Escuchar el programa Viernes, 11 may
(RV).- Estamos en el mes de mayo, mes dedicado a María, madre nuestra y por ello
queremos retomar en estas reflexiones los elementos que los obispos de América latina
han reseñado en el documento preparatorio a la V Conferencia General del Episcopado
que se celebra por estos días en la ciudad de Aparecida, en Brasil.
En la
vida de la Iglesia se destaca la figura de la Virgen María, venerada como Madre de
Jesús y Madre de la Iglesia. Desde el comienzo de la evangelización, son incontables
las comunidades que han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender
cómo ser discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo constatamos que se ha hecho parte
del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de
su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente.
Las
diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente
Americano, testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo,
manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece
y ellos la sienten como madre y hermana. La historia de la mayoría de los santuarios
marianos del Continente, desde Guadalupe hasta Aparecida, testimonian el cariño especial
de María por los pequeños e insignificantes de este mundo.
La devoción mariana
presente en Latinoamérica, con su multitud de expresiones culturales, nos dice que
el Evangelio se ha inculturado en las facciones indias, criollas, negras y mestizas
con las que se presenta a la Virgen, revelando en ello el rostro compasivo y materno
de Dios hacia su pueblo.
Recordemos que el papa Juan Pablo II la llamó “Madre
y Evangelizadora de América” e invitó a implorar de ella “la fuerza para anunciar
con valentía la Palabra en la tarea de la nueva evangelización, para corroborar la
esperanza en el mundo”. Hoy también, con el ejemplo y el auxilio de la Virgen, las
comunidades cristianas latinoamericano continúan la misión de conducir al encuentro
con Cristo y, por eso, la invocan como Estrella de la evangelización.
A los
ojos y al corazón de los creyentes, María aparece como: Mujer de fe, que acoge
y hace suyo el proyecto del Padre. Con su “sí” invita a abrir el corazón a la confianza
en Dios y al abandono confiado en su providente conducción. En ella los creyentes
aprendimos a descubrir el rostro materno de Dios, y a confiar en su amor paternal.
Pero Maria es también a nuestros ojos Mujer servicial y solidaria. Con
los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea, María
ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad
que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál es la pedagogía
para que los pobres, en cada comunidad cristiana, “se sientan como en su casa”.
No
cabe duda que María es símbolo de esperanza. Junto a la Cruz de Jesús donde nos engendró
nuevamente como hijos, sigue acompañando el dolor de nuestros pueblos sufrientes,
invitando a los discípulos de su Hijo a recorrer con mayor coherencia y audacia el
camino de hacerse prójimos, a construir más justicia y solidaridad, y a desplegar
una nueva “imaginación de la caridad”.
La madre de Dios crea comunión
y educa a un estilo de vida compartida, en fraternidad, en atención y acogida del
otro, especialmente si es pobre o necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte
presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia
y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la comunión”, y en
espacio espiritual que prepara para la misión.