Homilía del Papa en la Santa Misa in cena domini: “Jesús es el verdadero templo, el
templo vivo, en el que vive Dios, y en el que podemos encontrarnos con Dios y adorarle”
Viernes, 6 abr (RV).- “Jesús es el verdadero templo, el templo vivo, en el que vive
Dios, y en el que podemos encontrarnos con Dios y adorarle”. Estas palabras de Benedicto
XVI resonaron en la tarde de ayer, en la Basílica de San Juan de Letrán, donde el
Obispo de Roma inició, con la Santa Misa in cena domini, el Triduo Pascual.
El
Santo Padre inició su Homilía retomando la lectura del Libro del Éxodo en el que se
describe la celebración de la Pascua de Israel, una fiesta de conmemoración, de agradecimiento
y al mismo tiempo, de esperanza, que tiene como centro de la cena pascual, el cordero,
símbolo de la liberación de la esclavitud de Egipto. “El haggadah pascual -explicó
el Papa- que era parte integrante de la cena a base de cordero, es el recuerdo narrativo
de Dios que había liberado a Israel, un Dios más fuerte que el faraón, un Dios que
había personalmente tomado en sus manos la historia de su pueblo, una historia basaba
en la comunión con Dios”.
Hablando de la conmemoración de la Pascua de Israel,
el Santo Padre se refirió a las palabras de alabanza y de agradecimiento tomadas de
los Salmos, y que tenían como ápice la berakha, que en griego significa Eucaristía,
o sea, bendecir a Dios, acto que se convierte en una bendición para aquellos que lo
bendicen, por lo tanto, lo ofrecido y donado a Dios regresa bendecido al hombre. Y
aunque aún Israel, como pequeño pueblo en medio de grandes potencias, no había sido
liberado, “El recuerdo agradecido de la acción de Dios en el pasado se convertía al
mismo tiempo en súplica y esperanza: “¡culmina aquello que has comenzado! ¡Danos la
libertad definitiva!”.
Esta cena con sus múltiples significados, fue celebrada
por Jesús con los suyos en la noche antes de su Pasión. “Teniendo en cuenta este contexto
–señaló el Papa- debemos comprender la nueva Pascua, que ÉL nos dio en la Santa Eucaristía”.
Benedicto XVI refiriéndose a los relatos de los evangelistas hizo presente una aparente
contradicción que existe entre el Evangelio según san Juan y el de Mateo, Marcos y
Lucas. “Según san Juan -explicó el Papa- Jesús murió en la Cruz precisamente en el
momento en el que en el templo estaban siendo inmolados los corderos pascuales, entonces,
su muerte y su sacrificio coincidía con el de los corderos. Pero esto significaría
que Jesús murió en la vigilia de Pascua, y por lo tanto, no habría podido celebrar
personalmente la Cena pascual, en la que introdujo la novedad del don de su cuerpo
y de su sangre”.
Ante esta contradicción que hasta hace algunos años parecía
imposible de resolver, el Pontífice recordó que la mayoría de los exegetas consideraban
que Juan no había querido comunicarnos una verdadera fecha histórica de la muerte
de Jesús sino una fecha simbólica para hacer de este modo evidente la verdad más profunda:
“Jesús, es el nuevo y verdadero cordero que derramó su sangre por todos nosotros”.
Sin embargo, Benedicto XVI se refirió al descubrimiento de los escritos del
Qumran que han dado una posible solución convincente para considerar históricamente
correcto el relato de Juan. “Jesús -explicó el Papa- realmente derramó su sangre en
la vigilia de la Pascua en la hora de la inmolación de los corderos”. Pero Él celebró
la Pascua con sus discípulos probablemente según el calendario de Qumran, o sea un
día antes -la celebró sin cordero, como la comunidad de Qumran- que no reconocía el
templo de Herodes y esperaba un nuevo templo.
“¿Entonces, Jesús celebró la
Pascua sin cordero?”, se preguntó el Papa, “No –respondió- no sin cordero, en lugar
del cordero se donó a sí mismo, Su Cuerpo y Su Sangre”. Así anticipó su muerte de
manera coherente con Su palabra: “nadie me quita la vida, yo la ofrezco voluntariamente”.
En el momento en el cual ofrecía a los discípulos Su Cuerpo y Su Sangre, Él cumplía
realmente esta afirmación. Ha ofrecido Él mismo su propia vida. Sólo así la antigua
Pascua obtenía su verdadero sentido.
En la Homilía, Benedicto XVI también recordó
las catequesis eucarísticas de san Juan Crisóstomo, quien en una oportunidad escribió:
¿qué estás diciendo Moisés?, ¿que la sangre de un cordero purifica a los hombres?
¿que los salva de la muerte?. ¿Cómo puede la sangre de un animal purificar a los hombres,
salvar a los hombres, tener el poder contra la muerte?
El Papa continuó diciendo
que Crisóstomo decía que el cordero podía constituir sólo un gesto simbólico, y por
lo tanto, la expresión de la espera, de la esperanza en Alguien que habría sido capaz
de cumplir aquello de lo cual el sacrificio de un animal no era capaz. Jesús celebró
la Pascua sin cordero y sin templo y, sin embargo, -dijo el Pontífice- no sin cordero
y sin templo, pues Él mismo era el cordero esperado, aquel verdadero, como había pronunciado
Juan el Bautista al inicio del ministerio público de Jesús: “he aquí el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo”.
“Jesús es el verdadero templo, el templo
vivo, en el que vive Dios, y en el que podemos encontrarnos con Dios y adorarle –prosiguió
el Obispo de Roma- Su sangre, el amor de Quien es al mismo tiempo Hijo de Dios y verdadero
hombre, uno de nosotros, esa sangre sí que tiene capacidad para salvar. Su amor, ese
amor en el que Él se entrega libremente por nosotros, es lo que nos salva.
El
Santo Padre concluyó su Homilía recordando que en el centro de la nueva Pascua de
Jesús estaba la Cruz. De ella viene el nuevo don traído por ÉL. Y así ella permanece
siempre en la Santa Eucaristía, en la que podemos celebrar con los Apóstoles a lo
largo de los tiempos la nueva Pascua.
“Pidamos al Señor –finalizó el Papa-
que nos ayude a comprender cada vez más profundamente este misterio maravilloso, a
amarlo cada vez más y, en él, a amarle cada vez más a Él. Pidámosle que nos atraiga
con la santa comunión cada vez más hacia sí mismo. Pidámosle que nos ayude a no retener
nuestra vida para nosotros mismos, sino a donársela a Él y así obrar junto a Él para
que los hombres encuentren la vida- la verdadera vida que sólo puede venir de quien
es Él mismo, el Camino, la Verdad y la Vida”.
Benedicto XVI durante la Santa
Misa lavó los pies a doce hombres. También invitó, como es tradición, a los presentes
a cumplir un acto de caridad en apoyo del Dispensario médico de Baidoa en Somalia.
La suma recogida fue entregada al Santo Padre en el momento de la presentación de
las ofrendas.
Después de la institución de la Eucaristía –recordó el Papa-
Jesús permaneció todavía con sus discípulos en el Cenáculo y les dirigió las palabras
de vida del Discurso de la Cena, que concluye con la oración sacerdotal.
Benedicto
XVI, después de la comunión, trasladó la Eucaristía a la capilla del monumento donde,
tras incensar el Santísimo Sacramento, permaneció en adoración.