Misa Crismal de Jueves Santo: ¡Pidamos al Señor que aleje la hostilidad de nuestra
alma, que nos quite el sentido de autosuficiencia y que nos revista con el amor, para
que seamos personas luminosas y no pertenecientes a las tinieblas!
Jueves, 5 abr (RV).- «Una persona sin amor es oscura por dentro. Las tinieblas externas
de las que nos habla el Evangelio son sólo el reflejo de la ceguera interna del corazón.
Ahora que nos aprestamos a la celebración de la Santa Misa deberíamos preguntarnos
si estamos revestidos de amor. ¡Pidamos al Señor que aleje toda hostilidad de nuestra
alma, que nos quite todo sentido de autosuficiencia y que nos revista verdaderamente
con el amor, para que seamos personas luminosas y no pertenecientes a las tinieblas!».
Benedicto XVI ha hecho resonar estas palabras en la Basílica de San Pedro, en su Homilía
de esta mañana, en la Santa Misa Crismal –“preludio del Triduo Sagrado”- que ha concelebrado
con los obispos y presbíteros presentes en Roma.
El Hijo de Dios-Amor –Dios
verdadero de Dios verdadero– Cristo se despojó de sí mismo tomando la condición de
siervo, haciéndose semejante a los hombres, se humilló obedeciendo hasta la muerte
de cruz, ha reiterado Benedicto XVI, evocando el sagrado intercambio: «Dios asumió
lo que era nuestro, para que nosotros pudiéramos recibir lo que era suyo, asemejándonos
a Dios».
El Santo Padre ha comenzado su homilía recordando una narración del
escritor ruso Tolstoi, en la que un simple pastor explica a un rey lo que los sacerdotes
y los sabios no lograban. El soberano, que quería ver a Dios, escucha sorprendido
al pastor que le explica que sus ojos no son suficientes para verlo. Ante el anhelo
de conocer al menos qué hace Dios, el pastor le responde que para poderle responder
era necesario que se intercambiaran las vestiduras. Por lo que el rey se vistió pobremente
y el humilde pastor de rey: «Esto es lo que hace Dios».
Recordando luego lo
que se cumple en el Bautismo, cuando «nos revestimos de Cristo», el Papa ha subrayado
que, precisamente, «Cristo se ha revestido con nuestras vestiduras: el dolor y la
alegría de ser hombre, el hambre, la sed, el cansancio, las esperanzas y las desilusiones,
el miedo a la muerte, todas nuestras angustias hasta la muerte». Y, en cambio, nos
ha dado sus «vestiduras», para que «nos despojemos del hombre viejo, en cuanto a nuestra
vida anterior...Y nos revistamos del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia
y santidad verdadera»: «Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual
con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. Si os enojáis, no pequéis».
«Esta
teología del Bautismo vuelve con nueva insistencia en la Ordenación sacerdotal, ha
explicado Benedicto XVI. «En la administración de los Sacramentos, el sacerdote actúa
y habla ‘in persona Christi’». Los sacerdotes se revisten de Cristo y lo hacen simbólicamente
también mediante los paramentos litúrgicos.
En su densa Homilía de este Jueves
Santo, el Papa ha explicado la «esencia del ministerio sacerdotal, interpretando los
paramentos litúrgicos que, precisamente, quieren ilustrar qué significa ‘revestirse
de Cristo’, hablar y actuar in persona Christi’». Empezando por el amito, lienzo que
antes se ponía en la cabeza, como una capucha. «Símbolo de la disciplina, de los
sentidos y del pensamiento, necesaria para una justa celebración de la Santa Misa».
El ‘Ars celebrandi’ – ha de manifestar que el sacerdote está con el Señor, y entonces
atraerá así a la gente a estar en comunión con Él.
Luego, explicando el significado
del alba y de la estola, como ‘vestido de fiesta que el padre donó al hijo pródigo’,
Benedicto XVI ha evocado, con el Apocalipsis, «la sangre del Cordero que lava las
vestiduras y las blanquea». En este sentido, el Papa ha recordado que cuando era pequeño
se preguntaba cómo puede quedar blanqueado algo que se lava con sangre: «La respuesta
es: la sangre del Cordero es el amor de Cristo crucificado. Es este amor que blanquea
nuestras vestiduras sucias; que hace veraz e iluminado nuestro espíritu oscurecido;
que a pesar de todas nuestras tinieblas, transforma todas nuestras tinieblas, nos
transforma a nosotros mismos en ‘luz del Señor’. Vistiendo el alba deberíamos recordarnos
de que Él ha sufrido también por mí. Y sólo porque su amor es más grande que todos
mis pecados, puedo representarlo y ser testigo de su luz».
Finalmente, explicando
el símbolo de la casulla, Benedicto XVI se ha referido al yugo del Señor. En primer
lugar, los sacerdotes llevando su yugo aprenden de Jesús, que es manso y humilde.
«Aunque algunas veces quisiéramos decirle: Señor, tu yugo no es nada ligero. Aún más
¡es tremendamente pesado en este mundo! Pero mirándole a Él que ha cargado todo sobre
sí, la obediencia, la debilidad, el dolor, toda la oscuridad, entonces estos lamentos
nuestros se apagan»: «Su yugo es el de amar con Él. Y más lo amamos
a Él, y con Él nos volvemos personas que aman, más ligero se vuelve para nosotros
su yugo aparentemente pesado. Roguémosle que nos ayude a ser junto con él personas
que aman, para experimentar así, cada vez, más ¡cuán bello es llevar su yugo! Amén».
Durante la celebración de esta mañana, el Santo Padre ha bendecido los óleos,
que como el aire, el agua y la luz, pertenecen a esa realidad elemental del cosmos
que mejor expresa los dones de Dios creador, redentor y santificador. El óleo es una
sustancia terapéutica y aromática cuya naturaleza asume un simbolismo bíblico-litúrgico
de gran valor para expresar la unción del Espíritu que sana, ilumina, conforta, y
consagra de dones a todo el cuerpo de la Iglesia.
La liturgia de la bendición
de los óleos expresa este simbolismo primordial y precisa el sentido sacramental de
la Misa crismal de hoy, durante la cual el Papa ha bendecido el santo crisma y los
demás óleos, siendo ésta, una de las principales manifestaciones de la plenitud del
sacerdocio del Obispo de Roma y un signo de la estrecha unión de los presbíteros con
él.
La bendición del crisma da el nombre de Misa crismal a esta liturgia que
se celebra el Jueves santo. El rito de la bendición de los óleos, inserto en la celebración
eucarística, tras la homilía y la renovación de la promesa sacerdotal, pone de relieve
también el misterio de la Iglesia como sacramento global del Cristo que santifica
cada realidad y situación de la vida.
Por este motivo, junto al crisma, se
bendicen los óleos de los catecúmenos, que luchan por vencer el espíritu del mal en
vista del compromiso del Bautismo, y el óleo de los enfermos, para la unción sacramental.
De este modo, el óleo cubre a todos los miembros de la Iglesia, desde sus orígenes
hasta el final, expandiendo así por el mundo, “el buen olor” de Cristo.
La
empresa española “Arte Alimentación” de Castelserás, en Bajo Aragón, ha ofrecido el
óleo que el Santo Padre ha bendecido durante la Misa crismal de esta mañana. Mientras
que el perfume del sacro crisma es un regalo de la diócesis de Cerdeña (Italia) realizado
en la parroquia de Santa Justa de Calangianus, que resale al siglo XIV.