cf. n. 5, párr. 4o,
y n. 6)— es el sello visible de una auténtica existencia cristiana. Estoy seguro de
que el Espíritu de Cristo, así como ha ayudado a las comunidades a mantener viva la
fe en tiempos de persecución, ayudará también hoy a todos los católicos a crecer en
la unidad.
Como ya hice presente (cf. n. 2, párr. 1o, y n. 4, párr. 1o), los
miembros de las comunidades católicas en vuestro País —especialmente los Obispos,
presbíteros y personas consagradas— no pueden aún, lamentablemente, vivir y expresar
en plenitud, y de manera también visible, ciertos aspectos de su pertenencia a la
Iglesia y de su comunión jerárquica con el Papa, al tener normalmente impedidos unos
contactos libres con la Santa Sede y con las otras comunidades católicas en los diversos
Países. Es verdad que en los últimos años la Iglesia goza, respecto al pasado, de
una mayor libertad religiosa. Sin embargo, no se puede negar que sigue habiendo graves
limitaciones que afectan al corazón de la fe y que, en cierta medida, ahogan la actividad
pastoral. A este propósito renuevo el deseo (cf. n. 4, párr. 2o- 4o) de que mediante
un diálogo respetuoso y abierto entre la Santa Sede y los Obispos chinos, por un lado,
y las Autoridades gubernativas, por otro, se puedan superar las dificultades mencionadas
y se llegue así a un acuerdo provechoso en favor de la comunidad católica y de la
convivencia social.
Sacerdotes 13. Quisiera dirigir además unas
palabras especiales y una invitación a los sacerdotes —de modo particular a los ordenados
en los últimos años— que han emprendido el camino del ministerio pastoral con mucha
generosidad. Considero que la situación eclesial y socio-política actual hace cada
vez más apremiante la exigencia de sacar luz y fuerza de las fuentes de la espiritualidad
sacerdotal, que son el amor de Dios, el seguimiento incondicional de Cristo, la pasión
por el anuncio del Evangelio, la fidelidad a la Iglesia y el servicio generoso al
prójimo.48 ¿Cómo no recordar a este respecto, como estímulo para todos, las figuras
luminosas de Obispos y sacerdotes que en los años difíciles del pasado reciente han
testimoniado un amor indefectible a la Iglesia, incluso con la entrega de su propia
vida por ella y por Cristo?
¡Queridos sacerdotes! Vosotros que soportáis «
el peso del día y el bochorno » (Mt 20,12), que habéis puesto la mano en el arado
y no habéis vuelto la vista atrás (cf. Lc 9,62), pensad en aquellos lugares en los
que los fieles esperan con ansiedad un sacerdote y donde desde hace muchos años, sintiendo
su falta, desean incesantemente su presencia. Sé bien que entre vosotros hay sacerdotes
que han debido afrontar tiempos y situaciones difíciles, asumiendo posiciones no siempre
aceptables desde un punto de vista eclesial y que, a pesar de todo, desean volver
a la plena comunión con la Iglesia. En el espíritu de esa profunda reconciliación
a la que mi venerado Predecesor ha invitado repetidamente a la Iglesia en China,49
me dirijo a los Obispos que están en comunión con el Sucesor de Pedro, para que valoren
con espíritu paternal caso por caso y den una justa respuesta a dicho deseo, recurriendo
—si fuera necesario— a la Sede Apostólica. Y, como signo de esta deseada reconciliación,
pienso que no hay gesto más significativo que el de renovar comunitariamente —con
ocasión de la jornada sacerdotal del Jueves Santo, como ocurre en la Iglesia universal,
o bien en otra circunstancia que se considere más oportuna— la profesión de fe, como
testimonio de que se ha logrado la plena comunión, para edificación del Pueblo santo
de Dios confiado a vuestros cuidados pastorales, y para alabanza de la Santísima Trinidad.
Soy
consciente, además, de que también en China, como en el resto de la Iglesia, surge
la necesidad de una adecuada formación permanente del clero. De aquí nace la invitación,
dirigida a vosotros, Obispos, como responsables de las comunidades eclesiales, a pensar
especialmente en el clero joven, sometido cada vez más a nuevos desafíos pastorales,
relacionados con la exigencia de la tarea de evangelizar una sociedad tan compleja
como es la sociedad china actual. Lo recordó el Papa Juan Pablo II: la formación permanente
de los sacerdotes « es una exigencia intrínseca del don y del ministerio sacramental
recibido, que es necesaria en todo tiempo, pero hoy particularmente urgente, no sólo
por los rápidos cambios de las condiciones sociales y culturales de los hombres y
los pueblos, en los que se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por
aquella ‘‘nueva evangelización'', que es la tarea esencial e improrrogable de la Iglesia
en este final del segundo milenio ».50
Vocaciones y formación religiosa 14.
