El Papa impone el palio a 46 arzobispos metropolitanos y recuerda que Jesús no es
el fundador de una religión o un profeta, sino el Mesías
Viernes, 29 jun (RV).- Benedicto XVI ha presidido esta mañana la Santa Misa en la
Basílica vaticana en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, patronos
de Roma y “columnas de la Iglesia Universal”. Durante la solemne y tradicional ceremonia
litúrgica, el Santo Padre ha impuesto el "palio" a 46 arzobispos metropolitanos. Otros
cinco arzobispos, por distintos motivos, lo recibirán en sus respectivas sedes. El
Palio, símbolo de comunión con el Obispo de Roma, es una estola de lana blanca con
seis cruces de seda negra bordadas longitudinalmente, signo litúrgico exclusivo de
los Papas hasta que lo concedieron a los obispos que habían recibido de Roma una especial
jurisdicción.
En su homilía Benedicto XVI, ha vuelto a insistir sobre los temas
fundamentales del cristianismo, hablando en particular de la naturaleza divina de
Cristo, “Dios en la tierra”, y subrayando la “unicidad” de su persona ha señalado
que “hay dos modos de conocer a Jesús: uno superficial”, como lo veía la multitud
que asistía a ver sus milagros; y “otro, como lo veían los discípulos, más penetrante
y auténtico”.
“La gente pensaba que Jesús era un profeta. Esto no era falso,
pero era insuficiente, inadecuado”, ha aclarado el Papa. Se trata, en efecto, de profundizar,
de reconocer la singularidad de la persona de Jesús de Nazaret, su novedad. También
hoy es así, ha señalado: “muchos se acercan a Jesús desde el exterior. Grandes estudiosos
reconocen su estatura espiritual y moral, y su influjo sobre la historia de la humanidad,
comparándolo a Buda, Confucio, Sócrates y otros sapientes y grandes personajes de
la historia. No llegan, sin embargo, a reconocerle en su unicidad”.
Hablando
de la profesión de fe de san Pedro, Benedicto XVI ha continuado explicando que “Jesús,
a menudo, es considerado también como uno de los grandes fundadores de religiones,
del cual cada uno puede tomar alguna cosa para formase una propia convicción”. Como
entonces, hoy la gente tiene opiniones distintas sobre Jesús. Y como entonces también
a nosotros, discípulos de hoy, Jesús nos repite la pregunta: “Y vosotros quién decís
que soy yo”. “Queremos hacer nuestra -ha afirmado el Pontífice- la respuesta de Pedro:
Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
También hoy, como en los tiempos de
Jesús, no basta poseer la justa confesión de fe: es necesario siempre aprender de
nuevo del Señor su propia manera de ser el Salvador y el camino por el cual tenemos
que seguirlo. “Debemos de reconocer, de hecho –ha proseguido el Pontífice- que también
para el creyente, la Cruz es siempre dura de aceptar. El instinto nos empuja a evitarla,
y el tentador nos induce a pensar que sea más sabio preocuparnos en salvarnos a nosotros
mismos, antes que perder la propia vida por fidelidad al amor, por fidelidad al Hijo
de Dios, hecho hombre".
¿Pero cuál era la cosa difícil de aceptar para la gente
a la que Jesús hablaba? ¿Qué es lo que continúa siendo tan difícil, para la gente
de hoy? Se ha preguntado el Papa: difícil de aceptar es el hecho de que Cristo pretenda
ser, no solamente uno de los profetas, sino el Hijo de Dios, y revindique para sí
la misma autoridad de Dios. Escuchándolo predicar, viéndolo curar a los enfermos,
evangelizar a los pequeños y a los pobres, reconciliar a los pecadores, los discípulos
llegaron poco a poco a comprender que Él era el Mesías, en el sentido más alto de
la palabra, es decir, no sólo un hombre enviado por Dios, sino Dios mismo hecho hombre.
“Claramente
todo esto superaba su capacidad de entender, podían llamarle Hijo de Dios, Señor,
pero para llegar a ser verdaderos aquellos títulos debían ser descubiertos en su verdad
más profunda, ha afirmado el Papa. Y la fe de los discípulos ha debido adecuarse,
progresivamente, como una peregrinación: que tiene su momento inicial en la experiencia
del Jesús histórico, que encuentra su fundamento en el misterio pascual, pero que
debe después avanzar aún más, gracias a la acción del Espíritu Santo.
Así
ha sido la fe de la Iglesia en el curso de su historia, así es la fe de los cristianos
de hoy. Sólidamente apoyada sobre la “roca” de Pedro, es una peregrinación hacia la
plenitud de aquella verdad que el Pescador de Galilea profesó con apasionada convicción.
A Pedro, luego, confió una tarea particular, reconociendo de esta manera en él un
especial don de fe del Padre celestial. “Todo esto, evidentemente, fue después iluminado
por la experiencia pascual, pero permaneciendo siempre firmemente anclado en los eventos
precedentes a la Pascua –ha señalado el Santo Padre- El paralelismo entre Pedro y
Pablo es sugestivo, pero no puede disminuir la importancia del camino histórico de
Simón con su Maestro y Señor, que desde el principio le atribuyó la característica
de ‘roca’ sobre la cual habría edificado su nueva comunidad, su Iglesia”.
Han
participado en la ceremonia eucarística de hoy en la Basílica de san Pedro una nutrida
delegación que ha enviado el Patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé I, así
como otros representantes de las iglesias ortodoxas. El Papa ha empezado su homilía
recordando las vísperas de ayer tarde en la basílica de san Pablo extramuros donde
anunció un año paulino en ocasión del bimilenario del nacimiento del apóstol de los
gentiles.