Llamamiento de Benedicto XVI al concluir el Vía Crucis del Viernes Santo a rogar al
Señor por todos los que sufren en el mundo, “para que nos haga mensajeros de su Amor,
no sólo con palabras, sino con toda nuestra vida”
Sábado, 7 abr (RV).- Toda la cristiandad esparcida por el mundo se unió también este
año a su Pastor universal, ayer Viernes Santo, reviviendo en el Coliseo de Roma los
pasos de Jesús en la Vía Dolorosa. «Un itinerario que lleva a la colina de la crucifixión,
pero con la mirada puesta en la última meta, la luz pascual», señaló Mons. Gianfranco
Ravasi, que por invitación de Benedicto XVI fue el autor de las reflexiones.
Este
biblista, Prefecto de la Biblioteca-Pinacoteca Ambrosiana de Milán y miembro de la
Pontificia Comisión Bíblica, siguiendo la trama del relato de la Pasión según el evangelista
san Lucas, ofreció una mirada sobre la humanidad herida de hoy. Al concluir las catorce
estaciones, el Papa pronunció unas palabras antes de impartir la Bendición Apostólica.
Y siguiendo las huellas de Jesucristo, Benedicto XVI destacó la intención
de la práctica piadosa del Vía Crucis, en la que contemplamos al Dios hecho hombre
que quiere transformar nuestros corazones y cuyo amor no permanece impasible y alejado:
«Queridos hermanos y hermanas, siguiendo a Jesús en el camino de su pasión vemos no
sólo la pasión de Jesús, vemos a todos los que sufren en el mundo y ésta es la profunda
intención del rezo del Vía Crucis: ¡abrir nuestros corazones y ayudarnos a ver con
el corazón!».
Recordando que los Padres de la Iglesia consideraron siempre
la insensibilidad «como el mayor pecado del mundo pagano», el Papa evocó la profecía
de Ezequiel, que anuncia la promesa de Dios. «Os quitaré el corazón de piedra y os
daré un corazón de carne». Y es que convertirse a Cristo, ser cristiano, es «recibir
un corazón sensible al sufrimiento de los demás».
«Nuestro Dios –prosiguió
el Papa- no es un Dios lejano, intocable en su beatitud. Nuestro Dios tiene un corazón.
Aún más, tiene un corazón de carne. Se hizo carne, precisamente, para poder sufrir
con nosotros y estar con nosotros en nuestros sufrimientos. Se hizo hombre para darnos
un corazón de carne y despertar en nosotros el amor hacia los que sufren y hacia los
necesitados».
Con dulce, profunda y apremiante firmeza, Benedicto XVI invitó
a rezar por los que sufren en todo el mundo: «Roguemos en esta hora al Señor por todos
los que sufren en el mundo. Roguemos al Señor para que nos de verdaderamente un corazón
de carne. Para que nos haga mensajeros de su Amor, no sólo con palabras, sino con
toda nuestra vida. Amén».