2007-05-11 16:05:51

Reflexiones en familia


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Viernes, 11 may (RV).- Estamos en el mes de mayo, mes dedicado a María, madre nuestra y por ello queremos retomar en estas reflexiones los elementos que los obispos de América latina han reseñado en el documento preparatorio a la V Conferencia General del Episcopado que se celebra por estos días en la ciudad de Aparecida, en Brasil.

En la vida de la Iglesia se destaca la figura de la Virgen María, venerada como Madre de Jesús y Madre de la Iglesia. Desde el comienzo de la evangelización, son incontables las comunidades que han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo constatamos que se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente.

Las diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente Americano, testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana. La historia de la mayoría de los santuarios marianos del Continente, desde Guadalupe hasta Aparecida, testimonian el cariño especial de María por los pequeños e insignificantes de este mundo.

La devoción mariana presente en Latinoamérica, con su multitud de expresiones culturales, nos dice que el Evangelio se ha inculturado en las facciones indias, criollas, negras y mestizas con las que se presenta a la Virgen, revelando en ello el rostro compasivo y materno de Dios hacia su pueblo.

Recordemos que el papa Juan Pablo II la llamó “Madre y Evangelizadora de América” e invitó a implorar de ella “la fuerza para anunciar con valentía la Palabra en la tarea de la nueva evangelización, para corroborar la esperanza en el mundo”. Hoy también, con el ejemplo y el auxilio de la Virgen, las comunidades cristianas latinoamericano continúan la misión de conducir al encuentro con Cristo y, por eso, la invocan como Estrella de la evangelización.

A los ojos y al corazón de los creyentes, María aparece como: Mujer de fe, que acoge y hace suyo el proyecto del Padre. Con su “sí” invita a abrir el corazón a la confianza en Dios y al abandono confiado en su providente conducción. En ella los creyentes aprendimos a descubrir el rostro materno de Dios, y a confiar en su amor paternal.

Pero Maria es también a nuestros ojos Mujer servicial y solidaria. Con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea, María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, “se sientan como en su casa”.

No cabe duda que María es símbolo de esperanza. Junto a la Cruz de Jesús donde nos engendró nuevamente como hijos, sigue acompañando el dolor de nuestros pueblos sufrientes, invitando a los discípulos de su Hijo a recorrer con mayor coherencia y audacia el camino de hacerse prójimos, a construir más justicia y solidaridad, y a desplegar una nueva “imaginación de la caridad”.

La madre de Dios crea comunión y educa a un estilo de vida compartida, en fraternidad, en atención y acogida del otro,
especialmente si es pobre o necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la comunión”, y en espacio espiritual que prepara para la misión.

Texto: Alma García
Locución: Alina Tufani Díaz








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