Durante los últimos cincuenta años nunca ha faltado en la Iglesia en China un abundante
florecer de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Hay que dar gracias a
Dios por ello, porque se trata de un signo de vitalidad y es un motivo de esperanza.
Además, a lo largo de los años han surgido muchas congregaciones religiosas autóctonas.
Los Obispos y sacerdotes saben por experiencia lo insustituible que es la contribución
de las religiosas en la catequesis y en la vida parroquial en todas sus facetas; además,
la atención a los más necesitados, realizada colaborando también con las Autoridades
civiles locales, es expresión de la caridad y del servicio al prójimo, que son el
testimonio más creíble de la fuerza y vitalidad del Evangelio de Jesús. Pero soy
consciente de que este florecimiento no está exento de dificultades. Surge, pues,
la exigencia tanto de un discernimiento vocacional más cuidadoso por parte de los
responsables eclesiales como de una educación e instrucción más profunda de los aspirantes
al sacerdocio y a la vida religiosa. No obstante la precariedad de los medios disponibles,
para el futuro de la Iglesia en China es necesario poner una atención especial en
el cultivo de las vocaciones y en una formación más sólida en el aspecto humano, espiritual,
filosófico, teológico y pastoral, que se ha de impartir en los seminarios y en los
institutos religiosos.
A este respecto, merece una mención especial la formación
al celibato de los candidatos al sacerdocio. Es importante que aprendan a vivir y
estimar el celibato como don precioso de Dios y como signo eminentemente escatológico,
que da testimonio de un amor indiviso a Dios y a su pueblo, y que configura al sacerdote
con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. En efecto, dicho don expresa principalmente
« el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor »,51 y representa un valor
profético para el mundo de hoy.
Por lo que se refiere a la vocación religiosa,
en el contexto actual de la Iglesia en China es necesario que aparezcan cada vez más
luminosas sus dos dimensiones; es decir, por un lado, el testimonio del carisma de
la consagración total a Cristo mediante los votos de castidad, pobreza y obediencia
y, por otro, la respuesta a la exigencia de anunciar el Evangelio en las condiciones
histórico-sociales actuales del País.
Fieles laicos y familia 15.
En los tiempos más difíciles de la historia reciente de la Iglesia católica en China,
los fieles laicos han mostrado una plena fidelidad al Evangelio, tanto individualmente
como en el ámbito familiar, o como miembros de movimientos espirituales y apostólicos,
pagando incluso con su persona la propia fidelidad a Cristo. Vosotros, laicos, estáis
llamados también hoy a encarnar el Evangelio en vuestra vida y a dar testimonio a
través de un generoso y eficiente servicio para el bien del pueblo y el desarrollo
del País; y cumpliréis esta misión viviendo como ciudadanos honestos y comportándoos
como colaboradores activos y responsables en la difusión de la Palabra de Dios en
vuestro entorno, sea rural o urbano. Vosotros, que habéis sido testigos valientes
de la fe en tiempos recientes, seguid siendo la esperanza de la Iglesia para el futuro.
Esto exige de vosotros una participación cada vez más motivada en todos los ámbitos
de la vida de la Iglesia, en comunión con vuestros respectivos Pastores.
Puesto
que el porvenir de la humanidad pasa por la familia, creo indispensable y urgente
que los laicos promuevan sus valores y tutelen sus exigencias. Ellos, que por la fe
conocen plenamente el maravilloso designio de Dios sobre la familia, tienen una razón
más para asumir esta entrega concreta y comprometida. En efecto, « la familia es el
lugar normal donde las generaciones jóvenes alcanzan la madurez personal y social.
