Beatificada en España la Madre Carmen del Niño Jesús, fundadora de la Congregación
de las religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones
Domingo, 6 may (RV).- Este domingo, la ciudad de Antequera ha vivido un día muy especial.
Se trata de la beatificación de Mª del Carmen González Ramos, Madre Carmen del Niño
Jesús, en su ciudad natal. Por encargo de Benedicto XVI, el Card. José Saraiva Martins,
Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, ha hecho público el documento,
mediante el cual el Santo Padre declara Beata a la Madre Carmen del Niño Jesús González
Ramos. El purpurado ha presidido la Santa Misa de la fundadora de la Congregación
de las religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones. Les ofrecemos a continuación
el texto íntegro de la Homilía.
V DOMINGO DE
PASCUA MADRE CARMEN DEL NIÑO JESÚS GONZÁLEZ RAMOS MISA DE LA BEATIFICACIÓN (Hch
14,21b-26; Ap 21, 1-5ª; Jn 13, 31-33ª.34-35) Excelentísimos Señores Obispos y hermanos
en el sacerdocio, religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones, distinguidas
autoridades, hermanas y hermanos en Nuestro Señor Jesucristo: Por encargo y delegación
del Papa Benedicto XVI, he tenido la dicha de hacer público el documento mediante
el cual el Santo Padre declara Beata a la Madre Carmen del Niño Jesús González Ramos
y nos encontramos reunidos en esta celebración eucarística para dar gracias a Dios
y compartir la alegría por la beatificación.
1. En el Evangelio de este domingo
V de Pascua hemos escuchado: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros
como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que
os amáis unos a otros» (Jn 13, 34-35). Son palabras de Jesús, dichas a sus discípulos
después de haberles lavado los pies en la Última Cena inmediatamente antes de su Pasión,
que hemos revivido hace un mes, el día de Jueves Santo.
Habla el Señor de un
mandamiento nuevo. ¿qué quiere decir nuevo? No significa que hasta entonces
fuera desconocido. Jesús mismo había recordado a aquel jefe del pueblo que amar a
Dios y al prójimo eran el mandamiento más grande de la Ley antigua (cfr. Mc 12, 28-31).
¿En qué sentido, entonces, es nuevo? Encontramos la novedad en dos aspectos:
En primer lugar, porque Jesucristo señala una nueva medida. Hasta entonces se había
dicho: amarás al prójimo como a ti mismo. Ahora el Señor indica que hemos de amarnos
como Él nos ha amado. Él ha amado a todos sin excepción, justos y pecadores, por todos
los hombres y por todas las mujeres dio su vida y murió en la Cruz. Disculpó incluso
a los que le habían condenado injustamente y pidió por ellos: «Padre, perdónales,
porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Hemos de amar al prójimo como Dios nos
ama, con el amor que recibimos de Dios mismo, amor que le ha llevado a hacernos hijos
suyos (cfr. 1 Jn 3,1).
Es también un mandamiento nuevo –y es éste el
segundo aspecto al que me refería–, porque el amor de Dios y del prójimo no es un
mandamiento más, sino que es el mandamiento esencial, aquel que resume y contiene
en sí todos los demás.
2. En la segunda lectura de esta Santa Misa hemos oído
las palabras de San Juan en el Apocalipsis: «vi un cielo nuevo y una tierra nueva».
Dios realizó por sí solo la creación, pero quiere contar con nosotros para la nueva
creación, la civilización del amor de la que tantas veces han hablado los Papas
recientes: una civilización del amor en la que se respeta la vida desde la concepción
hasta la muerte; una civilización del amor en la que la familia, fundada en el matrimonio
uno e indisoluble, sea el hogar amable y luminoso querido por el Señor; una civilización
del amor que impulsa hacia la verdad y la justicia e impregna la sociedad, sus instituciones
y las relaciones de todos los hombres.
La primera lectura de esta Santa Misa
–de los Hechos de los Apóstoles– nos narra como San Pablo y San Bernabé, después de
recorrer varias regiones y ciudades, regresan a Antioquía y reúnen a los cristianos
para informarles sobre «la misión que se les había encomendado... y para contarles
lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles las
puertas de la fe». La misión recibida llevaba a San Pablo y a San Bernabé a viajar
incansablemente para difundir el mensaje de Jesucristo, pero nos quedaríamos cortos
si nos limitásemos a contemplar admirados su ejemplo sin darnos cuenta de que también
nosotros –todos, sin excepción– hemos recibido con el bautismo la misión no sólo de
practicar personalmente el mandamiento del amor, sino también de propagarlo a nuestro
alrededor. Dios no nos pide que nos movamos de nuestro sitio ni que abandonemos nuestro
trabajo, pero sí quiere que cada uno de nosotros, allí donde estamos, difundamos con
el ejemplo de nuestra vida ordinaria y con nuestras palabras el tesoro de amor que
hemos recibido.
3. Los textos sagrados nos han mostrado cómo el amor a Dios
y al prójimo debe ser el Norte de nuestra vida. Esa enseñanza hay que aplicarla a
las circunstancias en las que nos desenvolvemos habitualmente, porque ése y no otro
es –no podemos dudarlo– el ámbito concreto en el que hemos de ponerla por obra.
Al
hacerlo, hemos de tener presente el modelo hecho vida en la nueva Beata, Madre Carmen
del Niño Jesús, pues ella, en los distintos momentos de su existencia en la tierra,
amó a Dios y a todas las personas con el amor de Jesucristo.
