Mayo: Intención General para el Apostolado de la Oración
Miércoles, 2 may (RV).-«Para que, siguiendo el ejemplo de la Virgen María, todos los
cristianos, siempre atentos a los signos del Señor en su propia vida, se dejen guiar
por la Palabra de Dios». Es la Intención general para el Apostolado de la Oración
que presenta Benedicto XVI este mes de mayo, dedicado a la Madre de Dios.
Exhortación
que el Santo Padre no se cansa de repetir.... «¡Pidamos a la Virgen María que nos
ayude a seguir a Jesús, saboreando cada día la alegría de penetrar cada vez más en
su misterio!» (Benedicto XVI Ángelus, Domingo 15 de enero de 2006)
Buscar y
encontrar a Cristo, manantial inagotable de verdad y de vida: la palabra de Dios nos
invita a reanudar.... este camino de fe que nunca concluye: «Maestro ¿dónde vives?»,
preguntamos también nosotros a Jesús. Y Él nos responde: «Venid y lo veréis». Para
el creyente es siempre una búsqueda incesante y un nuevo descubrimiento. Porque Cristo
es el mismo ayer, hoy y siempre, pero nosotros, el mundo y la historia no somos nunca
los mismos. Es Él el que viene a nuestro encuentro para donarnos su comunión y la
plenitud de la vida.
Y para profundizar en la Intención general a la que invita
Benedicto XVI, le pedimos que nos acompañe idealmente con su Encíclica Dios es Amor:
( 41) «Entre los Santos, sobresale María, Madre del Señor y espejo de toda santidad.
El Evangelio de Lucas la muestra atareada en un servicio de caridad a su prima Isabel,
con la cual permaneció « unos tres meses » (1, 56) para atenderla durante el embarazo.
« Magnificat anima mea Dominum », dice con ocasión de esta visita —« proclama mi alma
la grandeza del Señor »— (Lc 1, 46), y con ello expresa todo el programa de su vida:
no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto
en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno.
María
es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a sí misma. Ella
es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1, 38. 48). Sabe que contribuye
a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a
disposición de la iniciativa de Dios. Es una mujer de esperanza: sólo porque cree
en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse
a ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una mujer de fe: « ¡Dichosa
tú, que has creído! », le dice Isabel (Lc 1, 45).
El Magníficat —un retrato
de su alma, por decirlo así— está completamente tejido por los hilos tomados de la
Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de
Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad.
Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra
suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además,
que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es
un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse
en madre de la Palabra encarnada.
María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo
podría ser de otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de
Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama. Lo
intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos evangélicos de la infancia.
Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la que
se encuentran los esposos, y lo hace presente a Jesús. Lo vemos en la humildad con
que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que
el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará
solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cf. Jn 2,
4; 13, 1). Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de
la cruz (cf. Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los
que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14).
42.
La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida
y actuación en Dios después de la muerte. En los Santos es evidente que, quien va
hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos.
En nadie lo vemos mejor que en María. La palabra del Crucificado al discípulo —a Juan
y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Jn
19, 27)— se hace de nuevo verdadera en cada generación. María se ha convertido efectivamente
en Madre de todos los creyentes. A su bondad materna, así como a su pureza y belleza
virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo
en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y
en su convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad; experimentan el amor
inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón. Los testimonios de gratitud,
que le manifiestan en todos los continentes y en todas las culturas, son el reconocimiento
de aquel amor puro que no se busca a sí mismo, sino que sencillamente quiere el bien.
La devoción de los fieles muestra al mismo tiempo la intuición infalible de cómo es
posible este amor: se alcanza merced a la unión más íntima con Dios, en virtud de
la cual se está embargado totalmente de Él, una condición que permite a quien ha bebido
en el manantial del amor de Dios convertirse a sí mismo en un manantial « del que
manarán torrentes de agua viva» (Jn 7, 38).
Como broche de oro para concluir
su Encíclica, Benedicto XVI recuerda que «María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué
es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva.» A ella confía la Iglesia
y su misión al servicio del amor, con esta oración:
«Santa María, Madre
de Dios, tú has dado al mundo la verdadera luz, Jesús, tu Hijo,
el Hijo de Dios. Te has entregado por completo a la llamada de
Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de
Él. Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Enséñanos a conocerlo
y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de
un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medio de un mundo
sediento».