La familia encierra la herencia de la humanidad misma, dado que la vida pasa por ella
de generación en generación. La familia ocupa un lugar muy importante en las culturas
de Asia y, como subrayaron los Padres sinodales, los valores familiares como el respeto
filial, el amor y el cuidado de los ancianos y los enfermos, el amor a los pequeños
y la armonía, son tenidos en gran estima en todas las culturas y tradiciones religiosas
de ese continente ».52
Los valores mencionados forman parte del relevante contexto
cultural chino, pero tampoco faltan en vuestra tierra fuerzas que influyen negativamente
y de diversas maneras en la familia. Por eso la Iglesia en China, consciente de que
el bien de la sociedad y de ella misma está estrechamente relacionado con el bien
de la familia,53 ha de sentir de un modo más vivo y urgente su misión de proclamar
a todos el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, asegurando su plena
vitalidad.54
Iniciación cristiana de los adultos 16. En la historia
reciente de la Iglesia católica en China ha habido un número elevado de adultos que
se han acercado a la fe gracias también al testimonio de la comunidad cristiana local.
Vosotros, Pastores, estáis llamados a cuidar de manera particular su iniciación cristiana
mediante un periodo apropiado y serio de catecumenado que los ayude y prepare para
llevar su vida como discípulos de Jesús.
A este respecto, recuerdo que la evangelización
nunca es mera comunicación intelectual, sino también experiencia de vida, purificación
y transformación de toda la existencia, y camino en comunión. Sólo así se establece
una justa relación entre pensamiento y vida.
Mirando al pasado, se debe constatar
por desgracia que muchos adultos no siempre han sido iniciados suficientemente en
la verdad íntegra de la vida cristiana, y tampoco han conocido la riqueza de la renovación
aportada por el Concilio Vaticano II. Por tanto, parece necesario y urgente ofrecerles
una formación cristiana sólida y profunda, incluso en la forma de un catecumenado
postbautismal.55
Vocación misionera 17. La Iglesia, misionera siempre
y en todas partes, está llamada a proclamar y dar testimonio del Evangelio. También
la Iglesia en China debe sentir en su corazón el ardor misionero de su Fundador y
Maestro.
Dirigiéndose a los jóvenes peregrinos en el Monte de las Bienaventuranzas,
durante el Año Santo 2000, Juan Pablo II dijo: « En el momento de su Ascensión, Jesús
encomendó a sus discípulos una misión y les dio una garantía: ‘‘Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
(...). Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo''
(Mt 28,18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Cristo han cumplido esta
misión. Ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a vosotros. Toca a vosotros
ir al mundo a predicar el mensaje de los diez mandamientos y de las bienaventuranzas.
Cuando Dios habla, habla de cosas que son muy importantes para cada persona, para
todas las personas del siglo XXI, del mismo modo que lo fueron para las del siglo
I. Los diez mandamientos y las bienaventuranzas hablan de verdad y bondad, de gracia
y libertad: de todo lo que es necesario para entrar en el reino de Cristo ».56
Ahora
os corresponde a vosotros, discípulos chinos del Señor, ser apóstoles valientes de
ese Reino. Estoy seguro de que vuestra respuesta será grande y generosa.
CONCLUSIÓN
Revocación
de las facultades y de las directrices pastorales 18. Considerando en primer
lugar algunas transformaciones positivas de la situación de la Iglesia en China; en
segundo lugar las mayores oportunidades y facilidades en las comunicaciones y, por
último, las peticiones que varios Obispos y sacerdotes han dirigido aquí, con la presente
Carta revoco todas las facultades que fueron concedidas para afrontar exigencias pastorales
particulares, surgidas en tiempos realmente difíciles.
Dígase lo mismo de todas
las directrices de orden pastoral, pasadas y recientes. Los principios doctrinales
que las inspiraron tienen ahora una nueva aplicación en las directrices contenidas
en la presente Carta.
Jornada de oración por la Iglesia en China 19.
Queridos Pastores y fieles, el día 24 de mayo, que está dedicado a la fiesta litúrgica
de la Santísima Virgen María, Auxilio de los Cristianos —y que es venerada con tanta
devoción en el santuario mariano de Sheshan en Shanghai—, podría llegar a ser en el
futuro una ocasión para los católicos de todo el mundo para unirse en oración con
la Iglesia en China.
Deseo que esta fecha sea para vosotros un día de oración
por la Iglesia en China. Os exhorto a celebrarla renovando vuestra comunión de fe
en Jesús, Nuestro Señor, y vuestra fidelidad al Papa, rogando para que la unidad entre
vosotros sea cada vez más profunda y visible. Os recuerdo además el mandamiento del
amor que Jesús nos dio, de amar a nuestros enemigos y rogar por los que nos persiguen,
además de la invitación del apóstol san Pablo: « Te ruego, lo primero de todo, que
hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres,
por los reyes y por todos los que están en el mundo, para que podamos llevar una vida
tranquila y apacible, con toda piedad y decoro. Eso es bueno y grato ante los ojos
de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad » (1 Tm 2,1-4).