Desde los años
de su infancia y juventud la Beata Carmen practica una intensa vida de piedad. La
fuente inagotable donde aprende a vivir el mandamiento nuevo es la Eucaristía. Se
acerca a diario para recibir la Sagrada Comunión, cosa no frecuente en la época. Ahí
radica su fuerza. “El corazón eucarístico de Jesús, preso de amor en el Sagrario”
–como se expresa el Beato Obispo Manuel González– le enseña la verdadera entrega.
Por eso ella puede afirmar: “Los sufrimientos de esta vida me parecen nada, comparados
con la dicha de poder recibir diariamente a Jesús Sacramentado”.
Amor a Dios
y amor al prójimo son el ámbito de su vida real. “Nadie toma tan en serio la vida
real como el santo” (Romano Guardini, “El Señor”, VI, IX).
Y al crecer en ella
el amor a Jesús y su imitación en las diversas circunstancias de la vida, entendió
la misión a que Dios la enviaba: acercar a Jesús las almas que Él puso en su camino,
contar las maravillas del Señor “que tanto nos quiere”, enseñar a descubrirlo y amarlo.
Y, al mismo tiempo, enjugar las lágrimas de los pobres y enfermos llevándoles ayuda
y consuelo; atendiendo a la educación de niños y jóvenes, al cuidado de enfermos y
ancianos, a las jóvenes obreras, a los pequeños necesitados de cuidados.
Junto
a la Eucaristía, los Misterios de Belén y el Calvario iluminan el camino espiritual
de la nueva Beata y marcan su entrega a Dios y a los hermanos.
La contemplación
de la pobreza y humildad del Divino Nacimiento, la enseña a hacerse pequeña, a no
buscar grandezas materiales, a acoger con amor a los niños, sobre todo a los niños
pobres, y hacerles todo el bien que puede. “Mirad en los niños la presencia de Jesús
Infante”, dice a sus hermanas.
La Pasión del Señor, su Muerte redentora, es
también fuerza muy viva en Madre Carmen del Niño Jesús. La entrega suprema por amor
le da fuerza para superar los largos y difíciles años de su matrimonio, y también
los sufrimientos que hubo de soportar como fundadora. Cuando ella afirma que “la vida
del Calvario es la más segura y provechosa para el alma”, ha experimentado cómo el
amor a Jesucristo, que sufre y muere para salvarnos, da sentido al silencio y la paciencia
en las acusaciones y calumnias, al perdón generoso, al don de sí, a la docilidad constante
a la voluntad de Dios.
4. El Señor eligió Madre Carmen como instrumento para
que fuese reflejo de la morada de Dios con los hombres, para enjugar lágrimas, disminuir
el llanto, consolar en el dolor. Por el espíritu franciscano la dispuso a ser portadora
de Paz y Bien; por la devoción al Corazón de Jesús manso y humilde, la impulsó a “manifestar
a todos el amor que Dios nos tiene” (Cfr. Constituciones 5); en el Corazón Inmaculado
de María le enseñó “la actitud ante Dios y ante la vida” (Ib. 6). Y le inspiró la
fundación de un Instituto religioso para que su misión continuara en la Iglesia y
en el mundo más allá de sus años terrenos.
Esta Obra, la Congregación de Hermanas
Franciscanas de los Sagrados Corazones, cumple el próximo día 8, pasado mañana, 123
años de existencia. Nació en mayo, el “mes de María” , la más perfecta discípula de
Jesús, la que mejor nos enseña “a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos
llegar a ser capaces de un verdadero amor y a ser fuentes de agua viva en medio de
un mundo sediento” (Benedicto XVI: “Deus Caritas est”, 42). También en mayo, esta
tierra venera con fervor a Cristo Crucificado bajo la advocación de “Señor de la Salud
y de las Aguas”.
Hace 123 años que esta ciudad de Antequera recibe la bendición
que Dios envía a través de Madre Carmen y oye contar las obras que el Señor hace por
medio de la Congregación en diversas regiones de España y en diversos países de América:
República Dominicana, Nicaragua, Puerto Rico, Uruguay, Venezuela.
Es cierto
que “La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su
vida y actuación en Dios después de la muerte. En los Santos es evidente que, quien
va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos”
(Ib.).
Madre Carmen repetía “Bendito sea Dios, que tanto nos quiere”, en el
dolor y en el gozo. Y su alma no quería guardar ese tesoro para ella sola. Por eso
exclamaba: “Cuando miro al cielo, se acrecientan mis deseos de ir por esos mundos
a enseñar a las almas a conocer y amar a Dios”.
Hoy, quienes han recibido el
influjo del anhelo de Madre Carmen, se alegran al poder celebrar las obras grandes
que Dios ha hecho por medio de ella. Se alegran al experimentar que “nada hay más
hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo; nada
más bello que conocerle y comunicar a otros la amistad con él” (Benedicto XVI en la
Misa de inicio del Pontificado (S. C. 84).
Porque Madre Carmen tomó en serio
el amor de Dios y la misión a que Él la enviaba, porque obedeció el mandato “Amaos
unos a otros como yo os he amado”, el Señor ha querido mostrar que es “de los suyos”,
y ha concedido muchas gracias por su intercesión, entre ellas la curación milagrosa
de una Hermana. Por ello, nuestra Santa Madre Iglesia nos la presenta como modelo
y nos ofrece hoy el gozo de esta Solemne Ceremonia Eucarística de Beatificación.
Que
su santidad sea ejemplo para nuestra vida.
Antequera, 6 de mayo de 2007José
Cardenal SARAIVA MARTINS Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos