Escuchar el programa Viernes, 6 abr
(RV).- Cuando hablamos del amor casi de inmediato lo asociamos con ternura, con afecto,
con sentimientos positivos, porque en definitiva hemos sentido que el amor nos permite
acariciar y cuidar de las personas a las que amamos: padres, hijos, hermanos, abuelos,
esposo. Sin embargo, pocas veces pensamos que el amor es también maravilloso cuando
puede ser un instrumento de acercamiento, de aceptación, de paz cuando amamos al prójimo,
a otros seres que no necesariamente conocemos.
Para hablar del tema, retomamos
los planteamientos de la trapista de familia, María Antonieta Solórzano quien en un
artículo señala que el amor es también la fuerza con la que podemos solucionar conflictos
dentro de una familia o en las fronteras de un país. Nos parece difícil suponer que
la justicia y la equidad, tanto en las relaciones intrafamiliares como en las sociales,
se derivan del ejercicio del amor.
Muchas veces escuchamos decir a alguien
que renuncia al amor, por los motivos que haya tenido, porque se sintió traicionado,
por abandono, en fin la experiencia que haya vivido, y entonces se vuelve hostil,
duro, indolente, como si por un momento olvidara que es un ser humano igual que sus
semejantes.
Cuando olvidamos que el amor es un sentimiento propio de los seres
humanos, independiente de sus lazos de sangre, afinidades o atracciones, entonces
se empiezan a construir barreras insalvables, las relaciones comienzan a girar sobre
imposibles, a partir de hechos o condiciones de convivencia insalvables: una esposa
que quiere que su marido siempre esté junto a ella, un padre que cree que puede decidir
de quién se enamoran los hijos, un jefe que piensa que su empleado debe dedicar todo
su tiempo a la empresa y postergar su vida de familia, una empresa que cree que puede
experimentar con sus descubrimientos poniendo en peligro la vida del planeta o la
de algunos seres humanos.
Y esto no sólo ocurre en las relaciones cotidianas,
lo vemos reflejado también en las relaciones internacionales entre las naciones, entre
grupos de diversas etnias y condiciones sociales, porque muchas personas consideran
que el amor, el afecto, los sentimientos presuponen una posición de debilidad, y eso
obstruye el logro de buenos objetivos, porque se asumen posiciones polarizadas. Cuando
eso sucede, pareciera –como asegura la terapeuta Antonieta Solórzano- que todos han
olvidado que son seres humanos con la responsabilidad de amar y sin el derecho de
someter al ser humano que tienen enfrente.
El amor es un sentimiento propio
de la condición humana, entonces el adagio popular que dice que “uno no da de lo que
no ha recibido”, es decir que las personas que no han recibido amor en sus hogares,
durante sus vidas no pueden dar amor. Esta creencia responde particularmente a la
incapacidad de reconocer en cada ser humano una fuente inagotable de comprensión,
de aceptación misma de nuestra propia condición human.
Es claro que cuando
hemos recibido cariño y respeto en nuestro medio familiar, es más fácil creer en el
amor, en el cariño como una forma de relacionarnos de manera efectiva y positiva con
los otros. Por ello, no hay duda que todos nosotros, no importa cuál sea nuestra historia,
en algún momento de la vida podemos descubrir en nuestro interior que somos capaces
de amar más allá de las fronteras de nuestra familia, y sentir la presencia de un
amor que nos impulse a la compasión, aun con aquellos que hemos considerado adversarios.
Y que mejor testimonio y ejemplo de ello que el amor y la entrega que Dios
hizo por los hombres. Ese legado de amor es el que nos impulsa como cristianos a ser
una familia en la fraternidad y la solidaridad. Sólo así será posible construir las
condiciones de justicia y de equidad que el presente y el futuro de la humanidad requieren.