En esta misma Jornada, los católicos
en el mundo entero —en particular los de origen chino— han de mostrar su solidaridad
y solicitud fraterna por vosotros, pidiendo al Señor de la historia el don de la perseverancia
en el testimonio, seguros de que vuestros sufrimientos pasados y presentes por el
santo Nombre de Jesús y vuestra intrépida lealtad a su Vicario en la tierra serán
premiados, aunque a veces todo pueda parecer un triste fracaso.
Saludo final 20.
Al final de esta Carta os deseo, queridos Pastores de la Iglesia católica en China,
sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, que estéis llenos de alegría « aunque
de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de
vuestra fe —de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego—
llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo » (1 P 1,6-7).
Que
María Santísima, Madre de la Iglesia y Reina de China, que en la hora de la Cruz,
en el silencio de la esperanza, supo esperar la mañana de la Resurrección, os acompañe
con solicitud maternal e interceda por todos vosotros junto con San José y con los
numerosos Santos Mártires chinos.
Os tengo presentes constantemente en mis
oraciones y, pensando con afecto en los ancianos, los enfermos, los niños y los jóvenes
de vuestra noble Nación, os bendigo de corazón.
Dado en Roma, junto a San Pedro,
el 27 de mayo, solemnidad de Pentecostés, del año 2007, tercero de mi Pontificado.
1Ángelus
del 26 de diciembre de 2006: « Con especial cercanía espiritual, pienso también en
los católicos que mantienen su fidelidad a la Sede de Pedro sin ceder a componendas,
a veces incluso a costa de graves sufrimientos. Toda la Iglesia admira su ejemplo
y ruega para que tengan la fuerza de perseverar, sabiendo que sus tribulaciones son
fuente de victoria, aunque por el momento pueden parecer un fracaso »: L'Osservatore
Romano, ed. en lengua española (29 diciembre 2006), p. 2.
2Conc. Ecum. Vat.
II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 10.
3Mensaje
Con íntima alegría a los participantes en el Congreso Internacional sobre « Mateo
Ricci: para un diálogo entre China y Occidente » (24 octubre 2001), 4: L'Osservatore
Romano, ed. en lengua española (2 noviembre 2001), p. 5.
4Cf. Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre 1999), 7: AAS 92 (2000), 456.
5Cf.
ibíd., nn. 19 y 20: AAS 92 (2000), 477-482.
6Cf. Juan Pablo II, Discurso a
la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia (Manila 15 enero 1995), 11:
L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (20 enero 2005), p. 16.
7Juan
Pablo II, Cart. ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 1: AAS 93 (2001), 266.
8Audiencia
General, 23 agosto 2006: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (25 agosto 2006),
p. 12.
9Juan Pablo II, Mensaje Con íntima alegría a los participantes en el
Congreso Internacional sobre « Matteo Ricci: para un diálogo entre China y Occidente
» (24 octubre 2001), 6: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (2 noviembre
2001), p. 5.
10Ibíd.
11 Cf. Fonti Ricciane, a cargo de Pasquale M. D'Elia,
S.I., vol. 2, Roma 1949, n. 617, p. 152.
12Mensaje Con íntima alegría a los
participantes en el Congreso Internacional sobre « Matteo Ricci: para un diálogo entre
China y Occidente » (24 octubre 2001), 4: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española
(2 noviembre 2001), p. 5.
13Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia
en el mundo actual, 76.
14Carta enc. Deus caritas est (25 noviembre 2005),
28: AAS 98 (2006), 240; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre
la Iglesia en el mundo actual, 76.
15Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.
Lumen gentium, sobre la Iglesia, 26.
16Ibíd. 23.
17Cf. Congregación
para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio a los Obispos de la Iglesia católica
sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (28 mayo 1992), 11-14:
AAS 85 (1993), 844-847.
18Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,
sobre la Iglesia, 23.
19Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis
notio a los Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada
como comunión (28 mayo 1992), 13: AAS 85 (1993), 846.
20Exhort. ap. postsinodal
Sacramentum caritatis (22 febrero 2007), 6: « La fe de la Iglesia es esencialmente
fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe
y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que
suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia
con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos: ‘‘La fe se expresa en el
rito y el rito refuerza y fortalece la fe''. Por eso, el Sacramento del altar está
siempre en el centro de la vida eclesial; ‘‘gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace
siempre de nuevo''. Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto
más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente
a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia misma de la Iglesia
es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento
de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo »: L'Osservatore
Romano, ed. en lengua española (16 febrero 2007), p. 5.
21Carta ap. Novo millennio
ineunte (6 enero 2001), 42: AAS 93 (2001), 296; cf. Benedicto XVI, Carta enc. Deus
caritas est (25 dicembre 2005), 12: « Este actuar de Dios adquiere ahora su forma
dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la ‘‘oveja perdida'',
la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor
que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale
al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino
que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza
ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo:
esto es amor en su forma más radical »: AAS 98 (2006), 228.
22Audiencia General
(5 abril 2006): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española, 8 abril 2006, p. 4.
23Tendría
que ser iluminadora para todos la experiencia vivida por la Iglesia antigua en tiempo
de las persecuciones, así como la enseñanza dada a este respecto precisamente por
la Iglesia de Roma, que, excluyendo las posiciones rigoristas de los Novacianos y
de los Donatistas, exhortaba a la generosidad del perdón y de la riconciliación para
aquellos que, habiendo apostatado (los ‘‘lapsi'') durante las persecuciones, deseaban
ser readmitidos en la comunión de la Iglesia.
24Juan Pablo II, Mensaje En vísperas
a los católicos de China (8 dicembre 1999), 6: L'Osservatore Romano, ed. en lengua
española, 17 diciembre 1999, p. 5.
25Cf. Mt 4,8-10; Jn 6,15.
26Cf. Is
42, 1-4.
27Cf. Jn 18,37.
28Cf. Mt 26,51-53; Jn 18,36.
29Declaración
Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 11.
30Audiencia General (5
abril 2006): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española, 7 abril 2006, p. 12.
31Const.
past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 28.
32Audiencia
General (5 abril 2006): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española, 7 abril 2006,
p. 12.
33Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 174; cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, 857 y 869.
34Juan Pablo II, Carta ap. Apostolos suos
(21 mayo 1998), 10: AAS 90 (1998), 648.
35Cf. Código de Derecho Canónico, can.
447.
36Estatutos de la Asociación Patriótica Católica China (Chinese Catholic
Patriotic Association, CCPA), 2004, art. 3.
37Homilía para el Jubileo de los
Obispos (8 octubre 2000), 5: AAS 93 (2001), 28; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Christus
Dominus, sobre la función pastoral de los Obispos, 6.
38Homilía para el Jubileo
de los Obispos (8 octubre 2000), 4: AAS 93 (2001), 27; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto
Christus Dominus, sobre la función pastoral de los Obispos, 11.
39Audiencia
a los Obispos ordenados en los últimos doce meses, 21 septiembre 2006: AAS 98 (2006),
696.
40Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 21;
cf. también Código de Derecho Canónico, can. 375 § 2.
41Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 22; cf. también « Nota explicativa previa », 2. 42China
Catholic Bishops' College (CCBC).
43De rango universal véanse, por ejemplo,
las disposiciones del art. 18, párrafo 1, del International Covenant on Civil and
Political Rights del 16 de diciembre de 1966 (« Everyone shall have the right to freedom
of thought, conscience and religion. This right shall include freedom to have or to
adopt a religion or belief of his choice, and freedom, either individually or in community
with others and in public or private, to manifest his religion or belief en worship,
observance, practice and teaching ») y la interpretación, vinculante para los Estados
Miembros, que ha hecho el Comité de los Derechos del hombre de las Naciones Unidas
en el General Comment, No 22 (n. 4), del 30 de julio de 1993 (« the practice and teaching
of religion or belief includes acts integral to the conduct by religious groups of
their basic affairs, such as the freedom to choose their religious leaders, priests
and teachers, the freedom to establish seminaries or religious schools and the freedom
to prepare and distribute religious texts or publications »).
De ámbito regional
véanse, por ejemplo, los siguientes compromisos asumidos en la Reunión de Viena de
los Representantes de los Estados participantes en la Conferencia sobre la Seguridad
y la Cooperación en Europa (CSCE): « A fin de asegurar la libertad de la persona de
profesar y practicar una religión o creencia, los Estados participantes, inter alia,
[...] respetarán el derecho de esas comunidades religiosas a [...] organizarse de
conformidad con su propia estructura jerárquica e institucional; [...] elegir, nombrar
y sustituir a su personal de conformidad con sus necesidades y normas respectivas,
así como con cualquier acuerdo libremente establecido entre tales comunidades y su
Estado » (Documento Conclusivo de 1989, Principio n. 16 de la sección « Cuestiones
relativas a la seguridad en Europa »).
Cf. también Conc. Ecum. Vat. II, Decl.
Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 4.
44Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Decreto Christus Dominus, sobre la función pastoral de los obispos, 20.
45A
este respecto, véanse las correspondientes normas del Código de Derecho Canónico (cf.
can. 378).
46Const. Dogm Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
47Cf.
Código de Derecho Canónico, cann. 265-272.
48Para una reflexión sobre la doctrina
y espiritualidad del sacerdocio y sobre el carisma del celibato remito a mi Discurso
a la Curia Romana (22 diciembre 2006): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española,
29 diciembre 2006, p. 7.
49Cf. Juan Pablo II, Mensaje a la Iglesia que está
en China en el 70o aniversario de la ordenación en Roma del primer grupo de obispos
chinos y el 50o aniversario de la jerarquía eclesiástica en China, 4: AAS 89 (1997),
256.
52Juan Pablo II, Exhort.
ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre 1999), 46: AAS 92 (2000), 521; cf. Benedicto
XVI, V Encuentro mundial de las familias, en España (Valencia, 8 julio 2006): « La
familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la
sociedad y un gran tesoro de los esposos durante toda su vida. Es un bien insustituible
para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de
los padres. Proclamar la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como
Iglesia doméstica y santuario de la vida, es una gran responsabilidad de todos [...].
Cristo ha revelado cuál es siempre la fuente suprema de la vida para todos y, por
tanto, también para la familia: ‘‘Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos''
(Jn 15, 12-13). El amor de Dios mismo se ha derramado sobre nosotros en el bautismo.
De ahí que las familias están llamadas a vivir esa calidad de amor, pues el Señor
es quien se hace garante de que eso sea posible para nosotros a través del amor humano,
sensible, afectuoso y misericordioso como el de Cristo »: AAS 98 (2006), 591-592.
53Cf.
Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
47.
54Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981),
3: AAS 74 (1982), 84.
55Como han dicho los Padres sinodales de la Séptima Asamblea
ordinaria del Sínodo de los Obispos (1-30 octubre 1987), en la formación de los cristianos
« puede servir de ayuda también [...] una catequesis postbautismal a modo de catecumenado,
que vuelva a proponer algunos elementos del ‘‘Ritual de la Iniciación Cristiana de
Adultos'', destinados a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del Bautismo ya
recibido »: Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre
1988), 61: AAS 81 (1989), 514; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1230-1231. 56Homilía
en el Monte de las Bienaventuranzas (Israel, 24 marzo 2000), 5: L'Osservatore Romano,
ed. en lengua española, 25 marzo 2000, p. 5.
PRIMERA
PARTE SITUACIÓN DE LA IGLESIA ASPECTOS TEOLÓGICOS Globalización, modernidad
y ateísmo [3] . . 5 Disponibilidad para un diálogo respetuoso y constructivo [4]
. . . . . . . . . . . 8 Comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia
universal [5] . . . . . . . . . 12 Tensiones y divisiones dentro de la Iglesia:
perdón y reconciliación [6] . . . . . . . . 15 Comunidades eclesiales y organismos
estatales: relaciones que se han de vivir en la verdad y en la caridad [7] . . . .
. . . . . . . 20 El Episcopado chino [8] . . . . . . . . . 26 Nombramiento de
los Obispos [9] . . . . . 34
SEGUNDA PARTE ORIENTACIONES DE VIDA PASTORAL Sacramentos,
gobierno de las diócesis, parroquias [10] . . . . . . . . . . . . . 37 Provincias
eclesiásticas [11] . . . . . . . . 40 Comunidades católicas [12] . . . . . . .
. 41 Sacerdotes [13] . . . . . . . . . . . . 42 Vocaciones y formación religiosa
[14] . . . . 45 Fieles laicos y familia [15] . . . . . . . . 47 Iniciación cristiana
de los adultos [16] . . . 49 Vocación misionera [17] . . . . . . . . . 50
CONCLUSIÓN Revocación
de las facultades y de las directrices pastorales [18] . . . . . . . . . 52 Jornada
de oración por la Iglesia en China [19] 52 Saludo final [20] . . . . . . . . .
. . . 54